
Sobre la vida de este almirante de las armadas de la Carrera de Indias apenas disponíamos de algunas referencias muy vagas e imprecisas en la historiografía local así como en algunos trabajos globales de historia naval. En este artículo arrojamos luz sobre la vida y la carrera militar de un personaje que resulta verdaderamente paradigmático de lo que era un mando de la armada en el imperio de los Habsburgo.
En la Edad Moderna, especialmente en los siglos XVI y XVII, la alta jerarquía de mando estuvo vinculada a la nobleza. Desde la Edad Media existía una creencia generalizada de que una persona de linaje estaba mucho más predispuesta a dejar su vida en defensa de su propia honra y de la Corona, afrontando bizarramente las adversidades. Bernardino de Lugo pertenecía a una familia hidalga vinculada a diversos cargos militares de Carmona. Así que desde muy joven comenzó su carrera militar como soldado o alférez, ascendiendo de manera fulgurante a capitán del Tercio de infantería de marina y sucesivamente a capitán de galeón y a almirante de la Armada de la Guarda de la Carrera.
1.-SUS ORÍGENES
Hemos podido conocer con detalle sus orígenes por pertenecer a una familia linajuda que ha dejado bastante rastro documental. Hemos estudiado con detenimiento el expediente para su ingreso en la Orden de Santiago, conservado en los repositorios del Archivo Histórico Nacional, que dio comienzo en 1618 y culminó con su concesión el 8 de febrero de 1620. En dicho procedimiento se practicaron, como era preceptivo, dos extensos interrogatorios, uno en la localidad de La Orotava, pues su abuela paterna procedía de la Laguna, en Tenerife, y otro en Carmona de donde era originaria casi la totalidad de su familia. El 25 de noviembre de 1618 se presentaron en Carmona Juan Alonso de Villavicencio, caballero santiaguista, natural y vecino de Jerez de la Frontera, y el licenciado Pedro Guerrero Durán, religioso de dicho hábito, e interrogaron nada menos que a 31 testigos de todas las condiciones sociales.
Resulta curioso del valor relativo que se le daba a la edad en esta época. De los entrevistados en 1618, un total de 17 dijeron que tenía unos 22 años, 11 que 25 años, uno que 23 y otro que 24, situando su nacimiento entre 1593 y 1596. Pues bien, ninguno acertó pues consta su partida de bautismo en la iglesia prioral de Santa María en 1590, hijo legítimo de don Pedro de Lugo y Navarro y de Inés Melgarejo Méndez de Sotomayor, ambos naturales de Carmona y vecinos en la collación de Santa María. Su progenitor era alcalde mayor perpetuo de la villa, hijo a su vez de Pedro Núñez Navarro, natural de Carmona, y de doña Elvira de Lugo, natural de La Laguna, en la isla de Tenerife. La alcaldía mayor de la villa era desde el siglo XV más honorífica que efectiva pero les daba a sus titulares el derecho a percibir un salario y, lo más importante, a participar en los cabildos con voz y voto.
Su madre Inés Melgarejo Méndez de Sotomayor era hija de Juan Páez Cansino y de María de Mendoza y pertenecía asimismo a la aristocracia local. No obstante, en la información para su ingreso en la orden santiaguista se puso especial atención en dos de los apellidos maternos, los Cansino y los Sotomayor, porque en Sevilla había personas de estos linajes vinculadas al mundo converso. Sin embargo, todos los testigos fueron unánimes al decir que los Cansino de Carmona no tenían vínculos con los de la capital hispalense y era un apellido muy noble de la localidad. Y no les faltaba razón pues está familia descendía de Pedro Hernández Cansino, uno de los caballeros que llegaron a la villa en la reconquista por parte de Fernando III el Santo.
