Esteban Mira Caballos

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EL REFLUJO DE CAPITALES INDIANOS A EXTREMADURA: UNA APROXIMACIÓN

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1.-INTRODUCCIÓN

Extremadura tuvo una extraordinaria participación en todo lo relacionado con la empresa indiana desde el primer viaje colombino, donde viajaron al menos nueve extremeños. Por todo ello, la presencia de lo americano en la mente de sus habitantes comenzó tempranamente; rumores y comentarios sobre un navegante, llamado Cristóbal Colón, que había descubierto tierras al otro lado de la inmensidad oceánica o de unos conquistadores que habían encontrado e incorporado al imperio verdaderos imperios. Verdaderos mitos áureos que debieron suponer un revulsivo en el ánimo de aquellos que querían mejorar sus expectativas vitales, lejos de la tierra que les vio nacer.

No tardó en desarrollarse todo un trasiego continuo de personas que iban y venían a las Indias, algunos de ellos consiguiendo sus metas de enriquecimiento y retornando a sus respectivas localidades natales. Estos hombres que regresaban ricos del otro lado del charco se conocieron en su tiempo como peruleros, aunque también se las designaba como indianos. La palabra perulero, arranca de la raíz Perú, porque el primero que recibió este apelativo fue el trujillano Hernando Pizarro, cuando regreso a España en 1534 desde Nueva Castilla, con una ingente cantidad de oro y plata. Sin embargo, muy rápidamente se aplicó esta denominación a toda aquella persona que regresaba rica de América e, incluso, pasado el tiempo, a todo aquel que ganaba dinero con el comercio de las Indias, aunque jamás hubiese cruzado el charco.

2.-LA DECISIÓN DE EMIGRAR

Existe una creencia ampliamente extendida que sostiene que la emigración afectó fundamentalmente a personas de muy baja extracción social y a delincuentes. Una idea totalmente incierta pues había que disponer de bastante numerario para pagar las tareas administrativas conducentes a la obtención de la licencia, al mantenimiento durante las interminables demoras y al precio del billete. Bien es cierto que la pobreza era una de las causas alegadas para conseguir la venia, pero siempre y cuanto se tuviese la suficiente capacidad económica como para sufragar los costes del viaje, algo que no era barato. Por ejemplo, el cacereño Juan Vivas poseía la condición hidalga, pero su pobreza le llevó a ejercer de zapatero para mantener a su familia hasta que finalmente decidió emigrar a México. Y en este sentido, hay un dato bien sabido, pero poco citado que corrobora esta idea de que estos indianos no eran de baja extracción social: entre las huestes conquistadoras, aunque pocos tenían estudios superiores, el índice de alfabetos se movía entre el 80 y el 85 por ciento, cifra muchísimo más alta que la media española. Está claro que las personas de más baja extracción social tuvieron serias dificultades para conseguir su licencia y, más aún, para financiar su embarque. Pero incluso en el caso de cumplir todos los requisitos y tener el dinero para pagarlo, podía pasar que las autoridades te negasen la autorización y en esos casos solían contestar con una tajante y breve expresión: No ha lugar. Conocemos cientos de casos de denegación de la autorización, pero citaremos solo la de Miguel Flores y Juan Gutiérrez, mozos solteros, vecinos precisamente de Garrovillas de Alconétar (Cáceres) que querían pasar a Nueva España, portando una espada y un arcabuz cada uno.

Si los más pobres persistían en su idea de pasar a las Indias debían buscar otras opciones, siendo la más factible enrolarse en un barco como grumete, uno de los trabajos más duros y peor pagados que existían, y, pasado un tiempo, desertar en algún puerto. Otros, se alistaban en las reclutas de milicias, que eran aceptados por las dificultades que existían para conseguir tropa, de ahí el pésimo servicio que prestaban, aprovechado la primera ocasión que se les presentaba para huir.

Eso no significa que la precaria situación económica de Extremadura no fuese una importante causa que motivaba la emigración. Influyó mucho la concentración de la tierra en pocas manos, así como su carácter fronterizo con el reino de Portugal, lo que la convirtió en uno de los escenarios bélicos prioritarios de la monarquía. Durante la Edad Moderna las guerras y las crisis cerealísticas periódicas y las epidemias provocaban bruscos descensos de la población, en una parte debidas a las altas tasas de mortalidad, y en otra a la emigración. Así, entre finales del siglo XVI y principios del XVIII, es decir, en un siglo, la población de Extremadura pasó de 451.000 habitantes a 241.572. Ante una economía tan precaria y una distribución tan desigual de la riqueza, la mejor opción para miles de jóvenes era la emigración. Eso explica el papel de primer orden que jugaron los extremeños en la empresa americana, no sólo en la conquista y la colonización del nuevo continente, sino también en la posterior evangelización.

El viaje a América era muy sufrido, incluso en el caso de que todo fuera bien. Pero el desplazamiento a Nueva España o al área antillana era mucho más llevadero que el realizado al peruano. En este caso, la expedición podía durar medio año. Los Galeones de Tierra Firme iban hasta Santo Domingo, luego, tras recalar en Cartagena de Indias, terminaban el viaje en Portobelo. Luego había que hacer por tierra el viaje hasta Panamá, cruzando el istmo en recuas de mulas. Una vez en Panamá había que esperar la llegada de alguna flotilla que los embarcase, en una complicada travesía, hasta el puerto de Paita o del Callao.

El perfil más habitual de estos emigrantes era el de un varón, de entre 15 y 35 años, huérfano o miembro de una familia pobre o muy numerosa. El caso de Diego Calderón es significativo; tras quedar huérfano siendo muy joven, su hermano se comprometió a mantenerlo hasta su embarque en la primera flota que partiese de Sevilla. Ahora bien, sólo puso una condición, si finalmente no viajaba le debía devolver los 40 ducados que estimaba iba a gastar en su licencia, pasaje y equipaje. Asimismo, el presbítero Pedro Gómez de Ribera, a mediados del siglo XVI, se vio empujado a hacer carrera eclesiástica en las Indias, dejando en Zafra a tres hermanos y a dos hermanas.

Están registrados en las fuentes generales del Archivo de Indias algo más de 20.000 emigrantes extremeños a América a largo de la Edad Moderna. Sin embargo, la cifra real habría que aumentarla quizás al doble, en torno a las 40.000 personas, dado el alto número que pasaron inadvertidos, casi invisibles, para la historia. De hecho, en un trabajo exhaustivo que publiqué sobre la emigración de Zafra, comparando las fuentes locales y las nacionales, detectamos que un 40,41 por ciento de los emigrantes no aparecían en los registros oficiales de la Casa de la Contratación. Y ello, porque muchos pasajeros pedían un préstamo, otorgaban poderes, vendían propiedades u otorgaban testamento antes de marcharse. Pero hay que tener en cuenta que las fuentes locales de Zafra están muy mermadas, especialmente para el siglo XVI, por lo que es seguro que la cifra de pasajeros que viajaron de manera alegal fue muy superior. En cualquier caso, aunque incluyamos a los alegales, los extremeños apenas supusieron el 5 por ciento para toda la Edad Moderna, o del 8 por ciento para el siglo XVI.

