Extremadura tuvo una extraordinaria participación en todo lo relacionado con la empresa indiana desde el primer viaje colombino, donde viajaron al menos nueve extremeños. No tardó en desarrollarse todo un trasiego continuo de personas que iban y venían a las Indias, algunos de ellas consiguiendo sus metas de enriquecimiento y retornando a sus respectivas localidades natales. Estos hombres que regresaban ricos del otro lado del charco se conocieron en su tiempo como peruleros, aunque también se les designaba como indianos. Sin embargo, el retorno de emigrantes fue relativamente excepcional, pues apenas lo hizo un 10 por ciento, y de ese porcentaje no todos regresaron ricos
La mayoría permaneció en las Indias, pero en sus escrituras de última voluntad tuvieron un recuerdo de su localidad natal, bien para reconocer alguna deuda o para dejar sus bienes o establecer alguna fundación o una donación. En este sentido, El castuerano Antonio Morillo de Tena declaró que no perdía la esperar de regresar a su villa natal y enterrarse en ella. Los impedimentos eran muchos: primero, si no obtenían el caudal suficiente, era difícil financiarse el retorno, además de la carga antisocial que conllevaba regresar menesterosos, sin haber conseguido los objetivos de enriquecimiento. Y segundo, si formaban una familia al otro lado del charco y arraigaban en la tierra, el retorno se tornaba casi inviable.
Burguillos era una pequeña localidad señorial que tuvo orígenes templarios que se remontaban al silo XIII, vinculado al bayliato de Jerez de Badajoz -hoy de los Caballeros-.
Tras la disolución de la orden se convirtió en territorio señorial que proporcionaba unas estimables rentas procedentes de la explotación ganadera. En el año 1393 se vincula a Diego López de Zúñiga, señor se la casa de Béjar y se mantendrá vinculada al ducado de Béjar y Benavente hasta el siglo XIX. Su población fue siempre reducida, pues en 1530 tenía 541 vecinos y entre 1571 y 1631 se mantuvo en unos 592. Ello no impidió que padeciese una fuerte emigración a América, aprovechando su cercanía a Sevilla y a su antepuerto seco, Zafra. De hecho, en el siglo XVI están contabilizados legalmente 177 pasajeros, uno más si contamos a Juan Gómez de Bustamante, y, en el siglo siguiente, once. Huelga decir, que entre la suma total de emigrados, teniendo en cuenta los alegales o los que no han dejado huella documental en los registros de la Casa de la contratación pueden representar el cincuenta por ciento por lo que la cifra real se puede acercar al doble. Entre esas personas que no dejaron rastro en los registros de la Casa de la Contratación figuran precisamente el indiano objeto de este artículo, el licenciado Juan Gómez de Bustamante, difunto en Manila, y su esposa María de Aguilar.
Hubo algunos burguillanos que llegaron a hacer bastante fortuna en Indias, entre ellos Pedro Gallego (1500-1531) que se desposó con Isabel de Moctezuma, Tecuichpo, con quien procreó a Juan de Dios Andrade Moctezuma.
En esta ponencia vamos a analizar las inversiones que el licenciado Juan Gómez de Bustamante y Andrade, natural de Burguillos -actualmente Burguillos del Cerro-, realizó por vía testamentaria desde Manila, ciudad en la que se habían asentado.
2.-UN BURGUILLANO ENTRE EUROPA, AMÉRICA Y ASIA
Hay que empezar diciendo que el personaje en cuestión se denominó de manera diferente a lo largo del tiempo. En los primeros documentos en los que era un joven que pedía licencia para marchar como criado se hace llamar Gómez Hernández de Bustamante. Cuando pasó a Filipinas, ejerciendo distintos cargos públicos, se hace llamar Juan de Bustamante. Y la documentación en la que se solicita su herencia, custodiada en el Archivo Municipal de Zafra, aparece como licenciado Gómez de Bustamante. Al principio sospechamos que se pudiesen solapar dos personas distintas originarias de Burguillos, sin embargo, tras cotejar los datos no cabe duda de que son la misma persona.
