
Corría el año de 1613 cuando un fraile dominico del convento de Regina encendió la mecha, al decir que la Virgen María había sido concebida como ustedes y como yo, y como Martín Lutero. Sus palabras desataron un escándalo de tales dimensiones que empezó una auténtica guerra mariana en la que todo el mundo se afanó en la defensa del voto Inmaculista. En 1617, al tiempo que los carmonenses ratificaban dicho voto, llegaban a la localidad tres mercaderes que en el plazo de poco más de un año vendieron sesenta y tres berberiscos de un mismo pueblo, capturados en el norte de África. No hay que sorprenderse; no ejemplifica más que la contradictoria sociedad de aquel tiempo, que lo mismo defendía a ultranza la religión del hijo del carpintero que justificaba la exclusión de las minorías étnicas o religiosas. El cabildo de Carmona también hizo suya esta devoción a la Inmaculada. De hecho, el 5 de julio de 1630 se encargó a don Juan de Briones, que contratase para la sala de cabildos dos cuadros, uno del Crucificado y otro de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, procurando que la pintura de ellos sea de oficial de grande opinión.
A principios del seiscientos Carmona era uno de los núcleos más poblados del reino de Sevilla pues rondaba los dos mil vecinos, unas ocho mil o nueve mil personas, siendo el barrio más populoso el del arrabal o de San Pedro. Una agrovilla dominada ampliamente por el monocultivo de cereal, una situación que se ha mantenido invariable hasta nuestros días. También había algunos viñedos -muy pocos- y una buena extensión de olivar, aunque ocupaba menos del diez por ciento de las tierras fértiles. Eso permitió la proliferación en el medio rural de las haciendas de olivar, y en el pueblo de las almazaras de aceite, distribuidas dentro y fuera del núcleo urbano. Asimismo, la Vega proporcionaba queso, lana, espárragos, cardos, alcachofas, alcauciles, palmitos y leña, lo que permitía completar la dieta de los más humildes. Y la producción era de tal magnitud que el diezmo anual que se abonaba a la Iglesia rondaba las 78.000 fanegas.
Junto a las tierras dedicadas a la agricultura, existía una amplia extensión de dehesa, en la que pastaba una amplia cabaña fundamentalmente ovina, aunque no faltaba la vacuna, porcina, caprina y equina. Y el medio era tan agreste que había una verdadera plaga de depredadores, especialmente de lobos, de los que se ocupaba periódicamente el concejo, contratando su descaste con diversos cazadores.
En definitiva, Carmona era un verdadero vergel aunque, como veremos más adelante, la riqueza se concentraba en manos de la oligarquía local o, peor aún, en las de la nobleza absentista e instituciones foráneas, mientras que una extensa masa de braceros sobrevivía al borde de la mera supervivencia.
Por aquellos años, la villa vivía una verdadera eclosión del fenómeno religioso en todas sus manifestaciones. No en vano, mientras el siglo XV es denominado como el siglo de oro del catolicismo, en las dos centurias posteriores se dirá que no había ningún aspecto que no estuviese impregnado de un hondo sentimiento religioso. Ese pietismo de la sociedad se plasmó materialmente en las inmensas donaciones legadas a las instituciones religiosas que en el siglo XVI llegaron a monopolizar la mitad de toda la renta nacional.
1.-LOS PRIVILEGIADOS
Como ya hemos afirmado, la sociedad se encontraba muy polarizada entre un reducido grupo de privilegiados, tanto seculares como laicos, y una amplia base de jornaleros y de campesinos. Entre los estamentos privilegiados se encontraban los nobles e hidalgos que en su mayor parte poseían importantes propiedades rústicas y urbanas y monopolizaban los cargos del concejo: regidores, alcaldes ordinarios, alguacil mayor, sargento mayor, capitán perpetuo y alcaide perpetuo. Entre esas familias estaban los Barba, Bordás, Briones, Cansino, Caro, Castroverde, Góngora, Hinestrosa, Hoyos, Milla, Quintanilla, Rueda, Sotomayor, Tamariz y Villalobos, entre otros. Estos clanes familiares controlaban las regidurías, alcaldías mayores, juradurías y escribanías y formaban un grupo cerrado que se retroalimentaba a través de los enlaces matrimoniales.

Alcázar de Arriba. Fotografía de 1929.
La alcaidía perpetua de Carmona la detentó, desde el 29 de abril de 1558, la poderosa familia de los Enríquez de Ribera. Don Fadrique Enríquez compró el cargo por 30.000 ducados, por el que recibiría una remuneración monetaria anual de 210.000 maravedíes, situados sobre las alcabalas reales de la localidad. Dado que los Enríquez no querían residir en Carmona pusieron siempre en el Alcázar de Abajo o de la Puerta de Sevilla, a un teniente suyo que, en el primer cuarto del siglo XVII, lo ostentó Diego de Isla de Ruiseco.
Otro de los cargos más prestigiosos de la localidad era el de capitán perpetuo, un oficio de mucha responsabilidad pues tenía como misión reclutar, adiestrar y acudir al combate junto a las milicias locales. Desde el siglo XV lo desempeñó la familia Sotomayor.
