
Debemos desterrar la errónea idea defendida tradicionalmente de que los pescadores gallegos practicaban una pesca de bajura y que eran los cántabros y los vascos los que la hacían de altura o de gran altura. En realidad, gallegos, vascos y cántabros realizaron esta pesca de altura, lejos de sus costas al menos desde el siglo XV. Todos ellos fueron pioneros en ese proceso de expansión atlántica, iniciada en el siglo XV y continuada en el XVI, que provocó una progresiva mundialización de la economía, lo que hoy llamamos globalización.
En la costa gallega y en especial en las Rías Baixas, la actividad económica principal era la pesca. Como escribió Pegerto Saavedra, nunca antes ni después se dedicaron tantos gallegos a la actividad pesquera. Ya a finales del siglo XV hay vagas noticias sobre la presencia de pescadores vascos y gallegos en Terranova, mucho más abundantes y detalladas en la siguiente centuria. En este sentido, es bien conocido el memorial del hijo de Matías de Echevete en el que declaró que su padre comenzó a pescar en Terranova en un barco francés y que, desde entonces, en un amplio período de medio siglo realizó otros veintiocho viajes. Parece ser que había una colaboración entre galos y vascos en la pesca del bacalao. De hecho, no es el único caso documentado de la presencia de capitanes o maestres galos que aprestaban sus barcos en puertos vascos para viajar a Terranova. Así, el 19 de diciembre de 1583, el francés Juanes de Çusiondo, firmó en Lequeitio el contrato con los marineros que debían embarcarse en su nao Catalina de San Vicente para ir a Terranova a la pesquería del bacalao.
Desde principios del siglo XVI hay documentación que señala la presencia de embarcaciones gallegas en el Atlántico Norte, capturando bacalaos, una especie muy apreciada, especialmente por la grasa que se obtenía de su hígado. Hay documentación esporádica sobre la presencia de pontevedreses en la pesquería de Terranova en 1517, 1526 y 1527, lo que podría indicar que la actividad era todavía escasa. Sin embargo, en la segunda mitad de la centuria disponemos de muchos más datos, especialmente en la década de los setenta y de los ochenta lo que demuestra la pujanza de las pesquerías en esos años. Y ello a pesar de la fuerte competencia de los pesqueros cántabros, vascos, portugueses, galos e ingleses.
PORTUGUESES, INGLESES Y FRANCESES EN TERRANOVA
Una cosa era la pesca de bacalaos y otra la exploración de rutas y la ocupación física de aquellos territorios. Portugueses, ingleses y franceses estaban tomando la delantera a España en su exploración y poblamiento. Son bien conocidas las andanzas de Juan Caboto, un veneciano al servicio del rey de Inglaterra que en 1497 recorrió las costas de Terranova en busca de un estrecho que cruzase hasta el Pacífico. La expedición se consideró un fracaso porque no encontró el ansiado paso. Pero en 1498 aprestó una segunda escuadra que nunca retornó ya que se perdió en algún momento de la larga travesía. Le siguieron en el tiempo los hermanos Gaspar y Miguel Corte Real quienes, al servicio del rey de Portugal, recorrieron las costas de Terranova y Groenlandia entre 1500 y 1502, aunque el resultado fue trágico, pues ambos murieron en aguas del Ártico.

