El Interrogatorio de los Jerónimos que ahora pretendemos analizar ha sido en varias ocasiones transcrito y muchas más veces citado, sin embargo, pensamos que, en cambio, no ha sido suficientemente analizado por los historiadores. Además, los dos investigadores que más líneas le han dedicado, como son Lewis Hanke y Giménez Fernández, lo han hecho siempre desde perspectivas parciales (Hanke, 1049: 130138; Giménez, 1953: I, 308-309).
Hacia 1516 la dinámica colonizadora en las Antillas se encontraba en una profunda crisis aunque, en realidad, ésta arrancaba de la última etapa del gobierno de frey Nicolás de
Ovando, es decir, de fines de la primera década del siglo XVI. Sin embargo para mediados del segundo decenio las cosas se habían tornado realmente insostenibles pues ya no se producía oro como antes, los colonos se quejaban insistentemente de la escasez de indios de encomienda para mantener sus haciendas debido a su altísima mortalidad.
En medio de estas circunstancias caóticas los memoriales que llegaban a la Península eran harto contradictorios. Por ese motivo, el Cardenal Jiménez de Cisneros, entonces regente de España, decidió enviar a unos gobernadores Jerónimos, cuya misión primordial, según las instrucciones del 13 de septiembre de 1516, sería la de informarse de lo que ocurría al otro lado del Océano (CODOIN, Serie 2ª: XI, 258-276; Morales, 1979: 355-365).
Así, en una carta de Bernardino de Manzanedo a Su Majestad, fechada en 1517, reconocía que ellos fueron a las Indias por la diversidad de informaciones que hacían los que de ellas venían… para que informasen de la verdad de lo que allí pasaba, e hiciesen lo que les pareciese que convenía al bien y pro de los dichos indios y tierra… (Ortiz, 1961: 379-481)
Estaba claro que la principal misión de los Jerónimos no fue otra que la de enterarse con detalle de los problemas que aquejaban la isla para así poder informar a las autoridades peninsulares de las medidas que se debían adoptar para remediar tal situación. Sin embargo, en las Instrucciones otorgadas a los Jerónimos no se les especificó -ni tan siquiera se les sugirió- el sistema de indagación que debían utilizar para conocer la realidad de la isla. No obstante a los pocos meses de llegar los tres frailes reformadores, una vez establecidos en Santo Domingo y tranquilizada la población, que había estado al borde de la insurrección, procedieron a poner en práctica el conocido interrogatorio, ahora objeto de nuestro estudio.
La utilización de preguntas como forma de indagación no era desde luego nueva ya que se había venido utilizando, desde hacía décadas, en los juicios de residencia, en los cuales había una primera parte que era la pesquisa secreta en la cual se le formulaban a unos testigos una serie de preguntas (Vid. Mariluz, 1952). Sin embargo, la innovación radicó en utilizar este procedimiento, propio de estos juicios, separadamente, como forma de indagación en un problema concreto. Desde entonces, el gobierno colonial español utilizó frecuentemente este sistema como medio de indagación en aquellos asuntos que pareció aconsejable (Hanke, 1946: 44-45).
Entrando en el contenido del Interrogatorio debemos decir que tradicionalmente se ha venido afirmando, sobre todo por parte de los lascasistas, que éste estuvo totalmente amañado por los Jerónimos y que las preguntas predisponían a una respuesta determinada (Giménez, 1953: I, 308-309). En este sentido Giménez Fernández afirmó que los Jerónimos claudicaron al encaminar las preguntas de su interrogatorio a demostrar la imposibilidad de aplicar cualquier otra solución que no fuera el mantenimiento de la abusiva y odiosas situación ya existente contra todo derecho natural y con vulneración del positivo (Ibídem: 310).
No obstante, no estamos totalmente de acuerdo con esta visión superficial y parcial de la realidad. Pensamos que los Jerónimos llevaron a cabo el interrogatorio de forma limpia, con el único fin de averiguar toda la verdad. Lo que ocurre es que toda la labor de los Jerónimos, en su conjunto, fue descalificada en primera instancia por los dominicos, que rechazaron cualquier idea que no supusiese la liberación total del aborigen, y, en general, por la élite encomendera que no querían ver mermada su posición de privilegio.