Asimismo, podemos observar que la mayoría emigró en el siglo XVI, mientras que, en el XVII, dada la crisis demográfica de la región, el flujo se redujo considerablemente, para hacerse insignificante en la siguiente centuria. Hubo algunas localidades más emigrantes que otras, con la excepción de Trujillo, la mayoría ubicadas en la Baja Extremadura, de donde procedía más del 65 por ciento de los emigrados. Sin ánimo se ser exahustivos, las principales localidades emigrantes extremeñas en la Edad Moderna fueron estas por orden de mayor a menor: Trujillo (1.551), Zafra (1.106), Zalamea de la Serena (885), Badajoz (680), Mérida (641), Medellín (605), Plasencia (505), Llerena (435), Fregenal (405), Cáceres (371), Azuaga (360), Jerez de los Caballeros (300), Los Santos (269), Villanueva de la Serena (267), Almendralejo (256), Fuente de Cantos (238), Segura de León (219), Fuente del Maestre (205), Garrovillas (197), Alburquerque (196),  Alcántara (178), Villafranca de los Barros (160), Burguillos del Cerro (154), Barcarrota (150), Alanje (142), Jaraicejo (124), Brozas (121), Coria (121), Montijo (106) y Talavera la Real (104). Los datos absolutos no deben ser tenidos en cuenta pues son, en todos los casos, provisionales, pero sí nos pueden servir para hacernos una idea aproximada.

3.-LOS PERULEROS

La mayor parte de los emigrantes nunca perdieron la esperanza de regresar algún día a sus lugares de origen, aunque pocos lo consiguiesen. En este sentido, decía Francisco de Guerra Zabala, en una carta enviada, el 2 de febrero de 1672 desde Potosí, que rezasen para que el Señor le diese fuerzas para regresar a morir a su patria chica. Los impedimentos eran muchos: primero, si no obtenían el caudal suficiente, era difícil financiarse el retorno, además de la carga antisocial que conllevaba regresar pobres, sin haber conseguido los objetivos de enriquecimiento. Y segundo, si formaban una familia al otro lado del charco, arraigaban en la tierra, el retorno se tornaba casi inviable. Así, el 8 de enero de 1587 Francisco Ortiz, vecino de Potosí, le decía a su madre, residente en Vizcaya que no podía viajar a su tierra natal por tener un hijo de un año muy lindo y temía que se le muriese en un trayecto tan largo. 

Pese a todo hubo un buen grupo de extremeños que consiguieron retornar, con mucha fortuna, a su Extremadura natal. Después del reparto del botín de Cajamarca, Francisco Pizarro autorizó el regreso de los enfermos, los envejecidos, o de aquellos que tenían alguna lesión que les impedía seguir en la brecha. En total fueron unos sesenta, es decir, la tercera parte de los participantes en la celada de Cajamarca. Entre ellos, el soldado Juan Ruiz que pudo vivir en su Alburquerque (Badajoz) natal, rodeado de toda una corte de escuderos, criados, pajes, lacayos, esclavos y paniaguados. También retornó el segureño Diego Mexía, que llegó a Sevilla a primeros de 1534, pero, por desgracia, y aunque era muy joven, apenas pudo disfrutar unos años de su fortuna, pues, falleció sin descendencia a primeros de abril de 1540. Peor aún le fue a Juan García de Santa Olalla, pues, la nao San Medel, en la que regresaba, fue asaltada y saqueada por los corsarios. Dada la situación de indigencia en la que quedó, decidió regresar a Nueva Castilla, aunque la suerte no le volvió a sonreír.

De entre todos esos peruleros citaremos solo a algunos que repatriaron sus capitales a sus respectivas localidades natales: Juan Ruiz (Alburquerque), Hernando Martel de Mosquera (Zafra), Juan Velázquez de Acevedo (Medellín), los Cano Moctezuma (Cáceres), Ruy Hernández Briceño (Badajoz), Hernando Pizarro (Trujillo) y Francisco de Lizaur (Brozas). Pero hubo varios centenares más, menos conocidos, pero que trajeron consigo importantes fortunas. Entre ellos, Alonso de Medina, que había nacido en Badajoz en torno a 1503, en el seno de una familia hidalga. Era otro experimentado guerrero pues había estado varios años luchando en diversas zonas de Centroamérica y en la asonada de Cajamarca como hombre de a caballo, recibiendo su parte del botín. Lo encontramos registrando piezas de oro en varias fundiciones, como las de San Miguel de Tangarara (1532), Cuzco (1533) y Jauja (1534), mientras que el 19 de mayo de 1533 compró dos esmeraldas por valor de 81.000 maravedís. En 1534 regresó a España, trayendo junto a Gonzalo de Pineda, además de su propio capital, casi nueve millones de maravedís de Francisco Pizarro que, finalmente, fueron confiscados por la Corona, a cambio de un juro. En 1536 estaba en Sevilla, otorgando diversas escrituras notariales, en las que, por cierto, decía ser vecino de Badajoz. No sabemos, de momento, más datos sobre su vida en su ciudad natal, ni de la fecha de defunción, ni de su posible descendencia.

Tampoco faltaron mestizos y mestizas ricos en la España Moderna, algunos muy conocidos como el del Inca Garcilaso de la Vega, quien manifestó sentirse orgulloso y honrarse de poseer una condición racial mixta. El Inca Garcilaso, que llevaba una juventud apacible en su Cusco natal, en su barrio de Cusipata, se marchó a vivir con su progenitor, mientras que su madre se desposó con Juan Pedroche, permaneciendo con ella su hija Isabel. La madre del Inca poseía una rica chacra de coca en Avisca que, en su testamento, fechado en Cusco, el 22 de noviembre de 1571, se la dejó en herencia a su hijo. Como mestizo legitimado recibió una esmerada educación, criándose entre la élite. En 1560, cuando tenía 21 años, se embarcó hacia España, siguiendo los deseos de su progenitor, fallecido un año antes. Desembarcó en Lisboa, ciudad que le encandiló, reembarcándose luego hasta Sevilla, donde le volvieron a sorprender sus edificaciones, pero quedó escandalizado por los altos precios. La inflación en Sevilla, la metrópolis del mundo, era muy alta, algo que afectó al cusqueño, dado el poco efectivo de que disponía.  Tras una breve estancia en Badajoz, para conocer a algunos miembros de su familia paterna, se dirigió a Montilla, donde fue amparado por su tío Alonso de Vargas. Fue una suerte que este hermano de su padre lo acogiera casi como a un hijo, dándole cobijo, e incluso, nombrándole en su testamento como su heredero. Y aunque el mestizo se quejó siempre de sus estrecheces económicas, lo decía en relación a lo que creía merecer, tanto por los servicios prestados por su padre, como por su ascendencia incaica. Sin embargo, huelga decir que sus rentas eran suficientes para llevar una vida holgada y, de hecho, se pudo dedicar a la cría de caballos y a escribir, financiando el mismo el coste de sus ediciones.

También don Juan Cano Moctezuma, nieto del emperador mexica, hijo de la princesa mexica Tecuichpo -bautizada por los españoles como Isabel de Moctezuma- y del cacereño Juan Cano Saavedra, que se estableció en Cáceres, formando parte de la élite local. Su progenitor, gracias a su matrimonio con Isabel de Moctezuma había amasado una gran fortuna en parte invertida en censos en Sevilla por valor de más de 337.000 reales.

No menos conocido fue el caso de Francisca Pizarro Yupanqui, hija de Francisco Pizarro y de Inés Huaylas, desposada con su tío Hernando Pizarro. Al enviudar de este en 1578 se convirtió en una de las mujeres más acaudaladas de España, encabezando una nobleza mestiza fuertemente implantada en la España de la segunda mitad del siglo XVI. Pocos años después se casó en segundas nupcias con un arruinado noble extremeño, Pedro Arias Portocarrero, hijo del conde de Puñonrostro, con quien vivió en Madrid hasta su muerte, en 1598.

