1.-INTRODUCCIÓN
Hace algunos años presentamos un trabajo sobre los moriscos de Hornachos, en el que desvelamos que el descenso de bautizos y matrimonios después de la expulsión apenas superó el 50 %. Ello nos llevó a defender la posibilidad de una amplia permanencia entre la población morisca. Sin embargo, los datos ofrecidos en aquel trabajo se basaban en una revisión somera de los libros Sacramentales, por lo que decidimos emprender la ardua tarea de vaciar dichos registros. Hemos transcrito el libro de bautismo, empezando por la primera partida que se conserva, del 9 de agosto de 1580, completando la serie hasta el 4 de octubre de 1613 ya que desde esa fecha hay un salto en la documentación hasta el año de 1674. Con posterioridad a la citada fecha de 1613 no hemos realizado un vaciado completo sino diversas catas en algunos años, como 1690, 1695 y 1710. El estudio completo de todos los bautizos comprendidos entre 1580 y 1613 me ha permitido conocer, con una altísima fiabilidad, muchísimo detalles, relacionados con esta población mayoritariamente morisca: la evolución de los nacimientos, el número de hijos por familia, la onomástica, los apellidos y su castellanización progresiva, la permanencia y la repoblación. Asimismo, he podido matizar algunas de las afirmaciones que en su día sostuve sobre la permanencia de hornachegos.
En el año de 1502 se expidió un decreto por el que se obligaba a todos los mudéjares a elegir entre el destierro o el bautismo. Como era de esperar, casi todos optaron por convertirse al cristianismo; comenzaba la era morisca, pues todos los mudéjares fueron oficialmente bautizados. Desde ese momento no sólo se dio por finalizada la convivencia teóricamente pacífica entre cristianos viejos y conversos sino que se inició una fractura definitiva que acabaría trágicamente con la expulsión del más débil, es decir, de la minoría morisca. Una parte de ellos se integró en el transcurso de varias generaciones mientras que otros siguieron practicando la religión mahometana en la intimidad de sus hogares.
Fernando III El Santo conquistó la villa, entregándola a los santiaguistas en 1235. La comunidad musulmana pervivió tras su reconquista seguramente porque se debió alcanzar algún tipo de pacto o capitulación para la permanencia y coexistencia pacífica. Por eso se mantuvo tanto la aljama judía que aparece reflejada en la documentación del siglo XVI, como una mayoritaria población musulmana que a finales del siglo XV superaba los 2.000 habitantes. Y es que la sierra de Hornachos era algo así como las Alpujarras de Extremadura, donde se refugiaban los hornachegos musulmanes de las tropelías de la Inquisición. En Hornachos, el decreto de 1502 provocó no solo una gran resistencia sino también diversos altercados. Nada menos que 35 hornachegos decidieron huir a Portugal, tras ser obligados a recibir el sacramento. Pedro Muñiz, alguacil de Mérida, fue comisionado para que los persiguiera hasta el reino de Portugal y los apresara porque –según decían- pretendían tornase moros. Estos hornachegos fueron vendidos en Sevilla como esclavos, siendo los beneficios para las arcas públicas. Estos hechos confirman un aspecto que ya conocíamos para el caso de la costa levantina y murciana donde muchas familias se fugaron, bien individualmente, o bien, embarcándose masivamente en las armadas corsarias cuando atacaban los puertos hispanos.
Obviamente los moriscos extremeños lo tenían más difícil pues vivían tierra adentro. La opción más factible para ellos era la huida al vecino reino de Portugal, con la intención de embarcarse hacia las costas del norte de África. Sin embargo, al menos en teoría, Portugal no era una solución pues los lusos, incluso, se habían adelantado a los castellanos, decretando su expulsión en 1496. En cualquier caso, desconocemos si con posterioridad a 1503 otras familias hornachegas lograron huir a través del territorio luso.
Para facilitar su integración con los cristianos viejos, entre 1502 y 1504, se enviaron a la villa 30 familias de cristianos viejos, con el objetivo de catequizarlos. Aunque parece que los resultados fueron infructuosos por lo que desde ese momento se supo que la integración en la villa de musulmanes y cristianos era una empresa difícil. Los moriscos estaban fuertemente arraigados a su cultura y no estaban dispuestos a renunciar a ella. La situación se tornó mucho más violenta a lo largo del siglo, intensificándose gradualmente la presión sobre ellos y sus bienes.
En 1526, tras un decreto prohibiendo todo culto que no fuese el cristiano, los hornachegos volvieron a rebelarse, resistiendo durante varias semanas en la fortaleza de la localidad. Tras ser sometidos, Carlos V encargó al arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique de Lara, que repoblara la villa con 32 familias de cristianos viejos. Por tanto no hay que olvidar que más de medio centenar de familias cristianas se establecieron en la villa a lo largo del siglo XVI. Y esa debía ser la base de la minoría cristiana –en torno al 10 % de la población- frente a las más de un millar de familias moriscas que residían en la localidad.