Como demostraremos a continuación los tres frailes jerónimos, que apenas habían oído hablar del Nuevo Mundo en el retiro de sus celdas, llevaron a cabo el Interrogatorio con toda la imparcialidad que en el momento se podía conseguir. Si bien es cierto que los testigos fueron seleccionados, no es menos cierto que la elección no se hizo al azar sino teniendo en cuenta que todos los grupos políticos e ideologías estuviesen representados entre los encuestados. Así, los franciscanos estuvieron encarnados en la figura de fray Pedro Mexía, los dominicos en fray Bernardo de Santo Domingo, y entre los doce restantes testigos hubo tanto partidarios del bando «oficial» como del «colombinista».
Igualmente, se intentó que todos los interrogados fuesen antiguos pobladores porque solo de esa forma se les supondría un conocimiento de la realidad isleña. En este sentido, podemos afirmar que el testigo menos veterano que participó en el Interrogatorio se llamaba Juan de Ampiés y llevaba en la isla unos cinco años y medio, siendo la media de edad de los entrevistados nada menos que de catorce años. Es evidente, que con estas cifras podemos decir que el muestreo fue significativo.
Con respecto a las preguntas, no podemos entender de ninguna forma por qué algunos autores han hablado de amañamiento, cuando iban directamente al fondo de la problemática. Las dos primeras interpelaciones iban encaminadas a averiguar aspectos de interés relacionado con la vida de los encuestados, mientras que en las cinco restantes se planteaban tres cuestiones básicas, a saber: en primer lugar, si los indios eran capaces de vivir en libertad como agricultores castellanos, en segundo lugar, si se debían encomendar y a que personas, y en tercer, y último lugar, si sería más conveniente llevarlos cerca de los españoles o dejarlos en sus asientos.
En definitiva, estamos ante una fuente de información importantísima, de una gran fiabilidad y que encierra una gran riqueza etnográfica para entender la historia social de Hispanoamérica en las primeras décadas de la colonización.
1.- CUATRO VISIONES GLOBALES DEL ABORIGEN
Los encuestados los hemos podido distribuir, sin grandes dificultades, en cuatro grupos que representan ideologías e intereses bien distintos. No cabe duda de que cada cual defendía unas conveniencias individuales o de grupo que se catalizaban a través de lo que algunos sociólogos han llamado la falsa conciencia, es decir, un simple y puro falseamiento consciente de la realidad, por parte de unos funcionarios que saben muy bien donde están sus intereses y cuales son las medidas a adoptar para defenderlos (Capel, 1989: 90). Así, pues, en el Interrogatorio aparecen multitud de justificaciones que pretenden legitimar el orden social establecido, argumentando con gran énfasis la holgazanería, la mentira o la incapacidad de estos naturales. Ideas que constituyeron la auténtica piedra de toque sobre la que se sustentaron todas las formas de compulsión al trabajo de los indígenas. En realidad, esta desgana que mostraban los indios por el trabajo era cierta pero no se debía tanto a una holgazanería nata o a una supuesta incapacidad como a una crisis de inconformidad y contradicción de sufrimiento y desgarro por parte del indio que los españoles no quisieron entender (Ortiz, 1935: 51). Estas justificaciones se utilizan siempre por la etnia dominante para mantener bajo control al resto de la población, pues, no debemos olvidar que los negros fueron acusados igualmente de ladrones, holgazanes, etc.
De manera que, por un lado, los encomenderos intentaban justificar el orden social existente para lucrarse de la mano de obra india, mientras que los religiosos pretendían, igualmente, ganar un amplio número de nuevos cristianos con los que engrandecer sus respectivas Ordenes.