En cuanto a los Sotomayor también aclararon que no tenían parentesco con los de Sevilla, más allá de un Juan Gutiérrez de Sotomayor, que era veinticuatro y que además simultaneaba los cargos de alguacil mayor y de alcalde mayor perpetuo de la entonces villa de Carmona. Algunos miembros de la familia también habían sido alcaides de los alcázares de la localidad, aunque antes de la concesión de la alcaidía perpetua a don Fadrique Enríquez de Ribera. Por todo ello, no tiene nada de particular que varios de los declarantes manifestara que era uno de los mejores apellidos de la villa. Por cierto, llama la atención que no formulasen ni una sola pregunta sobre el primer apellido de su madre, Melgarejo, que tenía bastante menos enjundia que los Lugo, los Cansino y los Méndez de Sotomayor.
2.-DE CAPITÁN DE INFANTERÍA A ALMIRANTE
Por su ascendencia nobiliaria y por la tradición castrense de su familia, los vástagos del capitán Pedro de Lugo se vieron casi predestinados a hacer carrera militar. Bernardino se decantaría, como veremos, por servir en las armadas de Indias, mientras que su hermano Pedro de Lugo, nacido un año antes, es decir, en 1589, lo hizo en tierra, llegando a desempeñar durante varios años el cargo de gobernador de Paraguay. La tragedia se cebó con ambos hermanos pues los dos murieron en el océano, uno en 1626 y otro en 1642.
No tenemos noticias sobre sus primeros años pero suponemos que haría lo que otros jóvenes de su estatus social, aprendiendo primeras letras y ejercitándose en el arte de la guerra. En este sentido, Alonso Gutiérrez Castroverde declaró en el interrogatorio para su ingreso en la Orden de Santiago que vio al solicitante estar en posesión de caballos y andar con ellos. Dado que para ser nombrado capitán del Tercio de Infantería por el Consejo de Guerra se requería haber servido diez años como soldado o tres como alférez, resulta obvio que había hecho carrera militar desde muy joven. Además para acceder a la capitanía se solía requerir una edad en torno a los 30 años y preferentemente ser soltero, para dar ejemplo a sus hombres, requisitos ambos que cumplía el carmonense. Desde 1616 figura como capitán de infantería en la Armada de la Guarda de la Carrera, acompañando a los Galeones de Tierra Firme o a los Galeones de la Plata.
Como es bien sabido, todos los buques que hacían la Carrera de Indias debían estar adecuadamente armados, aunque fuesen mercantes, mientras que los de escolta debían llevar además tropas de infantería bien equipadas con ballestas, arcabuces y picas. Como capitán de uno de los Tercios de Infantería de los galeones de la Armada sirvió durante los años comprendidos entre 1616 y 1619, estando a cargo de una de las dos compañías de soldados embarcadas.
Desde 1620 ascendió en el escalafón, siendo nombrado almirante de la Armada de los Galeones de Tierra Firme. Los altos mandos navales, especialmente los generales y los almirantes, pero también los capitanes, eran cuidadosamente seleccionados por la Corona. La mayor parte de ellos eran como mínimo miembros de la baja nobleza o disponían de un hábito de alguna Orden Militar. No hacía falta que tuviese conocimientos náuticos o experiencia naval, lo realmente importante es que fuesen personas de calidad, lo que garantizaba, como ya dijimos, que se dejarían la vida en el cumplimiento de sus obligaciones. Era muy frecuente que los capitanes del arma de infantería accedieran a los altos mandos de las armadas, pese a las protestas de los marinos. Por ejemplo, Fernando de Sosa Suárez pasó por todos los cargos militares: soldado, sargento, alférez, capitán del mar y finalmente capitán general de diversas flotas y armadas. El propio Tomás de Larraspuru, que viajó varias veces como general de la armada en la que sirvió el carmonense, empezó su carrera como soldado en el milanesado, pasando a ser cabo y sargento en la armada del Mar Océano y, desde 1608, almirante de la Flota de Nueva España.