La situación de estos hornachegos a lo largo del siglo XVI se fue tornando cada vez más complicada. Muy significativo es la existencia en la villa de un lugar llamado el Desbautizadero de los moros desde donde, para agradar a Alá, se bañaban en una fuente para limpiarse del bautismo, aquellos que había sido obligados a recibirlo. Por tanto, huidas, rituales purificadores y procesamientos por el Tribunal de la Inquisición; éste era el dramático cerco que se fue cerniendo a lo largo del quinientos sobre los habitantes de esta población moruna. De hecho, la inquisición de Llerena pasó de juzgar a tan solo seis moriscos en el período comprendido entre 1540 y 1549 a nada menos que 121 entre 1590 y 1599. Entre 1600 y 1609 la cifra de moriscos juzgados por el Santo Tribunal ascendió nada menos que a 292. Pero es más, el 35 % de todos los procesados en Llerena procedían de Hornachos, concretamente 201. Sin duda, se vigilaban especialmente aquellos núcleos con alta concentración moruna, como Hornachos, Benquerencia, Almoharín o Cañamero, donde el peligro de rebelión era mayor.
Es cierto que, pese a su aparente conversión –prácticamente todos recibieron las aguas del bautismo-, una mayoría siguió observando sus costumbres y rindiendo culto a Alá. Además era ostensible que no comían carne de cerdo, que ayunaban durante el mes del ramadán y que les practicaban la circuncisión a todos los varones. Y es que la concentración de más de tres millares de moriscos en una misma localidad en la que, además, controlaban los cargos públicos les daba un amplio margen de libertad para practicar sus viejas costumbres. No nos extraña que el alemán Erich Lassota de Steblovo que pasó por Hornachos el 6 de junio de 1580 refiriera que en era Hornachos una hermosa villa donde se habla la lengua mora o árabe. Ahora bien, todo ello suponía la excusa perfecta para actuar contra ellos, constituyendo una fuente excepcional de ingresos para la Inquisición y los inquisidores de Llerena.
Sin embargo, pese a la afirmación de Erich Lassota, yo pienso que los hornachegos estaban inmersos en un lentísimo proceso de asimilación. Todos tenían nombres cristianos y la mayoría de los apellidos estaban siendo castellanizados. Además, la presión de la Inquisición debía ser un elemento disuasorio; al menos desde 1588 nos consta en Hornachos un familiar de la Inquisición, Alonso de la Cueva. Asimismo, comparecen en la documentación varios familiares del Santo Oficio, que no eran vecinos pero que frecuentaban la localidad, como Alonso Santos de Villate o Diego García de Osorio. Asimismo, se citan en las partidas de bautismo a tres hornachegos relajados que acudían a bautizar a sus respectivos hijos, a saber: Diego Daymán (1604), Hernando Abyle (1606) y Diego Mogazeli (1607). Y el propio concejo financiaba una capellanía llamada de la doctrina para enseñar en la fe cristiana a los niños.
Pero, integrados o no, la expulsión se decidió en altas instancias y después se trató de justificar como se pudo. En 1627 fray Alonso Fernández O.P. escribía que hubo que expulsar a esta gente tan dañosa y apestada porque el reino corría peligro de invasión externa con la ayuda morisca, si se aplazara más la expulsión. Una afirmación ciertamente impensable y que no constituye más que una explicación a posteriori para tratar de justificar lo injustificable.
2.-LA EVOLUCIÓN DE LOS BAUTIZOS
Entre 1590 y 1609 se bautizaron en la localidad una media de 113,4 niños, mientras que entre 1610 y 1613 la media descendió a 46 anuales. Es decir, una caída en los bautizos del 59,43 %. Por tanto, como anticipamos en un trabajo nuestro anterior, Hornachos nunca fue una villa despoblada; hubo una permanencia de un grupo formado por la minoría cristiano vieja y algunos grupos de moriscos, como niños, ancianos y esclavos así como alguna familia bien asimilada. Junto a ellos, llegaron de manera simultánea a la expulsión varias familias procedentes de los pueblos del entorno y del vecino Reino de Portugal.
