
La guerra de los Cien Días –aunque duró exactamente 113 días- entre España y Estados Unidos fue provocada directamente por estos con la intención de apoderarse de la isla. El 15 de febrero de 1898, el crucero Maine, amarrado al puerto de La Habana, voló por los aires. Siempre se sospechó que lo hundieron los propios norteamericanos para provocar la guerra y, aunque ellos siempre lo negaron, recientemente gracias a la desclasificación de papeles de la guerra se ha confirmado tal sospecha. Y ello, porque hacía años que negociaban infructuosamente la venta de Cuba por España. El objetivo estaba claro, se trataba de expulsar a la vieja potencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas para así expandir su dominio político y económico al Caribe y al Pacífico. El 24 de abril de 1898 España se ve forzada a declarar la guerra, al tiempo que el presidente estadounidense William McKinley ordenaba a la flota de W. Sampson el bloqueo de La Habana

El almirante Pascual Cervera y Topete ha pasado a la historia como el héroe que se enfrentó a la armada estadounidense a sabiendas de que se dirigía a una muerte segura. Su lealtad a la bandera y a la patria, su espíritu de sacrificio le empujo a luchar en condiciones desiguales antes que rendir sus barcos amarrados al puerto de Santiago de Cuba.
Efectivamente, ante la presión ejercida por las tropas estadounidenses que cercaban Santiago, el general Blanco desde La Habana le ordenó hacerse a la mar y enfrentarse a la escuadra enemiga. Por cierto, que sus marineros habían estado combatiendo en tierra, frenando a las tropas del general Shafter. En la mañana del 3 de julio de 1898 salían por la bocana del puerto el buque insignia de la armada, el crucero Infanta María Teresa, seguido de cerca por los cruceros Vizcaya, Oquendo y Cristóbal Colón, así como los torpederos Plutón y Furor. Como ya sabían, la escuadra americana capitaneada por Sampson y compuesta por los acorazados New York –su buque insignia- Brooklyn, Indiana, Oregón, Iowa y Texas, bloqueaba en semicírculo la salida de la bahía. El almirante tuvo la idea de navegar pegado a la costa, una decisión que salvó la vida a más de un centenar y medio de tripulantes que pudieron alcanzar la costa o fueron rescatados por los estadounidenses.
Los navíos españoles fueron destruidos por el fuego enemigo, salvo el crucero acorazado Cristóbal Colón que superó el cerco pero fue alcanzado porque se le acabo el carbón ingles y perdió velocidad, embarrancándolo su capitán antes de ser apresado.

Un total de 323 marineros perdieron la vida, reposando la mayoría de sus cuerpos en el fondo del mar Caribe. Hubo asimismo 151 heridos de distinta consideración, mientras que del lado contrario se contabilizó una sola baja y un herido. Entre los supervivientes el propio Almirante Cervera que fue tratado con respeto y hasta con honores por parte de sus enemigos.
Trece días después, los 700 españoles que defendían Santiago frente a unos 6.000 estadounidenses, ya sin la protección de la armada y sin posibilidades de recibir refuerzos, capitulaban. Luego España era obligada a renunciar a la soberanía de Cuba que no era considerada una colonia más sino la última provincia de España.
Poco después, en Filipinas, se desarrolló un proceso semejante. La evidente inferioridad táctica y técnica de la escuadra española quedó de manifiesto en Cavite (Filipinas), donde la escuadra del contraalmirante gallego Patricio Montojo (1839-1917) fue aniquilada (los 6 cruceros acorazados y el cañonero hundidos) a manos de la flota estadounidense comandada por el comodoro George Dewey. A diferencia de Cervera, Montojo, huyó con el buque insignia al puerto de Cavite, abandonando a su suerte al resto de su escuadra. Los dos almirantes españoles sobrevivieron, el primer como un héroe y el segundo con deshonor por haber abandonado el combate.

El Tratado de París (1898) nos obligaba a abandonar esas dos islas (Cuba y Puerto Rico), y a ceder la isla de Guam (la mayor de las islas Marianas, en Oceanía) a U.S.A. como indemnización de guerra. Aunque los norteamericanos se avinieron a pagar 20 millones de dólares en compensación por Filipinas. Después vendimos el resto del imperio colonial (Palaos, Carolinas y resto de las Marianas) a Alemania.
Las pérdidas humanas de todo el conflicto cubano se calcularon en más de 100.000 hombres, pero la mayoría de las muertes se produjeron a causa de enfermedades que, si no mataban, dejaban secuelas de por vida: fiebre amarilla, malaria o paludismo, dengue, tifus, etc. La economía se resintió con esta pérdida, que tanto bien causaba al comercio nacional. Y el ejército sufrió un gran desprestigio, a pesar del valor demostrados por algunos miembros a título personal.
El desastre colonial de 1898 favoreció una toma de conciencia en relación con los múltiples problemas que la Restauración como sistema político tenía planteado, pues impulsó un movimiento ideológico conocido como Regeneracionismo. Un movimiento ideológico que buscaba las causas de la decadencia de España para tratar de regenerar al país mediante reformas políticas, sociales y económicas. Su figura más importante fue Joaquín Costa, que orientó su obra a tres fines: constatar el retraso español frente a Europa, buscar las causas del mismo y hallar las soluciones que, a su juicio, sólo podían encontrarse en la intensa labor educativa y en la generación de riqueza en el país (“despensa y escuela”). El Regeneracionismo dio paso a la llamada Generación del 98, un movimiento intelectual y literario de gran influencia.
Indudablemente, Cervera se comportó como un patriota, y quiso morir con sus hombres. Hay que entenderlo en el contexto de su tiempo y en su espíritu de sacrificio. Entonces el bien común de la patria estaba por encima de los intereses y de los derechos individuales. Murieron más de 300 esforzados marineros que se dejaron la vida en aquel combate que nunca debió ocurrir. Es cierto que el almirante Cerveza estuvo dispuesto a morir con sus hombres pero el hecho es que sobrevivió y pudo disfrutar de los honores de un héroe hasta su fallecimiento por causas naturales en 1909. Evidentemente si hubiese rendido su flota por anteponer el derecho a la vida de sus hombres –algo impensable en esos momentos- o simplemente por cobardía, hubiese perdido su honra y con total seguridad sus galones, pero con el tiempo la historia lo hubiese absuelto.
Lo cierto es que el desastre de la armada española en Cuba, comprensible en su contexto histórico, costó la vida a más de tres centenares de jóvenes, siendo una gota de agua más en el océano de la sinrazón humana.
PARA SABER MÁS
AZCÁRATE, Pablo de: La guerra del 98. Madrid, Alianza Editorial, 1968.
MORALES PADRÓN, Francisco: Historia de unas relaciones difíciles (EEUU-América Española). Sevilla, Universidad, 1987. SERRANO, Carlos: Final del Imperio, España 1895-1898. Madrid, Siglo XXI, 1984.
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