Pero al margen de estos pocos casos muy conocidos, hubo muchos más mestizos que también se integraron entre la élite local de muchas aldeas y villas extremeñas. Muchos llegaron enviados por sus propios padres para que se criasen junto a sus respectivas familias en el entorno castellano. Un caso muy singular es el del montijano Gómez Hernández, que fue teniente de gobernador de la ciudad de Anserma, en Popayán. Sus propiedades son enumeradas en su testamento: en América poseía dos mil ducados en efectivo, compañías comerciales de vinos e hierros, una estancia donde se criaban medio millar de vacas, cincuenta yeguas, sesenta y siete esclavos, una concesión minera y, finalmente, un repartimiento de indígenas, localizado en Pirsas. Con su esposa española, Isabel de Sequeda, no tuvo descendencia, pero sí un hijo y una hija, habidos con sendas indígenas de su repartimiento. Ambos quedaban en su testamento legitimados, disponiendo para ellos la mitad de sus bienes, una vez pagadas las mandas dispuestas. La hija mestiza, llamada Isabel Hernández, estaba ya en el momento de redactar su última voluntad en Montijo en poder de Elvira López, una prima suya. Curiosamente, no confiando plenamente en la actitud de su esposa hacia esta hija natural declara sutilmente que confiaba en su espíritu cristiano y en su bondad para que velase por ella. Es frecuente ver como estos indianos remitían a sus hijas mestizas a la Península para ser educadas como españolas y en la fe cristiana. A Montijo llegaron varios mestizos que muy probablemente, dada su legitimización paterna, terminaron integrados en la sociedad y a corto plazo absorbidos racialmente.    

El talaverano Juan del Campo reconoció a un hijo natural mestizo, llamado Francisco del Campo Saavedra, que, tras estudiar varios años en la Universidad de Lima, lo envió a la de Salamanca para que completase su formación teológica. Para su traslado dio poder a Alonso Muñoz, a quien le entregó cuatrocientos pesos de plata para los gastos del viaje. Una vez en Salamanca, le debía dar a su vástago entre doscientos y doscientos cincuenta ducados anuales, según sus necesidades, siempre y cuando perseverara en sus estudios. Cuando se ordenase sacerdote, lo dejaba como capellán del convento de carmelitas de su aldea natal.

En Llerena vivía Diego López de Cazalla, que era hijo de Pedro López de Cazalla y de una aborigen de la etnia Uanar. Su padre otorgó testamento en febrero de 1570 y lo nombró heredero universal de sus bienes en su villa natal, Llerena, por lo que acudió a esta localidad, donde permaneció desde 1571 hasta su fallecimiento, el 28 de octubre de 1583.

Estos casos son solo la punta del iceberg de una clase mestiza que se integró en la sociedad extremeña. De hecho, a la descendencia de un español y de un mestizo se le llamaba castizo, y al nacido de éste con otro español, se denominaba español, porque apenas se podía distinguir étnicamente. Obviamente, todos estos mestizos terminaron asimilados cultural y racialmente.

4.-EL REFLUJO DE CAPITALES

Ya hemos visto que el retorno de emigrantes fue relativamente excepcional y, asimismo, fue una minoría la que amasó una fortuna. Podían llegar noticias bastante desalentadoras desde el otro lado del charco, pues podía ocurrir que si un indiano fallecía soltero con alguna deuda se le cobrase a su progenitor. Otros muchos vivieron de manera muy modesta con poco más caudal del que tenían la mayoría de las personas humildes que vivían en España. Fue el caso de Juan Rengel, un modesto emigrante de Almendralejo que se estableció en la ciudad de Anserma y que no desempeñó ningún cargo público ni dispuso de encomienda. Eso no impidió que, al morir soltero y sin hijos, destinase su modestísimo caudal para pagarse un entierro digno y remitir un pequeño capital a su pueblo natal para financiar una modesta capellanía. Por tanto, sí hubo una gran mayoría que mandaron pequeñas partidas de numerario a su tierra natal con fines muy diversos. Por lo demás, podemos decir que prácticamente todos los emigrantes indianos a la hora de redactar su última voluntad se acordaban de alguna forma de su lugar de origen, en unas ocasiones para reconocer alguna deuda, en otras para hacer alguna fundación, o sencillamente para dejar su fortuna a sus herederos. Algunas personas podían tener incluso mucha suerte pues en el testamento de Diego Rodríguez, natural de Zalamea de la Serena, otorgado en Xalapa el 25 de mayo de 1742, dejó como heredera a su hija aunque no se acordaba cómo se llamaba, pero que la tuvo con Bárbara Josefa que vivía en la casa de la calle de Arriba la villa.

El mundo indiano tuvo un enorme impacto en la economía local española en general y, por supuesto, también en la extremeña. Se estima que llegaron legalmente a Sevilla, entre 1503 y 1660, unos 185.000 kilogramos de oro y 16,88 toneladas de plata, que permitieron a la Corona financiar su imperio, a través de préstamos. Es cierto que no era oro todo lo que relucía; la llegada de remesas de oro y plata a la Península Ibérica y la necesidad de abastecer a los nuevos territorios de productos europeos provocaron una revolución de los precios. Ello, unido a la despoblación, trajo consigo un alto coste que pagaron especialmente lo más desfavorecidos. Asimismo, una buena de los caudales que llegaban a España salían rumbo a Europa para pagar los créditos de las manufacturas compradas o los salarios de miles de soldados, marinos y funcionarios.

Tradicionalmente se había pensado que las remesas de capital indiano no habían mejorado significativamente la economía de la España rural. Sin embargo, ya hace unos años, el profesor Valentín Vázquez de Prada advirtió la posibilidad de que una parte de esos caudales, los de los pequeños comerciantes y propietarios, hubiesen entrado en el circuito de una economía productiva. Algunos trabajos sobre inversiones indianas en Extremadura han demostrado definitivamente su importancia. Así, se estima que, entre 1541 y 1689, llegaron a Cáceres y a Castuera más de 85 millones de maravedís, lo que implicaba una media de más de 578.000 maravedís anuales para ambas localidades. Pero no olvidemos que, a finales del siglo XVI, Cáceres no llegaba a los 7.000 habitantes, mientras que Castuera estaba en torno a los 1.500. Se trata, pues, de unas cantidades de numerario que, a lo largo de casi siglo y medio, supusieron una inyección considerable de efectivo. También conocemos el caso de Zafra, villa que recibió, entre 1552 y 1665, al menos cincuenta millones de maravedís. Y finalmente, conocemos el caso de Badajoz, que en 113 partidas localizadas entre 1601 y 1690 se cobraron 1.144.839 reales, casi tres cuartas partes por perceptores de la propia capital pacenses y el resto en otras ciudades y villas extremeñas. Estamos hablando de 38,92 millones de maravedís que llegaron en 89 años, a razón de más de 400.000 maravedís anuales. Y hay que tener en cuenta que son partidas registradas legalmente y que se estima el tráfico en el siglo XVII de entre el 25 y el 50 por ciento, por lo que la cuantía percibida debió ser mucho mayor. Lo cierto es que la magnitud nos permite hacernos una idea del impacto económico que tuvieron estos caudales en la economía de la Baja Extremadura. Pero solo se trata de una idea aproximada pues sigue estar sin cuantificar ni siquiera de manera aproximada el monto total de dinero que llegó a Extremadura.

