El 13 de agosto de 2021 se cumplió el quinto centenario de la caída de la ciudad de Tenochtitlan a manos de una alianza liderada por el extremeño Hernán Cortés y formada por un pequeño grupo de europeos y una mayoría de indígenas. Con motivo de la efeméride se han publicado nuevas obras sobre Hernán Cortés y la caída de Tenochtitlan. Uno de los libros más leídos de los últimos meses ha sido el del Dr. Pedro Salmerón Sanginés, La batalla por Tenochtitlan, publicado en México por el Fondo de Cultura Económica. Me he permitido titular la reseña con una de las conclusiones del propio Dr. Salmerón que yo creo que es elocuente del pensamiento que subyace a todo su libro: “No los veo, no nos veo, ni vencidos ni conquistados” (p. 249). Es curioso que el autor se incluya entre esos supuestos mexicas que no fueron ni derrotados ni sometidos. Se identifica con los mexicas a pesar de llevar el nombre del fundador de la Iglesia, así como apellidos de raigambre castellano leonesa. ¿Cómo explicar este sentimiento de pertenencia a la nación mexica? La respuesta la encontramos en el propio libro cuando el autor sostiene: Crecí creyendo que descendíamos de los mexicas con la contradictoria sensación del odio a los españoles que nos invadieron (p. 293). La confesión es reveladora porque explica la persistencia de ese atrincheramiento frente a la historia tradicional de la conquista y frente a esos extranjeros invasores que no forman parte de la historia de México, sino que son un paréntesis foráneo, externo a su pasado y a su presente indigenista.
Pero fíjense también el subtítulo de la portada que creo que ya es un aviso a navegantes de lo que cualquier lector puede encontrar en sus páginas: para confrontar y desmenuzar las narraciones oficiales, canónicas, (y) dominantes. Y ese es el objetivo del libro, es decir, desmontar el relato, a su juicio, hegemónico, canónico y racista de la conquista (pp. 255-256). De lo que se trata, según el prof. Salmerón, es de ampliar la mirada, y dejar de poner la lupa en Hernán Cortés y en su cuento. Parece claro que este autor se encuentra dentro de la autodenominada Nueva Historia de la Conquista, que tiene ya varios años de trayectoria, que pretenden reinterpretar aquellos acontecimientos desde otras ópticas. De hecho, está muy influido por las obras de autores como Guy Rozat Dupeyron y Matthew Restall, de los que toma ideas y conceptos. Por ejemplo, siguiendo a estos últimos autores, señala reiteradamente a los códices como fuentes cuasiindígenas ya que en su mayor parte reproducen el relato hispánico. Del propio Restall asume y comparte una afirmación poco afortunada de que la conquista no fue genocida pero sí tuvo un efecto genocida (pp. 221-222). Pese a ser insostenible, ya se la he escuchado decir en una entrevista a Stefan Rinke y ahora a Pedro Salmerón. La batalla por Tenochtitlan tiene cuatro puntales básicos:
Primero, el problema de las fuentes pues, a juicio de su autor, solo existen las que emanan del bando vencedor, una idea que toma de Guy Rozat y de Marialba Pastor. Por eso se permite afirmar que todos los relatos historiográficos emanan del mismo cuento, es decir, las Cartas de Relación de Hernán Cortés. Todos, desde Francisco López de Gómara a Francisco Cervantes de Salazar, pasando por Gonzalo Fernández de Oviedo, copiaron con ligeras variantes la versión del propio metelinense. Ni siquiera Bernal Díaz, pese a sus diferencias con su capitán, tuvo la capacidad o la intención de romper con el relato ficticio cortesiano (p. 283). Hay que llegar hasta la pág. 210 del libro para encontrar la primera vez que el autor dice creer a Hernán Cortés, en una cuestión tan poco trascedente como fue el alto el fuego decretado el 28 de julio de 1521, cuando se ocupó la plaza del mercado. Pero es más, tampoco le da credibilidad a las fuentes cuasiindígenas, que siguen de cerca el relato etnocéntrico de los europeos. A su juicio no existe la famosa visión de los vencidos que con tanto ahínco defendiera Miguel León-Portilla. Y en ese sentido, asevera que