Retrato de Juan Ponce de León
Hace poco más de dos años el archivero mexicano Ramón Aguilera Murguía dio a conocer la Crónica de Juan Ponce de León (1492-1508), que se editó en el Boletín del Archivo de la Nación, vol. XLIV, N. 153 de enero-abril de 2019, págs. 67-107. Esta publicación había pasado desapercibida hasta que recientemente un historiador aludió a ella, en una conferencia, lo que hizo que todos acudiésemos a la fuente.
Se trata de tres documentos, a saber: una crónica incompleta de una extensión de siete carillas en cuatro hojas, redactada supuestamente por Juan Ponce de León, que abarca los años de 1492 a 1508. No está el inicio, pues empieza en la hoja 3 cuando ya la primera expedición colombina estaba en el mar de los sargazos, el 2 de octubre de 1492, teniendo en cuenta que afirma en la primera página que hacía 60 días desde su salida de Palos (p. 70). Tampoco se conserva el final, pues se corta en 1508, sin incluir la expedición a la Florida del vallisoletano. Como anexos se encuentran otros dos manuscritos que, al parecer, proceden del mismo archivo privado pero que no parecen formar parte de la crónica: el acta fundacional de la villa de Salvaleón de Higüey en 1503 y la de Cáparra en la isla de Puerto Rico en 1508 (p. 68).
Hemos analizado en profundidad los tres documentos transcritos y nuestra conclusión es que son apócrifos y extemporáneos, redactados con posterioridad y con firmas falsificadas.
El transcriptor que los da a conocer, afirma que los papeles en cuestión proceden de un archivo privado, silenciando el nombre de la persona, institución o archivo donde se custodian. El hecho de omitir la referencia topográfica, nos impide conocer los detalles sobre el origen de los documentos, así como el contexto histórico y el entorno en los que se gestaron. Huelga decir que ya de antemano los historiadores no podemos dar por válidos unos manuscritos de los que desconocemos su origen y que no pueden ser cotejados ni estudiados por los especialistas. Pero, es más, el autor de la transcripción tuvo en su poder una copia digitalizada pero no reproduce ni una sola página de la crónica, solo los dos documentos anexos, es decir los de las fundaciones de Salvaleón de Higüey, en La Española, y de Cáparra, en Puerto Rico.
1.-OBJECIONES PALEOGRÁFICAS
Hemos cotejado el texto con obras de la época, como los Diarios de a bordo de Cristóbal Colón y de Americo Vespuccio, así como con las crónicas de Antonio Pigafetta, Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, Gonzalo Fernández de Oviedo, Antonio de Herrera y el padre Bartolomé de Las Casas. También la hemos contrastado con los regestos documentales del siglo XVI, publicados por Genaro Rodríguez Morel. Y todo para comprobar si los giros, las expresiones y la terminología de los tres documentos coincidían con los de aquel tiempo.
(Documento del Archivo de Indias con firma original de Juan Ponce de León)
Salta a primera vista que se trata de un documento lleno de errores de grafía y cuyo autor desconoce las más elementales normas de escritura de la época. El error más evidente es el de los signos de puntuación pues los utiliza como se hace con la grafía moderna. Por ejemplo, pone punto a palabras como capitán, Castilla, servicio, señoría, y un largo etcétera. Asimismo, cuando quiere abreviar Su Majestad, lo separa con puntos s.s.m.m. Igualmente le pone la virgulilla a la palabra doña, algo que no se hacía en los documentos de la época. También separa los años con puntos, escribiendo 1503 de la siguiente forma:1.5.0.3.
Por otro lado, encontramos palabras y expresiones extemporáneas como, por ejemplo, corriente submarina (p. 70), ir a la zaga (p. 70), el mar muy picado (p. 70), capitán del ejército de Castilla (p. 82), alférez de la montada (pp. 82- 83) o la entrega de chucherías a los naturales (p. 76). Otros istmos están alterados, quizás por deficiente transcripción o quizás porque fueron mal escritos por el redactor de la crónica apócrifa. Entre ellos, la selva dice que la llamaban en taíno maniagua (p. 75), por manigua, a Cuba la denominaban Cobá (p. 75) en vez de Colba, o Salvalión (p. 104) por Salvaleón.