Comparemos los bautizos de Hornachos con los que se celebraban en una villa pequeña como Feria, en el ducado del mismo nombre. En esta última localidad se estimaba que por aquellos años tenía entre 1600 y 1800 habitantes y se bautizaban un promedio de entre 60 y 65 niños anuales. Dado que la media de bautizos, tras la expulsión, se mantuvo en unos 53, es factible deducir que la población de Hornachos se redujo a unas 1.400 o 1.500 personas. Esta cifra es la suma de entre 300 y 500 cristianos viejos, unos 100 o 200 moriscos que permanecieron por diversos motivos y entre 800 y 1.000 personas forasteras que llegaron en los días, semanas y meses inmediatamente posteriores a la expulsión.
Por lo demás, observamos algunas características muy específicas de Hornachos, que la diferencian del resto de pueblos de la comarca de Tierra de Barros. En primer lugar, encontramos tan solo a tres niños abandonados, es decir, expósitos, de un total de 2.452 bautizados entre 1480 y 1613. Ello supone un porcentaje del 0,12 % cuando en el resto de la comarca se movió entre el 0,9 y el 1 %. También es muy reducido el porcentaje global de ilegítimos, pues mientras en Tierra de Barros se situaba entre el 3,5 y el 7,5 % de los bautizados en Hornachos se reducía al 0,4 % de los nacidos. Eso implicaría quizás una mayor solidaridad grupal. Y finalmente encontramos otro dato significativo: tan solo aparecen siete esclavos bautizados, es decir, el 0,28 % frente a porcentajes superiores al 3 % que se registraron en el resto de los pueblos de la comarca en los siglos XVI y XVII. Y ello porque desde las mismas Partidas de Alfonso X se vedaba que los judíos e islámicos tuviesen esclavos cristianos, tradición legal aplicada a los mudéjares y después a los moriscos. Eso no impidió que algunos hornachegos acudiesen a distintos mercados a comprar aherrojados.
3.-HIJOS POR FAMILIA
La historiografía tradicional sostuvo que las familias moriscas tenían más descendencia que las cristianas. Sin embargo, esta idea ha sido matizada en los últimos años por diversos estudios realizados en toda la geografía española. El análisis pormenorizado de los bautizos en Hornachos vuelve a dejar muy claro que los moriscos no eran más prolíficos que los cristianos.
Hay que empezar diciendo que el libro I de bautismos de la parroquial de Hornachos (1580- 1613), tiene varias limitaciones, a saber: una, para el análisis del número de hijos por familia no son fiables los datos iniciales de 1580 o 1581 ni los finales porque dicha familia pudo haber tenido otros hijos que no constan en dicho libro. Dos, aunque la movilidad era escasa, es posible que algunos de los que aparecen con uno o dos vástagos, se hubiesen trasladado de localidad. Tres, no se contabilizan aquellos matrimonios que no tuvieron descendencia y que, por tanto, no aparecen en los libros de bautismos. Y cuatro, en algunos casos en que aparece el mismo nombre del varón pero distinta mujer, pudiera ser que se tratase de segundas nupcias, algo que no siempre podemos verificar porque no existen registros matrimoniales para aquellas fechas. Conste que a los efectos de este trabajo los hemos contabilizado como dos familias diferentes. En cualquier caso los resultados se pueden valorar como tendencia pero no en sus cifras absolutas.
Las 150 familias que hemos contabilizado bautizaron a un total de 412 niños, lo que implica una media de 2,7 hijos por familia. Pero esta media debió ser inferior ya que, como hemos dicho, no computan los matrimonios sin hijos. Por tanto quede claro que el número de hijos por familia era bastante bajo en Hornachos, por debajo de 3 hijos por pareja. Exactamente el 49,33 %, es decir casi la mitad de las familias tenían uno o dos hijos. En cambio, las familias que procrearon a seis o siete descendientes son tan solo nueve, es decir, justo un 6 % del total. Esto nos ofrece unas tasas de fecundidad bastante bajas. Y en este sentido hay otro dato muy significativo, entre el primer y el segundo hijo discurren una media de entre cuatro y cinco años. Solo en el caso de 30 familias transcurrieron uno o dos años entre el primero y el segundo, lo que equivale al 20 % del conjunto estudiado. Como ya hemos afirmado, la fuente no nos permite ofrecer cálculos exactos pero sí que deja bien clara la baja fecundidad de los hornachegos, en todo caso con menos de tres hijos por familia.
4.-APELLIDOS Y ONOMÁSTICA
Conviene aclarar que, dado que tenemos los bautizos informatizados, hemos realizado un rastreo de todas las veces que concurre el mismo aunque sea la misma persona, incluidos los que comparecen como testigos. Casi todos los apellidos adoptan la variante femenina, es decir, Durán o Durana, Romero o Romera, Maycán o Maycana, Serrano o Serrana, Madroño o Madroña, Manzano o Manzana, etc. No cambian los que son femeninos, como Maridíaz, Peñalosa o García, o algunos de difícil transformación o mal sonantes, como Valverde, Gutiérrez o Álvarez.