No menos prestigioso era el rango de alguacil mayor, pues era la máxima autoridad judicial de la localidad, lo que confería a su poseedor un alto estatus social. Originalmente el cargo lo disfrutó la familia Sotomayor hasta que en 1518 pasó a los Góngora, por renuncia de Luis Méndez de Sotomayor que también ostentaba el cargo de veinticuatro de la ciudad de Sevilla. El primer alguacil mayor de la familia Góngora fue Juan Jiménez de Góngora, hijo de Rodrigo de Góngora El Viejo y de Isabel Hernández Marmolejo. Heredó el título su hijo Rodrigo de Góngora el joven, desposado con Catalina de Cervantes, quienes amasaron una estimable fortuna. El siguiente en detentarlo fue el hijo de ambos, Juan Jiménez de Góngora, quien se desposó con Luisa de Santana. Este matrimonio no debió tener descendencia, motivo por el cual el oficio cambió de familia.
Y finalmente, hay que citar al alférez mayor, un cargo muy reputado ya que conllevaba el privilegio de portar en el combate el estandarte real y era el que alzaba el pendón en la aclamación de los soberanos. Asimismo, tenían voz y voto en los cabildos, con asiento preferente a los regidores, disfrutando además del privilegio de entrar con espada en el mismo. Lo detentaron los Briones Quintanilla, otra de las familias señeras de Carmona, aunque establecidos en la localidad más tardíamente que las anteriores, pues no llegaron hasta principios del siglo XVI. De hecho, el patriarca de la familia, Lázaro de Briones, había nacido en 1518 y era natural de Marchena, hijo de Alonso de Briones. Estuvo en la defensa del cerco de la ciudad de Cuzco, en 1536, frente a las tropas del Inca Manco Cápac. Luego tomó parte en la guerra civil entre pizarristas y realistas, luchando en este último bando a las órdenes del virrey Pedro de La Gasca. Por ello resultó derrotado en la batalla de Huarina y ganador en la definitiva de Jaquijahuana. En reconocimiento por sus méritos de guerra en el Perú, el 10 de mayo de 1560, se le concedió un escudo de armas y, según Manuel Fernández López, se le otorgó la alferecía mayor de Carmona, cargo que fue creado expresamente para premiar sus grandes méritos. Con el tiempo compraron su capilla propia en la iglesia Prioral de Santa María y se vincularon a la nobiliaria cofradía del Dulce Nombre de Jesús, con sede en el convento de Santo Domingo. Dispusieron de varias propiedades rústicas y de un nutrido grupo de esclavos para el servicio de su casa, ostentando la alferecía mayor de Carmona durante la mayor parte de la Edad Moderna.
Asimismo estaba el amplísimo estamento eclesiástico, formado por los presbíteros, beneficiados y clérigos, además de varios cientos de frailes, monjas, sacristanes o ermitaños. Siete parroquias, varios conventos de distintas órdenes y numerosas ermitas, además de devociones callejeras, como el Jesús Nazareno limosnero que había en la Puerta de Sevilla o la Virgen de Gracia que se ubicaba en los exteriores del convento de Santa Ana.
2.-LOS DESFAVORECIDOS
Junto a las familias linajudas, que no superaban el cinco por ciento de la población, convivía un grupo de pequeños y medianos propietarios, varias decenas de artesanos y una amplia masa de jornaleros que vivían al límite de la subsistencia. Desde la Baja Edad Media la concentración parcelaria fue en aumento, reduciéndose por el contrario el número de medianos y pequeños propietarios. Hay que tener en cuenta que entre el sesenta y el setenta por ciento de las tierras fértiles de la villa estaban en poder de personas e instituciones absentistas, es decir, que no residían en Carmona. Lo cierto es que estos pequeños propietarios, en muchos casos campesinos minifundistas con dos o tres fanegas, solventaban mejor la carestía, así como los artesanos, cuyo salario era algo más elevado que el de los jornaleros y, además, a diferencia de estos, trabajaban todo el año.
Los que estaban en peores condiciones eran la amplia masa de jornaleros que no disponían más que de sus brazos para trabajar. Y desgraciadamente estos eran la mayoría, pues suponían entre el cincuenta y el setenta por ciento de la población activa. Sus condiciones eran tan precarias que, dos siglos después, Pablo de Olavide afirmó que los jornaleros eran la mitad del año trabajadores y la otra mitad mendigos, pues se veían obligados a pedir por las calles cuando les faltaba el trabajo. Bien es cierto que hasta la desamortización de Pascual Madoz de 1855, dispusieron de más de catorce mil fanegas de tierras de propios y comunales con las que remediar en buena medida su carestía.