En primer lugar, vamos a comentar las respuestas dadas por fray Pedro Mexía, representante de la Orden Franciscana. Los miembros de esta Orden regular fueron acusados, desde un primer momento, por los dominicos, de colaboracionismo estrecho con el poder civil ya que concebían la cristianización del aborigen dentro del sistema de los repartimientos y las encomiendas. Sin embargo, creemos que en defensa de los franciscanos debemos señalar su gran empeño, en estos primeros años, en la educación del indígena mientras los dominicos permanecían aferrados a discusiones teóricas con los representantes del poder civil que no condujeron, en principio, a ninguna parte. Precisamente, una de las críticas que Motolinía hizo a los dominicos en general y al Padre las Casas en particular fue que se dedicó a litigar pero ni tuvo sosiego en esta Nueva España ni deprendió lengua de indios ni se humilló ni aplicó a les enseñar (Motolinía, 1990: 220).
El franciscano Fray Pedro Mexía se mostró un tanto ecléctico en sus respuestas, a medio camino entre la postura dominica y la oficial. En primer lugar, afirmó que algunos tienen razón para vivir en libertad, pues, sabían granjear y comprar y entender en sus conucos. Con respecto a la encomienda, muy en consonancia con las ideas defendidas hasta entonces por la Orden Franciscana, la justificó, aunque reconoció que de seguir encomendados como al presente están no habrá de veinte mil, dos mil personas en veinte años (Parecer de fray Pedro Mexía. Interrogatorio, ff. 37-37v.). Por desgracia, fray Pedro Mexía no precisó que otro tipo de encomienda alternativa podía establecerse que no fuese tan perniciosa para el indio. Por lo demás, poco aportaron los comentarios del franciscano ya que en todo momento se mostró distante, muy vago en sus afirmaciones y deseoso de acabar.
En segundo lugar, vamos a comentar las respuestas de fray Bernardo de Santo Domingo, portavoz de la Orden Dominica. Este se mostró fiel a la trayectoria de su Regla desde el famoso Sermón de Montesinos de 1511, manifestando su negativa a todos aquellos sistemas que implicasen una sujeción del aborigen al español. El propio padre Las Casas hizo hincapié en varias ocasiones en la necesidad que había de ponerlos en libertad, sacándolos del poder de los españoles, porque ningún remedio podía ponérseles para que dejaran de perecer quedando en poder de ellos, y así fenecían y extirpaban los repartimientos que llamaban encomiendas, como pestilencia mortal que a aquellas gentes consumía… (Las Casas, 1951: III, 113). Así, pues, fray Bernardo de Santo Domingo volvió a confirmar la oposición rotunda de los miembros de la Orden de Santo Domingo contra la encomienda afirmando, como era de esperar, que los indios tenían capacidad para vivir en libertad, y reivindicando la creación de pueblos donde pudiesen vivir éstos en libertad. En relación a esta idea precisó que estos asentamientos deberían estar prácticamente aislados del español teniendo acceso a ellos tan sólo unos cuantos vecinos, casados y virtuosos, y algunos religiosos. Lógicamente, estos sacerdotes que velarían por los aborígenes deberían ser de la Orden de Santo Domingo evidenciándose una intención velada de engrandecer su propia Regla. Estos españoles, seglares y laicos, se encargarían de enseñar a los aborígenes la lengua española, la religión y, muy concretamente, a contar moneda, tributando, en contrapartida, los indígenas dos pesos de oro por cada pareja adulta (Parecer de fray Bernardo de Santo Domingo. Interrogatorio, fols. 50r-52r). Parece evidente que fray Bernardo de Santo Domingo, estaba ya defendiendo un sistema de pueblos en libertad que los dominicos poco después pondrían en práctica en una extensa franja de la costa de Paria.
En tercer lugar, vamos a agrupar a cuatro colonos que por sus declaraciones mostraron unos intereses comunes y una evidente vinculación al partido colombinista, a saber: Gómez de Ocampo, Jerónimo de Agüero, Pedro Romero y Marcos de Aguilar. Todos ellos fueron unánimes al señalar la institución de la encomienda como el único sistema posible para cristianizar a los indios. Sin embargo, su rivalidad con el grupo de los oficiales que poseían un mayor número de encomiendas y de indios les llevó a solicitar una modificación en su trato y sobre todo en su reparto. Los colombinistas intentaron mostrar siempre la idea de que ellos trataban mejor a los aborígenes que el grupo de los oficiales de los que afirmaron que los explotaban intensivamente con vistas a conseguir el mayor rendimiento en el menor tiempo posible. Igualmente, declararon la posibilidad que tenían algunos indios para vivir en libertad, excepto el testigo Jerónimo de Agüero, que pese a reconocer que había algunos indígenas con más entendimiento que otros, ninguno diferencia el valor de las cosas y cerca de esto yo no he visto en Castilla ni en otra parte labrador tan simple que no haga ventaja al que de éstas sabe más (Parecer de Jerónimo de Agüero. Interrogatorio, fols. 11r-14r).
