Estas líneas son una reflexión del libro de Fran Zabaleta que lleva este título y que ha sido publicado en noviembre de 2020. Debo reconocer que su lectura me enganchó desde la primera línea por lo que vaya de antemano mi enhorabuena al autor del relato. Se presenta a un idílico cacique taíno, Enriquillo, que el autor llama por su supuesto nombre indígena, Guarocuya. Un nativo que se alzó por espacio de casi tres lustros en las sierras del Bahoruco, frente a la tiranía de los españoles.
En esta obra se recrea la sociedad creada por el alzado en la sierra del Bahoruco, donde se produjo un retorno a la cosmovisión y a la religión taína prehispánica. Narra el autor una historia preciosa y romántica en la que, en las soledades de la sierra del Bahoruco, renacieron los viejos ritos taínos y el politeísmo. Asimismo, recuperaron su protagonismo los viejos chamanes o behiques que hacían ceremonias y sanaban a los enfermos. Se volvieron a celebrar areitos en los que en torno a una hoguera cantaban viejas glorias pasadas, tiempos felices que quedaron interrumpidos abruptamente con la llegada de los barbudos europeos.
Hasta ahí todo muy bien; el único problema es que en ningún momento se dice que se trate de una obra de ficción, en el que se idealiza al cacique Enrique como el héroe de la raza indígena. Huelga decir que toda esta historia romántica no tiene el menor asidero histórico, pero que le sirve al autor para construir un precioso mito, continuando una tradición iniciada por Manuel Jesús Galván en su novela dedicada a Enriquillo.
La rebelión del cacique Enrique en las sierras del Bahoruco, entre 1519 y 1533 se pudo prolongar tanto en el tiempo no porque derrotasen a los españoles, como sostiene el autor, sino porque durante años apenas causaron inquietud. Estaban huidos, como tantos otros, pero apenas dañaban los intereses hispanos. Asimismo, si duró tanto tiempo se debió a que era cristiano y había sido educado desde pequeño como un auténtico español por los franciscanos de Verapaz. No tenía de taíno más que la raza; su forma de vestir, su forma de pensar, su forma de luchar, su cosmovisión y su religión eran las propias de un hidalgo español. Manifestó al padre Las Casas que, durante todo el tiempo que duró su alzamiento, rezó diariamente el Pater Noster y el Ave María, ayunando todos los viernes y las cuaresmas. Las ideas que defendía de libertad y de guerra justa no eran conceptos de tradición prehispánica sino viejos conceptos de la escuela de Salamanca. La propia audiencia en 1534 decía que Enrique, aunque es indio parece ser una persona de buen entendimiento. Esta idea es clave, los españoles interpretaban que, aunque étnicamente fuera un pobre aborigen, en realidad era una persona aculturada a la española y cristiano, es decir, de los nuestros. Y como tal fue siempre tratado, no como un primitivo e incomprendido indígena, ni tampoco como una sociedad cimarrona a los que se presuponía que si no aceptaban la ley de Dios mucho menos lo harían de las leyes humanas. Eso explica que se facilitara el acuerdo de paz y que, incluso, después, se respetara lo pactado. Se le concedieron mercedes, una distinción de hidalguía para él y su esposa -doña Mencía- e incluso se le entregaron prendas de seda para su familia y para sus principales capitanes. Eso sí debió pagar un alto precio ya que se comprometió a traer a todos los negros e indios cimarrones que quedasen y que por cada negro que trajeren se le den cuatro camisas de lienzo…
Enrique falleció, pues, en su aldea de Sabana Buey, en torno al 27 de septiembre de 1535, a la edad de 39 años, rodeado de los suyos, como un buen cristiano y tras dictar su testamento.
ES RESEÑA DE:
Zabaleta, Fran. Guarocuya. El taíno que derrotó al imperio español, Vigo, Editorial los libros del salvaje, 2020.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Lidia Martínez de Macarrulla dice
Quisiera saber que documento tiene para decir que Enriquillo asentó su pueblo en Sabana Buey.
Por documentos entiendo que se quedó en las faldas del Bahoruco que es además lo lógico.
administrador1 dice
No me baso en ningún documento concreto sino en el completo estudio de Bernardo Vega, incluido en su obra «Santos, Shamanes y zemíes» que me ha parecido muy convincente y extraordinariamente documentado. Por otro lado, también tenía su lógica que la Corona lo quisiese apartar del Bahoruco, lugar en el que se alzaban los naturales y nos africanos, por si acaso. Quien se había alzado una vez lo podía hacer otra. Un saludo.