Podríamos pensar que los apellidos comunes entre los moriscos eran Tenenu, Mogazeli, Duquela, Maycán, Arcaz, Arabi, Çamar… Pues no, lo mismo que habían transformado sus nombres árabes como Moçeda, Fátima, Haçon, Abrahem, Hoçayne, en nombres cristianos, habían practicado lo mismo con sus apellidos. Los cinco más comunes entre 1580 y 1613 son, por este orden: Hernández, González, García, Zambrano y Díaz. La Inquisición estaba encima de ellos, había varias familias con miembros relajados y había, asimismo, familiares del Santo Oficio que residían en la villa y que informaban de todo. Ello provocó un intento progresivo de asimilación que pasaba por adoptar un nombre cristiano y por elegir un apellido tan castellano como García, González o Hernández o el transformar el Carrax en Carrasco o el Rego en Rojo. Y todo ello favorecido por el hecho de que hasta el siglo XVIII no existiese una norma establecida para la transmisión de los apellidos en España.
Tenemos registrados 3.293 bautizos en Hornachos entre 1580 y 1613, de los que conocemos su nombre y sexo en 3.225 casos. De ellos 1.637 corresponden a niños y 1588 a niñas. Como en el resto de Extremadura y de España nacían más niños que niñas, exactamente 100,75 niños por cada 100 niñas. Se mueve en parámetros normales ya que biológicamente se sabe que nace más personas de sexo masculino que femenino.
A diferencia de lo que ocurre en los libros de bautismo de otras localidades de la provincia de Badajoz no se especifica, salvo en muy rara ocasión, el carácter morisco del bautizado quizás porque se presuponía que prácticamente todos lo eran. Más extraño es que no se anote la condición de cristiano viejo de algunos de los cristianados. Ahora bien, todos los bautizados tienen nombres cristianos pues, como es sabido, desde 1565 se prohibió explícitamente que los musulmanes usasen nombres o sobrenombres de origen islámico. Asimismo, los padrinos debían ser obligatoriamente cristianos.
Analizando 1.588 nombres de niñas bautizadas en los siete años anteriores a su expulsión, los datos son bastantes concluyentes y contundentes. En cuanto a los nombres femeninos domina ampliamente el de María que lo recibieron el 51,51 % de las bautizadas. Le siguen en importancia Isabel con el 22,41 % y Leonor con el 16,62 %. Pero, es más, estos tres nombres -María, Isabel y Leonor- concentraban nada menos que el 90,54 % de los casos. ¿Y qué tiene de particular todo esto?, pues, bien, resulta que según estudios de Bernard Vincent, en 1503, el 87,67 % de las moriscas que vivían en el Albaicín se llamaba María, Isabel o Leonor. Obviamente esto no puede ser causalidad. Estaba claro que los párrocos impusieron con mucha frecuencia a los moriscos los nombres de María, obviamente en honor a la Madre de Dios, Isabel, en recuerdo de la Soberana Católica, y Leonor que, a juicio de Bernard Vincent, es un nombre muy vinculado a las familias de cristianos viejos que los solían apadrinar.
En el caso de los nombres masculinos también se produce una cierta concentración, aunque no tanto como en el caso de los nombres femeninos. De hecho, los seis nombres mayoritarios, Diego, Hernando, Alonso Francisco, Gabriel y Álvaro suman el 75,54 % del total de la onomástica masculina. Se trata igualmente de nombres muy usados en los pueblos moriscos de la Alpujarra granadina a principios del siglo XVI, especialmente los de Francisco y Alonso. Diego, que es el nombre más usado en Hornachos, también lo encontramos con bastante frecuencia en algunos pueblos de la serranía de Granada. En cuanto a Francisco, no solo estaba vinculado a los moriscos pues era un nombre usual en la España de los siglos XVI y XVII por el gran auge e influencia de la orden franciscana. Lo que pretendemos demostrar es que efectivamente, quedan pocas dudas sobre el carácter morisco de la mayoría de la población de Hornachos, antes de 1610.
5.-EXPULSIÓN Y PERMANENCIA
Como es bien sabido, los primeros decretos de expulsión de los moriscos españoles datan de 1609. Los varones adultos fueron en su mayoría desterrados muy a pesar de que había al menos una minoría que se consideraban conversos sinceros. En cambio, hubo un mayor número de excluidos entre otros grupos a saber: las mujeres, tanto si eran moriscas como cristianas desposadas con un morisco, que se les consintió quedarse con sus hijos, contando con el consentimiento de su esposo y con la aprobación de los cristianos viejos de cada localidad. También fueron excluidos los niños menores, pues se intentaba proteger a aquellas personas que todavía se consideraban recuperables.
