
Rafael Sánchez Ferlosio fue uno de los intelectuales que con más empeño se opuso a los fastos del V Centenario del Descubrimiento de América. En varias ocasiones a lo largo del libro ridiculiza a la Expo del 92 a la que tilda de ser una Disneylandia sevillana que trataba de dulcificar lo que había sido un encontronazo entre dos mundos. A su juicio toda conmemoración es apologética y bajo ningún concepto se debía celebrar lo que fue la victoria del mal (p. 52). Por eso mostraba su disgusto y disconformidad radical con glorificar una horrible tragedia que no era digna de ser conmemorada.
Este libro, publicado en 1994, es resultado de varios artículos y trabajos previos que fueron apareciendo desde varios años antes de la conmemoración. Para defender sus postulados se dedica a extractar textos –fundamentalmente de Gonzalo Fernández de Oviedo, pero también de otros cronistas- para tratar de demostrar sus ideas previas. Obviamente, la documentación sobre la conquista y colonización es tan extensa que se pueden aportar abundantes pruebas para defender una cosa y la contraria.
Sus análisis le llevan a ridiculizar textos como el requerimiento redactado por Palacios Rubios y que se usaba para justificar la guerra justa. Y no es que no sean ciertas sus palabras sino que es algo anecdótico de lo que se reían ya en su tiempo los propios conquistadores. Destaca asimismo que a los conquistadores no les movía tanto el afán de obtener oro sino el deseo de aperrear indios (p. 32-33). Es cierto que hubo casos de aperreamientos muy sonados, especialmente en Centroamérica, donde destacaron canes como Becerrillo o el hijo de este, Leoncillo. No desaprovecha la ocasión para destacar los dos millones de naturales esclavizados o directamente asesinados en Centroamérica entre 1514 y 1542 (p. 57).
Todo el proceso estuvo animado por un deseo de dominación, una empresa que tilda de pavorosa, arrolladora y tenebrosamente eurocéntrica. En ella, tuvo su implicación la Iglesia, bendiciendo las brutalidades cometidas en el proceso. Por eso desde mediados del siglo XV, con el Papa Nicolás V, se equipararon paganos a infieles a los que se podía combatir y esclavizar si voluntariamente no aceptaban el cristianismo. Y para colmo las bulas de donación del Papa Alejandro VI fueron ilegítimas, entre otras cosas porque, como defendió Francisco de Vitoria, no tenía poder ni legitimidad para conceder aquellos territorios (p. 177). Y para ello se apoya en la frase del propio Jesucristo cuando dijo aquello de Mi reino no es de este mundo, lo que según el autor evidenciaba que los Papas no podían tener jurisdicción temporal. Y no es que no pueda tener razón en lo que dice, al menos mirado desde nuestro tiempo, pero durante siglos decenas de pensadores mantuvieron y defendieron el poder temporal de los vicarios de Cristo.
A juicio del autor, cuanto más grandes es un imperio mayores han sido y son las brutalidades y atropellos que han cometido. Contradice de esta forma a Ramón Menéndez Pidal que defendía precisamente lo contrario, es decir, que los imperios eran instrumentos de la providencia.
Pero no se conforma con destacar con textos buscados a conveniencia la brutalidad de todo el proceso sino que trata de desmontar los argumentos que defienden los apologistas. La transmisión del cristianismo fue muy relativo en muchas áreas, pues a su juicio en el área antillana solo sirvió para poner la cruz sobre las sepulturas (p. 39). Eso obligó desde muy pronto a traer esclavos africanos reactivando este dramático comercio de seres humanos. La Escuela de Salamanca, encabezada por el padre del derecho internacional, Francisco de Vitoria, tuvo un peso relativo, solo teórico, pues sus textos fueron tergiversados para que sirviesen de coartada a la élite dirigente. Y por supuesto el mestizaje no existió, pues toda la miscigenación la reduce simple y llanamente a violación. Ello lo justifica en el hecho de que hubiese blancos casados con nativas pero no a la inversa (p. 38). Desmonta la falacia de que en América se produjo una fusión de razas.