En esta ponencia abordamos una aproximación a las inversiones indianas realizadas en Extremadura en la Edad Moderna. Llegó mucho capital y se desarrollaron numerosas compañías comerciales, que se consideran esenciales para el nacimiento y la consolidación del capitalismo. Tal cosa no ocurrió en Extremadura, pues siguió teniendo una economía agraria hasta el siglo XX. En el futuro habrá que profundizar tanto en la magnitud de estas inversiones como en las causas por las que no se desarrolló un capitalismo comercial e industrial.
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El traslado de los capitales era un proceso delicado y a veces largo. Lo primero que debían hacer los albaceas era subastar todos los bienes del finado para hacerlos líquidos y cumplir sus mandas. Las mermas del capital en todo el proceso y el pago de los intermediarios y de los fletes de embarque eran muy considerables y podían variar, dependiendo de la marcha de las gestiones, entre el 10 y el 50 por ciento del capital líquido dejado por el finado. Asimismo, las demoras entre el fallecimiento y el cobro del dinero por sus herederos, incluso yendo todo bien, se podían prolongar por cinco, diez y hasta quince años. Hemos estudiado un caso de manera muy pormenorizada, el del almendralejense Juan Rengel que murió en Anserma, el 20 de abril de 1616. Pues bien, si dinero tardó siete años en llegar a su villa natal, y la merma en Popayán fue del 40,91 por ciento del capital total y, de lo que quedó, los fletes y los impuestos en España volvieron a reducir el capital en un 9,08 por ciento. En definitiva, los gastos de gestión y traslado del caudal hasta Almendralejo, supusieron un menoscabo del 50 por ciento, la mitad de su pequeña fortuna.

Para minimizar riesgos se solía distribuir el capital entre varios barcos de la flota, a ser posible en la capitana y la almiranta que solían ser los veleros más seguros. O si se presentaba un navío de línea con sesenta cañones era una buena oportunidad para embarcar el caudal por la sensación de seguridad que este ofrecía. Por su parte José de Larrazábal en 1749 manifestaba que quería mandar dinero para fundar una capellanía en su localidad natal pero no se había atrevido porque con motivo de la larga guerra los galeones iban con pocas armas. Otra cuestión a tener en cuenta era a quien se consignaba el dinero para garantizar que llegaba. Francisca Hernández de los Arcos, recomendó al padre de sus tres hijos que si le enviaba dinero lo hiciese a la Casa de la Contratación pues los que entregó a un tal Sarmiento nunca me los dieron.

Los beneficiarios fueron con frecuencia esposas, hijos, padres, tíos y sobrinos, con los que el finado había mantenido correspondencia. En las cartas no se ocultaban las necesidades de los que se quedaron y sus peticiones para que enviasen algún numerario con el que remediar la extrema pobreza. Así, por ejemplo, Isabel González le pidió en 1604 a su hijo, Pedro Sánchez Bueno, residente en México algún dinero para comprarse un vestido porque, según decía, estaba desnuda, y que se lo pagaría con oraciones. Así, Catalina, María Juana e Isabel Rodríguez, vecinas de Guadalcanal, herederas de Alonso Jiménez, difunto, pidieron 50.839 maravedís que restaban de lo que se tomó por los oficiales reales de los caudales que llegaron en la flota de 1558. Y alegaban que eran pobres y las dos de ellas casadas y otras dos doncellas y ninguna tiene otra hacienda, por lo que el peculio debió aliviar su penuria, al menos temporalmente. Asimismo, Catalina González, vivía en Llerena y mantenía a siete hijos, por lo que suplicaba cobrar pronto los 372 pesos que le enviaba desde Perú otro de sus hijos, el clérigo Miguel de Vivero, y que habían llegado a Sevilla en la última flota. Sus palabras no pueden ser más elocuentes: cuatro de sus ocho hijos eran mujeres doncellas por casar y no tenía más bienes de que poder sustentarse. Por su parte, Simón, Diego y María Rodríguez, vecinos de Almaraz y huérfanos de Amador Rodríguez, solicitaron el pago del juro de 6.032 maravedís anuales que se les debía desde 1562 a 1566, de la cuantía que se confiscó en la flota. Y para acelerar el trámite de cobro sostenían que eran huérfanos y que padecían mucha necesidad.

Algunos se enriquecieron sin ni tan siquiera esperarlo. En este sentido, Diego Rodríguez, natural de Zalamea de la Serena, que redactó su testamento en Xalapa, el 25 de mayo de 1742, dejó como heredera a su hija. Pero lo más curioso es que dijo no recordar su nombre, pero sí el de la madre, Bárbara Josefa que, cuando él abandonó su Zalamea natal, vivía en la calle de Arriba de la Villa. La mayor parte fueron pequeñas cantidades que aliviaron las dificultades económicas de cientos de extremeños, pero tampoco faltaron grandes fortunas que hicieron ricos, de la noche a la mañana, a algunos afortunados. Así, por ejemplo, el miajadeño Alonso Jiménez, que se contó entre los agraciados con el reparto del rescate del inca Atahualpa en Cajamarca, fue agraciado con 181 marcos de plata y 4.440 pesos de oro. A diferencias de otros ricos de Cajamarca, él decidió permanecer en Perú, pero envió una buena parte de su fortuna a su esposa Marina Magaña, que se debió convertir, de un día para otro, en una de las mujeres más acaudaladas del pueblo.

También a Montijo llegaron capitales privados como los que remitió Pedro Sánchez, quien obtuvo su licencia para pasar a las Indias el 18 de abril de 1565. Al parecer era hijo de Ateo Sánchez y de Ana García, su estado civil era soltero y su destino el virreinato de Nueva España. De su estancia en América y de su dedicación profesional es muy poco lo que sabemos. Debió fallecer a finales de la década de los setenta o a principios de los ochenta, pues en 1581, una vez finado, se recibieron en Sevilla sus caudales. Por motivos que no están totalmente claros la Casa de la Contratación paralizó el cobro de esos caudales que no se notificaron a Montijo hasta el día 20 de febrero de 1600. Entonces, una vez descontados los gastos burocráticos el dinero había quedado reducido a 57.833 maravedís, es decir, poco más de 154 pesos. Después de recibida la carta por los miembros del concejo se decidió esperar al domingo, concretamente 5 de marzo, para pregonar en los lugares públicos la noticia a fin de que los familiares y deudos formalizasen su cobro. Pedro Sánchez murió sin descendencia por lo que sus herederos pasaron a ser los hijos de sus cuatro hermanos, pues estos últimos habían fallecido. En total seis herederos que debían repartirse la cantidad de 57.833 maravedís, es decir, poco más de veinticinco ducados por cabeza. La suma no era gran cosa, pero este dinero, llegado por sorpresa desde varios miles de kilómetros de distancia debió ser la envidia y la sorpresa de muchos convecinos de la localidad. Los herederos se apresuraron a dar poder a Francisco de Mendoza para que se personase en la Casa de la Contratación a percibir el caudal. Y efectivamente, la citada institución entregó carta de pago a Francisco de Mendoza el 22 de marzo de 1600, recibiéndose el caudal en Montijo el 1 de abril del citado año. 