Junto a esta extensa masa de plebeyos había distintos grupos pertenecientes a minorías étnicas y/o religiosas que estaban más o menos discriminados socialmente, entre ellos los gitanos, los moriscos y los esclavos. De los primeros apenas disponemos de datos sueltos, dado su carácter nómada, aunque, no faltaban familias asentadas en la localidad. Mucha más información poseemos de la amplísima comunidad morisca, pues, entre 1570 y febrero de 1571, habían llegado a la villa un total de 1.080 moriscos, la mayoría procedentes de Tolox y de Granada. En la comunidad morisca carmonense había de todo, es decir, esclavos, criados domésticos, artesanos, pequeños propietarios, comerciantes y hasta escribanos. Hay que apuntar que antes de su expulsión en 1610 la población morisca constituía la quinta parte de la población carmonense. Con posterioridad a este año debió permanecer una élite incrustada en la sociedad cristiano-vieja, entre ellos el escribano Gregorio Muñoz Alanís que como otros muchos consiguió eludir el cadalso.
La esclavitud fue una institución comúnmente admitida desde la antigüedad pues, siguiendo la tradición aristotélica, había personas que nacían para mandar y otras para servir. El caso de Carmona no es diferente al del resto de poblaciones de la España Meridional: la institución existió sin solución continuidad desde la Edad Media. Ya el sábado 22 de junio de 1496 se bautizó en la parroquial de Santiago a Francisco, hijo de una esclava del monasterio de Santa Clara. Ocho años después, exactamente el 26 de mayo de 1504, se cristianaban en la misma pila dos aherrojadas de la Duquesa de Arcos, con el nombre de María e Inés. Estos ejemplos son suficientes para verificar la esclavitud en esta localidad al menos desde finales de la Edad Media. De hecho, Carmona era un importante mercado secundario, muy ligado al de la capital hispalense, que a la sazón era uno de los mayores centros esclavistas de la Península, junto a Lisboa, Valencia y en menor medida Málaga y Cádiz.
Desde el siglo XVI encontramos en la localidad a numerosos mercaderes de esclavos que acudían buscando un mercado alternativo donde la competencia era menor que en la capital hispalense. La mayoría procedían de la propia Sevilla, y otros de Portugal, de Zafra y de ciudades del sur de España, como Antequera, Málaga y Granada. También había tratantes carmonenses que se desplazaban a otros mercados de su entorno. Como ya apuntamos al principio de este artículo, entre el 6 de septiembre de 1617 y el 19 de septiembre de 1618, se vendió un grupo homogéneo de 63 esclavos berberiscos por tres tratantes malagueños, Antonio Núñez Vaca, Pedro de Arboleda y Juan de la Rubia.
3.-LA CIUDAD: ESTRUCTURA URBANA Y EDIFICIOS
La Carmona del siglo XVII era algo diferente a la actual sobre todo porque en el siglo siguiente se construyeron muchos edificios y se remozaron otros anteriores. Muchas de las grandes fachadas que hoy podemos contemplar se edificaron en la segunda mitad del siglo XVII o en la siguiente centuria. Son los casos de las casas de los Aguilar, de los Rueda, de los Marqueses de la Torre, la torre-mirador de Santa Clara, o las torres de San Pedro o San Bartolomé, o la totalidad de la actual iglesia de El Salvador. Pero, en cualquier caso, estas diferencias no eran tantas como para que una persona de aquel tiempo que regresase ahora se perdiese por las calles del casco histórico o no reconociese muchos de sus edificios. La vieja estructura urbana del cardo –de Puerta a Puerta, de la de Córdoba a la de Sevilla- y el decumano, se mantenían casi intactos, al igual que en la actualidad.
El caserío de Carmona tenía dos características: una, casi todas las calles eran de tierra y se convertían en un barrizal cada vez que llovía. El adoquinado de las calles se realizó a partir de la segunda mitad del siglo XIX, al igual que ocurrió en otras ciudades y villas de España. Y otra, las casas se blanqueaban desde el siglo XIX, pero con anterioridad se usaba un mortero de color ocre, en un tono similar al de los sillares de las murallas.
El barrio del arrabal era enorme, el más populoso de la villa, y se extendía ya por las actuales calles San Pedro, Sevilla, San Francisco, Enmedio, Carpinteros, del Caño y hasta el pago de Fuente Viñas. La población de la collación de San Pedro, según el censo de millones, representaba más del cuarenta por ciento de la población total de la villa. En las afueras se encontraban varios edificios religiosos: la ermita de Nuestra Señora del Real, Santa Lucía y San Mateo, los conventos de El Carmen, San Francisco, Santo Domingo y Nuestra Señora de Gracia y la parroquial de San Pedro.

La plaza principal era la de San Fernando, popularmente conocida como la de Arriba –entonces llamada de San Salvador-, ubicada en el corazón del antiguo foro romano. Estaba cerrada por los cuatro frentes, y en la entrada de las calles se colocaban tableros cuando se hacían fiestas de toros. En ella se conservan algunos edificios intactos de los siglos XVI y XVII, como la llamada casa de la audiencia, construida en 1588, siendo corregidor Juan de Guedeja. Se trata de un edificio renacentista, con portada adintelada, entre pilastras jónicas, con una lápida conmemorativa sobre su construcción, balcón de cinco arcadas de ladrillo sobre columnas de mármol y mirador con celosía. Allí se reunían los señores del concejo: el corregidor, los regidores, jurados y escribanos de cabildo. El cuerpo alto formaba entonces una sola galería de cinco arcos sobre columnas y dando acceso al hermoso balcón de la fachada. Desde esta galería las autoridades de la villa presenciaban el paso de las procesiones religiosas y las fiestas populares de toros y cañas que se daban en la plaza. En el costado sur, se levantaba la antigua parroquia de San Salvador, un templo, demolido en el siglo XVIII. Este debió quedar maltrecho en el terremoto de Lisboa de 1755, y tras la expulsión de los jesuitas prefirieron dejarlo arruinar y trasladar la parroquia a la iglesia jesuítica.