Una vez que acabó la expulsión de los moriscos valencianos en diciembre de 1609, se procedió a expulsar, ya en 1610, a los residentes en Extremadura, Andalucía y Murcia. El bando de expulsión de los moriscos hornachegos, fechado el 16 de enero de 1610, fue llevado personalmente a la villa por el alcalde de la Corte Gregorio López Madera. En los propios libros de bautismo el párroco anotó al margen los días exactos en los que se efectuó: expulsión de los moriscos de Hornachos: Gregorio López madera, alcalde de su casa y contador, salieron en 26, 27 y 28 de enero de este año de 1610.
La cuestión de la permanencia de esta minoría étnica tiene ya una larga tradición historiográfica que se inicia en el último tercio del siglo XIX y prosigue casi ininterrumpidamente hasta el siglo XXI. Había casos aislados muy conocidos como el de los moriscos del valle de Ricote (Murcia) a los que se refiriera Miguel de Cervantes y que eludieron inicialmente su expulsión. También sabíamos que los decretos no afectaron a todos ellos, pues a los menores de siete años se les permitió quedarse. De hecho, el cabildo de Sevilla se convirtió en depositario de tres centenares de niños que eludieron el exilio forzoso.
Abundando en la cuestión de la permanencia, hace ya varias décadas, Antonio Domínguez Ortiz aportó algunos datos al respecto. Concretamente se refirió a los moriscos de las villas del Campo de Calatrava, que tenían un privilegio de los Reyes Católicos y estaban cristianizados, como en los reinos de Valencia y Murcia. Pocos años después, con más intuición que datos, Bernard Vincent afirmó que posiblemente, después de 1610, permaneció en la Península una población morisca más numerosa de lo que generalmente se admite. Efectivamente, sus palabras eran acertadas pues actualmente no dejan de aparecer por aquí y por allá casos de moriscos que, de una forma u otra, se escabulleron entre la población. Por su parte, Henry Lapeyre concluyó, en su ya clásica obra Geografía Morisca, que en España vivían unos 300.000 moriscos de los que 275.000 fueron expulsados. Y es que ni la expulsión de los moriscos granadinos tras la rebelión de las Alpujarras (1568-1570) fue total ni, muchísimo menos, la del resto de España entre 1609 y 1611. Pese a estos aportes, hasta hace pocas décadas se mantenía la creencia en la mayor parte de la historiografía que los llamados moriscos de paz, aquellos conversos sinceros que se quedaron, fueron muy excepcionales.
Sin embargo, los estudios pioneros del gran hispanista inglés Trevor J. Dadson han demostrado finalmente la permanencia de una parte de la población morisca. Hoy resulta probado que había miles de moriscos bien integrados socialmente que eludieron sin demasiada dificultad las órdenes de exilio. Y ello, por dos causas: primero, porque, de acuerdo como Trevor J. Dadson, la maquinaría burocrática falló, y muchos escaparon al control. Y segundo, porque una parte considerable de ese contingente estaba ya a finales del siglo XVI totalmente asimilado y se confundía entre la población cristiana vieja, en algunos casos con la ayuda de los párrocos, de las autoridades locales y de sus propios paisanos. Otros obtuvieron licencias, quedándose bajo la protección de algún prohombre -que eran precisamente los grandes perjudicados por tales decretos-, e incluso, algunos regresaron poco después.
En el caso de Extremadura hubo una importante asimilación de estas minorías en decenas de villas y localidades. Está bien documentada su integración en numerosas localidades de la Baja Extremadura, como Zafra, Calzadilla de los Barros, La Puebla del Prior, Ribera del Fresno, Villafranca de los Barros, Villalba de los Barros, Almendralejo, Solana de los Barros, Mérida y Fuente del Maestre. También en Salvaleón sabemos que los pocos moriscos que llegaron tras la rebelión de las Alpujarras se integraron totalmente entre su vecindario. Asimismo, en la vecina villa de Barcarrota aparecen algunos moriscos aislados en los censos de 1481 y 1538, que quedaron totalmente asimilados entre la población.
Con respecto a la permanencia de hornachegos, en un trabajo publicado en 2010, realicé un estudio somero del libro de bautismo y detecté que el descenso de los bautismos fue de poco más del 50 %. Ello me llevó a sostener la hipótesis de que una parte de la población morisca de la villa permaneció. Sin embargo, tras el laborioso vaciado del citado libro de bautismo estoy en condiciones de matizar aquella afirmación, en buena parte errónea. Quiero empezar diciendo que precisamente en pueblos como Hornachos, Magacela o Benquerencia donde la población morisca era mayoritaria y resistente, las posibilidades de eludir la expulsión fueron mucho más reducidas.
