El virreinato no funcionaba y urgía salvar la empresa por lo que despacharon al pesquisidor Francisco de Bobadilla, mayordomo de los reyes, para que realizara una investigación y tomara las medidas oportunas con el virrey y sus hermanos. Así, por Real provisión, del 21 de mayo de 1499, fue nombrado con el objetivo de que se informara de las personas que se habían levantado contra el virrey, haciendo justicia de ellos y de sus propiedades. En ese mismo mes la Corona había escrito al almirante para que, a su llegada, le entregase al pesquisidor todas las fortalezas y los navíos a fin de proveer a éste de todos los medios necesarios para hacer justicia. Lo cierto es que el juez estaba decidido a arrebatarle el gobierno y enviarlo a Castilla para que allí se le sometiese a un juicio de residencia. Tras un auto sumarísimo, el almirante fue apresado, y su hermano Bartolomé, que se encontraba en Xaragua, regresó en formación de combate, aunque fue persuadido por Cristóbal para que se entregase sin oponer resistencia, siendo también aherrojado. Incluso, llegó a pensar que podía ser peor su situación y que incluso podía ser ajusticiado, acusado de traición. De hecho, cuando el capitán del navío fue a por él, le preguntó, Vallejo ¿dónde me lleváis? Y al decirle que, al navío, le volvió a interrogar, Vallejo ¿es verdad? A lo que le respondió, por vida de vuestra señoría que es verdad y que se va a embarcar. Respiró mucho más tranquilo, aunque viajase, tanto él como su hermano Bartolomé, como reo.
A principios de octubre de 1500 zarparon de Santo Domingo las dos carabelas, la Gorda, llamada así porque su maestre era Andrés Martín de la Gorda, y Nuestra Señora de la Antigua. La primera la capitaneaba Alonso de Vallejo y fue en la que viajó el almirante, mientras que, en la otra, capitaneada por Andrés Martínez, viajó Bartolomé Colón. Es bien sabido que se ofrecieron a quitarle los grilletes, pues era imposible escapar de un barco, pero él se negó pues pretendía que fuesen los propios reyes quienes lo liberasen. Obviamente, se trataba de otro de sus gestos de orgullo que demuestran su fuerte carácter, pues pretendía dar la imagen de un mártir, de un nuevo David, enfrentado con un Goliat del que a la postre resultaría vencedor. Su amigo Bartolomé de Las Casas relacionó su apresamiento con un castigo de la providencia por haber enviado esclavos indígenas a España y por haberles cobrado excesivos tributos. La providencia también castigaba a sus elegidos cuando lo estimaba oportuno. Incluso, sabemos que conservó esas mismas cadenas hasta su muerte, como si de unas reliquias se tratase.
Curiosa paradoja que la persona que rompió con todas las cadenas del mundo, superando todo tipo de supersticiones medievales y poniendo al descubierto todos sus secretos, acabase el mismo encadenado.
(Esteban Mira. Colón, 2025. En preparación).
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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