En cuarto y último lugar, vamos a agrupar a un amplio número de declarantes que tienen en común el pertenecer al llamado grupo oficial y que estaba representado por: Antón de Villasante, Mosquera, Alvarado, el Licenciado Serrano, Miguel de Pasamonte, Andrés de Montamarta Juan de Ampies y Lucas Vázquez de Ayllón. Sin lugar a dudas, se trata del partido más fuerte de la Española, pues había sido utilizado por Fernando V para asentar el poder Real frente a los intereses colombinos. Todos ellos afirmaron que los indios eran incapaces totalmente para vivir en libertad, y que debían permanecer encomendados sin cambio alguno. Por supuesto, defendieron un status quo de una situación que les era claramente favorable de ahí su unanimidad a la hora de apoyar el sistema de la encomienda.
En cambio, mostraron algunas divergencias cuando se les preguntó sobre traerlos cerca de los españoles o dejarlos en sus asientos, pues mientras para Villasante, Serrano, Ampiés, Pasamonte y Montamarta era algo beneficioso, -tanto para los españoles como para los indios-, para Mosquera y Vázquez de Ayllón era, contrariamente, muy perjudicial.
2.-LA VIDA EN LIBERTAD
Una de las cuestiones más interesantes que se planteó en el Interrogatorio fue la posibilidad de que los aborígenes pudiesen vivir en pueblos libres sin necesidad de tutela por parte de los españoles. Sin embargo, conviene matizar que lo que los españoles se plantearon desde el primer momento, y, muy especialmente, en este interrogatorio de 1517, no fue su aptitud para vivir en libertad sino, más bien, su capacidad para sustentarse y comportarse como lo hacían los labradores de Castilla. Así, pues, nadie se planteaba la posibilidad de que fuesen capaces de vivir en libertad, ya que era evidente que lo habían hecho durante siglos, en cambio, lo que sí se cuestionaba era si podían vivir libremente adaptados al nuevo sistema impuesto por la cultura y la política del vencedor.
Las respuestas en este sentido fueron unánimes ya que de los catorce encuestados diez coincidieron en afirmar rotundamente que no eran capaces de vivir en libertad. De los cuatro restantes, tres aseguraron que en general no eran capaces pero que alguno sí habría con más intelecto que los demás y que fuese capaz de valerse por si mismo. Y finalmente, el dominico fray Bernardo de Santo Domingo, muy en consonancia con las ideas de su comunidad, señaló la total capacidad de todos ellos. Algunos de los encuestados hicieron referencia a un experimento realizado por el Comendador Mayor de Alcántara frey Nicolás de Ovando, en los últimos años de su gobierno y que consideramos que ha pasado casi inadvertido hasta la actualidad.
Conocidas son las acusaciones que se han vertido sobre el Comendador Mayor referentes a la excesiva crueldad con que trató a los naturales. De forma que se le achacan las matanzas despiadadas de Xaragua e Higüey y, en definitiva, de haber llevado a cabo un auténtico etnocidio de los tainos de La Española. Sin dejar de ser ciertas estas imputaciones debemos decir que no se han valorado otros detalles que muestran otra actitud de Ovando hacia estos aborígenes. En este sentido, debemos recordar el impulso que este gobernador dio a los matrimonios mixtos, entre españoles e indios, con la intención de conseguir una más pronta conversión del aborigen (Nouel, 1979: 24), así como su enfrentamiento a los designios de la Corona al no consentir que ningún cortesano tuviese indios en encomienda (Rodríguez, 1971: 151-152).