Tampoco los franceses se quedaron atrás, pues existen evidencias de que algunos marinos galos como Jean Denys y Thomas Aubet, alcanzaron la isla en 1506 y 1509 respectivamente. Unos contactos que no quedaron en saco roto, pues se sabe que en 1510 un barco desembarcó bacalaos capturados en Terranova en el puerto galo de Rouen, lo que evidencia la existencia de una actividad económica relacionada con la isla. Por eso desde muy pronto esa isla de Tierra Nueva o Terranova se comenzó a conocer también como la tierra de los Bacalaos
A partir de 1534 el francés Jacques Cartier encabezó nada menos que tres expediciones con el objetivo de poblar la zona y de encontrar el ansiado paso hacia el Pacífico. En la primera descubrió la bahía de San Lorenzo pero no encontró el citado estrecho. El 19 de mayo de 1535 zarpó por segunda vez, navegando río arriba, donde fundó Saint Croix. Desgraciadamente para los expedicionarios, les cogió el duro invierno y muchos perdieron la vida. El 22 de mayo de 1541, poco meses antes que la expedición española de Ares de Sea, partió por tercera vez, fracasando definitivamente en su objetivo de encontrar el paso hacia el pacífico. Sin embargo, avanzó notablemente en el conocimiento de la costa canadiense, demostrando la insularidad de Terranova y la navegabilidad del río San Lorenzo. Tomó posesión de aquel territorio al que denominó con el sonoro nombre de Nueva Francia.
A mi juicio la creación de Nueva Francia en el nordeste del actual Canadá, que debió conocerse en la Corte del emperador Carlos V en 1539 o en 1540, fue determinante para el cambio de actitud de la Corona. Se conservan, incluso, unos capítulos que el embajador de Portugal escribió al Comendador Mayor de Castilla en los que solicitaba armamentos para estorbar los descubrimientos hechos en la tierra de los bacalaos por el capitán Jacques Cartier. Ello es prueba suficiente de la alarma que debieron generar en las cortes lusa y española las noticias de los avances del marino francés en la costa nordeste de Norteamérica.
Hasta ese momento, el Emperador no se había interesado por Terranova, teniendo como tenía territorios mucho más prometedores, lo mismo en Nueva España que en Tierra Firme y en Nueva Castilla. De hecho, disponía de los servicios del marino Sebastián Caboto que había estado con su padre en la expedición a Terranova de 1497 y que en cambio fue enviado al estuario del Plata, tratando de buscar un paso hacia el Pacífico pero por el sur. Sin embargo, ahora, a raíz de las noticias sobre los avances de los galos en el Atlántico Norte, Carlos V decidió tomar cartas en el asunto. No podía consentir que los franceses no solo campasen a sus anchas por Norteamérica sino que incluso fundasen una gobernación en un territorio que las bulas alejandrinas habían concedido a la Corona de Castilla. En ese mismo instante se comenzó a proyectar una expedición, sufragada de fondos propios, para recorrer aquellas gélidas latitudes.
LA EXPEDICIÓN DE ARES DE SEA
Hasta 1541 la relación entre la Península Ibérica y la isla de Terranova se limitó a una actividad privada de armadores y pescadores que trataban de obtener beneficios de la captura del bacalao. El asunto que se trajinaba en 1541 era muy diferente. La jornada partía de la iniciativa del emperador y se iba a financiar íntegramente de las arcas de la Corona. Con tal fin se comisionó al aposentador real, Juan de Garnica, que salió de Madrid el 8 de julio de 1541 con destino a la villa pontevedresa de Bayona a donde llegó diez días después, exactamente el 18 de ese mismo mes. Una vez en la villa, concertó ante un escribano local el aprestó de una carabela, a costa de la Corona, para ir a cierta negociación a la tierra de los Bacalaos o Terranova. Por cierto, las escrituras ante notario se protocolizaron con la presencia nada más y nada menos que del infante don Juan de Granada, gobernador de Galicia, lo que evidencia la importancia del asunto. Pero vayamos por partes:
El capitán elegido fue Ares de Sea, regidor de la villa de Bayona. Hay que advertir que no disponemos de información sobre la experiencia previa en el mar de este personaje. Se ha documentado su presencia durante varios años como regidor del concejo de Bayona, pero ni una palabra sobre su famosa expedición de 1541. Sin embargo, es obvio que su elección no fue azarosa y con total seguridad disponía de experiencia previa en la navegación por el Atlántico Norte. Asimismo, nada tiene de particular que se eligiese a Bayona, el emblemático puerto al que regresara la Pinta en 1493, como el punto de partida y de llegada de la expedición. Y ello porque era uno de los puertos más importantes puertos del sur de Galicia y su población se dedicaba mayoritariamente a la pesca y al comercio marítimo. Y es que, como ya hemos afirmado, tanto el País Vasco como Galicia, y más puntualmente Cantabria, mantenían una intensa actividad pesquera de altura o de gran altura. Tanto era así que inicialmente se pensó en crear cuatro casas de la contratación: dos para regular el comercio indiano, ubicadas en Sevilla y Santo Domingo, otra ubicada en La Coruña para controlar el tráfico con la Especiería y, una última en algún puerto vasco para la navegación con Terranova. También debió influir en la elección su cercanía a la frontera portuguesa, de donde procedían la carabela, el maestre y el piloto.