el cuento que narran los textos supuestamente de los vencidos era similar a la versión canónica, salvo en lo formal y poético (p. 285). Dado que no hay fuentes fiables, porque todas parten de la novela interesada cortesiana, el autor se permite cuestionar los aspectos que no le interesan del proceso conquistador. Se permite negar, de acuerdo una vez más con Guy Rozat, los famosos presagios sobre la llegada de hombres blancos, pues sostiene que solo lo mencionan las fuentes europeas (p. 25). Supongo que no ignora que aluden a esos presagios códices como el Durán o el Florentino, pero, dado que solo son fuentes cuasiindígenas, que siguen el mismo relato europeo, no tienen valor. Asimismo, cuestiona la victoria de los españoles en Centla, simplemente alegando que las fuentes emanan del bando vencedor: el evento se cuenta como una gran victoria, pero… de pronto, los principales de la región les piden que se vayan, y los españoles se van (p. 42). Asimismo, niega, contradiciendo los estudios de Andrea Martínez Baracs, que los tlaxcaltecas fuesen derrotados por los españoles, pues, a su juicio, simplemente hubo una alianza entre iguales (p. 78). Tampoco cree que el tlatoani Moctezuma se sometiese al emperador Carlos V, pues, en su opinion, es otra de las patrañas de las fuentes españolas (p. 91), al igual que su propia muerte que fue a manos de los españoles que lo apuñalaron, dando por válida la información cuasiindígena del Códice Ramírez (p. 107). Le parece evidente que Moctezuma nunca fue despreciado ni reprendido por su pueblo, como prueba el hecho de que se lo llevasen a cremar a Copulco, y obviando todas las pruebas, incluso de testigos presenciales, que indican lo contrario. Y ya, para más inri, cuestiona la veracidad de la derrota de los mexicas en Otumba, probablemente inventada por Bernal Díaz y el propio Cortés, aunque afirma que no dispone de fuentes para afirmar lo contrario (p. 130). Ahora bien, en el caso de la matanza de Cholula sí confía plenamente en las fuentes españolas, y le parece incuestionable la espeluznante matanza, perpetrada por la idea premeditada de sembrar el miedo (pp. 80-81). Y las cifras de bajas entre los cholultecas se movieron, según el autor, entre los 4.000 y los 6.000, además de 20.000 esclavos. También decidió tener en cuenta a varias fuentes cuasiindígenas que hablan del papel de Xochimilco en la alianza hispana, dando por válidas las ¡12.000 canoas! Que dicen aportaron al cerco de Tenochtitlan.
Segundo, no hubo conquista, eso es un cuento que se ha inventado la historia canónica oficial. Simplemente hubo una batalla que perdió el altepetl de Tenochtitlan pero que no implicó el dominio ni la rendición del resto de los señoríos de Mesoamérica. Tampoco eran las armas europeas superiores, pues las ballestas y las escopetas apenas tuvieron eficacia mientras que los caballos eran muy pocos por lo que apenas les dieron ventaja a los castellanos (pp. 265-267). Asimismo, Hernán Cortés no era un hombre moderno como se ha dicho, pues, citando a Antonio García de León, su pensamiento estaba anclado en el medievo (pp. 266-267). Pero ni era un hombre del renacimiento, ni tenía el carisma necesario para emprender la empresa conquistadora que fingió haber llevado a cabo. En este sentido, sigue a Matthew Restall, quien en su obra Cuando Moctezuma conoció a Cortés, presentó al extremeño como un don nadie, de escasa personalidad, que pasaba por allí y se aprovechó de lo que era una guerra civil entre la triple alianza tlaxcalteca y la triple alianza mexica. Para ambos autores, en realidad aquello fue una guerra mesoamericana en la que nadie resultó conquistado. Como ya sostuve en su día, esa hipótesis es poco sustentable sobre todo por lo que ocurrió después, cuando todo el territorio novohispano -7,6 millones de km2– pasaron a depender del imperio de los Habsburgo. Obviamente, si el verdadero ganador de la guerra hubiese sido la confederación encabezada por Tlaxcala se hubiese creado un nuevo reino hegemónico tlaxcalteca no un virreinato hispánico.