En este marco analizaremos esta experiencia con los naturales que fue realmente pionera, pues, en los años sucesivos, se realizaron otros muchos planes de similares características no solo en La Española sino en otras islas antillanas e incluso en el continente. De forma que bajo su supervisión directa, comenzó el experimento, utilizando para tal fin a los indios «más ladinos y hábiles» que pudo encontrar en la isla (Interrogatorio, fol. 5v.), a los que entregó indios de repartimientos para su servicio personal. Gracias a las declaraciones de los testigos en el Interrogatorio conocemos los nombres de estos indígenas que participaron en la experiencia ovandina, a saber: en la Vega, el cacique Masupa Otex, que tuvo su asiento en lo mejor de la mina del Cibao(Interrogatorio, fol. 17v.), en Santiago, un tal cacique Doctor (Interrogatorio, fol. 29v.), en el Bonao, el cacique don Francisco -educado por los franciscanos en el monasterio de Concepción de la Vega-, y, finalmente, en la propia capital de la isla, los indios Diego Colón y Alonso de Cáceres. Estos dos últimos eran los más castellanizados ya que habían vivido largos años junto a los españoles. El indio Alonso de Cáceres era un naboría de servicio de un criado de Ovando, llamado del mismo modo, mientras que del indio Diego Colón sabemos que fue traído por Cristóbal Colón en su primer viaje a Castilla, junto a otros diez aborígenes, siendo el único que consiguió sobrevivir y volver a las Indias unos años después. De Diego Colón dijo el padre Las Casas: era a lo que yo creo, un Diego Colón, de los que el viaje primero había tomado en la isla de Guanahaní y lo había llevado a Castilla y vuelto, el cual después vivió en esta isla muchos años conversando con nosotros… (Las Casas, 1951: I, 384).
No sabemos el tiempo exacto que estuvieron estos indios en libertad aunque, según Mosquera, las encomiendas que le fueron asignadas a cada uno de estos privilegiados indios las tuvieron durante seis años y que Albuquerque se la quitó a Diego Colón, pues Alonso de Cáceres era ya, por entonces, difunto (Interrogatorio, fol. 5v.). Si esta afirmación es cierta, Ovando debió llevar a cabo el experimento hacia 1508, poco antes de su vuelta a la Península.
La experiencia acabó en el fracaso a juzgar por las afirmaciones unánimes de todos los encuestados. Los indios puestos en libertad se dedicaron a hacer sus «cohobas», areytos y a otras «holgazanerías», descuidando sus haciendas y granjerías. El problema que subyacía tras esta realidad la apuntó con gran claridad el licenciado Serrano al afirmar lo siguiente:
Lo que de la condición de los dichos indios se alcanzó es que no son codiciosos de honra ni de riquezas y como estas dos cosas principalmente mueven a los hombres a trabajar y adquirir… cesará todo lo que para ella (la vida) es necesario… (Interrogatorio f 18).
Parece evidente que el experimento ovandino acabó en el fracaso porque hubo conceptos básicos, de la mentalidad castellana de la época, que ni los indios más ladinos consiguieron asimilar. Otro de los entrevistados matizó esta afirmación efectuada por el licenciado Serrano al afirmar que el gran problema de los indios era que no tenían visión de futuro ni concepto de la acumulación. Dado el interés del texto lo extractamos a continuación:
Son muy descuidados y no tienen pendencia para proveer las cosas y necesidades futuras ni guardar de un tiempo para otro mayormente en las cosas de comer, que si mucha carne y pescado y cosas semejantes tienen, de día y de noche comen hasta que lo acaban sin acordarse que los días siguientes no tienen de qué comer (Interrogatorio, fol. 17v.).