Lo cierto es que en una carta de obligación, firmada por el propio Bernardino de Lugo en Sanlúcar de Barrameda el 29 de marzo de 1620, declaró ser caballero del hábito de Santiago y almirante de la flota que se aprestaba para viajar a la provincia de Tierra Firme. Debió ser en ese año cuando consiguió su patente de capitán de mar y guerra, lo que suponía algo así como la titularidad de uno de los galeones, rango que ostentó hasta su muerte en el océano en 1626. En 1622 iba al mano de una compañía de mar y guerra en el galeón Santa Margarita cuando éste naufragó en los cayos de Matacumbe. Se encontró entre los supervivientes, agarrado a un madero y continuó su trayectoria como marino hasta su muerte en un nuevo naufragio, cuatro años después. Al parecer, la asignación de galeones se hacía en función a la antigüedad de la patente de manera que a los más jóvenes se les asignaba la almiranta o la capitana que en principio disponía de menos capacidad para cargar mercancías propias y estaba bajo la supervisión directa del general de la escuadra. No obstante, el contrabando alcanzó tales dimensiones en el siglo XVII que también la capitana y la almiranta se sobrecargaban sin ningún pudor, haciendo muy difícil su defensa en caso de un ataque enemigo y yéndose a pique ante cualquier contratiempo climatológico. Curiosamente, en 1643 se decía de la capitana del general Francisco Díaz Pimienta que iba tan metida en el agua que parecía más una urca –un carguero en términos actuales- que un galeón. Lo cierto es que al carmonense le asignaron la almiranta que como ya hemos dicho era menos apetecible desde un punto de vista lucrativo. Pero aunque su capacidad para cargar mercancías propias fuese menor, le daba una preeminencia de mando pues era el segundo de abordo después del general.
Sirvió en la década comprendida entre 1616 y 1626 a las órdenes del general marqués de Cadereyta, salvo en 1624 y 1626 en que el generalato lo ocupó el guipuzcoano Tomás de Larraspuru. De sus hechos de armas, el lance más conocido es un enfrentamiento ocurrido en 1624 con corsarios ingleses. Estando la Armada de Galeones de Tierra Firme en el puerto de Cartagena de Indias, el general Tomás de Larraspuru le encargó que fuese con cuatro galeones y un patache al entorno de la isla de Jamaica donde una pequeña escuadra inglesa estaba robando y causando muchos estragos. El 8 de junio zarpó de Cartagena, avistando días después a la pequeña escuadra anglosajona. Según el testimonio del propio Bernardino de Mendoza eran siete velas enemigas que abandonaron precipitadamente la costa de Jamaica, donde habían saqueado diversas haciendas. En su huida abandonaron un batel español que habían robado previamente y que fue recuperado por la escuadra española. El propio Bernardino de Lugo escribió una carta al rey el 16 de julio de 1624 narrándole el feliz suceso La misiva la escribió en alta mar, cerca del puerto de La Habana, paradójicamente el lugar exacto donde justo dos años después naufragaría su galeón, perdiéndolo todo, incluso su propia vida.
El 30 de noviembre de 1625 las Armadas de Indias, custodiadas por los galeones de la Guarda de la Carrera arribaron al puerto de Cádiz en medio de la algarabía y el regocijo de toda la ciudad. Era la última vez que el carmonense regresaba con vida a España, retornando a su casa de Sanlúcar de Barrameda hasta su embarque en 1626 en una travesía ultramarina de la que nunca regresaría.
3.-LA TRAGEDIA
En 1626 cuando venía en la armada de regreso a España, bajo las órdenes del general Tomás de Larraspuru, se produjo un enorme temporal que echó a la almiranta y a otros buques a pique. En el océano había fuerzas que escapaban al control humano, especialmente una tormenta, un huracán, una inesperada epidemia o simplemente un rayo. Unas circunstancias que unos atribuían a algún tipo de castigo divino y otros a una suerte de maleficios. De hecho, existía la idea generalizada de que el mero hecho de explorar nuevas tierras allende los mares era fruto de una ambición no siempre bien vista a los ojos de Dios. Cuando la tormenta azotaba en toda su intensidad, si estaban cerca de la costa el viento los empujaba a bajíos o roquedos y si, por el contrario, se encontraban en altamar, no había mástil que no se partiese o casco que no se abriese en canal. En esas condiciones ni el piloto más experimentado podía hacer gran cosa para evitar el desastre. Un cronista como Tomás López Medel escribió, hacia 1570, que cuando se desataba un huracán no había, ni en puerto ni mar adentro, navío que no se haga pedazos.

