
En la conquista de América hubo casos de crueldad, pero desgraciadamente ésta ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, al menos desde los orígenes de la civilización. Ya en el siglo XVII escribió el obispo Juan de Palafox, en una línea bastante determinista, que la malicia era inherente a la naturaleza humana como se demostraba desde la primera culpa de Adán, aun dentro del Paraíso.
Como es sabido, la Leyenda Negra culpaba a los españoles de un comportamiento brutal, cuando, en realidad, cualquier europeo de aquel tiempo actuaba de manera similar. Como escribió Philip Powell, en la Conquista se cometieron atrocidades, sin embargo, hay sobradas razones para pensar que otras nacionalidades europeas se hubiesen comportado, en circunstancias parecidas tan mal o peor (2008: 50). De hecho, a la par que España conquistaba las Indias, los ingleses hacían exactamente lo mismo en Irlanda, y con estrategias muy similares. Sir Humphrey Gilbert, después de haber asesinado a miles de irlandeses de toda condición, se justificó diciendo que ninguna nación conquistada se someterá jamás voluntariamente a la obediencia por amor, sino por temor (Leonard, 1996: 22). Y años después, perpetraron un genocidio en toda regla con los nativos de Norteamérica, al igual que los holandeses en sus colonias del Extremo Oriente.
Pese a estas obviedades, algunos escritores e historiadores de gran impacto mediático, como Enrique Dussel, Rafael Sánchez Ferlosio, Jared Diamond o Yuval Noah Harari han calificado todo el proceso conquistador de genocida, aunque sin justificar ni explicar el uso de ese concepto. (Mahn-Lot, 1977: 125; Dussel, 1992: 75; Harari, 2020: 322-323; Diamond, 2020: 19). De hecho, Tzvetan Todorov aludía a la conquista como uno de los mayores genocidios de la Historia (Cit. en Izard, 2020: 35). También Fran Zabaleta se refiere a lo ocurrido en la conquista como un genocidio (2020: 45). Y recientemente, Matthew Restall ha sostenido que no hubo una intención, pero sí un efecto genocida, una idea que ha recogido íntegramente el hispanista alemán Stefan Rinke. Asimismo, el antropólogo Gabriel de la Luz hablaba del genocidio de los naturales antillanos, justificando el uso del término en la práctica desaparición de los naturales (Luz Rodríguez, 2021: 52 y 59).
Sin embargo, huelga decir que el hecho de que la población desapareciese no necesariamente implica un genocidio, porque no hubo una intencionalidad de exterminio. Hay que insistir una vez más que no se puede aplicar el término contemporáneo de genocidio, definido por la O.N.U., a lo ocurrido en el continente americano en la Edad Moderna. Una idea corroborada por dos grandes expertos actuales: primero, el mexicanos Andrés Reséndez que concluye que España jamás cometió genocidio en el continente americano, según el autor porque era contrario a la moral cristiana (2019: 27). Yo añadiría un segundo motivo, que era totalmente irracional desde un punto de vista económico. Y segundo, por Eitan Ginzberg que, corrigiendo a Raphaël Lemkin, ha sostenido que no todos los colonialismos fueron genocidas, ni lo fue el desplegado por España en Hispanoamérica (2020: 122-152).
Verdaderamente hubo un etnocidio sistemático y casos muy puntuales de un genocidio arcaico; digno es reconocerlo. Y fueron muy puntuales porque a ningún imperio le interesa una aniquilación gratuita de potenciales trabajadores, lo cual era irracional desde el punto de vista económico.
Dicho esto, no podemos olvidar ni obviar que, en los patrones morales de la época, las matanzas, las torturas o las amputaciones eran algo común que en absoluto escandalizaban. Por citar solo un par de ejemplos: el 7 de diciembre de 1492 Juan de Cáñamas apuñaló a Fernando El Católico y la justicia la condenó a morir cruelmente, pues tras ser torturado y mutilado le sacaron el corazón (Bernáldez, 1946: 215-221). Asimismo, en las colonias británicas, durante los siglos XVII y XVIII era frecuente que, a los esclavos capturados, después de la huida, se le cortasen los pabellones auditivos para hacerlos reconocibles y evitar futuras fugas (Jernegan, 1980: 50-54).