Precisamente, este argumento fue muy utilizado en los años sucesivos para justificar la incapacidad del indio para vivir al margen de la encomienda, pues, según decían los españoles, el aborigen no poseía concepto de la acumulación, ni de la codicia, ni del valor de las cosas y en Castilla no existe labrador por simple que sea que no distinga esto. (Declaración de Jerónimo de Agüero. Interrogatorio, fol. 11v.). La otra causa alegada para justificar la incapacidad del aborigen es que como aborrecen la conversación con los cristianos huirían a los montes y se perdería todo (Parecer del licenciado Serrano. Interrogatorio, fol. 17). Aunque la mayoría manifestó, como ya hemos afirmado, la incapacidad de los naturales para vivir por sí mismos, hubo algunos encuestados que, sin desmentir lo anterior, señalaron la existencia en los indígenas de algunos síntomas propios de personas totalmente racionales. A este respecto, Gonzalo de Ocampo, afirmó que los indios poseían alguna manera de razón ya que antes de que viniesen los españoles hacían sus bohíos o casas y vestían con ciertas prendas de algodón (Interrogatorio, fol. 7v.). Por otro lado, fray Pedro Mexía, Romero y Marcos de Aguilar opinaron que algunos eran más agudos que otros y que con el discurso de los años y con tiempo aprenderían a vivir por si mismos sin necesidad de tutela. Tan sólo fray Bernardo de Santo Domingo afirmó, como era de esperar, que sí podrían ser libres ya que de esta forma habían vivido hasta la llegada de los españoles.
Realmente la Conquista desmembró todo el sistema político y socio‑económico del mundo indígena hasta el punto de que efectivamente, en 1517, los aborígenes no eran capaces de subsistir en libertad como lo demuestra el hecho del elevado número que murió de hambre o de enfermedad tanto junto a los españoles como alzados en los montes. Era evidente, que no se podía dar marcha atrás, es decir, que las cosas nunca volverían a ser como antes de la Conquista y que el indio no estaba preparado para adaptarse al sistema precapitalista impuesto por la cultura vencedora.
3.- LA VISION DE LA ENCOMIENDA EN 1517
En relación a esta polémica institución el interrogatorio jeronimiano aporta multitud de informaciones dignas de comentario. La encomienda, que empezó siendo en la época de Cristóbal Colón un aprovechamiento colectivo, con raras concesiones individuales, se convirtió en breve tiempo en un sistema de compulsión del aborigen al servicio personal (Pérez, 1955: 208). Pese al carácter pernicioso que desde un primer momento supuso para la etnia indígena, todos los interrogados, excepto el dominico fray Bernardo de Santo Domingo, se mostraron de acuerdo en su idea de mantener el sistema de encomiendas. Es evidente, como ya hemos apuntado, que con esta afirmación no pretendían otra cosa que defender sus propios intereses, pues, el indígena todavía en esas fechas era la principal riqueza de aquella tierra. No en vano el padre Las Casas, en relación a este punto afirmó -refiriéndose a la situación del indio en 1505- lo siguiente: Los indios de esta isla Española eran y son la riqueza de ella, porque ellos son los que cavan y labran el pan y otras vituallas a los cristianos, y sacan el oro de las minas, y hacen todos los otros oficios y obras de hombres y bestias de acarreo (Las Casas, 1951: III, Cap. CV).
Las opiniones fueron, en cambio, muy dispares cuando se les interrogó si sería beneficioso traer a los indios de encomienda a pueblos cercanos a los asentamientos de los españoles. En relación a las ventajas, los encuestados señalaron que siendo concentrados junto a los españoles serían los indios mejor industriados en la Fe Católica, mejor visitados, y, así mismo, se evitarían mucho mejor las posibles huídas. Pero sobre todo se reconoció, por todos los entrevistados, que el aspecto más positivo que reportaría su traslado sería que dejarían de morir en el trayecto desde sus asientos hasta las haciendas de los españoles o las minas cada vez que debían cumplir con su demora porque el camino es largo y pocos son los mantenimientos.
En cuanto a los inconvenientes del traslado se mencionó el hecho de que ellos mismos no se querrían mudar de sus naturalezas y que al obligarlos se suicidarían, como habían hecho otras veces por cosas de menos importancia (Interrogatorio, f. 7).