Llama la atención que el distintivo don a casi todas las personas que aparecen en los textos, lo mismo a Nicolás de Ovando, que a Diego de Arana o hasta a un simple marinero como ¡Rodrigo de Triana! (p. 72). Una de las pocas excepciones es la de Joseph González, también marinero, al que no le antepone ese distintivo de hidalguía (p. 75). No menos llamativo es que designe a los poblados indígenas, incluso los de islas pequeñas como Guanahani, como ciudades (p. 73).
Las dos actas fundacionales: la de Salvaleón de Higüey, fechada el 25 de agosto de 1503, y la de Cáparra, en Puerto Rico, del 21 de diciembre de 1508, son igualmente falsas. Además de que la letra no es del siglo XVI, los términos en los que están redactadas son asimismo extemporáneos. El propio encabezamiento llama ya la atención, pues pone Deuscum Movis, término incorrecto, pues debería poner Deus cum nobis, es decir, Dios esté con nosotros. Igualmente, en ambas fundaciones se identifica a Juan Ponce como capitán del ejército de Castilla (pp. 104 y 106), un concepto el de ejército de Castilla, que nadie usaría en los primeros años del siglo XVI. En la primera de las fundaciones, a Ovando lo denomina gobernador de la isla Española, y le antepone el don (p. 108). En cambio, en toda la documentación de la época figura como gobernador de las Indias, y con la distinción de frey, por ser, como es bien sabido, freile de la Orden de Alcántara.
La segunda de las fundaciones, la de Cáparra, en Puerto Rico, es mucho más curiosa e inverosímil. Realiza el acto fundacional por mandato de Nicolás de Ovando, comendador y gobernador de la isla La Hispaniola, con poder que a su vez tiene del ¡rey niño! ¡don Carlos I de Castilla y V de las Alemanias! (p. 106). Pero hay más, el texto cita textualmente a Don Fernando II de Aragón, cuando jamás se usaba esa expresión sino simplemente Don Fernando. Igualmente sucede con el nombre de la reina doña Isabel a la cual define como Isabel I. En este caso comete un doble error: primero, escribe Isabel con I latina cuando lo normal era con Y griega, es decir como doña Ysabel.
Dado que los documentos no están redactados en el siglo XVI, las firmas respectivas de Juan Ponce de León están falsificadas, aunque el autor trató de imitar la original.
(Firma apócrifa de Juan Ponce de León)
La rúbrica del conquistador tenía unos trazos muy definidos y escribía su nombre de forma muy diferente a la grafía que aparece en las actas fundacionales. En la firma se notan los trazos temblorosos y unas grafías poca fluidas que se aprecian especialmente en las dos líneas que cubren el nombre de Ponce de León.
2.-OBJECCIONES AL CONTENIDO
Hay muchos datos inverosímiles que la historiografía no puede corroborar y que pasaremos a enumerar en estas líneas:
En primer lugar, sorprenden varios elementos relacionados con las tres embarcaciones colombinas. Para empezar, habla de carabelas, como la Pinta, que tenían una cámara en popa que ocupaba Martín Alonso Pinzón (p. 76). Asimismo, sostiene que las tres embarcaciones portaban cañones (sic). Concretamente dice la crónica que cuando el 12 de octubre se avistó tierra hubo un gran estruendo por los disparos de las balas de los cañones de las tres embarcaciones, incluida La Niña (p. 71). Ni que decir tiene que las dos carabelas, la Pinta y la Niña, no llevaban piezas de artillería a bordo. En el viaje de regreso, antes de zarpar como un alarde de fuerza frente a Guacanagarí, el almirante mandó disparar una lombarda desde la Pinta, pero era una pieza que habían trasladado desde la desguazada Santa María (Varela, 2003: 144).
Asimismo, sostiene que el cordobés Diego de Arana permaneció en el fuerte Navidad al mando de 40 hombres (p. 80), cuando la historiografía tradicional, habla de 39 incluyendo al propio capitán. Pero mucho más sorprendente es la afirmación de la crónica apócrifa que cuando regresó el almirante encontró a varios supervivientes del fuerte Navidad (p. 83). Y digo que sorprende porque todos los testimonios de la época sostienen que murieron todos a manos de los naturales (Las Casas, 1951: I, 357).