Sin embargo, dado que la Historia está desgraciadamente plagada de conflagraciones en las que se vivieron hechos similares, no parece lícito, ni justo escandalizarse por la actuación española. Moreno Fraginals, nada sospechoso de hispanofilia, ha escrito que la Leyenda Negra fue creada en los siglos XVI y XVII por ingleses y holandeses, manipulando información, precisamente ellos, los dos imperios de más bárbaras depredaciones que conociera la historia moderna. (1983: 17). Una leyenda que fue la respuesta de algunas naciones europeas ante el liderazgo mundial que en esos momentos ostentaba el Imperio de los Austrias. Una idea que fue expuesta ya en el siglo XVII por el cronista Antonio de Solís, cuando escribió que todo fue un montaje por la envidia que los extranjeros sentían de España que no pueden sufrir la gloria de nuestra nación. (Cit. García Cárcel, 1992: 247). Ya en el siglo XVII, Francisco de Quevedo se posicionó en esta misma línea al titular uno de sus sonetos de la siguiente forma: Advertencia a España de que, así como se ha hecho señora de muchos, así será de tantos enemigos envidiada y perseguida, y necesita de continua prevención por esa causa. Y recientemente, el historiador estadounidense Stanley Payne ha escrito, remedando a Antonio de Solís, que la Leyenda Negra fue fruto de la envidia de otras naciones hacía el poder dominante en los siglos XVI y XVII, el Imperio Habsburgo (2017: 16-17).
A ver si de una vez por todas, vamos avanzando y descartando falsos tópicos, como la existencia de un genocidio en la conquista y colonización de Hispanoamérica. Como hemos visto en este artículo, excesos hubo y muchos, digno es reconocerlo, pero en ningún caso puede hablarse de genocidio.

BIBLIOGRAFÍA
BERNÁLDEZ, Andrés: Crónica de los Reyes Católicos. Madrid, Crisol, 1946.
DIAMOND, Jared: Armas, gérmenes y aceros. Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años. Barcelona, Peguin Randon House, 2020.
DUSSEL, Enrique: 1492. El encubrimiento del otro. Buenos Aires, Editorial Docencia, 1992.
GARCÍA CÁRCEL, Ricardo: La Leyenda Negra. Madrid, Alianza Universidad, 1992 (reed. 1998).
—– El demonio del Sur. La Leyenda Negra de Felipe II. Madrid, Cátedra, 2017.
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HARARI, Yuval Noah: Sapiens. De animales a dioses. Barcelona, Debate, 2020.
IZARD, Miquel: El rechazo de la civilización. Sobre quienes no se tragaron que las Indias fueran esa maravilla. Barcelona, Península, 2000.
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ZABALETA, Fran: Guarocuya. El taíno que derrotó al imperio español. Vigo, Editorial los libros del salvaje, 2020.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Necesitamos artículos científicos como este, que a la vez sean de divulgación, con objeto de ir creando, poco a poco, una visión crítica sobre la leyenda negra.
Realmente es casi una utopía saber si se actuó bien o mal en el encuentro primigenio de seres humanos dispares, unos muy fogueados de encuentros europeos y los otros muy rurales y arcaicos, disminuidos en su capacidad bélica, por lo tanto muy fáciles de avasallar, observandolos en minusvalía con respecto a la civilización europea, circumscribiendonos a la colonización del continente americano, hay factores de miedo irracional que involucran al espíritu de los conquistadores europeos lo cual degenera en violencia de todo matiz, y por lo tanto siempre se impone la idiosincrasia de mayor expertisia y mejores resultados en la sobrevivencia y de la infravivencia de los sometidos. No queda rastro de sensibilidad humana al inicio de esta disparidad, pero se va acrecentando conforme se va meztizando y uniendo sus sangres e idiosincrasias Al ir evolucionando sus sociedades, más aún cuando llegar con una ciencia escasa, endeble muy fácil de doblegar por cualquier tirano.
esta interesante
NUNCA se habla del etnocidio al que estuvieron sometidos los godos por parte de los suevos, vándalos, alanos, griegos, fenicios e incluso por los romanos.
Muy interesante. Me gustaría saber qué hizo para usted modificase su punto de vista sobre la mayor. En su libro «Conquista y Destrucción de Las Indias», 2009, creo entender que tenía otro punto de vista bien diferente.