Y eso ocurrió con el desdichado de Bernardino de Lugo que le sorprendió una tormenta entre La Habana y los cayos de La Florida que hundió parte de la escuadra entre ellas la almiranta de la Flota de Nueva España, que el comandaba. La zona era bien conocida por los marinos por las frecuentes tormentas, donde otros navíos también habían naufragado. Sin ir muy lejos, el galeón Espíritu Santo, tres años antes, es decir, en 1623, se hundió en la misma zona, pereciendo 250 de los 300 tripulantes que viajaban a bordo. Al parecer, el carmonense se agarró a una tabla y pudo ser rescatado pero murió poco después de fatiga por el sobresfuerzo realizado. Tras una investigación con los supervivientes el marqués de Cadereyta ordenó la búsqueda de los restos de los galeones hundidos.
La muerte en una tempestad era un final demasiado común y poco honroso. Las zozobras eran tan frecuentes que ni siquiera era noticia que un navío se hundiera con toda su tripulación. Según Pablo Emilio Pérez-Mallaína, que se ahogasen unos cuantos marineros no tenía morbo suficiente como para ser noticia o como para que se recogiese en los anales de la historia. De hecho a finales de ese mismo año, una escuadra que regresaba a España desde el Mar del Norte sufrió una tormenta y se hundieron varios buques pereciendo más de medio millar de personas. Y en enero de 1627 ocurrió un nuevo desastre en el que una tormenta en golfo de Vizcaya echó a piqué una escuadra completa formada por siete buques, ahogándose en torno a 2.000 personas.
Tan deshonrosa era la muerte en un temporal que el padre Arellano, un erudito local que se afanaba en loar las glorias de Carmona, fabuló un final más digno para el carmonense. Según su infundado testimonio sobrevivió al hundimiento –que el sitúa erróneamente en 1622- y siguió combatiendo a los infieles ganando triunfo y gloria. Desgraciadamente no fue así, la documentación no deja lugar a dudas. Bernardino de Lugo murió con tan solo 36 años, frustrando todas sus esperanzas vitales. Con total seguridad, si no hubiese fallecido prematuramente habría alcanzado el generalato de las Armadas de Indias, lo mismo de alguna de las Flotas de Indias que de la Armada de la Carrera o de la del Océano. Con su galeón también fueron cercenadas todas sus expectativas de ascenso social, muriendo en la ruina y sin descendencia. Allí en el Mar Caribe, cerca de La Habana, yacen para siempre sus restos mortales. Como escribiera el gran cesáreo Fernández Duro, un triste destino para una persona respetada tantas veces por las balas. Un fiel servidor de la Corona que, como tantos otros, tuvo un destino aciago.
PARA SABER MÁS:
MIRA CABALLOS, Esteban: “Bernardino de Lugo (1590-1626): La tragedia de un almirante-empresario de la Carrera de Indias”, Revista de Historia Naval N. 149, Madrid, 2020, pp. 31-46.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Sobrevivió al naufragio de septiembre de 1622, a bordo del galeon » Santa Margarita», en los Cayos de Florida por un huracán.Sobrevivio aferrado a un pedazo de madera hasta que fue rescatado del agua con otros supervivientes. Tras escuchar su testimonio, y de otros naufragos ,Lope Diaz de Armendariz, Marques de Cadereyta , ordenó la búsqueda de los galeones naufragados. Creo que Cesareo Fernandez Duro da alguna noticia sobre el.