Como la mayoría sabe, en el siglo XVI, en tiempos de Felipe II, el rey Prudente, España se convirtió en la potencia hegemónica, en un Imperio del que se decía que el sol no nacía ni se ponía. Las potencias enemigas, incapaces de enfrentarse directamente, trataron de oponerse a él por dos medios: Uno, el corsarismo, que entendían como la única manera viable de enfrentarse militarmente a la gran potencia y de paso participar en el comercio. Y dos, desgastar al Imperio desprestigiándolo, es decir, inventando una leyenda. Según ella los españoles encarnaban el mal y la brutalidad, una característica propia del carácter hispano. Esto es básicamente la Leyenda Negra de la que hablaremos en esta ponencia.
1.-SOBRE LA LEYENDA NEGRA
Queda claro que existió una Leyenda Negra que tuvo varias vertientes, fundamentalmente la Inquisición, la política de Felipe II en los Países Bajos y la conquista de América. A los españoles se les culpó de ser especialmente crueles lo que se debía a nuestra impureza racial. El hecho de comer carne cruda –jamón ibérico- decía Georg Friederici que era la prueba irrefutable de nuestra brutalidad. Obviamente era falsa; la propia palabra lo indica: leyenda. Pero era falsa no porque el Imperio español no cometiese atrocidades, que las cometía, sino porque los demás, los acusadores –franceses, alemanes, italianos, holandeses o ingleses- se comportaban igual o peor.
En América los conquistadores españoles cometieron atrocidades, digno es reconocerlo. Ahora bien, actuaron exactamente igual que otros pueblos de Occidente, antes y después. No podemos olvidar que, en los patrones morales de la época, las matanzas, las torturas o las amputaciones eran algo común que en absoluto escandalizaban. Sin ánimo de caer en el tan manido y absurdo y tú más, en las colonias británicas, durante los siglos XVII y XVIII, era frecuente que a los esclavos capturados después de la huida se le cortasen los pabellones auditivos para hacerlos reconocibles y evitar futuras fugas.
Por tanto, existió una Leyenda Negra que, como hemos afirmado, falseaba la realidad. Sin embargo, ésta ya no existe en la actualidad. Hace varias décadas Ricardo García Cárcel escribió que la Leyenda Negra era cosa del pasado y que había desaparecido. Y hace tan solo unos meses, Richard L. Kagan, profesor de la universidad Johns Hopkins, ha escrito que la Leyenda Negra ha desaparecido casi del todo.
Yo por mi parte estoy convencido de su desaparición, al menos desde mediados del siglo pasado en que se desató una amplia corriente de simpatía hacia la civilización hispánica en muchos círculos intelectuales de todo el mundo. Estudiosos de los más variados países que se apasionaron con nuestro pasado, creando decenas de cátedras de estudios hispánicos en diversas universidades europeas, americanas y asiáticas. Hispanistas estadounidenses como William Prescott, Carlos Lummis, Lewis Hanke, y actualmente Stuart Schwartz o Herbert Klein; ingleses como John Elliott, Hugh Thomas, Henry Kamen o Trevord Dadson; franceses como Fernard Braudel, Bernard Lavallé y Joseph Pérez. Pero también en otros muchos países del mundo, como Magnus Mörner (Sueco), Horst Pietschmann (alemán), Michael Zeuske (alemán), Adam Szászdi (húngaro), Jan Szeminski (polaco), Natsuko Matsumori (japonés), Josef Opatrný (checo), Tzvetan Todorov (búlgaro) Tzvi Medin (israelí) o Benzion Netanyahu (israelí).
2.-EL RETORNO DEL VICTIMISMO
Pese a esta conclusión de que la Leyenda Negra no existe, en los últimos años la temática de la Leyenda Negra vive un nuevo resurgir. Ahora, no parte de las potencias opositoras al Imperio hegemónico, como en el siglo XVI, sino de algunos intelectuales o pseudo intelectuales españoles. Éxitos sorprendentes como Imperiofobia y Leyenda Negra de María Elvira Roca Barea y otros trabajos surgidos a su sombra de José Javier Esparza, Borja Cardelús, Iván Vélez, César Cervera, Stanley Payne, etc.