Tercero, el mundo prehispánico no solo no fue conquistado, sino que lleva cinco siglos de resistencia. El problema es que Tenochtitlan cayó el 13 de agosto de 1521 y quedó prácticamente destruida. ¿Cómo justificar los 500 años de resistencia? Pues muy fácil, pese al titular del libro, que solo versa sobre la batalla de Tenochtitlan, el autor prolonga el proceso hasta las guerras de conquista del norte chichimeca que no fueron sometidas hasta el año 1600 (pp. 228-229). Pero claro, eso equivaldría solo a menos de un siglo de resistencia por lo que continúa la remontada cronológica hasta la guerra con los apaches y comanches en territorio novohispano que se prolongaron hasta avanzado el siglo XIX (p. 231). Fue el Imperialismo contemporáneo -y no el Imperio Habsburgo- quien finalmente los derrotó, recluyendo a los supervivientes en reservas. Pero claro eso serían tres siglos y pico de resistencia. ¿Cómo justificar los cinco siglos de resistencia? Pues de nuevo muy simple, en algunas zonas de lo que fue la Nueva España todavía quedan grupos indígenas escasamente integrados, igual que en el Amazonas donde todavía permanecen algunos pueblos semiaislados que continúan resistiendo el embate del mundo occidental. Así, consigue dar la vuelta a la conquista y destrucción de Tenochtitlan, y convertirlo en cinco siglos de resistencia.
Y cuarto, dado que es innegable que la irrupción europea transformó radicalmente el mundo, el autor trata de darle la vuelta. Le parece demasiado reconocimiento para esta horda de invasores extranjeros a los que hay que extirpar quirúrgicamente de la historia de México. Según el Dr. Salmerón, los agentes de ese cambio no fueron un puñado de aventureros y colonos ansiosos de oro sino los indígenas mesoamericanos, que trabajaron la tierra y las minas bajo la dominación española. Esos indios del Bajío, hablantes de nahuatl, otomí y Purepecha, cambiaron al país y en parte al mundo, en 1810 (pp. 242-243).
En definitiva, queda claro que toda la obra está encaminada a forzar los hechos para concluir con la idea previa que tenía de estos barbaros y perversos invasores que eclipsaron a las grandes civilizaciones mesoamericanas. La impugnación de las fuentes, -recuerden, todas ellas narran un mismo cuento- le permite cuestionar todo el relato, salvo el que sirve a su propia teoría. Como diría Mariano Rajoy, todo es mentira salvo alguna cosa, concretamente las brutales matanzas perpetradas contra los naturales. Así consigue presentar a Hernán Cortés como un vulgar ladrón, un asesino y un mentiroso sin carisma que fingió haber protagonizado hazañas que nunca sucedieron. Eso sí, para el autor, siguiendo a López Valverde, Cuauhtemoc, es la contrapartida de este villano extremeño, el único, al que se le puede considerar un héroe a la altura del arte (p. 217). Debo añadir para finalizar que la Batalla por Tenochtitlan de Pedro Salmerón no es estrictamente un libro de historia sino un texto ideológico, sin un método histórico definido.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Dani dice
¡Cuanto daño está haciendo el indigenismo! Y lo curioso del caso es que el indigenismo no lo inventaron los indígenas sino algunos historiadores y académicos anglosajones.
Con su pan se lo coman.
Alfonso dice
Cierto, he trabajado con organizaciones indígenas desde los 90 y los compañeros me decían que ahora los gringos, los criollos y los mestizos pretendian decidír que es ser indio montando un cliché patético y romanticon de estos pueblos y culturas que ni les hace justicia ni cuenta con ellos. Un nuevo colonialismo.