Esta obra del filósofo catalán Manuel Cruz ganó el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos del año 2012. Plantea un discurso denunciatorio sobre el fin de la historia, haciendo un símil con el título de la obra del discutido Francis Fukuyama. Sin embargo, mientras éste planteaba el final del sentido de la historia por la consecución de la plenitud, con el triunfo de los Derechos Humanos y de la libertad, aquél habla del olvido de esta ciencia en nuestros días. En su opinión, la ciencia histórica ha dejado de ser esa maestra de vida, que defendiera Ortega y Gasset. Ya pocos creen que del pasado se puedan extraer conclusiones válidas para comprender mejor nuestro presente y proyectar un futuro más esperanzador. Algunos, siguiendo la idea de Fukuyama, creen que la historia no puede enseñarnos nada nuevo porque hemos llegado a la meta, representada por el capitalismo liberal. Un nivel civilizatorio idílico que ya no puede ser superado. Y la mayoría, según Manuel Cruz, han empezado a olvidar la historia, pensando que ésta no puede aportarnos nada. Y es cierto que existe en nuestros días una crisis de las ideologías, que afecta no solamente a los políticos sino también al ciudadano de a pie. Pocos creen ya en la historia como motor de cambio, pues identifican a ésta con el pasado y al pasado con atraso. En la sociedad nihilista actual, existe la idea generalizada de que no tenemos nada que ver con el ayer, que somos personas distintas en un mundo tecnológico nuevo, sin correlación alguna con lo precedente. Y ello por el abismo generado por las transformaciones de nuestro mundo actual, basado en la tecnociencia.
Desgraciadamente, como denuncia Manuel Cruz, ésta es una de las tesis hegemónicas de nuestro mundo actual. Sin embargo, todo este planteamiento no solamente es falso y reaccionario sino también sumamente peligroso. Y digo que es peligroso porque si se da por válida la idea de que la historia no se repite y, aún peor, que no nos puede enseñar nada, se está consiguiendo efectivamente el fin de esta ciencia, al robarle el alma, su razón de ser. Una ideología orquestada por el capitalismo burgués que, para perpetuarse en el poder, anhela el final de una de las ciencias que mejor puede destapar sus mentiras. Postmodernismo puro y duro que ha calado hondo incluso entre los historiadores, al convencerlos de que no existe ningún compromiso social y que debían volver a la clásica historia narrativa, desprovista de todo juicio de valor.
La historia no se repite, eso es cierto, ya que nunca se dan las condiciones exactas para que un mismo fenómeno se renueve dos veces de forma idéntica. Y la literatura al respecto es extensa, partiendo desde el mismísimo Karl Marx. Ahora bien, de la historia sí se pueden y se deben aprender lecciones que nos permitan construir un futuro mejor para todos. Es más, somos personas no sólo porque tenemos razón sino también memoria, memoria de nuestro pasado. Sobre lo que ya sabemos y transmitimos, construimos nuestros nuevos conocimientos. Y del bagaje de nuestras experiencias y conocimientos pasados partimos siempre para mejorar nuestro presente. En realidad, el mundo actual necesita más que nunca del papel de la historia y de los historiadores. Vivimos unos momentos en los que la superpoblación, el cambio climático, el agotamiento de los recursos fósiles, las diferencias Norte-Sur y el fin del estado del bienestar hacen presagiar el final del capitalismo. Las tesis postmodernistas son obviamente falsas; el mundo va a superar en las próximas décadas el capitalismo liberal, voluntaria o forzosamente. Acaso, está amenazada también la propia supervivencia humana por la destrucción del medio en el que vivimos. Y en estas circunstancias, la historia debe retomar el papel que se merece para reinterpretar el pasado, comprender mejor nuestro presente y estar en mejores condiciones para prever un futuro más justo y más humano. Por tanto, es obvio que hay que combatir abiertamente esta desideologización de la historia para dotarla de su secular función social, redimiendo a los marginados, analizando las desiguales relaciones de producción y estableciendo la dependencia del hombre con el medio.
Y ¿puede la doctrina marxistas ayudarnos en esa nueva comprensión del mundo y de la historia? Pues por supuesto que sí, aunque Manuel Cruz lo niega, tildando de utópicos a los pensadores marxistas, por plantear, a su juicio, alternativas globales vacías de propuestas concretas y por insistir en un modelo fracasado. Sin embargo, habría que recordar que sólo ha fracasado la praxis marxiana pero bajo ningún concepto la teoría marxista. Frente a lo que sostiene en este punto Manuel Cruz, ha escrito Eric Hobsbawm, en su brillante obra titulada Cómo cambiar el mundo, que ha llegado el momento de volver a tomarse en serio a Marx y afrontar unos problemas del siglo XXI para los que el liberalismo político y económico no tienen una respuesta.
Es reseña de:
CRUZ, Manuel: Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual. Oviedo, Ediciones Nobel, 2012, 252 págs.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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