El licenciado Juan Gómez Hernández de Bustamante y Andrada nació en Burguillos, siendo hijo de Alonso López y de María de Bustamante. La fecha de nacimiento no la conocemos más que de manera aproximada ya que el libro primero de bautismo de la parroquia de Burguillos del Cerro empieza en 1565. En la probanza realizada en su pueblo natal ante el alcalde ordinario Juan Pérez Bermejo y el escribano público del 29 al 30 de abril de 1576 declaró tener 24 años poco más o menos. Teniendo en cuenta ese dato, el único de que disponemos, debió nacer en torno a 1552, año arriba año abajo.
En la probanza, como solía ser preceptivo, se incluyó una descripción física detalla, para facilitar la concesión de la licencia a los funcionarios de la Casa de la Contratación:
Es de edad de veinticuatro años poco más o menos, moreno de rostro, de poca barba, con una señal de herida pequeña en el dedo pulgar de la mano izquierda.
No sabemos si tenía estudios universitarios, aunque en el expediente conservado en el Archivo Municipal de Zafra, sobre el cobro de sus bienes se le otorga el rango de licenciado. Sin embargo, en ninguno de los documentos que existen anteriores se menciona tal rango académico. Es bien sabido que cuando la Corona otorgaba un nombramiento como oficial real le asignaba siempre el rango académico de licenciado, aunque no lo tuviese. Conocemos casos como el del bachiller Lucas Vázquez de Ayllón, que cuando fue nombrado en 1511 juez de apelación de la audiencia de Santo Domingo, se empezó a intitular en los documentos oficiales como licenciado.
Dado que se pretendía embarcar como criado de Manuel de Porras y este había obtenido autorización del Consejo de Indias para llevarlo como criado, en la nao Juan de Rivera. Obviamente, la licencia de la Casa de la Contratación no se hizo esperar:
En Sevilla, en la Casa de la Contratación de las Indias, a dieciséis de junio de mil y quinientos y setenta y seis años, los señores jueces, oficiales de su Majestad de la dicha Casa dijeron que daban y dieron licencia a Gómez Hernández para que pueda pasar y pase a la Nueva España por soltero y por criado de don Manuel de Porras y por el nombramiento que de él hizo en cumplimiento de la dicha cédula de su Majestad que en esta casa presente ante los dichos señores jueces, poniendo en la licencia que se le diere la edad y señas de su persona.
Debió permanecer varios años en Nueva España desde donde en un momento indeterminado, a través de Acapulco, pasó a las islas Filipinas. Hay que recordar que este archipiélago formaba parte del virreinato novohispano y solo desde allí se accedía a los territorios españoles en Asia. En Manila estaba al menos desde 1588, aunque no podemos descartar que hubiese podido llegar años antes. Curiosamente en la capital filipina coincidió con un paisano suyo, fray Pedro de Burguillos O.F.M., que hizo varios viajes a Japón pero que murió en Manila poco después que Juan Gómez, en 1614.
Estando en el archipiélago asiático se desposó con doña María de Aguilar, hija de Pedro de Ortega y Catalina Pinelo, vecinos de Manila. Esta era viuda en primeras nupcias de Diego Alemán de quien había heredado una pequeña encomienda en el pueblo de Mongabo. Pero las renta que proporcionaba eran tan reducidas que Gómez de Bustamante solicitó que se le ampliase la encomienda ya que no alcanzaba a ganar los dos mil pesos anuales que necesitaba para mantener a su familia.