El navío en cuestión era una carabela portuguesa de pequeño porte a juzgar por su corta tripulación de apenas 19 personas. Aunque no se cita el tonelaje exacto debía ser una carabela media, inferior a las 100 toneladas, pues para las que tenían este tonelaje solían llevar una tripulación de 25 hombres. Sorprende el tipo de barco y su corto tonelaje porque tanto franceses como vascos y gallegos utilizaban como bacaladeros preferentemente naos gruesas de trescientos toneles. La tripulación estaba formada por tres oficiales: capitán, maestre y piloto, nueve marineros, uno de ellos calafate, cinco grumetes y dos pajes. En total, aunque se pagaron los sueldos de diecinueve personas, cuando se inspeccionó el buque al regreso, el 17 de noviembre, solo había un paje, es decir, un total de dieciocho personas.
Toda la tripulación iba obviamente asalariada, a diferencia de lo que solían hacer los bacaladeros, en los que los beneficios se repartían en tres partes, una para los armadores, otra para el piloto y la última para la tripulación. Pero en esta jornada, dado que no había un objetivo lucrativo, los salarios y fletes los debía aportar íntegramente la Corona. Ello suponía un desembolso mensual de 65 ducados, es decir unos 24.375 maravedís. Dado que se estipuló ante notario que cobrarían sueldo desde el 18 de julio de 1541 y desembarcaron en Bayona el 17 de noviembre de ese mismo año, el salario se prolongó por cinco meses, alcanzando ese total de 325 ducados. Los dos primeros meses se les abonaron por anticipado y el resto en dos pagos al regreso, uno el 10 de febrero de 1542 y el finiquito final el 7 de noviembre de ese mismo año. Por cierto, que a última hora se produjeron algunos cambios en la tripulación. El maestre de la carabela portuguesa con el que se concertó el aposentador era un tal Juan Álvarez, vecino de Oporto, sin embargo, el maestre que hizo la travesía fue el ya citado Juan Alonso Sánchez, obviamente con las mismas condiciones que el portugués. El piloto era de la misma nacionalidad, y no llegó con la carabela a Bayona por lo que fue necesario enviar a una persona a buscarlo al reino de Portugal. Por tanto, en la expedición viajaban dos oficiales portugueses, el maestre y el piloto, aunque el capitán y el resto de la tripulación fuesen gallegos, probablemente de la misma villa de Bayona. No sorprende esta relación entre portugueses y gallegos, pues de hecho en la pesquería del bacalao está documentada la existencia de empresas mixtas que delatan una colaboración mutua.
A los gastos en salarios hubo que sumar veinte ducados mensuales -cien ducados en total- que cobraba el maestre, además de su sueldo, por el flete de su carabela, así como por todos los abastos que se adquirieron para dicha jornada. Los alimentos fueron muy concretos: vino, bizcocho, carne de vaca, tocinos de cerdo y pescado. El bizcocho lo hicieron allí mismo, comprando el trigo, moliéndolo, horneándolo y contratando a varias mujeres para que lo elaborasen. Asimismo, se compraron números enseres necesarios para la nave como barriles, pipas, remos, calderas, escudillas, jarros, leña, candados, etc. Y finalmente se pagaron 14 reales por la avería que cobraron las merindades que habían facilitado el abasto.
