
El coronavirus se ha convertido ya en una pandemia, pues hay a día de hoy –y aumentando- 109.000 contagiados en 104 países del mundo y 4.000 decesos. Según los datos actuales, aproximadamente un 3,6 por ciento de las infecciones acaba en un óbito. Es cierto que ha habido una psicosis colectiva exagerada entre parte de la población, sobre todo del mundo desarrollado que se cree inmune a este tipo de catástrofe. Pero tampoco debemos pasar por alto estas alertas de este mundo globalizado. Siempre he dicho –y lo he publicado en mi blog varias veces- que la gran catástrofe llegará de la mano de algún virus, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia.

El coronavirus no va a ser el origen de esa catástrofe porque el índice de mortalidad es extremadamente bajo y mata a personas de avanzada edad con otras patologías asociadas. Sin embargo, hay mucho que aprender de esta crisis porque estoy seguro que llegarán en el futuro nuevas pandemias que en un mundo global como el actual puede acabar rápidamente con la tercera o la cuarta parte de la población mundial, como ocurrió con la Peste Negra de 1347. Solo en España se estima que acabó con la vida de entre el 50 y el 60 por ciento de su población. Las bacterias y virus que los españoles llevaron al Nuevo Mundo, acabaron con varias decenas de millones de amerindios. Unas enfermedades nuevas para ellos como la influenza, la viruela, la gripe, el sarampión, la varicela o la peste bubónica se sumaron a otras endémicas que ya padecían ellos, como la sífilis, la tuberculosis o la disentería. Millones de personas sucumbieron masivamente ante estos nuevos virus y bacterias.

Por tanto, creo que debemos estar tranquilos porque el coronavirus es poco virulento y no representa una grave amenaza global. Pero quiero insistir que sí que hay que tomarse en serio el problema de las pandemias globales. No podemos olvidar que los virus, las bacterias y las enfermedades también se han globalizado, esa debe ser la lección. Si ya en el pasado, hubo pandemias globales de manera periódica actualmente el riesgo se ha multiplicado exponencialmente por la gran movilidad de personas y mercancías. El coronavirus puede servir de prueba y de laboratorio para prevenir situaciones críticas que otros agentes morbíficos, potencialmente más virulentos, van a provocar en el futuro.
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