Entre 1588 y 1590 el burguillano recibió varios encargos todos relacionados con la justicia. Así el 29 de octubre de 1588 recibió una Real provisión, firmada por el marqués de Villamanrique, virrey de Nueva España, por la que se le comisionó para averiguación cierta causa penal en la que estaban implicados Francisco de Sarriá, Juan Farfán de Lizarraras y Ruy Díaz. Varios meses después, concretamente el 20 de enero de 1589, se le volvió a facultar para que investigase quién o quiénes habían sacado de Nueva España la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que estaba en la ermita que se erigió donde Hernán Cortés dijo que se le apareció la Virgen, en la salida de la Noche Triste. Nuevamente, el 20 de febrero de 1590 el virrey de Nueva España le encargó la visita de la Real audiencia de Manila, en caso de que no pudiese hacerlo el licenciado Corral. Asimismo, el 12 de diciembre de ese mismo año se le dieron poderes para tomar juicio de residencia a Juan Ronquillo del Castillo y Lorenzo López de Alista, alcaldes mayores de la ciudad de Cebú y de la villa de Arévalo respectivamente, y a Diego de Morales, corregidor del río de Panay, así como a otras autoridades públicas de la isla. Ese mismo día recibió otra orden para que visitase a los encomenderos y cobradores de tributos de la provincia de Pintados. Asimismo, el 15 de octubre de 1593, recibió una nueva orden para que realizase una visita general por todas las islas, que había empezado a hacer el licenciado Martín de Zabala.
Tras la muerte del contador real Andrés Cauchela, el gobernador Luis Pérez de Mariñas lo nombró contador interino a la espera de la pertinente confirmación real. El cargo lo compatibilizó con el de regidor del cabildo de Manila, en el que figuraba en 1595 cuando firmó una carta junto a las principales autoridades políticas y religiosas de la isla sobre la situación del comercio y la penuria que padecían muchos vecinos. Concretamente reclamaban una reducción de impuestos de las mercancías que enviaban a Nueva España y que se les permitiese el comercio con Perú. De nuevo el 2 de noviembre de 1599, el gobernador de Filipinas, Francisco Tello, lo ratificó en el cargo como regidor de la capital de la gobernación. Y todavía, en diciembre de 1606, se mantenía en este cargo cuando firmó una carta junto a sus compañeros de consistorio Lorenzo de Figueroa, Pedro de Brito, Bernardino del Castillo Maldonado, Juan Juárez Gallinato, Cristóbal de Azcueta Menchaca, licenciado Bustamante y Álvaro Pérez a favor de que se le diese un empleo a Fernando de Castro que había llegado junto al nuevo gobernador de Filipinas.
Se mantuvo hasta su muerte como contador real y regidor del cabildo de Manila hasta que, teniendo 57 o 58 años, dictando su testamento en Manila, el 4 de mayo de 1609 ante el escribano público de Manila Francisco de Estrada. El albacea Diego de Castro fue el encargado de consignar el dinero a nombre del guardián y predicador del convento de San Francisco de las Llagas, extramuros de Burguillos, fray Juan Cansado. La tardanza fue de más de dos años, pues hasta finales de 1611 no se tuvo noticias de la llegada a la Casa de la Contratación de Sevilla de los 6.000 pesos de a ocho reales destinados a las fundaciones. Fray Juan Cansado, con autorización del prelado de San Onofre de la Lapa expidió un poder a fray Rodrigo de Paz, presbítero síndico del convento de franciscanos descalzos de Zafra, para que acudiese a Sevilla a cobrar el peculio.
El total del dinero enviado fue de 6.000 pesos de a ocho reales, es decir, 48.000 reales que quedaron reducidos a 43.184 tras los gastos de avería y de comisiones. Y de ese dinero 1.400 pesos, es decir, 11.200 reales se destinaron, según se dispuso en el testamento, a la compra de rentas para la capellanía y los 31.984 restantes se emplearon en financiar la obra pía.