Estos autores sostienen que la Leyenda Negra sigue presente y que pesa sobre España y los españoles. Que todo lo malo que se pueda decir sobre nuestra historia es mentira, es fruto de la Leyenda Negra, y que en realidad fuimos muy buenos, los mejores. Y aunque Richard L. Kagan afirma no tener respuesta para este resurgir la explicación parece clara: se trata de un instrumento político para reforzar la conciencia nacional española en un momento en que la unidad del Estado está cuestionada. De hecho, la temática victimista de la Leyenda Negra ha copado el debate política desde la crisis económica de 2008, acentuándose a partir del problema independentista de Cataluña.
Y esto tiene su parte perniciosa porque se ataca frontalmente cualquier disidencia. Últimamente al mi admirado fray Bartolomé de Las Casas, el gran defensor de los indios, de los pobres de los desheredados, se le acusa de todo: traidor, paranoico, mentiroso, payaso, embaucador… La situación no me gusta porque hacer patria no consiste en callar al disidente enarbolando un patriotismo cavernícola de bandera. Yo creo que los historiadores podemos hacer patria de otra forma, destapando errores del pasado para tratar de construir un país mejor y más justo en el futuro.
3.-LA HISTORIA NEGRA
Hubo Leyenda Negra, pero también Historia Negra. Y no pasa nada, la historia es negra por definición. Yo miro a la historia como aquel ángel que al volver la vista atrás quedaba horrorizado viendo el drama y la destrucción generada por el progreso.
La historia es así, pero no hay que tomarlo en clave nacional como un agravio hacia España y los españoles. España ni siquiera existía como tal en el siglo XVI y formaba parte de un extenso imperio multinacional llamado de los Habsburgo.
Hoy en día Hispanoamérica la forman un conjunto de países, la mayoría mestizos, descendientes de españoles y de aborígenes, y con el aporte negro. Un crisol de lo europeo, lo africano y lo indígena. Pero el parto de esta nueva América fue dramático y extremadamente duro. No lo podemos negar ni ocultar.
La evolución de centenares de pueblos y de algunas civilizaciones americanas quedó cortada en seco desde 1492. De no haber ocurrido el encuentro ¿cómo habrían evolucionado esas civilizaciones? Pues no, no lo sabemos pero probablemente de forma no muy distinta a Europa, aunque con varios siglos de retraso evolutivo.
La conquista de América se caracterizó por la gran diferencia bélica entre unos y otros, pero también por la abrumadora inferioridad numérica de los españoles. Por ello, la política de terror fue un componente fundamental en la consumación del proceso. Además, todo ello estuvo favorecido por la lejanía del poder porque, como escribió Guamán Poma de Ayala, “en tiempos de la conquista ni había Dios de los cristianos, ni rey de España, ni había justicia…”.
Pero nuevamente debemos insistir que se trataba de una estrategia que en absoluto inventó España y que, muy al contrario, contaba con una larga tradición histórica. Acadios, persas, asirios y romanos en la antigüedad, turcos, ingleses, portugueses, holandeses y franceses entre otros en la Edad Moderna la utilizaron de forma sistemática en sus colonias. Y ¡como no!, también España. De hecho, el Duque de Alba, con el visto bueno de Felipe II, la utilizó con toda su dureza tanto en Flandes como en Portugal. Pero, es más, tampoco los indios desconocían estas prácticas, pues, tanto Moctezuma en Mesoamérica como Huascar y Atahualpa en el área andina, usaban y abusaban de amputaciones y matanzas sistemáticas como medio de sometimiento. En este sentido, contaba Fernández de Oviedo, que Atahualpa asoló toda la provincia de Tomepumpa, que estaba bajo el poder de Huascar, quemando y matando a toda la gente y fue tanto el horror que, en cientos de kilómetros a la redonda, nadie osó defenderse de él porque supieron lo que allí cometieron. Este mismo cronista califica a Atahualpa como “el mayor carnicero y cruel que hombres jamás vieran”.
