Desde los inicios de la colonización estuvo mal visto el envío de novelas ya que se entendía que los indios debían ser preservados en principio de toda literatura de ficción, pues, podía hacerles concebir dudas acerca de las verdades religiosas. Tenemos constancia del paso de los primeros ejemplares a las Indias en fechas muy tempranas. De hecho, ya en el Primer Viaje de Cristóbal Colón se llevaron libros a bordo como el Almanaque Perpetuo de Abrahán Zacuto que, por cierto, le sacó de más de un apuro en la mar. Igualmente, en la flota que al mando de Antonio de Torres arribó a La Española con el nuevo gobernador frey Nicolás de Ovando a bordo, viajaron una gran cantidad de libros, aunque de temática casi exclusivamente religiosa, además de cartillas y de obras de gramática.
La biblioteca que ahora vamos a estudiar nos va a aportar valiosas informaciones, dado lo temprano de su fecha y la escasez de documentación que para estos momentos disponemos. La propietaria de ella era una tal doña Inés de la Peña, fallecida en 1521 que fue esposa de un espadero vecino de la ciudad de Santo Domingo llamado Francisco de Pedraza. No tenemos noticias que puedan explicar el hecho de poseer una biblioteca tan nutrida de obras clásicas y medievales pues ni ella ni su marido pertenecían a la élite ni, por supuesto, al grupo de los intelectuales. Debemos pensar en la posibilidad de que estos libros fuesen inicialmente del padre de ésta, que era un cerrajero vecino de Santo Domingo, llamado Antón Ruiz, quien es muy probable que se dedicara de manera más o menos constante al comercio de obras literarias. El hecho de que estos libros estuviesen destinados a la venta se justifica por la existencia de numerosas obras repetidas, especialmente cartillas de gramática de las que había más de 90 ejemplares, además de tres docenas del libro Perla preciosa, devocionario muy usado y difundido en Castilla hasta 1559 en que fue incluido en el índice de libros prohibidos. El hecho de que los libros fuesen de Inés de la Peña se debe a que su padre se los debió dejar a ella cuando se casó, dada la baja dote de 125.662 maravedís para su matrimonio. Además, cuando se procedió a inventariar los libros estos no estaban colocados en estanterías sino perfectamente embalados en cajas, por lo que pensamos que habían permanecido así desde su llegada de Castilla.
El inventario de los bienes de doña Inés de la Peña en el que estaban incluidos sus libros se generó a la muerte de ésta en 1521, pues se produjo un largo pleito entre su marido y su padre –en nombre de los tres hijos del matrimonio- por la herencia de sus bienes. El litigio duró más de siete años, siendo sucesivamente apelado del alcalde ordinario al alcalde mayor y de éste a la audiencia de Santo Domingo. Este último órgano dictó sentencia definitiva a favor del padre de Inés y de sus hijos, como legítimos herederos de la finada.
Así, entre septiembre y noviembre de 1525 se hizo inventario de todos los bienes de doña Inés de la Peña, ante Esteba de la Roca, escribano público de la audiencia. Hay multitud de aspectos que nos llaman la atención, empezando por la gran cantidad de libros que aparecen en una fecha tan temprana: nada menos que 128 volúmenes, más 96 cartillas de gramática para enseñar a leer a los muchachos.
En segundo lugar, la gran variedad temática de libros recién editados en Castilla, como el caso del Lisuarte de Grecia (1514) o de Calixto y Melibea. Entre estos destacan por la cantidad los de temática religiosa: evangelios, libros sacramentales y libros de horas, estos últimos de los más frecuentes en Indias, pues, como ha constatado Juan Gil, pasaban a las Indias por decenas ayudando a los vecinos a “aliviar angustias y a superar temores”.
Igualmente aparecen multitud de libros de caballería: dos Pigmaleones, dos libros de Oliveros de Castilla, un Amadís de Gaula, un Lisuarte de Grecia, etcétera. La presencia de este género literario en este temprano inventario es muy interesante pues, si bien es sobradamente conocida la influencia de los libros de caballería en la imaginación de los conquistadores, como su plasmación en sus acciones prácticas irreales de la Conquista, no es menos cierto lo inédito que resulta encontrarlos en tal número y variedad desde fechas tan tempranas del proceso conquistador.
El Amadís de Gaula, aunque ya circulaba manuscrito en Castilla desde finales del siglo XV, no lo editó su autor, Garci Rodríguez de Montalvo, hasta 1508. Igualmente, el Lisuarte de Grecia se editó en 1514, por lo que no deja de llamarnos la atención que tan inmediatamente pasara a las Indias. Esta presencia de libros de caballería viene a confirma lo que se intuía por las prohibiciones que a su entrada impuso la Corona en 1531 y que reiteró al menos en 1543.
También aparecen novelas de amplia fama en la Edad Media, como son los libros de tetrarca que, si bien aparecen inventariados sin títulos, es muy probable que se tratara de su difundido libro Los remedios que se constata reiteradamente en muchas bibliotecas hispanoamericanas. Igualmente aparece entre los libros inventariados los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, El Arte de bien Morir de Erasmo de Rotterdam y Calixto y Melibea. Esta última era sin duda la primera edición del libro de Fernando de Rojas que en ediciones posteriores, con algún capítulo añadido, aparecerá como La Celestina. También hay obras en glosa del conocido escritor del medievo castellano Juan del Encina.
Por otro lado, el género que más predomina, excluyendo los devocionarios, es el relato biográfico. Se trata del tipo novelesco más característico de la prosa castellana del siglo XV. En el inventario de Inés de la Peña se encuentran biografías particulares, como Don Darián, Don Raynaldo, Carlomagno y auténticas biografías colectivas, al estilo de la de Fernán Pérez de Guzmán que aunque el título no se especifica es probable que fuese la más difundida, es decir, Generaciones y Semblanzas.
Finalmente, se encuentran en este inventario obras no medievales sino de la Edad Antigua, presentes en las bibliotecas del siglo XVI y que jugaron un papel importante en la formación de las mentalidades del hombre renacentista. Así, encontramos obras como la Crónica Troyana, una de Eneas y Silvio –probablemente la Rerum Ubique Gestarum– y un tratado etiquetado como La República, acaso la de Platón.
A modo de resumen debemos señalar, a la luz de este temprano inventario, que los libros llegaron a las Indias en más cantidad de lo que se había venido sospechando hasta la fecha. Además, se confirma que pasaban ilegalmente algunas obras prohibidas por la Corona, como los libros de caballería. En un primer momento, debieron ser los mismos marineros, en sus matalotajes, o los pasajeros, en sus equipajes, quienes pasaron sin registrar muchos de los libros que se leyeron en América en los primeros tiempos. Muy poco después se incorporaron verdaderos libreros profesionales como el padre de Inés de la Peña.
PARA SABER MÁS:
MIRA CABALLOS, Esteban: “Algunas consideraciones sobre la primera biblioteca de Santo Domingo” Publicado en la revista Ecos, Nº 3. Santo Domingo, 1994, págs. 147-154.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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