¿Cuántos hornachegos marcharon al exilio? La mayoría de los especialistas han sostenido que fueron unos 3.000. Teniendo en cuenta que en Hornachos vivían aproximadamente en torno a 4.000 moriscos, y entre 300 y 500 cristianos, podríamos pensar que aproximadamente un 25 % de los moriscos permaneció en la villa. Sabíamos por algunas referencias que muchos moriscos entregaron a sus hijos y a sus mujeres antes de marchar. Las palabras del cronista Ortiz de Thovar resultan muy significativas:
Publicado el bando que ya tenían ellos sospechas, se quitaron muchos la vida a sí mismos, y otros vendían a sus propios hijos para aliviarse de la carga; otros dejaban a sus mujeres; y otros entregaban a sus hijos para ir de este modo más desembarazados.
Otros datos verifican esta misma idea; tras el exilio se inventariaron 1.000 casas abandonadas lo que equivaldría más o menos a un millar de vecinos o fuegos. En principio cabría esperar la permanencia en la localidad de moriscos teóricamente excluidos del bando de expulsión, a saber:
Primero, los niños menores de edad se quedaron en la localidad en manos de cristianos viejos o de moriscos de una conversión probada. Por ello, aunque la casa morisca quedase vacía, algunos miembros de esa unidad familiar pasaron a engrosar las familias de los cristianos viejos.
Segundo, algunas mujeres que estaban desposadas con cristianos viejos o que lo hicieron en los meses anteriores a la expulsión, con la intención de evitar el cadalso. Hay casos bien documentados como el de Pliego, en Murcia, aunque en el caso de Hornachos solo podemos presuponerlo dado que el primer libro de matrimonios empieza en 1620. En cualquier caso, algunas de las desposadas en 1620 y en los años sucesivos parecen ser niñas moriscas que permanecieron en la villa como Juana Sánchez, María Díaz, María Zambrana o Leonor de Mora, todas ellas nacidas en Hornachos antes de la expulsión.
Tercero, ancianos y enfermos de los que obviamente no tenemos un listado.
Y cuarto, los esclavos que en el caso de Hornachos debieron ser insignificantes dada la escasa prevalencia de la institución en la villa.
Por lo demás, tenemos documentadas algunas familias de origen morisco que permanecieron en la villa, probablemente por estar bajo la protección de los religiosos de la misma y por tener probada su sincera conversión cristiana. Es decir, que una parte importante de la población que se quedó en la villa no eran moriscos sino recién llegados de otros lugares, entre ellas varias familias del entorno de Extremadura y algunas del reino de Portugal, en esos momentos integrados en el imperio Habsburgo.
Por tanto, quiero insistir que la permanencia de moriscos en una villa tan resistente como Hornachos fue mucho más reducida de lo que yo mismo había planteado con anterioridad. La población se redujo a una cuarta parte, en torno a los 1.400 habitantes, pero una buena parte de ellos, pertenecían a las familias cristianas de la localidad y otros a los matrimonios llegados en las semanas y meses inmediatamente posteriores al bando de expulsión. Las familias moriscas que permanecieron fueron muy pocas, entre 15 y 20.
Lo cierto es que en el Hornachos posterior a la expulsión permanecieron algunos de los apellidos mayoritarios antes de la expulsión como Zambrano, Díaz, Cordobés, Sánchez, Carrasco –antiguo Carrax- y Bejarano. Caso muy distinto era el de los topónimos típicamente moriscos, como los Hadia, Tenenu, Maycán, Mogaceli, Arcaz, Çamar, Abyle, Tro o Arabi que ya habían disminuido mucho en las décadas anteriores a la expulsión y que desaparecieron totalmente después. Con la intransigencia que existía ya bastante tenían con tener orígenes moriscos como para encima mantener un apellido que los delataba a las claras. Nadie en sus cabales mantendría un apellido tan claramente morisco como los citados anteriormente
Por tanto, concluyendo este apartado de la permanencia en Hornachos, debemos decir que precisamente por ser una villa morisca muy señalada el margen para la permanencia fue muy escaso. Apenas algunos niños, un puñado de enfermos, algunas mujeres casadas con cristianos viejos y poco menos de una veintena de familias protegidas que debían tener probada su condición de cristianos practicantes. Entre 100 y 150 moriscos de los casi 4.000 que poblaban la localidad antes de la expulsión.