También de mutilaciones de miembros así como de ajusticiamientos públicos. Esta política fue inaugurada por el primer Almirante quien pensó en infundir tal turbación en los nativos que, con solo oír la palabra cristiano, “las carnes se les estremeciesen”. Vasco Núñez de Balboa en Panamá hacia 1513, cortó las narices y las manos a algunos indios, atándoselas al cuerpo para que llevasen el mensaje a los demás y supiesen lo que le ocurría a los que no querían obedecer. En Honduras, Andrés de Cereceda no encontró mejor forma de “amansar” al cacique Cicimba que cortar a varios de sus indios las manos “echándoselas al cuello”. Siete años después, el trujillano Hernando Pizarro, tras el sitio de Cuzco, ordenó cortar los pechos a varias decenas de mujeres indígenas y la mano derecha a otros tantos hombres para a continuación liberarlos, consiguiendo de esta forma diseminar el miedo y la desmoralización. Y por citar otro ejemplo concreto, en 1550, Pedro de Valdivia, tras vencer a un grupo de araucanos, mandó seccionar las manos y las narices a 200 de ellos. Nuevamente debemos insistir que no se trataba de una táctica nueva, inventada por los conquistadores. Sus orígenes eran verdaderamente ancestrales. Sobradamente conocidas son las amputaciones que los romanos practicaban en de orejas y narices de los esclavos rebeldes, pues, era un castigo eficaz que además no mermaba su capacidad productiva. Igual medida tomaban los españoles con los galeotes que osaban alzarse en las galeras porque su fuerza laboral era tan necesaria como escasa.
En cuanto a los ajusticiamientos públicos eran asimismo otra herramienta fundamental. Nuevamente se trataba de viejas tácticas disuasorias y ejemplarizantes, utilizadas desde hacía décadas en toda Europa. Para los casos menos graves o de aquellos que decidían en última instancia recibir el bautismo se les reservaba la muerte por ahorcamiento, siempre menos dolorosa y temida que la hoguera. Nicolás de Ovando, en 1503 salvó de la hoguera a la cacica Anacaona para a continuación ahorcarla, acusada de conspiración, dándole de esta forma una muerte más digna y acorde con su rango social. Pero, otros no tuvieron tanta suerte. Los indios no sólo temían la muerte a fuego sino también a los mastines españoles, adiestrados como perros de presa. El 16 de junio de 1528 en León, Pedrarias Dávila condenó a dieciocho indios a morir a manos de una jauría de lebreles que tenían amaestrados para cazar indios. En 1536 Manco Capac escribió una carta a Diego de Almagro el Viejo en la que le pedía encarecidamente que por amor de Dios no le quemasen, ni aperreasen, que es muerte entre indios muy aborrecida, sino que le ahorcasen porque feneciese presto.
Especialmente duras solían ser las represalias por el asesinato de un español. Era una consigna tácita entre el grupo conquistador. Los casos de represalias desproporcionadas son innumerables. El cacique Pocorosa mató al capitán Francisco Becerra y, en respuesta, el licenciado Gaspar de Espinosa fue con 300 hombres y, frente a varios miles de indios “desnudos, con sus palos por armas”, mataron a varios millares. En 1546, tras conocerse la muerte de una quincena de españoles se desencadenó una campaña represiva en la que murieron varios centenares de indios, incluidas mujeres y niños, y se esclavizaron más de dos millares.
Y finalmente, debemos hablar de las matanzas selectivas de reyes, caciques y señores principales. Anacaona, Hatuey, Moctezuma, Atahualpa y varios cientos más de caciques y curacas no perdieron la vida por casualidad. Incluso, con frecuencia se culpó a los propios indios de sus muertes. Así, mientras la muerte de Moctezuma se achacó al apedreamiento de sus propios súbditos, la de Atahualpa se achacó a los celos del intérprete Felipillo, despechado por el amor que sentía hacia una de sus mujeres. Pero, había una realidad clara, se trataba de una estrategia perfectamente premeditada. Era necesario hacer desaparecer a sus legítimos gobernantes para a continuación colocar en su lugar a un nuevo líder indígena ya deudo y tributario de los españoles. Pero, es más, el razonamiento no es sólo una visión retrospectiva de los historiadores, pues, ya los cronistas lo interpretaron así. En relación a las causas del regicidio de Atahualpa, pese al pago del descomunal rescate prometido, escribió Girolamo Benzoni que se hizo “para así mejor poder sojuzgar y dominar el país, considerando que, muerta la cabeza, fácilmente los miembros se someterían a servidumbre perpetua”. Pero, con la muerte de Atahualpa no acabó todo, porque la dinastía de los incas continuó en Vilcabamba de forma que en un documento, fechado el 4 de octubre de 1572, y redactado por un secretario del virrey Toledo, se insistía en la necesidad de que se sacasen del Perú a los “hijos de los Incas”. Y estos casos tan señalados no son más que la punta del iceberg de una eliminación sistemática de líderes y gobernantes indígenas a lo largo y ancho de toda la geografía americana.