Igualmente, los testigos advirtieron que peligraría la vida de estos aborígenes si al llegar a sus nuevos asentamientos no hubiese mantenimientos, con lo cual, en caso de llevarse a efecto, habría que planificar con antelación el abastecimiento inicial. Y finalmente, declararon que si se llegaban a poner juntos a todos los indios habría desavenencias y discordias entre ellos, como declaró el testigo Lucas Vázquez de Ayllón. Dado el interés de la respuesta de este último la transcribimos parcialmente a continuación:
Que si muchos caciques se reducen a vivir juntos en una comarca o pueblo no se llevarían bien los unos con los otros y siempre entre ellos habría competencias y discordias como entre los que de ellos eran vecinos las solía haber sobre mujeres y sobre sus pesquerías y los indios de los unos caciques se pasarían a los otros y haber muchos principales juntos sería ocasión a que no cesasen sus envidias y hurtos y otras revueltas que hoy cesan por estar apartados los unos de los otros… (Giménez, 1953:I, 573).
Realmente, Vázquez de Ayllón apuntó en estas líneas uno de los grandes errores que cometieron los españoles en el Siglo XVI, al intentar reducirlos sin tener en cuenta las jerarquías internas ni las distintas etnias, familias, linajes y comunidades (Interrogatorio, f. 29). Las declaraciones de estos testigos fueron tenidas muy en cuenta por los padres Jerónimos cuando, poco después, comenzaron a levantar los pueblos indios en libertad. De manera que sabemos que los tres cenobitas se preocuparon tanto de enviar a los pueblos con suficiente antelación a varios caciques muy «ladinos» para que convenciesen a los demás de las ventajas del traslado, como de sembrar varios meses antes suficientes montones de yuca como para cubrir la alimentación de los indígenas por unos meses. (AGI, Patronato 173, N. 2, R. 2). De esta forma quedaron subsanados dos de los más importantes inconvenientes que algunos testigos señalaron en el Interrogatorio.
Pero existe un segundo bloque de información sobre las encomiendas ya que se reconocen, muchas veces de manera tácita, la mayoría de los grandes abusos en que incurrieron los españoles y donde se percibe un total incumplimiento de la legislación vigente. La mayoría de los excesos cometidos por los encomenderos ya habían sido regulados y prohibidos en 1512 con lo cual, volvemos a incidir en el poco efecto que estas leyes tuvieron ya que se continuó sometiendo al aborigen a todo tipo de abusos y vejaciones. Entre estos excesos que aparecen mencionados en el Interrogatorio debemos mencionar la mudanza constante de las encomiendas, en los sucesivos repartimientos generales que se hicieron en la isla desde la época colombina, pues, muchos pensando que los iban a perder no les han tenido el amor ni aun los han bien tratado y así han padecido y padecen mucho… (Interrogatorio f 9v.).
De hecho en el juicio de residencia tomado a los Jueces de Apelación de La Española, en 1517, éstos fueron acusados de explotar en exceso a los aborígenes al ser sabedores que se los cambiaban cada vez que éstos morían (AGI, Justicia 42, Pieza 1ª). Los dominicos también escribieron al señor de Chiebres, en 1516, en este mismo sentido:
De aqueste matar cada uno a sus indios vino a la isla una manera de buscar nuevos repartimientos en esta color diciendo el repartimiento que fulano hizo fue injusto por tal razón y tal no lo puedo hacer por tanto venga otro que más justamente entienda en el hacer repartimiento y no deje tantos agraviados y en la verdad muy Ilustre Señor no era ésta la causa sino que aquellos principales a los que les habían dado grandes repartimientos de indios como a los que residían en Castilla o a otros factores suyos que acá tenían puesto habían muerto la mayor parte de los indios que les eran dados y no tenían otro mejor color para tornarse a entregar en el cumplimiento de sus repartimientos sino viniendo repartimientos nuevo tornando todos los indios a un montón… (Marte, 1981: 160-180).
Pese a todo, es evidente que tras esta reivindicación se escondía la ansiada encomienda a perpetuidad que reivindicaron los colonos desde los mismos comienzos de la colonización. Con todo, y a sabiendas de que efectivamente era motivos de malos tratos, la Corona nunca consintió la perpetuidad, porque era a todas luces lesiva a sus intereses.