3.-LA CAPELLANÍA DE GÓMEZ DE BUSTAMANTE
El estamento eclesiástico se benefició de la congrua de cientos de capellanías y memorias de misas que fueron fundadas por estos indianos en sus lugares de origen, teniendo como sede fundamentalmente iglesias seculares y regulares, y más ocasionalmente una ermita. Una capellanía era el establecimiento de un número de misas a perpetuidad, dejando rentas suficientes para su dotación anual, y el fundador establecía tanto al patrono y a sus sucesores como al capellán. Tres motivos favorecieron la proliferación de capellanías y de memorias de misas:
Uno, por la importancia que le concedían para la salvación de sus almas y la idea que tenían de reducir el tiempo de paso por el purgatorio, según estipuló el concilio de Trento. Hay que tener en cuenta que tras el concilio de Trento (1545-1560) se impuso la idea de un purgatorio, del que se podía salir con brevedad si se hacían penitencias, o si se ordenaban misas a perpetuidad o obras pías para favorecer a los más menesterosos. Asimismo, se extendió la idea de que los sufragios, así como las buenas obras de caridad, podían contribuir no solo a acortar el paso por el purgatorio sino a garantizar la salvación, algo que la Iglesia fomentó porque favorecía sus rentas económicas. Así, el 19 de marzo de 1772 escribía desde Lima Antonio Cubero que la fortuna que Dios le había permitido quería y sentía que debía emplearla en su santísimo agrado y servicio.
Dos, por el prestigio que estas fundaciones reportaban, cumpliendo con el ofrecimiento de una imagen pura de la familia ante la sociedad, al encontrarse en buenos términos con Dios y con la Iglesia.
Y tres, por la posibilidad de dotar de rentas a un familiar cercano. Está claro que el establecimiento de la capellanía permitía el control sobre el dinero, parte importante dentro del prestigio y riqueza de la estirpe, que convenía a todas luces preservar y, llegado el momento, aumentar. Citaré solo algunos ejemplos representativos: a Segura de León regresó uno de los hombres de Cajamarca, Diego Mexia. Pero sobrevivió muy poco tiempo pues redactó su testamento el 11 de diciembre de 1539 y murió el 9 de abril de 1540. Dejó dispuesta la construcción de una capilla, en la parroquial de su pueblo, donde se fundaría una capellanía muy bien dotada. Su hermano, Juan Mexía, sería el primer patrono y, asimismo, habría tres capellanes, que cobrarían anualmente, uno 12.000 maravedís y, los otros dos, 10.000. Obviamente, la inyección de dinero fue considerable, financiando no solo a varios eclesiásticos sino también a albañiles, escultores, pintores y orfebres. En Medellín, Juan Velázquez de Acevedo, en sus pompas fúnebres, dejó dispuestas nada menos que 2.800 misas, la mitad de ellas celebradas en Medellín, y las demás en Mérida, Trujillo y Usagre.
No tenemos el dato exacto de las capellanías fundadas en Extremadura y de su impacto, aunque sumaron varios centenares. El matrimonio formado por el licenciado Gómez de Bustamante y María de Aguilar, estando en Manila mandaron fundar una capilla de cantería con sus bóvedas y arcos, en la zona de la sacristía de la iglesia parroquial de Santa María de la Encina de Burguillos. En ella debía hacerse un altar con una imagen al óleo de la Inmaculada Concepción y a los pies de ellas, y a cada lado de ella los fundadores, y en el ático colocar el escudo de armas de su familia. A la bóveda de entierro de esa capilla debían trasladarse los restos de sus padres y abuelos, y establecer en ella una capellanía por las almas de los otorgantes, y de todos sus ascendientes. En el testamento otorgado por el burguillano en Manila, el 4 de mayo de 1609 dejó dispuesto que se enviasen a su pueblo seis mil pesos de a ocho reales, de los cuales 1.400 de ellos debían destinarse a la compra de rentas para la capellanía. El capellán se obligaba a cantar una misa el día de la Inmaculada y otra el día de los difuntos, debiendo poner un túmulo y echar agua bendita sobre la sepultura.