En el costado norte, donde en el siglo XIX se construyó el casino y hoy hay un bloque de viviendas, estaba la antigua cárcel, con una torre, y una campana del reloj. Todo ello demolido en el siglo XIX, aunque dicha campana es la misma que ahora tiene el reloj de la Prioral de Santa María.
La casa consistorial se ubicaba al final de la calle Martín López, junto al palacio de los Rueda y a la iglesia Prioral de Santa María. Se trata de un edificio antiguo, con bonitos artesonados mudéjares, cuya fachada fue construida en el siglo XVIII.
Por lo demás, la Carmona de principios del siglo XVII sorprendía tanto por sus construcciones militares –murallas y alcázares- como por sus numerosos edificios religiosos –parroquias. Conventos y ermitas-.
4.-LA ARQUITECTURA MILITAR
La ciudad se encontraba totalmente amurallada, y dicha estructura estaba reforzada por varios alcázares y, según el padre Arellano, un total de ciento dieciocho torres defensivas. Y aunque en 1478 se había demolido el alcázar de la Reina, que defendía la Puerta de Córdoba, la villa mantenía intacto el aspecto encastillado e inexpugnable del que hablara dos mil años atrás Julio César. Ahora bien, la Puerta de Sevilla no estaba exactamente igual que ahora, pues delante de toda la estructura estaba la gran portada renacentista, que conocemos gracias a fotografías de finales del siglo XIX. Se trataba de un arco construido con motivo del paso por la villa de Felipe II. Era frecuente que efemérides como la proclamación de un nuevo rey o la presencia de éste en una ciudad o villa diesen lugar a grandes actos festivos con fastuosas ceremonias, a la erección de construcciones efímeras y, en ocasiones, hasta a obras perdurables en el tiempo. El arco se construyó varios años después del paso de Felipe II por la entonces villa de Carmona. En realidad, Carmona no fue más que un punto en su tránsito entre Sevilla y Córdoba. En ese trayecto era paso obligado la villa de Carmona que seguramente se engalanó para la ocasión. Pues bien, años después, el concejo todavía recordaba la efeméride y decidió construir un arco conmemorativo que perpetuase la memoria de aquel acontecimiento. El emplazamiento elegido, la Puerta de Sevilla, un lugar emblemático de la villa y lugar por donde el monarca accedió al centro de la urbe.
Pero retornando al arco renacentista, fue construido entre 1577 y 1579 por el cantero sevillano Juan Rodríguez. Se trataba de uno de los muchos maestros sevillanos a los que la dura competencia de la capital les había empujado a buscarse el sustento en los pueblos de la provincia. A mediados de siglo había trabajado en la iglesia de San Miguel de Morón, y en la capilla del sagrario de la propia iglesia Prioral de Santa María de Carmona. Según Fernando Villa también trabajo en la torre antigua de la iglesia de San Pedro, cuyos planos entregó su maestro Hernán Ruiz II.
Se trataba de un monumental arco de medio punto, con pilastras almohadilladas, enmarcado en un alfiz. Justo encima, esculpido en piedra, aparecía un pequeño escudo de Carmona y, en la parte superior, un gran frontón curvo y en su interior dos alabarderos, flanqueando el escudo Real. No tiene nada de particular la presencia de dos soldados con alabardas porque, como es bien sabido, constituían la guardia de honor de los reyes, teniendo encomendada la custodia de los alcázares reales y el acompañamiento de los soberanos en sus desplazamientos. Originalmente, todo el monumento estuvo aderezado con vistosísimos colores, lo que le daba el más grato aspecto para la general atención.
En general, el aspecto distaba mucho de las obras primorosas que Martín de Gaínza había realizado en la catedral de Sevilla o Luis de Moya en la portada plateresca de la catedral de Santo Domingo. Sin embargo, el conjunto resultaba estéticamente correcto, pese a lo cual nació desde el primer momento condenado a su desaparición porque la puerta de Sevilla creo graves problemas de comunicación entre la villa intramuros y el arrabal. El derribo se debió llevar a efecto en la segunda mitad de 1895. Acababan así con una de las más importantes obras renacentistas de Carmona, que se mantuvo erguida en la fachada externa de la Puerta de Sevilla entre 1579 y 1895.