La fecha de la partida no se especifica en la documentación que hemos manejado. Ya hemos afirmado que estaba estipulado que la tripulación cobrase su sueldo desde el día 18 de julio y se preveía con antelación que la jornada duraría unos cinco meses. El 30 de julio aún no habían zarpado, compareciendo el capitán Ares de Sea ante Juan de Garnica para reconocer los gastos realizados en el abasto de la carabela. Dado que el barco estaba totalmente preparado y que el capitán no vuelve a aparecer en la documentación hasta el regreso debemos pensar que la carabela zarpó a primera hora del 31 de julio. La fecha de regreso sí está clara, el jueves 17 de noviembre a última hora. El propio capitán busco notario al día siguiente alegando que dicha diligencia ni la pudo hacer el día antes porque era muy tarde cuando arribó a puerto.
En relación a Norteamérica, especialmente en las latitudes más al norte, hubo países europeos que se adelantaron a España, deslumbrada ésta por el clima más benigno y el oro existentes en zonas situadas más al sur.

La expedición de Sea tuvo consecuencias prácticas porque sobrevivió al viaje y cumplió su misión de acudir a la Corte a contar todo lo que había visto y recorrido en su travesía. Como afirma Medina, existió una relación del viaje, aunque desgraciadamente no ha sido localizada hasta nuestros días. Hubiera sido fundamental contar con ella por el caudal de información que nos podría proporcionar sobre la presencia de franceses e ingleses en la misma y por los objetivos e intereses de España. Ahora bien, dado que los pilotos estaban obligados a levantar cartas náuticas de los territorios que exploraban y descubrían es muy probable que el portugués Álvaro Yáñez confeccionase una carta de los territorios recorridos. En la Real Academia de la Historia se conserva una carta náutica en pergamino sobre la desembocadura del río San Lorenzo que se fecha en torno a 1541. Fue descubierta y publicada por Cesáreo Fernández Duro, quien la fechó con posterioridad al viaje de Jacques Cartier, pero sin precisar más. Sin embargo, recientemente ha sido estudiada minuciosamente por Carmen Manso, quien ha llegado a la conclusión que debe tratarse de una copia en limpio, realizada por algún experto de la Casa de la Contratación sobre el mapa original realizado por Álvaro Yáñez. El diseño correcto del conjunto y su colorido, evidencian que no pudo hacerse sobre la marcha a bordo de la carabela sino que posiblemente se confeccionó con posterioridad en base a la carta más rústica aportada por Álvaro Yáñez.
Pero no podemos olvidar que la información no la tenemos hoy pero sí que la tuvieron las autoridades hispanas allá por 1541. Quizás no sea casualidad que desde mediados del siglo XVI se intensificase la presencia de pesqueros españoles en Terranova, la mayoría gallegos, cántabros y vascos, donde pescaban bacalaos, e incluso, ballenas. Y tan famosos se hicieron los bacalaos y abadejos de Terranova, traídos por los pescadores españoles o importados de Francia o de Inglaterra, que junto con los atunes y las sardinas, sirvieron para el abasto de las armadas y flotas del Imperio Habsburgo.
Bien es cierto que en el siglo XVII la pesca del bacalao entró en declive, documentándose por última vez en Pontevedra en 1614. Y ello debido a una gran variedad de causas, como el desabastecimiento de sal, la importación de bacalaos ingleses, o el desinterés de la administración por proteger y preservar las rutas del bacalao de Terranova. De alguna forma se preservaron las rutas de la plata americana, en detrimento de una actividad muy secundaria para la Corona, como era la de la pesquería del bacalao.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
*Este artículo es una versión sin notas de un trabajo más extenso que acabo de publicar en la Revista de Historia Naval, del Instituto de Historia Naval de Madrid.
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