El libro tiene reflexiones interesantes. Nadie duda, y menos yo que milito en la corriente crítica, que hubo actos de barbarie en la conquista, tras los cuales brotó la América mestiza que hoy conocemos. Una tragedia seguida de un gran florecimiento cultura. Yo siempre defiendo que no podemos ocultar la barbarie originaria pero tampoco la rica realidad surgida de aquellas cenizas. Ahora bien, su metodología, tendente a seleccionar textos para demostrar sus verdades y su radicalismo le llega a cometer grandes errores interpretativos y no pocas contradicciones. Destacaré algunas de ellas:
Primero, acusa a los conquistadores de moverse por un perverso deseo de montear indios con los canes. Pero más adelante sostiene que estos fueron simples marionetas en manos de la sociedad y de los intereses políticos de su tiempo. Una contradicción, pues si al principio le reprochaba su responsabilidad en la barbarie contra los naturales después resulta que también fueron víctimas de su tiempo, como títeres que se movían a donde el viento les empujaba.
Segundo, reducir todo el mestizaje a violación es excesivo e irreal. Hubo abusos y violaciones, como en cualquier guerra expansiva. Yo mismo he publicado un artículo sobre la violación en la conquista de América, pero generalizar esto a todo el mestizaje parece insostenible e indefendible. Obviamente, si todos o casi todos los matrimonios mixtos fueron de hombres europeos y mujeres indígenas y no al revés se debió a la escasez de mujeres europeas y no tanto a que todos los mestizos fuesen fruto de la violación de sus progenitoras, punto absolutamente indefendible.
Tercero, por negar niega hasta la existencia del Imperio Habsburgo porque dice que nadie se lo reconoció con convicción (p. 49). Nada que ver, según el autor, con imperios reconocidos por todos como el romano o el inglés. Bueno su argumentario es tan débil que ni siquiera merece en este sentido una refutación.
Y cuarto, después de narrar todo tipo de atrocidades cometidas por los conquistadores y de sostener que se movían por el deseo de perpetrar cacerías sobre los aborígenes, ¡sorpresa!, ¡niega taxativamente el genocidio! ¡Vaya! ¡Por fin, un halo de luz! A su juicio, no lo hubo porque era contrario a los intereses de los hispanos (p. 272). Y para mayor abundancia de su argumento cita una ley recogida en la Recopilación de 1680 en la que se dice que lo más importante era la conservación de los naturales porque sin ellos cesaría el beneficio y labor de las minas (p. 273).
El libro es interesante para cualquier especialista en el tema porque aporta reflexiones de utilidad, pero que es necesario filtrar, obviando algunos datos, calificativos y reflexiones que proceden de la ideología visceral de su autor. Eso sí, no lo recomendaría para un lector no especialista primero porque el propio Sánchez Ferlosio no lo fue y, segundo, porque muchas de las ideas que defiende no se ajustan a la verdad histórica y se corresponden más bien con el discurso ideológico del autor.
ES RESEÑA DE:
Sánchez Ferlosio, Rafael: Esas Yndias equivocadas y malditas. Comentarios a la historia. Barcelona, Destino, 1994, 293 pp. ISBN: 84-233-2418-4
La «leyenda negra» ya fue objeto de estudio concienzudo y documentado de parte del historiador argentino Rómulo Carbia.
En su libro apologético, publicado en Buenos Aires hace ya varias décadas, puede hallarse el epítome de este tipo de argumentos sesgados, espigados aquí y allá y donde las fuentes vienen a confirmar los prejuicios del autor moderno.
Años más tarde, otro argentino, Vicente Sierra, publicó la monumental obra «Sentido misional de la conquista de América».
Bastarían estos dos libros, producidos desde los confines de la América del Sur, para formar una idea del asunto.
Yo no dudo de la sinceridad de Sanchez Ferlosio (y su pluma es pulida, lo cual hace más atractivo el discurso), pero es evidente que su abordaje metodológico no especializado es defectuoso y, como bien se dice en el comentario, subsidiario de su visceral toma de posición ideológica.