El alcázar de Arriba, situado en el lugar más elevado de la localidad, justo al borde del alcor, era el edificio más suntuoso de Carmona. En palabras de Manuel Fernández López era muy suntuoso y capaz y servía de alojamiento a los reyes cuando estos residían en Carmona. Aunque conserva algunas cimentaciones y materiales de acarreo romanos, lo esencial de la construcción es plenamente medieval. Esta fortaleza inexpugnable fue construida en época almohade y, posteriormente, restaurada y engrandecida por Pedro I, quien pasó algunas temporadas en él, junto a su familia. Al parecer, construyó dentro de sus murallas un palacio que era réplica del que poseía en el alcázar de Sevilla.
Los Reyes Católicos, en el siglo XV, terminaron de embellecerlo, ordenando la creación de una serie icónica de los reyes peninsulares. Asimismo, sufragaron la construcción de una singular avanzadilla defensiva en la zona noroeste, conocida como el cubete, obra del afamado ingeniero militar Francisco Ramírez de Madrid. Éste se comunicaba con el recinto amurallado a través de una escalera de espiral y su objetivo era la defensa del alcázar de posibles ataques internos de la villa, protagonizados por el alcaide del alcázar de Abajo.
La parte más vistosa del alcázar era la llamada Sala de los Reyes, que tenía un entresuelo y había una gran habitación alta y otra baja. Se trataba de una extensa galería de 43 metros de largo por 9 de ancho, con ventanas orientadas a la Vega. Lo más significativo de este Salón era una serie de pinturas al fresco que enlucían sus muros internos con los retratos de los soberanos de Castilla y de León hasta los Reyes Católicos. Al parecer, se realizaron por encargo de estos últimos y, desde entonces, dicha habitación recibió el nombre de Salón de los Reyes. Era frecuente que en los alcázares Reales hubiese estas series de retratos, como los había en el alcázar de Sevilla, concretamente en el Salón de Embajadores, donde aparecen los reyes de España desde Recesvinto a Felipe III. En particular, la serie de Carmona tiene el interés de que es una de las más antiguas que se conocen. Todos los soberanos aparecían sentados, al estilo antiguo, con sus atributos reales. Junto a ellos había un solo personaje que no pertenecía a la realeza, el Cid Campeador que, para diferenciarlo de los reyes, aparecía de pie. Había otra sala idéntica en la parte inferior, que medía exactamente lo mismo, cuarenta y tres metros de largo por nueve de ancho. Ésta era conocida como la sala o la pieza de las Infantas, y nos consta que también tenía sus muros decorados con pinturas. Nada se nos especifica de su serie icónica, pero, a juzgar por el nombre de la habitación, no podemos descartar que contuviese los retratos al fresco de las infantas y de las reinas de España.
5.-PARROQUIAS, CONVENTOS, ERMITAS Y HOSPITALES
En la Carmona del primer cuarto del siglo XVII había siete parroquias, las mismas que existían al menos desde dos siglos antes, a saber: Santiago, Santa María, San Bartolomé, San Felipe, El Salvador, San Blas y San Pedro. La primera y más antigua había sido la de Santiago, collación que probablemente aglutinó al primer núcleo cristiano de la Carmona reconquistada. Y la última la de San Pedro, ubicada en el arrabal.
Asimismo, se erguían nueve conventos, pertenecientes a cuatro órdenes monásticas diferentes: tres de ellos franciscanos (Santa Clara, San Sebastián y Concepcionistas de Santa Isabel), otros tres dominicos (Santa Ana, Madre de Dios y Santa Catalina), uno jerónimo (Santa María de Gracia), otro carmelita (Nuestra Señora del Carmen) y finalmente, otro más jesuita (el de San Teodomiro, fundado en 1619). Años después se erigieron otros dos: el de la Santísima Trinidad de madres Agustinas Recoletas Descalzas (1629) y el de Carmelitas Descalzos de San José (1687) quedando el número total en once. Esta proliferación de instituciones religiosas a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y de la siguiente centuria, nos denota una época de cierto florecimiento económico, o al menos un aumento de la renta de la oligarquía.
Estos recintos cumplían otra importante labor social. En una época donde el mayorazgo reservaba el grueso de la fortuna familiar para el primogénito, desarrollar una vocación religiosa podía ser una solución alternativa a la carrera militar. En el caso de las clausuras femeninas su función social era todavía más clara y necesaria, en una época en la que la mujer vivía a la sombra del hombre. Su existencia se veía como una necesidad social, para ubicar a las hijas que no podían ser casadas. En una sociedad dominada por los varones, la reclusión en un beaterio o monasterio era la mejor solución para viudas, solteras y beatas que tenían la desgracia de quedarse solas sin la protección de un padre, un hermano o un marido.Todas estas fundaciones religiosas que proliferaron en la localidad, se debían en buena parte a donaciones y limosnas de la oligarquía, obtenidas de los excedentes que la fértil vega de Carmona generaba. Cada convento, aunque suene poco piadoso decirlo, tenía su caché, dependiendo de las rentas que tuviese y de las garantías que ofreciese a las profesas de llevar una vida digna y sin carestías alimenticias. No olvidemos que estamos hablando de una época en la que cada período de sequía era seguido por otro donde el hambre se hacía omnipresente en gran parte de la población. Para profesar como monja de velo negro hacía falta pagar una dote más o menos alta en función de la posición social y de las rentas del cenobio en cuestión. En Carmona había conventos que exigían una dote considerablemente alta, como el de Santa Clara, el de Concepción o el de Madre de Dios, mientras que otros, como el de Santa Catalina exigían cuantías algo inferiores. Concretamente, las dominicas de Santa Catalina tenían unas rentas tan exiguas que las estrecheces en tiempos de penuria afectaban a su propia integridad física.