Por otro lado, prácticamente todos los testigos acusaron a los solteros y a los casados sin casa de piedra de malos tratamientos a los indígenas porque, según decían, no pensaban en otra cosa que en exprimirlos al máximo para volver ricos a la Península. Así, por ejemplo Jerónimo de Agüero, en su respuesta a la séptima pregunta, se mostró muy elocuente:
Que a las personas que se dieren (los repartimientos) estén y permanezcan en la tierra y no fuera de ella y que éstos sean casados y si a solteros algunos se hubiere de dar sea con seguridad de se casar dentro de cierto tiempo porque todo el fin del buen tratamiento de los indios está en que las personas que (los) tuvieren no tengan pensamiento de ganarlo aquí e irse a vivir y a casar a Castilla… (Interrogatorio, fols. 13v-14r).
También, los declarantes denunciaron a aquellos encomenderos que se ausentaban de sus encomiendas, dejando a sus indios bajo el cuidado de unos mayordomos que los trataban de forma despiadada. Sin embargo, en 1517, el problema estaba casi solucionado, pues, los Jerónimos habían quitado las encomiendas a todos aquellos que no residían en la isla.
Otro de los abusos que los testigos señalaron fue el enorme desequilibrio que había en el número de indios por encomienda lo cual resultaba perjudicial para el aborigen pues siendo pocos no pueden ser relevados de los trabajos y siendo muchos no tan bien tratados ni mantenidos… (Interrogatorio, f. 10v.).En este sentido, los declarantes señalaron la gran cantidad de encomiendas que se habían otorgado con un número de indios inferior a cuarenta y superior a los doscientos, lo cual suponía una clara violación de las Leyes de Burgos que, como es sabido, habían establecido los límites legales entre los 140 y los 40 efectivos por encomienda (Muro, 1956: 64 y ss.). Igualmente, mencionaron los trabajos excesivos a que eran compelidos los indígenas tanto en las haciendas como en las duras tareas de cavar en las minas (Interrogatorio, fol. 14).
En los primeros años el trabajo fue mucho más duro para los aborígenes ya que entre otras cosas escaseaban los animales de tiro. De hecho, ya en 1511, reconoció el propio Rey Fernando V que muchos indios habían fallecido hasta entonces porque las personas que los tenían les hacían llevar algunas cargas y cosas de mucho peso y los quebrantaban… (AGI, Indiferente General 418, L 3, fols. 92v-93r). Como solución al problema que suponía el someter a los indios a excesivo trabajo se planteó que, en cada cuadrilla de diez indios hubiese dos negros de los más recios.
Y para finalizar los testigos reconocieron la falta de moral de la mayoría de los encomenderos a la hora de emplear en las minas a los niños, las mujeres y los viejos no quedando nadie en los asentamientos indígenas que pudiese cultivar los conucos para que a la vuelta de la demora tuviesen los alimentos suficientes para sobrevivir. Era tal la carestía que sufrían en sus comunidades que, según declaró un testigo, peligraba más su vida en los meses de descanso que en las minas pues cuando van de servir van gordos y bien tratados y cuando vuelven vienen muy flacos… (Interrogatorio, fol. 10r).
Efectivamente, también los dominicos informaron, en 1516, al señor de Chiebres que por culpa de las demoras no quedaban en los conucos más que niños, mujeres preñadas y viejos sin que permaneciese nadie que pudiese levantar un terrón del suelo… (Marte, 1981: 170).
En resumen, podemos decir que en este interrogatorio jeronimiano aparecen mencionados prácticamente todos los abusos cometidos por los españoles en la isla Española tras las Leyes de 1512. Así, pues, gracias al rigor con el que fue confeccionado resulta hoy un testimonio inestimable para el estudio de las relaciones sociales en las primeras décadas de la colonización. Igualmente, aparecen señaladas las opiniones que los españoles tenían de los indios, así como los intereses, no siempre coincidentes, de los distintos grupos políticos de la isla. Por otro lado, muchas de las conclusiones obtenidas por los Jerónimos en este interrogatorio se tuvieron muy en cuenta tanto en lo concerniente al sistema de la encomienda como sobre todo a los pueblos tutelados que, a partir de 1518, pusieron en práctica los propios cenobitas, y que por diversas circunstancias adversas fracasaron.
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