Por su parte, Sancho García Molano es otro de esos montijanos que sí logró su objetivo de conseguir fortuna, haciendo las América. Sabemos que era hijo de Juan Pérez Molano y de Isabel Sánchez de Porras y que en 1576 decidió marchar a la entonces región del Nuevo Reino de Granada. Concretamente se asentó en la ciudad de Zaragoza, gobernación de Antioquía donde puso un establecimiento comercial con el que amasaría una importante fortuna. En su testamento, redactado el 28 de abril de 1596 en Zaragoza figuraban entre sus bienes, sus tiendas, su casa de morada, una estancia en el término de la ciudad, donde se cultivaba maíz y se criaban aves y ovejas y, finalmente, treinta y ocho esclavos entre chicos y grandes. Como heredero universal nombró a un hijo natural mestizo, llamado Lucas Pérez Molano que en 1596 tenía 9 años. Sin embargo, su objetivo era que éste viajase a Montijo para que en el seno de su familia aprendiese buenas costumbres. En caso de no querer embarcarse para España perdería la mitad de su herencia, en favor de sus hermanos residentes en Montijo, mientras que si fallecía sin alcanzar la mayoría de edad sus bienes los heredarían íntegramente los herederos de la Península.

Pero, además de eso, Sancho García Molano estableció una donación y una fundación en su localidad natal. Concretamente dispuso 150 pesos de oro para labrar una lámpara de plata a la Virgen de Barbaño que, según decía, estaba en una ermita en las cercanías de Montijo. Asimismo, dejó nada menos que dos mil ducados para fundar una capellanía en la iglesia mayor. Como siempre el capellán sería el pariente más cercano y, en su defecto, el más benemérito que pareciere al cabildo de la localidad. Con la cuantía se debían comprar rentas para pagar a perpetuidad tres misas semanales, los lunes, miércoles y sábado, por su alma y por la de sus padres y abuelos. Debido a la lentitud burocrática y a la necesidad de vender sus bienes en la gobernación de Antioquía la llegada de su capital a la Casa de la Contratación de Sevilla se demoró más de ocho años. Por fin, el 28 de febrero de 1605 emitía la citada institución una carta para que se pregonase en Montijo la llegada del dinero de García de Molano en la flota de don Luis Fernández de Córdoba. Exactamente, después de descontar los gastos de gestión y de traslado, la cantidad quedó reducida a la modesta cantidad de 1.451 pesos, 6 tomines y 5 granos de oro.   El viernes 3 de junio se recibió el aviso en Montijo, pregonándose el domingo por la mañana a la salida de la misa matutina. No resulta difícil imaginar el revuelo que suscitaría en la tranquila localidad de las Vegas Bajas un pregón de estas características, anunciando la llegada de caudales indianos. En los días inmediatamente posteriores el concejo convocó un cabildo extraordinario con carácter urgente para gestionar su cobro, dando poder para ello a tres personas, a saber: don Fernando García Grajera, religioso natural de Montijo que residía en el convento de Santiago de los Caballeros de Sevilla, y a los vecinos de Montijo, Pedro González y Bartolomé Martín. Estos a su vez nombraron delegados para acudir a por el dinero a Sevilla, saber: Pedro Grajera, Alvar Sánchez y Alonso Sánchez, quienes dieron previamente fianzas. Aún se retrasaría unos meses el cobro por los impedimentos puestos por los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla. Al parecer había algunas irregularidades en la copia del testamento que, sin embargo, se demostró que no alteraban en lo sustancial las referidas mandas testamentarias. Como el dinero no llegaba ni tan siquiera para cubrir los dos mil ducados de la capellanía, al final se decidió que 56.000 maravedís serían para la lámpara y 584.000 para la capellanía. No sabemos quién fue el que hizo el reparto del dinero entre las dos mandas, pero, en cualquier caso, ambas sumas suponían el 82,66% y el 78,05% respectivamente de las cantidades dispuesta en la última voluntad del finado. 

A Fuente de Cantos llegaron ciertos caudales de consideración. Así, Bartolomé de Saldaña, natural de Fuente de Cantos y difunto en la ciudad de Cuzco dejó todos sus bienes a sus herederos en España. Para ejecutar su voluntad sus bienes fueron subastados ascendiendo el capital a 731 pesos ensayados. Una vez pagadas las costas de subasta y transporte llegaron a la Península en la nao del maestre Hernando Alonso 600 pesos de oro que pudieron cobrar y disfrutar sus herederos.

También el licenciado Gutierre León del Corro, presbítero natural de la villa y estante en Sevilla, otorgó su testamento el 6 de marzo de 1584 disponiendo lo siguiente:

Y cumplido y pagado este mi testamento y las mandas y legados y cláusulas en él contenidas dejó y nombró en el remanente de todos mis bienes que son unas casas en la villa de Fuente de Cantos y un vergel que es un huerto que está enfrente de las dichas casas y unas viñas y tierras junto a las dichas casas y unas viñas y tierras que yo tengo que ahora no me acuerdo como se llama a María Jiménez, mi hermana, doncella vecina de la dicha villa la cual quiero que haya los dichos bienes raíces que aquí digo y los bienes muebles que yo tengo en la dicha casa de Fuente de Cantos con el remanente de lo que sobrare cumplido y pagado este mi testamento y quiero que los haya y herede y goce por los días de su vida y después mando que hayan y hereden los dichos bienes Mari Jiménez y Juan Márquez, hermanos, mis sobrinos, hijos de Rodrigo de León, mi hermano y de Elvira de Trejo, su mujer, y mando que ni la dicha María Jiménez, mi hermana, ni los dichos mis sobrinos ni quien después de ellos hubiere de haber los bienes no los puedan vender ni enajenar ni trocar ni cambiar en manera alguna porque siempre han de estar vivos y en pie y quiero que los dichos María Jiménez y Juan Márquez, mis sobrinos, hayan y hereden los dichos bienes…

Pero, les imponía una carga, es decir, una memoria de misas a perpetuidad que debía recaer sobre los citados bienes. Concretamente los obligó a decir “una misa cantada de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, en su día o en su octava, y otras nueve misas rezadas de réquiem en cada un año para siempre jamás…”ero y de ello di esta fe que es fecha en Sevilla a 10 días del mes de septiembre de 1584.

Sin embargo, en el caso de Medellín con el ingente volumen de emigrantes que envió al Nuevo Mundo, fueron varias decenas las personas que enviaron sus capitales a su villa natal, bien a sus herederos, o bien, en forma de alguna fundación, memoria u obra pía. Otros capitales indianos no revirtieron a las tierras de Medellín ya que sus herederos  residían fuera de la localidad. Fue el caso de Cristóbal de Espinosa Villasante, alguacil mayor de Cuzco, natural de Medellín. Le dejó en su testamento otorgado en La Plata, el 23 de marzo de 1607 1.200 ducados a su hija Jerónima de Espinosa y Lugo, esposa del general del puerto de El Callao, Gabriel de Vastilla, y 2.000 pesos de oro a su hermano Francisco de Espinosa, vecino de Mérida en los reinos de España. 