Llama la atención que, habiendo dos conventos de monjas dominicas en Carmona, unas tuviesen tanto y otras tan poco y, además, se viese socialmente normal. Pero, no nos engañemos, así era la sociedad de la época. Los acaudalados miembros de la élite local recluían a sus hijas solteras en el convento de Madre de Dios o en Santa Clara, mientras que las pobres beatas de la clase subalterna acababan haciendo dieta forzada y de por vida en conventos con rentas mucho más modestas. Pero podía ser peor, las solteras cuyos padres no tenían recursos económicos y, por tanto, carecían de caudal para abonar la dote, no podían profesar y terminaban de donadas en los conventos –algo así como asistentas de las monjas- o como simples beatas o emparedadas, viviendo de la caridad cristiana.
Y finalmente, en la Carmona bajomedieval había diez ermitas, la mayoría de las cuales había desaparecido a principios del siglo XVII. Unas por estar en sitios muy alejados de la feligresía, como la de las Cuevas de la Bastida o la de Santa María del Alcor, y otras por haberse fundado en ellas alguna parroquia o convento. Fueron los casos de las ermitas de la Virgen de la Antigua, donde fundó la parroquial de San Pedro, San Roque, donde se estableció el convento del Carmen, San Sebastián, donde se instituyeron los franciscanos, o Santa Ana, donde fundaron los frailes dominicos. A principios del siglo XVII solo seguían operativas tres de ellas, la de Santa María del Real, la de San Mateo y el pequeño eremitorio de Santa Lucía.
Sobre la primera de ellas, la de Santa María del Real, se ha planteado en los últimos años la hipótesis de que inicialmente se fundase en el solar donde se ubica actualmente la iglesia conventual de Concepción. Sin embargo, esta hipótesis hay que descartarla a la luz de un documentadísimo estudio que está a punto de publicar el investigador Fernando Villa. Tan solo me permito adelantar varias ideas:
Una, todo el embrollo procede de la idea de los fundadores del convento Concepcionista de erigirlo en la Ermita Real que sin embargo nunca ocurrió, precisamente por ser de patronato regio y estar administrada por el concejo.
Dos, el nombre de ermita de San Antón es contemporáneo, no sale en la documentación medieval ni en la moderna. La ermita de Nuestra Señora del Real es un edificio histórico, cuya estructura arquitectónica se remonta a los siglos XIII o XIV, aunque muy intervenida en los siglos XV y XVI. Si la ermita de Nuestra Señora del Real estaba donde luego se fundó el convento de Concepción, entonces -plantea Villa- ¿El actual edificio de la ermita de San Antón cómo se llamaba?, ¿No tiene historia? ¿En cinco siglos no sale en la documentación de Carmona?
Tres, según el estudio arqueológico del solar de Concepción encontraron una estructura previa de la que ya se dijo que quizás correspondían a un pequeño eremitorio a algún altar callejero. El estudio de los distintos solares de la zona por parte de Fernando Villa es concluyente al respecto: dicha estructura se correspondía con un mesón que se ubicaba allí, junto a las casas de la fundadora.
Cuatro, la simple lógica desmiente la hipótesis de que se hubiese fundado en el solar de Concepción, pues las fuentes indican que la ermita se construyó cerca del sitio donde Fernando III ubicó su campamento en una zona de igual altura que Carmona y no en el entorno de Concepción, donde hubiese sido extremadamente vulnerable. Por otro lado, nos constan a lo largo de la Baja Edad Media y de la Edad Moderna, numerosas epidemias en las que se trasladó a los enfermos a la ermita, que no era lógico que se ubicara en donde esta Concepción, en la plaza del Arrabal, una zona muy poblada donde se encontraba el mercado, y sí en donde está la ermita del Real cuyo entorno estaba despoblado. Una referencia de las Actas Capitulares de 1480 a la ermita delata bien su situación: apartada entre heredades de viñas y olivares. Está claro que la sitúa donde realmente está y no en plena plaza del Arrabal, donde no había ni podía haber ya por el siglo XV campos de cultivo.
Y quinto y último, para muestra un botón, adjunto una transcripción de uno de las varias decenas de documentos desempolvados por Villa en el archivo de Carmona. Se trata de una queja de los vecinos de la calle del Real, en 1608, donde queda bien clara cuál era la ubicación de la ermita. Aunque es un poco largo, nos permitimos su transcripción íntegra porque es verdaderamente concluyente:
Los vecinos que vivimos en la calle del Real y firmamos aquí nuestros nombres decimos que la dicha calle es muy principal y pasajera para ir a la ermita de Nuestra Señora del Real y Santa Lucía, y está tan maltratada por causa de las aguas que no se puede pasar por ella. Suplicamos a vuestra señoría mande que la dicha calle se empiedre conforme a la costumbre de esta villa y en ello recibiremos merced.