4.-LA OBRA PÍA
Una obra pía era una fundación, dotada de rentas, destinada a proteger a los más desfavorecidos, doncellas pobres, viudas, huérfanos o niños de la cárcel. Las más asiduas fueron las destinadas a casar doncellas pobres o huérfanas, pues se cuentan por centenares a lo largo y ancho de toda España. En Extremadura conocemos muchas de origen indiano, pues solo en Zafra se establecieron un total de seis. Asimismo, el capitán Diego Fernández Barba, que en 1697 envió a Llerena 40.000 pesos de plata estableció varias obras pías destinó dos de ellas a desposar a doncellas pobres, preferentemente de su familia, o en su defecto de Llerena: una, para entregar una dote para hacer la profesión como monja y otra para dotar a seis doncellas pobres para su casamiento. Por su parte Juan Vivas decidió entregar una dote de 400 reales para casar a una doncella huérfana pariente suya, pero solo por una vez.
Pues bien, la obra pía para casar doncella mejor dotada económicamente es la fundada por el burguillano Gómez de Bustamante. Como ya hemos dicho, por su testamento, escriturado en Manila el 4 de mayo de 1609, dejó 3.000 pesos para casar doncellas pobres de su linaje, pero también se adjudicaba el remanente de lo que sobrase una vez que se sacasen los 1.400 pesos de la capellanía y los gastos de gestiones. Fue así como los 24.000 reales destinados a tal fin quedaron finalmente en un total de 31.984. Pero lo más singular de esta obra pía es que mientras las demás preveían la compra de rentas para financiar un numero de beneficiarias anuales, esta establecía que todo el dinero se repartiese entre las posibles beneficiarias.
Una vez pregonado en la zona se localizaron a sesenta y cuatro posibles candidatas que el licenciado Osorio Arteaga, vecino de Zafra, se encargo de agrupar por orden de parentesco con distintas asignaciones según el grado.
En primer lugar, se asignaron 1.100 reales que le correspondieron para su casamiento a Catalina García de Bustamante, vecina de Burguillos, prima hermana del finado.
En segundo lugar, se localizaron a un total de siete parientes en segundo grado que cobraron, cada una, 660 reales, ascendiendo el monto total de este grado a 4.620 reales. Las beneficiarias fueron: Catalina Álvarez, hija de Gómez González de Paz; María Hernández, hija de Pedro González Berrocal; María Bermúdez e Isabel González, hijas de Cristóbal Martín Trejo; Isabel, Catalina y María, hijas de Bartolomé Muñoz Bustamante.
En tercer lugar, se seleccionaron ocho mujeres en tercer grado que cobraron, cada una, 570 reales, con una suma total de 4.560 reales. Las seleccionadas fueron: Inés Hernández de Bustamante, hija de Diego Garada Bueno; María Manuel, hija de don Gómez de Tapia; María Ortiz, hija de Juan Ortiz; María de Toro, hija de Pedro de Toro; Juana de Bustamante e Isabel Hernández y María de Bustamante, hijas de Juan Alonso Bustamante; y María Álvarez, hija de Francisco Gómez Tanco.
En cuarto lugar, hubo treinta y una parientas en cuarto grado que cobraron, cada una, 476 reales, siendo la suma total de 14.756 reales. Las beneficiarias fueron: Isabel Álvarez, hija de Bartolomé Bustamante; María de Santa Ana, hija de Alonso Hernández Capilla; María de Aguilar, hija de Alonso Martín Ballestero; María Becerra, hija de Juan Barbado Tanco; Isabel y María, hijas de Andrés García Bueno; María Pérez Pavona, hija de Hernán Gómez; Catalina de Bustamante y María de Bustamante, hijas de Diego de Bustamante; Isabel González, hija de Francisco Gómez Cobos; Inés Hernández Bustamante, hija de Gonzalo Sánchez de Aguilar; María e Isabel, hijas de Pedro González Bueno; Isabel de Santa Ana, hija de Gonzalo Sánchez de Aguilar; Isabel de Santa Ana, Catalina Álvarez y Ana de Santa Ana hijas de Juan Hernández Galán; María Sánchez, hija de Cristóbal Sánchez, vecino de Zafra; María de Mesa e Isabel de mesa y Catalina de Mesa, hijas de Alonso Gómez Sandoval;. María Álvarez, hija de Juan de Chaves. María Álvarez, hija de Pedro Gómez de Chaves; Ana y María, hijas de Rodrigo Yáñez y de María de Toro; María de Toro, Ana, Isabel, Mayor e Inés, cinco hijas de Juan de Toro Negrillo; y Aldonza Rodríguez, hija de Pedro González Serrano.