6.-LA VILLA DESPUES DE LA MARCHA DE LOS MORISCOS
La situación de los deportados debió ser trágica a juzgar por los relatos que dibujar unas escenas verdaderamente dramáticas sobre las condiciones del viaje. Al parecer sufrieron en los caminos el acoso de bandidos que les robaron lo que pudieron. En 1611 se encontraban en Sevilla, un acontecimiento que fue destacado por el cronista hispalense Diego Ortiz de Zúñiga quien, por un lado, alabó el celo religioso de Felipe III al expulsarlos y, por el otro, denunció la penosa situación de los deportados hornachegos. De hecho, escribió que algunas personas piadosas lamentaron la situación, viendo embarcar criaturas que movían su lástima y compasión. El pasaje se lo pagaron ellos mismos con el dinero líquido que habían obtenido malvendiendo algunas de sus propiedades antes de la partida. Concretamente gastaron unos 22.000 ducados en financiar su pasaje con destino a las costas del actual Marruecos. Unos ayudaron en el pago a los otros, confirmando nuevamente la gran solidaridad existente entre los moriscos en general y entre los hornachegos en particular. La mayoría desembarcó en el puerto de Tetuán desde donde se dirigieron a Salé, antigua villa, integrada actualmente en el perímetro metropolitano de la ciudad de Rabat.
Se ha creado un falso mito sobre las riquezas dejadas por los moriscos tras su exilio. Pero esta creencia no es nueva, pues, los propios contemporáneos se equivocaron al estimar las rentas y las propiedades de los moriscos muy por encima de su valor real. Los moriscos distaban muchos de ser pobres de solemnidad –utilizando un concepto de la época- pues la mayoría eran trabajadores eficientes que se repartían en los tres sectores económicos: el primario, el secundario y el terciario. Sin embargo, a lo largo del siglo XVI se habían empobrecido considerablemente, debido a la excesiva presión fiscal, a las multas y a la confiscación de sus propiedades. Todo esto está bien documentado en diversas regiones moriscas de España. En el caso de Granada, entre 1559 y 1568 se revisaron los títulos de propiedad de todas las fincas de los moriscos, cambiando de manos unas 100.000 hectáreas. En Almería, tras la expulsión de los moriscos, después del alzamiento de 1568, se supo que la mayor parte de sus propiedades estaban fuertemente cargadas con censos perpetuos.
El caso de Hornachos no fue una excepción. Los moriscos hornachegos se habían empobrecido considerablemente a lo largo del quinientos. Y las causas están bien claras: una presión fiscal excesiva, las condenas pecuniarias de los inquisidores de Llerena que convirtieron la problemática morisca en una excepcional fuente de ingresos, y finalmente, el hecho de que, temiendo su expulsión, muchos malvendieran sus propiedades. Precisamente, con motivo del decreto de febrero de 1502 muchos hornachegos vendieron sus fincas al mejor postor, pensando que serían expulsados. Finalmente, la mayoría aceptó el bautismo y se quedó, pero el quebranto económico estaba ya hecho. Muchos de ellos se habían visto obligados a pedir créditos para saldar las multas impuestas por la Inquisición de Llerena.
Felipe III había contraído una deuda de 180.000 ducados con la familia Fugger, a los que les seguía debiendo algo más de 30 millones de maravedís. Por ello, se tasaron los bienes de los moriscos de Hornachos para saldar dicha deuda. Sin embargo, los tasadores reales valoraron al alza muchas de las propiedades de los moriscos lo que generó una reclamación por parte de estos prestamistas. Inicialmente las rentas y propiedades de los moriscos de Hornachos fueron estimadas en 180.000 ducados. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent analizaron un inventario de los bienes dejados por los moriscos estimaron su valor en unos 122.300 ducados. Pero también esa cantidad nos parece excesiva. Los Fugger se quejaron de que las propiedades que les entregaron estaban fuertemente censadas, tanto por particulares como a favor de los inquisidores de Llerena. Incluso, muchos de sus bienes inmuebles tenían contraídas deudas censales por un importe muy superior a su propio valor. Por todo ello, fue necesario volver a tasar las propiedades, haciendo previamente concurso de acreedores de todas aquellas personas e instituciones que tenían censos a su favor. Para ello, se comisionó a Tomás de Carleval para que se encargase antes que nada de hacer pagar las deudas y censos que estaban cargados sobre las haciendas que dejaron los moriscos de Hornachos. Su trabajo era complicado y duró varios años por lo que el 9 de enero de 1614 se le volvió a renovar su prórroga para continuar la venta de bienes para el pago de los acreedores. Una vez pagadas las deudas se debía entregar a los Fúcares el valor pactado con ellos. Pero nunca se completó el pago porque los bienes dejados por los moriscos no fueron suficientes.
Entre 50 y 100 familias acudieron a poblar Hornachos en las semanas y meses posteriores a la expulsión, tanto de villas más o menos cercanas como La Puebla del Prior o Ribera del Fresno y otras no tanto como Quintana de la Serena o Aceuchal. También llegaron varias familias de Portugal. Algunos moriscos que permanecieron tampoco desaprovecharon la ocasión para adquirir a bajo precio bienes dejados por sus correligionarios. Así Antonio Carrasco, que tenía ascendencia morisca, en 1614 compró por el módico precio de 27.120 maravedís varias propiedades de su paisano expulso Luis Cordobés, concretamente una casa, una tienda y un colmenar.
