Es hora de desmontar el viejo tópico que sostenía que la presencia de indígenas americanos en el Viejo Mundo se limitó a un puñado de ellos que trajeron algunos descubridores, como Cristóbal Colón. Realmente, hubo un tráfico con destino a los mercados esclavistas europeos, al menos hasta mediados del siglo XVI. Otros muchos llegaron voluntariamente: unos, para conocer los secretos de la tierra -como un turista del siglo XXI- y, otros, para solicitar sus derechos, acudiendo personalmente a la corte para entrevistarse con el soberano. Lo mismo reclamaban tierras de sus antepasados, que privilegios, como escudo de armas, o el derecho a portar armas o a usar caballos.
Unos retornaron a su tierra natal mientras que otros permanecieron en tierras europeas, adaptándose a una nueva forma de vida. Eran vasallos, habían aprendido la lengua castellana y eran católicos practicantes por lo que despertaban menos recelos que otras minorías étnicas. ¿Cómo sobrevivieron? ¿Qué pensaron de la civilización europea? ¿A qué se dedicaron? ¿Cómo se comportaron? Son preguntas a las que se ofrecen respuestas en este libro.
1.-UNA CONQUISTA PACTADA
La conquista fue en todo momento pactada, no impuesta, algo que estuvo favorecido por la gran diversidad, división y enemistad que existía entre los grupos indígenas. Este sistema de pactos fue practicado a lo largo y ancho del continente americano, igual que hicieron otros imperios expansivos antes y después. Incluso, los propios incas habían extendido su imperio combinando las campañas militares con una amplia red de pactos y tratados con los diferentes grupos étnicos a los que sometían.
A lo largo y ancho del Nuevo Mundo, en el bando vencedor hubo un pequeño grupo de españoles junto a una mayoría de pueblos indígenas: tlaxcaltecas, huejotzingos, cempoaleses, michoacanos, cañaris, huancas, chimúes, chachapoyas, tallanes, yungas, guaraníes, etc. En el continente americano había un secular enfrentamiento entre señores, y una parte de estas élites se aliaron con los hispanos en un desesperado intento por mantener o ampliar sus privilegios. Mientras que los tlaxcaltecas y totonacas fueron los grandes aliados en la conquista del imperio mexica, los cañaris y los chimúes fueron su equivalente en la caída del imperio inca. Lo mismo en Nueva España que en el área andina, se produjo una alianza entre los señores étnicos con los españoles, lo que les permitió conservar una parte de su poder. Sin duda, los conquistadores lo cambiaron todo, pero entre los grupos enfrentados hubo siempre una aplastante mayoría de indígenas.
Estos grupos participaron activamente en la guerra y se consideraron a si mismo conquistadores. Y ello por dos motivos: uno, porque la guerra se entendía, al igual que en Europa, como una oportunidad para conseguir mejoras para la comunidad y, a nivel individual, para obtener un ascenso social. De hecho, en buena parte del continente americano, el linaje se adquiría preferentemente por méritos de guerra. Incluso, en reinos como el mexica, había instituciones bastante similares las Órdenes Militares españolas, a las que se accedía tras haber capturado a un número determinado de enemigos en el campo de batalla. Y otro, porque había cientos de pueblos tributarios, lo mismo en el área mesoamericana que en la andina, añorantes de su libertad perdida, que vieron la llegada de los europeos como una oportunidad para recuperar su independencia.
2.-GOBERNANTES NECESARIOS
Una vez superada la conquista, las élites indígenas se acomodaron dentro del sistema implantado por el Imperio Habsburgo y jugaron un papel destacado en la conformación del orden colonial. La estructura política quedó hibridada manteniéndose, durante la época virreinal, una parte de la organización prehispánica. El gobierno directo de los naturales estuvo, sobre todo en el siglo XVI, en sus propios caciques y curacas. En este sentido, escribió Alonso de Zorita que, tras la caída de Tenochtitlan, solo perdió su reino Moctezuma, todos los demás tlatoques y caciques de la Nueva España conservaron sus respectivos señoríos. Igualmente, los curacas andinos fueron los intermediarios entre la fuerza laboral de los ayllus y el Inca, por lo que eran mediadores necesarios. Dado que eran la autoridad que los andinos reconocían, durante la época hispánica se les reconoció este papel de intermediación. De hecho, una vez finalizada la conquista, en un lapso de tiempo muy breve, la nobleza indígena recuperó sus derechos, convirtiéndose en gobernadores de sus antiguos cacicazgos. Igual que los tlatoque de Nueva España, los descendientes del Inca Huayna Cápac también gozaron de amplios privilegios. Incluso, desde tiempos de Felipe II funcionó un consejo de veinticuatro electores incas, pertenecientes a las casas Hurin Cusco y Hanan Cusco, que mantuvo un gran influjo durante toda la época virreinal.