Cuando se sabía de la llegada de caudales a Sevilla, con destino a sus herederos medellineses lo primero que se hacía era hacer un pregón en el lugar más público de la villa. Por ejemplo, cuando en 1667 llegaron los bienes de Alonso Cabezas se pregonó así:

En el lugar de Don Benito,en nueve días del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y siete años, estando en la plaza pública de este dicho lugar por voz de Marcos López, pregonero público de él,  al salir de misa mayor, habiendo mucha gente en dicha plaza se pregonó en altas voces la requisitoria de diligencias despachada por su señoría el señor presidente y oidores de la Casa de la Contratación de la ciudad de Sevilla, ganada de pedimento de Francisco Cabezas de Herreras y María Cabezas, vecinos de este dicho lugar de que doy fe la cual fue para si había quien se opusiese a los diez mil pesos que dejó para dos capellaníasque dejó Alonso Cabezas que murió en la ciudad de Potosí, reino del Perú. Cristóbal Sánchez Collado·

5.-LA FUNDACIÓN DE CAPELLANÍAS

El estamento eclesiástico se benefició de cientos de capellanías y memorias de misas que fueron fundadas por estos indianos. Una capellanía era el establecimiento de un número de misas a perpetuidad, dejando rentas suficientes para su dotación anual, y el fundador establecía tanto al patrono y a sus sucesores como al capellán. Hay que tener en cuenta que tras el concilio de Trento (1545-1560) se impuso la idea de un purgatorio, del que se podía salir con brevedad si se hacían penitencias, o si se ordenaban misas a perpetuidad o obras pías para favorecer a los más menesterosos. Muchos indianos se interesaron en fundar capellanías, tanto por el prestigio que reportaba a la familia como por la importancia que le concedían para la salvación del alma. Así, el 19 de marzo de 1772 escribía desde Lima Antonio Cubero que la fortuna que Dios le había permitido ganar debía emplearse en su santísimo agrado y servicio. La fundación de la capellanía permitía el control sobre el dinero, parte importante dentro del prestigio y riqueza de la familia, que convenía a todas luces preservar y, llegado el momento, aumentar. Por otra parte, cumplía con presentar una imagen pura de la familia ante la sociedad, al encontrarse en buenos términos con Dios y con la Iglesia. Citaré solo algunos ejemplos representativos: a Segura de León regresó uno de los hombres de Cajamarca, Diego Mexia. Pero sobrevivió muy poco tiempo pues redactó su testamento el 11 de diciembre de 1539 y murió el 9 de abril de 1540. Dejó dispuesta la construcción de una capilla, en la parroquial de su pueblo, donde se fundaría una capellanía muy bien dotada. Su hermano, Juan Mexía, sería el primer patrono y, asimismo, habría tres capellanes, que cobrarían anualmente, uno 12.000 maravedís y, los otros dos, 10.000. Obviamente, la inyección de dinero fue considerable, financiando no solo a varios eclesiásticos sino también a albañiles, escultores, pintores y orfebres. En Medellín, Juan Velázquez de Acevedo, en sus pompas fúnebres, dejó dispuestas nada menos que 2.800 misas, la mitad de ellas celebradas en Medellín, y las demás en Mérida, Trujillo y Usagre.

No tenemos el dato exacto de las capellanías fundadas en Extremadura y de su impacto. Eso sí, debieron ser varios cientos, pues solo en Zalamea de la Serena tenemos noticias de la fundación de al menos quince. Asimismo, Gonzalo Pérez, en su testamento otorgado en La Plata, el 11 de diciembre de 1561, dejó 500 pesos de plata para fundar una capellanía en su pueblo natal de La Higuera, junto a Fregenal -hoy Higuera la Real-. Era una buena dotación, y dado que dejó como patrono y capellán al clérigo sacerdote de más parentesco con él, Hernán Vázquez, sacerdote de La Higuera, fue éste quien se encargó de reclamar el caudal a la caja de bienes de difuntos de la Casa de la Contratación. Por su parte, el licenciado Gutierre León del Corro, presbítero natural de Fuente de Cantos y estante en Sevilla, otorgó su testamento el 6 de marzo de 1584. En él legaba sus bienes a sus sobrinos, pero con una carga: una misa cantada de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, en su día o en su octava, y otras nueve misas rezadas de réquiem en cada un año para siempre jamás…

Estas capellanías tenían una gran importancia económica en la vida de estas localidades. Así, por ejemplo, sabemos que a principios del siglo XIX en Montijo se podían rezar en concepto de capellanías más de 2.500 misas anuales, a razón de dos reales por cada una. Estos capitales fundados a perpetuidad tenían una gran importancia para la economía de los modestos clérigos de la localidad. Esta decisión de dejar un número de misas anualmente por su alma y de su familia a perpetuidad suponía dotar de unas rentas los dichos sufragios que en adelante formarían parte del salario de algún capellán, normalmente el pariente más cercano o, si no hubiese ninguno, el cura propio beneficiado de la parroquia. La gran dotación de algunas de estas capellanías provocaba que los capellanes anhelasen opositar a ellas con la intención de percibir las jugosas rentas que les podían reportar a cambio de rezar las correspondientes misas.

En Fuente de Cantos tenemos referencias de al menos cuatro capellanías fundadas por indianos de esta localidad. Así, Pedro de Cuellar de Ocampo, clérigo, natural de Fuente de Cantos y vecino de la imperial ciudad de Potosí dejó, en 1578, todos sus bienes a la fundación de una capellanía en su pueblo natal. Concretamente dispuso una memoria de misas a perpetuidad, los domingos por los vivos y difuntos, los lunes por las almas del purgatorio, y los sábados, del Oficio de Nuestra Señora…. Todas estas misas debían ir precedidas de un responso sobre las tumbas de sus padres. Asimismo, dejaba dispuestos tres sufragios en los primeros días de las tres pascuas, a saber: Navidad, Resurrección y Espíritu Santo. Y finalmente, misas en las festividades de San Pedro y San Pablo, El Santo Ángel de la Guarda, el día de Todos los Santos y el día de los Difuntos. También Fernando Domínguez de la Guía dispuso en la misma villa de Fuente de Cantos, la institución de una fundación para celebrar misas a perpetuidad por su alma y las de sus deudos. Por su parte Diego de León Cieza, natural de Sevilla y vecino de la ciudad de San Francisco de Quito, fundó una capellanía de misas en la iglesia mayor de Fuente de Cantos, de donde eran naturales sus progenitores, sin que por el momento tengamos más datos sobre la misma. Asimismo, tenemos referencias de una última capellanía instituida en 1591 por Cristóbal Navarro, natural de Fuente de Cantos y residente en el valle de de Pintatora, jurisdicción de la ciudad de la Plata. Concretamente, estableció una memoria a perpetuidad en su pueblo natal, consistente en veinte misas durante la cuaresma y otras cuarenta el resto del año, así como una misa de réquiem cantada el día de San Lorenzo con diácono, subdiácono, vigilia y vísperas.

Bastante bien dotada estuvo la capellanía fundada por el capitán llerenense Diego Fernández Barba, fundada desde Panamá, el 15 de febrero de 1697. Exactamente destinó 40.000 pesos de plata de a ocho reales -10,88 millones de maravedís- para fundar una capellanía y varias obras pías en su Llerena natal. El dinero llegó en la flota del general Miguel Fernández de Córdoba, consignados a Miguel de Vergara, caballero de la Orden de Santiago, quien a su vez los debía llevar a la ciudad extremeña. Al final, el dinero quedó reducido a 36.700 pesos de plata que se invirtieron en la compra de la dehesa de propios El Encinar. Con las rentas se debía fundar una capellanía en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, del convento de Santo Domingo de Llerena de cien misas rezadas anuales y una cantada de réquiem el día de los difuntos, todas ellas por el alma del fundador, de sus padres y de sus deudos.  

Alrededor de las capellanías de producían una serie de inversiones y de rentas de la que se aprochaban muchas personas en localidad. Alonso Cabezas calculó una limosna anual de 3 ducados al sacristán que asease la ermita, 10 ducados anuales al visitador eclesiástico de las dos capellanías y 7 ducados al capellán que anualmente debía recaudar las rentas. Obviamente, también el capellán encargado de rezar las 186 misas se embolsaba una buena suma dinero que completaba bastante la dotación de su curato o de su beneficio.  