Otrosí decimos que en la dicha calle se hace una grande laguna cuando llueve en derecho las casas del jurado Antón de Aguilera Villar lo cual se solía desaguar por un caño antiguo que está por la casa del dicho Antón de Aguilera Villar que sale a la calle de la Tranquera, el dicho Antón de Aguilera lo ha tapado y el agua se está embalsada y no corre y los demás vecinos reciben notorio agravio.
Suplicamos a vuestra señoría mande se remedie esto y se abra el dicho caño como antiguamente solía estar y en ello recibiremos merced con justicia. Firmas: Gregorio Pacheco; García Alonso Fiallo, 1608.
La de San Mateo se erigió quizás en tiempos inmediatamente posteriores a la reconquista, para conmemorar precisamente la toma de Carmona por las tropas cristianas. En cualquier caso, por su tipología constructiva, de tres naves separadas por arcos formeros de herradura apuntada, nos indicarían una notable intervención ya en el siglo XIV. Y pese a los avatares que ha sufrido a lo largo del tiempo ahí sigue, y cada año sigue celebrándose la procesión solemne el día de San Mateo.
Y finalmente, en cuanto a los hospitales, había a principios del siglo XVII un total de quince que desde 1615 quedaron reducidos a cuatro, a saber: el de San Pedro, en el que se fusionaron once pequeños hospitales, más los de Santa Barbara, Nuestra Señora de la Paz y el pequeño de la Misericordia que, por distintos motivos, quedaron fuera de la refundición. El decreto de fusión generó reticencias entre los priostes y administradores de las instituciones reducidas. De hecho, el 25 de marzo de 1615 otorgaron todos ellos poderes al licenciado Gerónimo de Cabrera para que procediese contra Alonso Caballero de las Olivas, visitador del arzobispado, autoridad comisionada para llevar a efecto la reducción. No sirvió de nada, la fusión quedó consumada en pocos meses, entregando el inventario de bienes y las escrituras de propiedad al administrador del hospital de San Pedro.
6.-RELIGIOSIDAD POPULAR Y FESTIVIDADES

A principios del siglo XVII había en Carmona una treintena de cofradías aunque en la siguiente centuria su número de aproximaría al medio centenar. Entre ellas las había de una amplia gama, a saber: de ánimas, sacramentales, cristíferas, de santos, marianas y caritativas. La mayoría eran abiertas socialmente, es decir, compuestas por personas de diversa condición socio-económica. Eso sí, había algunas que estaban limitadas a un gremio determinado, como lo fue durante años la de la Esperanza, del gremio de pañeros, o la de Santa Bárbara, vinculada a los clérigos in sacris.
Además de ocho cofradías Sacramentales –una en cada parroquia y otra más en la iglesia de Santa Clara- y otras siete de Ánimas, había un buen número de corporaciones tanto de gloria como de penitencia, asistenciales y gremiales. Entre las penitenciales figuraban la de Jesús Nazareno, la Soledad y el Santo Entierro, así como la de la Humildad y Paciencia. Muy prestigiosas eran la de la Misericordia y Caridad que cumplía fines asistenciales y la de Santa Bárbara de los eclesiásticos de Carmona. Casi todas las personas acomodadas estaban suscritas a más de un instituto. Lo más normal era que si un parroquiano era mínimamente pudiente fuese hermano de dos o tres cofradías establecidas en su templo, casi siempre la Sacramental, la de Ánimas y alguna otra rosariana o de penitencia. También hubo hermanos vinculados a varias hermandades que además estaban radicadas en diferentes templos. Así, por ejemplo, Francisco Armijo del Real, declaró en su testamento, fechado el 25 de octubre de 1611 que pertenecía a cinco cofradías radicadas en tres templos diferentes: El Salvador, San Bartolomé y San Pedro. Y lo más curioso de todo, vivía en la calle Parras por lo que era parroquiano de San Blas.
Asimismo, al menos desde mediados del siglo XVI, había una pequeña hermandad de la Virgen de Gracia que, al igual que las demás corporaciones de la localidad, prestaba servicios sociales a sus hermanos, oficiando sufragios por los finados y quizás corriendo con los gastos de enterramiento. Ahora bien, su existencia era oficiosa no oficial; y tenía su sentido. La titularidad de la devota efigie la poseían los monjes Jerónimos por lo que no podía existir otra entidad privada –hermandad, cofradía, Orden Tercera- que poseyese en propiedad dicha imagen. Por ello, es imposible que existan estatutos ni aprobaciones oficiales, aunque parece obvio que en torno al culto se aglutinaba un grupo de personas, que formaban de facto una hermandad. Estos eran precisamente los que se encargaban del aseo de la imagen, del culto, de sus procesiones públicas e, incluso, de la guarda y custodia de su ajuar.