En la Edad Media, a diferencia de lo que ocurría con la homosexualidad, se toleró ampliamente la violación. En caso de que se tratase de una esclava propia ni tan siquiera estaba tipificado como delito. La violación de esclavas en la Edad Media y, sobre todo, en la Edad Moderna fue una constante. En un reciente estudio sobre la esclavitud en Granada en el quinientos se demuestra definitivamente que el alto precio que alcanzaban algunas esclavas jóvenes se debía, en parte, a su alta productividad laboral, especialmente doméstica, pero sobre todo a la dura explotación sexual a la que eran sometidas por parte de sus dueños.
Si la violada en cuestión era musulmana la pena era mínima y siempre pecuniaria. Solamente, en el caso de la víctima fuese una casada cristiana estaba peor visto socialmente y las penas solían ser más contundentes. Casi siempre pecuniarias o de cárcel. Además, la victima debía escenificar su gran sufrimiento para ser creída porque estaba muy arraigada la idea de que la mujer sentía un deseo irrefrenable. Por tanto, en la praxis, lo más normal era que el violador obtuviese el perdón total, alcanzando un acuerdo con la familia. A veces todo acababa cuando se conseguía que el trasgresor se desposase con su victima. En otros casos, la amnistía llegaba desde la Corona, a cambio de algún servicio.
Pues bien, si la sociedad española toleraba en general la violación y se consentía abiertamente en el caso de que la víctima fuese esclava o musulmana, ¿qué pasó en América con la mujer indígena? Pues, parece obvio, a miles de kilómetros de distancia, sin apenas mujeres blancas y con decenas de miles de indias en condiciones de esclavitud o al menos de servidumbre, la violación y los abusos deshonestos fueron algo absolutamente habitual.
Se ha hablado de la conquista erótica de las Indias, es decir, de las muchas indígenas que voluntariamente prefirieron unirse al español. A menudo se nos presenta a las nativas como mujeres enamoradas de los europeos. Ello ha generado toda una literatura clásica que ha elogiado el carácter del español que no desdeñó a la mujer india, la hizo madre y nació este crisol que hizo una sola sangre, una sola piel, un único espíritu y cultura. Y es cierto que hubo bastantes casos de mujeres que convivieron voluntariamente con españoles, aunque, eso sí, la mayoría como concubinas y muy pocas como esposas legítimas. También conocemos decenas de casos en los que los propios caciques entregaban a sus hijas para congraciarse con los conquistadores. De hecho, el ofrecimiento de sus mujeres e hijas a sus invitados era una costumbre muy difundida entre caciques y curacas en amplias zonas de América. Hay casos muy conocidos, como el de doña Marina, la Malinche, o como el de doña Inés Huaylas, hermana de Huascar, que fue regalada por Atahualpa a Francisco Pizarro. Cientos de casos más están perfectamente documentados. En tales circunstancias, muchos conquistadores llegaron a formar auténticos harenes, ante la permisividad de una buena parte de las autoridades eclesiásticas y civiles.
Además, esta situación contribuyó a mermar la capacidad reproductiva de los nativos ya de por si muy debilitada tras la conquista. Sin embargo, matrimonios y concubinatos voluntarios fueron minoritarios en comparación con la simple y llana violación. Una buena parte de las relaciones sexuales en las primeras décadas fueron fruto de violaciones y atropellos. Los dominicos insistían en que los mineros enviaban a los indios a sacar oro y, mientras, se echaban con sus mujeres, ahora fuesen casadas, ahora fuesen mozas. Fue absolutamente normal, ranchear por los pueblos indígenas, robando el oro y capturando mujeres, sin que fuese un hecho punible. El capitán Gonzalo de Badajoz, otro de los más perversos conquistadores, coaccionó en Tierra Firme al cacique Escoria para que le entregase 9.000 pesos de oro. Pero, no contento con ello, le tomó una hija y todas sus mujeres. El cacique fue durante varias leguas detrás de él desconsolado, llorando, alzando las manos y desmayándose en el suelo, mientras los españoles, riéndose de verle hacer vascas, se pasaron de largo y lo dejaron allí tendido, llorando su desventura.