Por su parte, el capitán Gómez De todas las donaciones y fundaciones tenía una especial importancia por su magnitud económica la capellanía fundada en la iglesia mayor. Como patrón de ella dejaba a Hernán Pérez a quien le entregaba además 10 ducados de renta para ayuda de costa. El capellán sería, como era usual en la época, el pariente más cercano que estuviese ordenado, que era su nieto, Pero Sánchez. El capellán a cambio de la renta debía rezar cuatro misas semanales a perpetuidad: dos por su alma, otra por la de sus padres y, finalmente, una última por las personas a quien yo tengo cargo y obligación.

En cuanto al cacereño Juan Vivas, a su muerte en México a principios del siglo XVII dejó bastante dinero para celebrar misas por su alma en distintos templos cacereños, entre ellas 400 reales para celebrar un sufragio de cabo de año en la iglesia de Santiago. Y además destinó 4.000 reales para la fundación de una capellanía por la que se debían rezar dos misas semanales por su alma y la de sus parientes más próximos. Su esposa Benita, sería la primera patrona mientras que el primer capellán sería el primo del finado, el presbítero Tomás de Sanabria.

6.-MECENAZGOS Y OBRAS CARITATIVAS

Fueron muy frecuentes las donaciones de lámparas de plata, cálices, copones o cruces parroquiales. Solo en Zalamea de la Serena se enviaron al menos cinco lámparas de plata para que ardieran, lo mismo delante del Cristo de Zalamea que del Santísimo Sacramento: primero, Hernando Centeno envió una lámpara de plata de 6 marcos al Cristo de Zalamea. Segundo, Nieto de Gaete y su esposa Luisa Collado, en su testamento otorgado en Sevilla el 15 de julio de 1559, donaron una lámpara de plata para que ardiese perpetuamente delante del santísimo de la parroquia de su pueblo, dejando además cuatro ducados anuales para aceite. Tercero, Juan Parejo envió a la parroquia de su pueblo una lámpara que pesó diez marcos y dos onzas. Cuarto, Alonso Tamayo, perulero, donó a la parroquia de Zalamea una lámpara de plata de catorce marcos y cuatro onzas. Y quinto, Rodrigo Alonso de Yanes envió a su pueblo una lámpara de plata grande, labrada de cincel, con cordones de plata. Asimismo, el capitán Gómez Hernández donó un cáliz de plata para Nuestra Señora de la Cueva, en Esparragosa de Lares.

Tampoco podemos obviar las fundaciones de capillas y conventos que erigieron muchos indianos, algunos cuando regresaron y, otros, en sus testamentos, otorgados en América. Un caso singular es el de Alonso González de la Pava, un acaudalado indiano de Potosí, dedicado a la extracción de Plata, que en 1615 fundó un convento y hospital del Espíritu Santo en su pueblo natal de Guadalcanal, entonces perteneciente a la demarcación de Extremadura. Curiosamente, dispuso que en dicho cenobio se ofreciesen sufragios perpetuos por las personas a quien fuere en algún cargo, especialmente por los naturales que habían muerto en labrar metales y beneficio de la plata, en Potosí. Asimismo, Juan Velázquez de Acevedo, fundó una capilla en la iglesia de Santa Cecilia de Medellín, donde se inhumó junto a su esposa Inés de Cabañas. Sus herederos, tras intentar crear un colegio conventual dominico, siguiendo la voluntad del finado, decidieron finalmente, en 1628, establecer un convento de Agustinas de San Juan Bautista, en Medellín. Por su parte Juan del Campo, natural de Talavera la Real amasó una gran fortuna, comerciando con sustancias colorantes -cochinilla y añil–, plantas medicinales –que en la época se llamaban drogas- y cuero. Tras convertirse en una de las personas más ricas de la Villa Imperial de Potosí, dotó un convento de monjas carmelitas en su pueblo, por un importe nada menos que de 21.519 pesos de plata, equivalentes a unos 900 ducados. También los indianos destinaron donaciones a distintas cofradías de su tierra natal.

Los menesterosos, que se beneficiaron de las numerosas obras pías mandadas fundar por estos indianos. Por obra pía entendemos una fundación, dotada de rentas, destinada a proteger a los más desfavorecidos, doncellas pobres, viudas, huérfanos o niños de la cárcel. Las más asiduas fueron las destinadas a casar doncellas pobres o huérfanas, pues solo en Zafra se fundaron seis de ellas. El capitán Diego Fernández Barba, que en 1697 envió a Llerena 40.000 pesos de plata estableció varias obras pías destinó dos de ellas a desposar a doncellas pobres, preferentemente de su familia, o en su defecto de Llerena: una, para entregar una dote para hacer la profesión como monja y otra para dotar a seis doncellas pobres para su casamiento. Por su parte Juan Vivas decidió entregar una dote de 400 reales para casar a una doncella huérfana pariente suya, pero solo por una vez.

También se cuentan por decenas las destinadas a dar de comer y vestir a pobres o a pagar la asistencia sanitaria de los más menesterosos. Así, por ejemplo, el obispo Pedro Nogales Dávila fundó el hospital de la Quinta Angustia de Zalamea de la Serena, con el objetivo de sustentar y cuidar de los pobres enfermos. Asimismo, Juan Velázquez de Acevedo dejó una limosna de 6.800 reales al hospital de pobres de Medellín, que debían destinarse a repartos y al gasto de las camas de los enfermos. El capitán montijano Gómez Hernández, en su testamento, dejó una renta para financiar el hospital de pobres de su pueblo natal. Y también el llerenense Diego Fernández Barba dejó establecido en 1697 que se dotasen cuatro camas en el hospital de San Juan de Dios para atender a enfermos pobres, y otras cuatro cunas, pata criar a niños expósitos.

Por su parte, el villafranqués Juan Moñino, regidor del cabildo de Ocaña, en su testamento, redactado el 1 de agosto de 1626, dispuso que se enviasen a su localidad natal 4.000 ducados para que se invirtiesen en rentas con las que dar una limosna de pan cocido a viudas y huérfanas de la localidad y a viejos pobres… La inversión era muy cuantiosa, un millón y medio de maravedís, aunque el peculio tardó en llegar, pues la primera suma de que tenemos noticias, 1.259 pesos y cuatro reales, no llegaron a Sevilla hasta 1648, es decir, veintiún años después. Desconocemos bastantes detalles sobre esta fundación, pues no sabemos cuánto dinero llegó finalmente. Nos consta que en el año 1700 administraban la fundación los mayordomos de la cofradía del Santísimo Sacramento, con sede canónica en el templo parroquial, y que disponía de ciertas rentas anuales con las que cumplían el cometido de su fundador. Sin embargo, no parece que dichas rentas fuesen especialmente cuantiosas por lo que hemos de pensar que no llegó todo el capital, o que el peculio sufrió muchas mermas, bien en el proceso de inversión o bien, por la incompetencia o descuido de sus administradores. 