No obstante, pese a esta rápida repoblación, auspiciada por las posibilidades de enriquecimiento, lo cierto es que la villa nunca se recuperó totalmente. De hecho, en 1646 seguía teniendo tan solo 500 vecinos, es decir, poco más de 2.000 habitantes. La situación no mejoró en la segunda mitad del siglo XVII pues los bautizos nunca alcanzaron las cifras anteriores al decreto de expulsión.
7.-VALORACIONES FINALES
Del estudio de los moriscos de Hornachos podemos extraer varias conclusiones: primero, los hornachegos se mostraron inasimilables, pese a que padecieron todo tipo de presiones: bautismos forzados, multas, confiscaciones y un cerco asfixiante contra sus costumbres. Pero, pese a ello, la inmensa mayoría jamás renunció a su cultura, a sus costumbres y a sus creencias religiosas. En Hornachos, el hecho de que existiese un contingente total en torno a 3.500 o 4.000 moriscos provocó una especial cohesión entre todos ellos que favoreció el mantenimiento de sus tradiciones grupales. Una afinidad que mantuvieron después del exilio y que les sirvió para ayudarse y protegerse mutuamente. Una vez alcanzado su destino en Salé, permanecieron juntos, fundando la famosa república corsaria. Allí encontraron su particular tierra de promisión donde pudieron cumplir sus deseos de mantenerse fieles a sus raíces islámicas.
Segundo, la permanencia fue escasa precisamente por ser una villa tan resistente y tan señalada dentro de la geografía morisca. Queda demostrado que, aunque la villa mantuvo entre 1.000 y 1.500 habitantes, una buena parte de ellos lo conformaban un núcleo de familias cristianas que se habían ido asentando en la villa antes de la expulsión y casi un centenar de familias más que llegaron a la localidad en los meses inmediatamente posteriores a la expulsión. Es difícil fijar un número exacto de las personas de ascendencia morisca que permanecieron, de los 3.500 a 4.000 que había en la localidad antes de la expatriación; quizás 100 o 150, es decir, redondeando, entre un 3 y un 4 % del total de población mahometana. Es seguro, que en otras villas de la Baja Extremadura con minorías moriscas bien integradas el porcentaje de integración fue mucho mayor, en muchas de ellas del 100 %.
Tercero, los bienes dejados fueron mucho menos cuantiosos de lo que la Corona estimó en su momento y de lo que incluso la historiografía contemporánea ha defendido. Sus rentas no eran tan cuantiosas, sobre todo porque habían sido fuertemente lastradas con censos, básicamente provocado por las multas que periódicamente les imponían los inquisidores de Llerena.
Y cuarto, su largo viaje en busca de la tierra prometida les costó caro, carísimo: la pérdida de todos sus bienes, el abandono forzado de sus vástagos más pequeños y un largo recorrido en el que padecieron todo tipo de calamidades. Nunca pensaron que su cultura y sus tradiciones eran una curiosa mezcla entre elementos predominantemente berberiscos e islámicos con otros de honda tradición hispánica. Ocho siglos en la Península Ibérica los había transformado irremediablemente. De hecho, encontraron serias dificultades para entenderse con los habitantes de Rabat, pues su idioma era una compleja mezcla entre el árabe y el castellano. No se podían identificar con la España de los cristianos viejos, pero probablemente tampoco con los berberiscos intransigentes del norte de África. Eran islámicos, sí, pero españoles no africanos. Por ello, mientras vivió uno solo de ellos nunca se olvidaron de su tierra de origen. Algunos, incluso soñaron con la remota posibilidad de poder retornar algún día a su querida y añorada villa de Hornachos. E incluso, los actuales descendientes todavía conservan cierta nostalgia, trasmitidas de padres a hijos, de su origen hispano.
Estos siglos de presencia moruna en Hornachos, unido a la permanencia de algunos de ellos en la localidad contribuyeron a perpetuar el bagaje cultural y artístico moro en esta peculiar villa pacense.
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(Extracto del trabajo del mismo título publicado en las X Jornadas de Historia de Almendralejo y Tierra de Barros, Almendralejo, 2020, pp. 251-281).
Gerardo Quesada Mayorga dice
Reescribir la historia de la forma en que lo hiciste reviste de honradez tu oficio.
Interesante historia, como para decidir si se siente vergüenza o fría comprensión por lo actuado en aquella época; claro, se trataba de invasores.