En cuanto a las fiestas, observamos que en el calendario litúrgico de Carmona destacaban tres: la del Corpus Christi, San Teodomiro y San Mateo. La primera de ellas, era muy lucida y recibía la financiación del concejo y la colaboración de los gremios. En cuanto a la de San Teodomiro, a finales del siglo XVI se hizo oficial su patronazgo de la entonces villa de Carmona, aunque el breve del Papa Clemente VIII no se pudo localizar en su momento. En 1595 se hicieron las gestiones pertinentes para que el día de su onomástica, es decir, el 31 de julio, fuese festividad local. Poco después, concretamente en 1599, se encargó una efigie del santo al escultor abulense Gaspar del Águila sustituida, entre 1655 y 1656, por otra barroca del escultor José de Arce que actualmente se venera en la parroquial de Santa María, en el retablo de la cabecera de la nave de la epístola. En 1600 se hizo una solemne procesión con la imagen casi nueva de Gaspar del Águila que fue seguida de una las representaciones de las hermandades de Carmona y de ministriles y de una novena en la Prioral de Santa María.
Y la cosa no quedó ahí, pues, se quiso traer de Córdoba una reliquia del santo. Para ello se le dieron poderes al alférez mayor Lázaro de Briones para que acudiese a la antigua capital califal con las peticiones del concejo. Su día se declaró festivo y, con motivo de la traída de su reliquia, en 1609, se hicieron grandes fiestas. Martín de Palma las describió con las siguientes palabras:
“Señalose día para la gran festividad y se convidaron las iglesias y pueblos comarcanos en gran número. Siguiéronse las vísperas con música de voces e instrumentos por los cantores de la Catedral de Sevilla en compañía del clero y religiones y asistencia de la villa. Ordenose luego la procesión y trájose en ella la santa reliquia en una grande y rica custodia de plata propia de la iglesia mayor de Carmona. El aseo de las calles, arcos triunfales, altares y castillos ingenios de fuego con otras muchas invenciones de gusto y admiración que llenaron la complacencia de vecinos y forasteros. Quedose por aquella noche alegre y festejada de todo con faroles y música, fuegos y otros públicos regocijos, existiendo en el altar mayor de dicha iglesia y, al día siguiente, se cantó misa solemne y hecha otra procesión alrededor de la iglesia y por fuera de ella. La colocaron en el altar propio dentro de la capilla del sagrario donde pusieron también la imagen del santo y hoy junto a la sacristía”.
El Curioso Carmonense completa esta información, diciendo que vinieron al acto representaciones del clero, comunidades y hermandades de poblaciones del entorno, concretamente de Alcalá de Guadaira, Gandul, Mairena, El Viso, Alcolea, Villanueva, Cantillana, Tocina, Guadajoz y La Campana.
El culto a San Teodomiro se impuso como fiesta a finales del siglo XVI, sin embargo, el de San Mateo se venía realizando, como evidencian los documentos, desde tiempo inmemorial. Como es sabido, Carmona fue reconquistada el día de la onomástica de este santo. Por ello se decidió honrarlo con una iglesia que durante algún tiempo fue parroquia. Y dado que era una fiesta muy apreciada por los ciudadanos se nombraba siempre a un miembro del cabildo para que se encargase de su organización, pidiéndole que procurase que se hiciese con la mayor solemnidad posible. Anualmente se hacía solemne procesión, portando el alférez mayor el estandarte con el que se ganó la ciudad, seguida de misa cantada en el templo. La noche antes se exhibían luminarias y, en el mismo día 21 de septiembre por la tarde, se soltaban dos o tres toros con cuerdas para divertimento público.
Salvando algunas décadas del pasado siglo XX, lo cierto es que esta procesión se ha venido realizando casi ininterrumpidamente hasta nuestros días. Por tanto, quiero insistir que se trata de una de las celebraciones político-religiosas más antiguas de la Carmona cristiana que sorprendentemente, muchos siglos después, siguen rememorando los carmonenses año a año.
7.-CONCLUSIONES
Carmona era, a principios del siglo XVII, una pujante villa rural de poco menos de dos millares de vecinos. A nivel urbanístico y arquitectónico mantenía la estructura romana en el centro, con el cardo y el decumanus, así como una estructura amurallada que le otorgaba un aspecto castrense.
La sociedad estaba fuertemente polarizada entre una minoría privilegiada, incluyendo a la oligarquía local y al estamento eclesiástico, y una amplia masa de pequeños propietarios, jornaleros y artesanos. Fuera del escalafón social se encontraban un nutrido grupo de esclavos –berberiscos, subsaharianos y mulatos en distinto grado-, algunos gitanos, y un grupo de conversos que habían eludido el exilio.
Los símbolos religiosos se observaban por doquier, con siete parroquias, varios hospitales, ermitas, capillas y algún que otro culto callejero. Y el calendario festivo se regía por las fiestas religiosas. Sin duda el siglo XVII es también la edad de oro del catolicismo, pues prácticamente no había ningún aspecto que no estuviese impregnado del más hondo sentimiento religioso.
(Extracto sin notas de mi trabajo “Carmona a principios del seiscientos”, en Ave Eva. La presencia Inmaculista en Carmona, Carmona, s/f, pp. 35-65)
Super 👌👌👌