El dombenitense Alonso Cabezas fue el personaje que más se enriqueció en el Nuevo Mundo. A su muerte, en 1642 dejó a sus herederos una fortuna ingente, dedicando decenas de mandas a memorias, capellanías y obras pías. Alonso Cabezas marchó a los reinos del Perú a principios del siglo XVII, en compañia de su esposa María de Arias. Ésta falleció sin que la pareja hubiese tenido vástago y fue sepultada en la capilla del convento de los Agustinos de la Villa Imperial de Potosí. Años después, el donbenitense se casó en segundas nupcias con Catalina Bravo de Paredes. Poseía un ingenio de azúcar, varias encomiendas de indios y minas de plata en el Cerro Rico de Potosí. La fuente de su fortuna fue, sin duda, la riquísima mina de plata que poseía en el cerro de Potosí. Cuando dictó su testamento, en Potosí, el 11 de marzo de 1642 dejó por heredero o heredera universal al hijo que su esposa iba a tener ya que se encontraba en estado de gestación. En caso de que el niño o la niña no sobreviviera o muriera prematuramente nombraba por heredero universal a su amada y joven esposa. Y debía estar realmente enfermo, pues, ocho días después de redactar su última voluntad, murió. El escribano del rey certificó su defunción el 19 de marzo de 1642:

Yo Juan de la Haba Ferreras, escribano del rey nuestro señor, público del número de esta villa Imperial de Potosí del Perú, doy fe y verdadero testimonio a todos los que el presente vieren como hoy que se cuentan diecinueve días del mes de marzo como a hora de las ocho de la mañana poco más o menos de muerto a lo que pareció en las casas de la morada de Alonso Cabezas al susodicho el cual estaba amortajado y tenía puesto un habito de señor san Agustín  el cual en su vida le traté y comuniqué y para que de ello conste di el presente en Potosí a diecinueve de marzo de mil y seiscientos y cuarenta y dos años, siendo testigos Pedro Duarte y Gaspar Andrés de la Llana, presentes y en fe de ello lo signo en testimonio de verdad. Juan de la Haba, escribano público en la dicha villa de Potosí, en 19 días del mes de marzo de 1642.

El recuerdo a su pueblo natal está muy presente en su testamento, dejando numerosas mandas a paisanos suyos, fundando obras pías y capellanías. Tiene memoria para acordarse de deudas que debía en su Extremadura natal. Por ejemplo le dejó 2.039 pesos de oro a Pedro Valdivia y su mujer, vecinos de la Coronada. Asimismo se acordó de familiares, de su comadre, de su ahijada y de otras personas, algunas de las cuales permanecían en su Don Benito natal. El total de donaciones y obras pías que fundó sobrecoge por su magnitud. Con respecto a las dos capellanías que pretendía fundar en la ermita de la Piedad de Don Benito dijo lo siguiente en su testamento:

Item, quiero y es mi voluntad  fundar como desde luego fundo dos capellanías en Don Benito, donde nací,  para lo que se deben mandar 10.000 ducados de a 11 reales para que se compren rentas. Y deben decir ciento ochenta y tres misas por mi ánima, la de mis padres y mis dos mujeres, cada misa a 8 reales y las cantadas a 16 reales  que se digan en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad que está junto a Don Benito. Y, si alli no fuera posible dar las mias, que sea en el altar de Nuestra Señora del Rosario, en la iglesia mayor,  pero al menos las rezadas se den en la ermita.

Es obvia, la enorme fortuna que el donmbenitense hizo en el Nuevo Mundo. Se trata de una de esas excepciones, se decir, la de aquéllos que sí tuvieron la suerte de ver cumplios sus sueños de ascensión social.

Y finalmente, Una vez más, el llerenense Diego Fernández Barba, que hizo la mayor inversión en obras pías que se se conoce en Extremadura, destinó una parte de sus rentas para fundar unas escuelas y cátedras en su ciudad natal. Pero, dado que preveía que tardase la fundación, pretendía que se destinaran 2.200 reales anuales a becar a dos o cuatro estudiantes -según lo que se pudiese- para que estudiasen en la Universidad de Salamanca o en la de Alcalá.

Asimismo, debemos destacar las limosnas que concedió el cacereño Juan Vivas que entregó 100 reales a cada una de siete cofradías cacereñas, otros 400 a la de la Misericordia también de la capital cacereña y otros 100 al monasterio de Guadalupe.

7.-CONCLUSIONES

No disponemos ni tan siquiera de una cifra aproximada de las inversiones indianas realizadas en nuestra localidad durante la época colonial. Ni sabemos la suma total de los capitales indianos arribados a Extremadura ni, por supuesto, el monto global de todas las inversiones realizadas durante aquel período. Tampoco disponemos de una relación completa de la forma en que se invirtió el capital arribado del otro lado del océano. Probablemente, los dineros destinados a fundaciones se aseguraron mediante préstamos en régimen de censos al tres por ciento. Por tanto, quede bien claro que, en el estado actual de las investigaciones, es imposible establecer la cifra total de capitales indianos invertidos en Extremadura ni, por supuesto, calcular su proporción en relación al monto global de todos los caudales invertidos. No obstante, parece claro que estas herencias y fundaciones procedentes de capitales indianos, si bien pudieron servir para mejorar la vida de algunas personas en concreto no modificaron en absoluto las precarias condiciones de vida de la mayor parte de los carmonenses.

Nuevamente en este aspecto debemos advertir la parcialidad de las fuentes consultadas ya que nos hemos basado casi exclusivamente en los expedientes de bienes de Difuntos, localizados en la sección de Contratación del Archivo General de Indias. Como es bien sabido, fue esta institución, rectora del comercio y de la navegación indiana, la que se encargó de gestionar el inventario, subasta y repatriación de los caudales legados por los españoles fallecidos al otro lado del océano. En los casos en los que había de por medio un testamento los trámites eran algo más rápidos; se pregonaba en la localidad en cuestión y, una vez localizado al heredero, se le expedía la correspondiente carta de pago por parte de los oficiales de la Casa de la Contratación. En cambio, si el finado no había formalizado su testamento, la situación era más complicada ya que se requería una extensa información del supuesto heredero en la que quedase perfectamente demostrado que era verdaderamente el legítimo heredero.

Ni que decir tiene que sería importante cotejar los datos presentados en este trabajo con los que ofrece la documentación local, a saber: primero, los documentos notariales del Archivo de Protocolos Histórico, pues frecuentemente se redactaban ante escribano público las fundaciones de capellanías, las donaciones, las cartas de poderes para el cobro de caudales, etcétera. Y segundo, la documentación eclesiástica -parroquial y diocesana-con el fin de verificar la fundación efectiva de las capellanías dispuestas en los testamentos, y sobre todo para comparar su monto con la totalidad de las fundadas.

Dado que estamos hablando de una época donde se movía menos dinero, su influencia debió ser considerable; una parte se invirtió en obras públicas y privadas por lo que su impronta es todavía visible en edificios, como la enfermería del convento de Santa Clara de Zafra, el palacio del marqués de la Conquista de Trujillo, o el palacete de Francisco de Lizáur en Brozas. Ricos y pobres se beneficiaron de este dinero; los primeros a través de las muchas compañías que participaron de una u otra forma en el negocio indiano. Los segundos gracias a las remesas que recibían de sus parientes emigrados y de algunas obras pías de las que fueron beneficiarios.

Pese a todo, seguimos sin saber por qué esas inyecciones de capital procedentes del mundo indiano no dieron lugar a la proliferación de una burguesía local. Se dieron todas las circunstancias favorables: llegada de capitales, desarrollo de compañías de comercio, estímulo del artesanado local, etc., factores que se consideran determinantes para el nacimiento y la consolidación del capitalismo. Tal cosa no ocurrió en Extremadura, donde la economía continuó siendo, hasta el siglo XX, básicamente agraria, con una escasa burguesía que, además, se limitaba a unas pocas ciudades.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

Una versión completa, con cuadros y fuentes puede verse en:

https://us.academia.edu/EstebanMiraCaballos

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