Esta nobleza jugó un papel activo en la conformación del poder y de la administración virreinal, donde tuvieron un papel destacado como intermediarios. Socialmente fue equiparada a la nobleza española y políticamente con un poder intermedio, entre los españoles y el común de los indígenas, sirviendo de enlace entre ambos mundos.
Una parte de esta élite se mantuvo en el poder sin solución de continuidad desde la época prehispánica hasta la independencia. Hubo incluso dinastías, como los gobernantes de Yanhuitlan, que se mantuvieron en el poder desde un siglo antes de la dominación mexica, hasta el siglo XVIII.
3.-SU PRESENCIA EN LA CORTE
A la corte de los Habsburgo llegaron numerosas delegaciones y embajadas a lo largo de la Edad Moderna. La mayoría llegó voluntariamente para reclamar de las autoridades sus prebendas y privilegios como nobles y como aliados necesarios en la culminación de la conquista y en el proceso colonizador. Pese a la lejanía del soberano y del Consejo de Indias, muchos naturales vieron la posibilidad de acudir a ellos para restablecer equilibrios con los criollos o para reclamar viejos derechos.
Cruzaron el charco más novohispanos que peruanos, fundamentalmente porque el viaje de estos últimos era mucho más largo, peligroso y costoso. Pero lo cierto es que encontramos a numerosos caciques y curacas que arribaron a la corte y que fueron tratados con las atenciones y los privilegios propios de una alta dignidad diplomática, hasta el punto de sufragar la propia Corona todos los gastos derivados de su estancia en tierras españolas. Lo mismo reclamaban tierras de sus antepasados que privilegios, como disponer de un escudo nobiliario, o el derecho a portar armas o a usar équidos.
Esos miembros de la élite aprendieron muy pronto la forma de reclamar sus derechos, comunicándose o entrevistándose directamente con el rey. Como ya hemos comentado, en zonas estatalizadas como el valle de México existía una nobleza prehispánica, obtenida, igual que en Europa, por méritos o por herencia. Resulta sorprendente ver cómo aprendieron los entresijos del sistema legal español, usándolo en su propio beneficio. Las estrategias fueron diversas, desde esgrimir su condición de pobres y miserables, hasta usar testigos falsos y alterar su propia genealogía para obtener réditos. No solo aprendieron la lengua castellana, sino que muchos captaron los vacíos legales, así como la lógica del poder de la España casticista. Lo que valía para los españoles también podía servir para ellos, de forma que muchos tuvieron la picaresca y la capacidad de reinventarse, haciéndose pasar por incas prominentes o por miserables necesitados de compasión, dependiendo de las circunstancias. Y en estas reivindicaciones no les falto ingenio y, por supuesto, un gran conocimiento del entramado legal castellano. Llama la atención que algunos, incluso, alegaran que eran descendientes de altos linajes prehispánicos, sin tener mácula alguna judaizante, porque en aquellas partes -esgrimían- no había tales manchas de judío. Una ingeniosa estrategia que es muy significativa del profundo conocimiento que poseían de lo que eran los prejuicios religiosos de la España casticista. Era obvio, en la América prehispánica no había judíos, y eso podía ser una potente arma para reforzar la pureza de sus linajes y conseguir mejoras sociales y económicas.
Fueron tantas las personas particulares o embajadas que llegaron desde Perú que, se agenciaron procuradores que gestionasen sus causas, en el entorno de la corte. Así, por ejemplo, desde la segunda década del siglo XVIII, se designó al indígena don Vicente de Mora Chimo, como procurador general de los naturales del Perú, estantes en España. En España permaneció durante varios lustros, presentando en 1732, ante el Consejo de Indias, un elaborado manifiesto de los agravios que padecían los indígenas peruanos, en el que contó con asesoría jurídica.
Casi todos recibieron compensaciones, unos para garantizar su subsistencia y otros para mantener su estado, es decir, su alto estatus social. Todo el mundo esperaba que el rey se comportase con hospitalidad y generosidad, en el caso de las personas del común porque estaba obligado a preservarlos como vasallos que eran y, en el caso de la oligarquía caciquil, porque eran parte del engranaje administrativo virreinal. No se escatimaron gastos aunque no se trataba, obviamente, de altruismo, sino de una política que requería de cierta inversión, pero que con un coste mínimo le permitió un mejor control político sobre varios millones de indígenas.
PARA SABER MÁS
Esteban Mira Caballos: Indios y mestizos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000. Esteban Mira Caballos: El descubrimiento de Europa. Indígenas y mestizos en el Viejo Mundo. Barcelona, Crítica, 2023. Esteban Mira Caballos: “La Conquista pactada. Élites indígenas en la conquista y colonización de América”, Jornadas de Historia Militar, Madrid, Instituto de Historia Militar, 2023, (en prensa). Eric Taladoire: De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892). México, FCE, 2017. Esteban Mira Caballo
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