Esteban Mira Caballos

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EL DESCUBRIMIENTO INTELECTUAL DE AMÉRICA

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El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón toco sin saberlo tierras americanas. ¿Y quién se dio cuenta de que aquello era un nuevo continente? Hay que decir que algunos autores clásicos, como Aristóteles, habían sostenido la proximidad de tierras occidentales (América) a las costas europeas. Ya desde 1495 había personas que estaban más o menos convencidas de que aquellos territorios no podían ser Asia, y dos años después aparece reflejado por escrito, quizá por primera vez. Concretamente en un memorial que el doctor sevillano Francisco de Cisneros escribió a los Reyes Católicos, fechado en septiembre de 1497, se sostuvo que los nuevos dominios encontrados no podían ser las Indias, que poseían unas riquezas que no se correspondían con lo hallado. En realidad, se trataba, a su juicio, de unas islas ubicadas en «el Mar Océano Atlántico Etiópico» que se correspondían con las Hespéridas, descubiertas por los cartagineses. Es obvio que Cisneros todavía ofrece en su comentario imprecisiones y contradicciones, combinando Atlántico, Etiopía y Hespéridas, pero lo que sí tiene claro es que en cualquier caso se trataba de un nuevo mundo. Asimismo, en los Pleitos colombinos, otros personajes, como el veneciano Sebastián Caboto, hijo de Juan Caboto, o Gonzalo Fernández de Oviedo, sostuvieron esta misma idea al afirmar que aquellos territorios eran las Hespéridas. Por su parte, Vicente Yáñez Pinzón recorrió la costa brasileña hasta el Amazonas percatándose de que eran tierras ignotas, y fruto de esos descubrimientos, en la Navidad de 1500, el obispo Fonseca envió un memorial a los Reyes Católicos en los que hablaba del hallazgo de un nuevo mundo.

Otra figura clave en la ubicación acertada de los nuevos territorios fue el arcediano y canónigo maese Rodrigo Fernández de Santaella, un carmonense conocido por ser el fundador en 1505 de un Estudio General, bajo la advocación de Santa María de Jesús, que entró en funcionamiento al año siguiente y que se considera el germen de la actual Universidad de Sevilla. Había sido catedrático del colegio de san Clemente de Bolonia y era considerado uno de los intelectuales más reputados de su tiempo. Varios años antes, en 1502, publicó una traducción castellana de El libro famoso de Marco Paulo veneciano, reeditado sucesivamente en 1503, 1507, 1518 y 1520, y en Europa en los siglos xvi y xvii lo que explica bien su éxito. Pues bien, en su estudio preliminar puso de relieve que las tierras de Ofir y Tarsis de las que hablaba el genovés no tenían nada que ver con las casi míticas minas del rey Salomón, ya que las nuevas tierras no estaban en Oriente sino en Occidente. En dichas páginas, al tratar de la India se despachaba a gusto contra los delirios mesiánicos del ligur y aludió a él como una persona que «quiso dar a entender, yendo a Occidente, que iba a Oriente y aun al paraíso terrenal». Sus argumentos para desmentir la ubicación asiática de las nuevas tierras descubiertas por el almirante son básicamente dos: primero, los barcos de la expedición colombina pusieron proa a Occidente, no a Oriente. Además, esgrimía, en La Española había oro, pero no las otras mercadurías que se importaban habitualmente de Asia, como colmillos de elefantes, plata, madera china y piedras preciosas. Por ello, se permitió descalificar la opinión del almirante y ubicar las nuevas tierras descubiertas en Occidente, y no en Oriente. Una opinión que dolió en su época, de ahí que Hernando Colón dedicase al arcediano unas duras palabras, acusándolo de desvariar, pues atacaba a su padre diciendo que no debía llamar a los nuevos territorios Indias porque no lo eran. En cambio, el padre Las Casas justificaba que empleara esa denominación antes los soberanos, a sabiendas de que eran las Indias Occidentales, para que, al ser conocedores de las riquezas de Asia, apoyasen su empresa. Evidentemente, el dominico mentía, porque, de hecho, varias páginas más adelante, responsabilizó a Paolo Toscanelli de las ideas erradas que siempre tuvo el descubridor sobre la llegada a los dominios del Gran Khan.

Maese Rodrigo publicó su obra en 1503, pero es probable que su convencimiento sobre el carácter occidental de las tierras colombinas se remontase a años atrás. La repercusión de su obra fue grande, porque lo citan expresamente tanto el ya citado Hernando Colón como el jurista Juan López de Palacios Rubios en su Libellus de Insulis Oceanis, publicado en 1512. Probablemente es la primera obra impresa en la que se puso de relieve que aquellos territorios no tenían nada que ver con el Cathay y Cipango. Es cierto, como luego veremos, que esa misma certeza la tenía ya Américo Vespucio desde 1502, pero sus conclusiones no fueron divulgadas y publicadas hasta varios años después.

El almirante nunca aceptó que toda su empresa estuviese basada en un gran error de cálculo y que solo la casualidad lo salvó de perecer y de que todo acabara en el fracaso más absoluto. En una escritura otorgada el 22 de febrero de 1498, aún sostenía que a la isla Española unos la llamaban Haití y otros Cipango, mientras que la de Cuba era el antiguo Cathay. En las bocas del Orinoco, intuyó que estaba ante una inmensa superficie terrestre por la extraordinaria cantidad de agua que desembocaba. Fue la última oportunidad que tuvo para convencerse y reconocer públicamente que aquello era un nuevo continente, pero nunca lo hizo. ¿Acaso albergaba dudas? ¿Ocultaba su verdadero pensamiento? Hay que empezar diciendo que mantuvo una estrecha amistad con el florentino Américo Vespucio, especialmente en la última etapa de su vida, desde 1505, siendo de los pocos que acudía a su alcoba a sentarse a conversar con él. Por aquellas fechas, el florentino poseía evidencias fehacientes de que aquello era un nuevo mundo, por lo que cuesta creer que no hablasen en algún momento de la visión tan diferente que tenían ambos de lo hallado al otro lado del océano. Es posible que se lo dijese, y que discutieran sobre el asunto, pero conociendo la actitud obcecada y orgullosa del genovés es posible que se lo contradijera o, simplemente, que no lo quisiese asumir. Tampoco podemos descartar que se entristeciera al saber que su proyecto de hallar una nueva ruta con Asia había fracasado, sin ponderar que, a cambio, había abierto el camino hacia un nuevo mundo, desde donde pasado un tiempo también se comerciaría con Asia, a través del Galeón de Manila. Eso sí, de haber vivido solo dos años más, con total seguridad habría salido de su error, o al menos de su obcecación.

PARA SABER MÁS:

Esteban Mira Caballos: Colón, el converso que cambió el mundo. Barcelona, editorial Crítica, 2025.

Esteban Mira Caballos

Archivado en:Historia de America Etiquetado con:América, Américo Vespucio, Cristobal Colón

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