Y en quinto lugar, dieciocho parientas en quinto grado que percibieron 385 reales cada una, con una suma total de 6.930 reales. Las agraciadas fueron: Catalina Hernández, hija de Hernando Álvarez; María de Benavides Tinoco y doña Catalina de Benavides, hijas de don Gómez Tinoco; Ana de Bustamante, hija de Juan Hernández Bustamante; Catalina, hija de Juan de Saavedra Ortiz; Isabel González de Sepúlveda y María Bermúdez, hijas de Gonzalo Sánchez Tanco; Isabel y Ana, hijas de Diego González Menacho; Catalina y Ana, hijas de Miguel Sánchez, relator; Ana González, hija de Francisco Gómez Melado; Isabel Hernández, hija de Diego Hernández Navarro; Beatriz de Andrada y doña María y doña Mayor, hijas de Alonso Jaramillo de Andrada; y Antonia de Andrada, hija de Gómez Sánchez de Andrada. En este grupo, dado que Ana de Bustamante se repitió dos veces y que Catalina, hija de Juan de Saavedra Ortiz falleció poco después de la adjudicación, se decidió incorporar a una candidata más, Juana de Bustamante, hermana del clérigo Gómez Fernández de Bustamante, clérigo, que era prima hermana del licenciado Gómez de Bustamante. Lo curioso es el motivo por el que fray Juan Cansado no la incluyó inicialmente en el listado pese a ser soltera: por parecerle mujer de edad de más de cuarenta años y que no se querría casar. Pero, dado que se ha sabido ahora que se quiere desposar, se le concede la ayuda.
5.-CONCLUSIONES
Como puede observarse, el dinero del licenciado Gómez de Bustamante, llegado desde nada menos que la lejana Filipinas debió despertar muchas alegrías en el pueblo donde hubo un total de 64 beneficiarias. No eran grandes cantidades, pero sí que constituyeron una ayuda para esas mujeres que empezaban su vida como casadas.
Por todo lo dicho, se había sostenido tradicionalmente que las remesas de capital indiano no habían mejorado significativamente la economía de la España rural. Sin embargo, ya hace unos años, el profesor Valentín Vázquez de Prada señaló la posibilidad de que una parte de esas remesas, las de los pequeños comerciantes y propietarios, hubiesen entrado en el circuito de una economía productiva. Y en este sentido, ha escrito Pierre Vilar que la parte de los tesoros indianos que correspondía a la Corona apenas superaba la cuarta parte, siendo el resto propiedad de particulares.
El estudio de los capitales indianos invertidos en Extremadura está todavía en fase muy incipiente, pero creo que hay que seguir insistiendo en este tipo de estudios locales para llegar a un mejor conocimiento del impacto que tuvieron en las economías locales y en la vida de muchas personas. Dado que estamos hablando de una época donde se movía menos dinero, su influencia debió ser considerable; una parte se invirtió en obras públicas y privadas por lo que su impronta es todavía visible en edificios, como la enfermería del convento de Santa Clara de Zafra, el palacio del marqués de la Conquista de Trujillo, o el palacete de Francisco de Lizáur en Brozas. Ricos y pobres se beneficiaron de este dinero; los primeros a través de las muchas compañías que participaron de una u otra forma en el negocio indiano. Los segundos gracias a las remesas que recibían de sus parientes emigrados y de algunas obras pías de las que fueron beneficiarios.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Este trabajo fue publicado con aparato crítico en Cuadernos de Çafra XUX, 2023-2024, pp. 123-136
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