No menos cruel fue la actuación del jerezano Vasco Núñez de Balboa que recorrió buena parte de Centroamérica, atormentando a los caciques para que les entregasen oro así como a sus mujeres e hijas. Y según Fernández de Oviedo, sus hombres, siguiendo el ejemplo de su capitán, se dedicaron a actuar de la misma manera.
Este mismo cronista tuvo la curiosidad de indagar por qué Hernando de Soto, a su paso por los distintos poblados de la Florida, además de cargadores o tamemes, tomaba muchas mujeres jóvenes y guapas. La respuesta de uno de los miembros de su hueste no pudo ser más clara: las querían “para se servir de ellas y para sus sucios usos y lujuria, y que las hacían bautizar para sus carnalidades más que para enseñarles la fe”.
El capitán Pedro de Cádiz y su mesnada forzaron a tantas jovencitas “que con tanto fornicar” muchos de ellos enfermaron gravemente. Y Girolamo Benzoní insiste en esta misma idea, al decir que el capitán Pedro de Cádiz y su hueste, forzaban a muchas jóvenes y, aunque embarazadas de sus propios hijos, las vendían sin ningún miramiento.
Francisco Montejo en la conquista del Yucatán se jactaba de haber dejado preñadas a decenas de indias esclavas porque de esta forma las vendía a mayor precio.
Pero no acabaron aquí las desventuras de las desdichadas indígenas. Pronto comenzaron a ser vio- ladas también por los esclavos negros. En los primeros tiempos hubo el triple de esclavos negros varones que mujeres y no tardaron en saciar sus apetitos sexuales a costa de las nativas. En 1541 un documento señalaba los casos que se estaban cometiendo de negros que mataban a indias por no satisfacer sus ruines intenciones. En 1537 se dijo que en Nueva España, entraban en las moradas de los indios, tomando por la fuerza las mujeres y gallinas y hacienda y dan de palos a los indios, y un negro ató a la cola de un caballo a un indio y lo arrastró y mató porque le reñía que había tomado a su mujer…
Pero, ¿hubo condenas por todas estas violaciones? Apenas conocemos unos cuantos casos. En una Real Cédula, fechada en Valladolid el 9 de septiembre de 1536 el rey mostraba su perplejidad por haber condenado a tan solo cinco pesos de oro a un español que, tras intentar violar a una india, ésta se refugió en un bohío o casa indígena y, en represalia, la quemó viva. Obviamente, la condena parecía pírrica pero lo realmente elocuente es que lo que se juzgó fue su vil asesinato no el intento de violación que no pareció algo punible.
¿Y la violación de menores? La legislación medieval y moderna no distinguía los casos de pederastia, de la violación de adultos. En las Siete Partidas se agrupan todos los casos de violación, sin especificarse la edad (Título XX, ley 3).
Por tanto, la frontera entre la violación de una adulta y de una niña no estaba bien delimitada, pero de considerarse el último caso podía llevar aparejada la pena capital. De hecho, el propio emperador Carlos V promulgó una ordenanza en 1533 en la que condenaba dicho delito con la muerte.
Pero al menos en América todo eso quedó en mero papel mojado. En la praxis, se produjeron violaciones, tanto de adultas como de niñas indígenas, sin que por ello fuese penado el infractor. El caso del capitán Lázaro Fonte que analizaremos a continuación es muy representativo. Por citar un caso concreto, extremo pero no excepcional, mencionaremos a Lázaro Fonte, afamado conquistador de Nueva Granada, gaditano de nacimiento. El andaluz es bastante conocido por su valentía y arrojo en la conquista de Nueva Granada, pues, derrotó a los desdichados aborígenes en reiteradas ocasiones. Pues, bien, en su heroica biografía hay un aspecto casi desconocido que he podido investigar a pie de archivo. El gaditano fue un consumado pederasta. Violó a decenas de niñas indígenas en Santa Marta. La justicia samaria lo condenó al destierro y, en la vecina gobernación de Cartagena, ¿imaginan lo que ocurrió? Que volvió a corromper niñas indígenas ante la pasividad de las autoridades. Y la historia no acabó ahí, porque nuevamente fue desterrado y marchó al Perú, reincidiendo nuevamente. ¡Qué poco ha cambiado el hombre en tantos siglos de Historia! Un testigo presencial de una de esas violaciones, Simón Díaz, describió los hechos de forma sobrecogedora:
“Lázaro Fonte echó en su cama una muchacha de Bogotá de edad de siete u ocho años y allí la tuvo y la corrompió porque este testigo la oyó llorar y dar gritos aquella noche y al otro día vio este testigo en la cama del dicho Lázaro Fonte la sangre que le había caído a la dicha niña y dijo a Juan de Güemez y a otros compañeros, mirad que gran bellaquería que ha hecho Lázaro Fonte en haber corrompido esta niña que era tan chiquita que la traían en brazos por no poder andar”.
Lázaro Fonte se defendió diciendo que era un buen marido, un buen padre y un buen cristiano. Muchos testigos lo corroboraron. Yo creo que Lázaro Fonte se corresponde perfectamente con el perfil de un psicópata. Una persona que podía compaginar su condición de buen cristiano, de buen esposo y de buen padre con crueles matanzas de indios o con violaciones de niñas de muy pocos años. Una forma de actuar que podría ser muy similar a la de un pederasta del siglo XXI.
4.-CONCLUSIÓN
Hubo Leyenda Negra porque se culpó a los españoles de actuar con una brutalidad y una violencia extrema. Y fue leyenda porque culpaba a los españoles de una forma de actuar que era idéntica a la que han usado otros pueblos antes y después de los españoles y, además, con menos escrúpulos de conciencia. Por tanto, hubo Leyenda Negra pero también historia negra, practicada por todos los reinos europeos desde el siglo XVI.
La conquista pudo ser una gesta en el sentido de que un puñado de españoles, guiados por el afán de hacer fortuna, exploró y conquistó varios miles de km2. Pero no es menos cierto que para el mundo indígena en general fue un verdadero drama. Un drama que la bienintencionada legislación propiciada desde la Corona no pudo frenar.
La América Prehispánica desapareció dramáticamente en menos de medio siglo. Aunque globalmente a España no le fue mucho mejor. La emigración supuso una verdadera hemorragia para unos reinos en los que sobraban caudillos, soldados y aventureros pero faltaban brazos para trabajar. Para colmo, el metal precioso no fue utilizado adecuadamente. La mayor parte acabó acuñado en enseres religiosos –hay miles de piezas argentíferas y auríferas en los templos españoles- o en Europa para financiar las interminables guerras que los Austrias emprendieron.
La mayor parte de los conquistadores murieron violentamente y pobres, salvo contadas excepciones. El dinero de la infamia ni sirvió a los conquistadores ni siquiera para el desarrollo de España. Pero quisiera apuntar un par de ideas para finalizar: primero, nadie debe alarmarse por esto, pues, se trata de un capítulo más en la historia universal, donde el más fuerte siempre se impuso sobre el débil. Y segundo, no creo que debamos sentir vergüenza de nuestro pasado, éste fue como fue y no pasa nada. La historia de la humanidad es un largo camino sembrado de cadáveres y de lo que se trata es de aprender de ello para algún día construir un futuro mejor para todos.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
GARCÍA CÁRCEL, Ricardo: La Leyenda Negra. Madrid, Alianza Universidad, 1992.
—– El demonio del Sur. La Leyenda Negra de Felipe II. Madrid, Cátedra, 2017.
KAGAN, Richard L.: “¿Por qué la Leyenda Negra? ¿Por qué ahora?, Cuadernos de Historia Moderna N. 43 (1), 2018.
MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias. Sevilla, Muñoz Moya Editor, 2009.
MOLINA MARTÍNEZ, Miguel: “La leyenda negra revisitada: la polémica continúa”, Revista Hispanoamericana. Revista Digital de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias, Artes y Letras Nº 2, 2012. Disponible en http://revista.raha.es/ (Fecha de consulta 31-5-2018).
RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda y SÁNCHEZ JIMÉNEZ, Antonio (edis.): España ante sus críticos: las claves de la leyenda negra. Madrid, Iberoamericana, 2015.
VILLAVERDE RICO, María José y Francisco CASTILLA URBANO: La sombra de la leyenda negra, María José Villaverde Rico y Francisco Castilla Urbano (Dirs.), Madrid, Tecnos, 2016.
(Conferencia pronunciada en Villafranca de los Barros, el jueves 21 de febrero de 2019, en las IX Jornadas de Historia José Antonio Soler y publicada en la revista El Hinojal N. 12, Villafranca de los Barros, 2019, pp. 94-101).
David dice
Fantástico artículo, muy interesante! Gracias por dejar anotada la biografía. Todo un detalle.