El retorno, según todas las crónicas lo iniciaron juntas la Pinta y la Niña, concretamente el 16 de enero de 1493, permaneciendo juntas hasta que una tormenta las separó; Colón llegó a bordo de la Niña al estuario del Tajo el 4 de marzo de 1493, mientras que Martín Alonso Pinzón arribó a Bayona (Galicia) el 14 de ese mismo mes y año (Colón, 1986: 13). En la crónica apócrifa zarpan por separado el 12 de enero y llega Pinzón con la Pinta a Cádiz el 5 de marzo de 1493 (pp. 77-78)
Otra cuestión insalvable lo constituyen las alusiones a la propia biografía de Juan Ponce. Con respecto a su lugar de nacimiento está documentado que era natural de Santervás, en Valladolid (González Ochoa, 2003: 321-322). Así, por ejemplo, en el rol del segundo viaje colombino aparecía registrado como un soldado natural de Santervás -actualmente Santervás de Campos- de la provincia de Valladolid (León Guerrero, 2007: 55). Sin embargo, en la crónica apócrifa se señala otro origen; en un primer momento refiere que vio piedras finas que le recordaban a las esmeraldas que le vio a su madre en Aragón (p. 73). Posteriormente, sostiene que una vez que desembarcó en Cádiz se dirigió a Sevilla a buscar a Pedro Núñez de Guzmán, su amo y, en caso de no encontrarlo, acudiría a Palencia, al encuentro de sus progenitores (p. 79). De esta forma se insinúa un origen palentino del que no existe ninguna prueba fiable que lo avale. Asimismo, el familiar que buscaba en Sevilla no era exactamente Pedro Núñez sino, como refiere toda la historiografía, Ramiro Núñez. Pero curiosamente narra sus peripecias en el primer viaje Colombino y de ahí salta directamente a su embarque en la expedición de Nicolás de Ovando. El problema es que está documentada su presencia en la segunda travesía colombina y resulta extraño que en su propia crónica no aluda para nada a su embarque en esa expedición. Un dato desconocido que aporta la crónica apócrifa es que, tras recibir licencia de Ovando para explorar la isla de Borinquén, descubierta en el segundo viaje colombino, zarpó el 30 de julio de 1508 (p. 83). Huelga decir que no se le puede dar validez al dato, tratándose de una crónica falsa.
Asimismo, señala que los indios antillanos comían pan que hacían con maíz (p. 74). Pero el padre Las Casas lo dice muy claro, el maíz lo usaban no para hacer pan de él, sino para comer tierno por fruta crudo y asado… (Tejera, 1951: 252). Como es bien sabido, el pan que consumían era cazabe que se realizaba con la harina de la raíz de la yuca que previamente exprimían para extraerle un líquido que era venenoso.
Muy sorprendente es también lo relacionado con la primera persona que avistó tierra. En un primer momento lo identifica como don Rodrigo de Triana (p. 72) pero, unas páginas más adelante, lo llama Rodrigo Sánchez de Quintana, que iba encaramado en el palo mesana de la carabela la Pinta (p. 74). Sin embargo, Alice B. Gould, que estudió al personaje en profundidad y, siguiendo un testimonio de la época, el de Fernando García Vallejo, sostiene que Rodrigo de Triana se llamaba en realidad Juan Rodríguez Bermejo (Gould, 1985: 60 y ss.).
No menos chocantes son los datos que ofrece sobre el primer gobernador de las Indias, frey Nicolás de Ovando. Para empezar, afirma que en 1493 era alcalde mayor en Sevilla, donde residía, concretamente en la calle del Candilejo (pp. 79-80). Realmente Ovando nunca fue alcalde mayor ni residió de forma permanente en Sevilla. En 1487 fue nombrado preceptor del príncipe don Juan y estuvo en ese cometido, itinerando con la corte, hasta la muerte del príncipe el 4 de noviembre de 1497 (Mira, 2000: 37-38). Está documentada su presencia en la guerra de Granada, concretamente en Málaga en 1487, en 1489 en las tomas de Baza y Almería y en el capítulo general de su orden, en Burgos, en 1495, donde fue nombrado comendador de Lares de la Orden de Alcántara (Mira, 2014: 24). Por tanto, no estaba en Sevilla en 1493 y nunca pudo ocurrir lo que comenta la crónica apócrifa, es decir, que Juan Ponce de León se entrevistó con él, despertando su codicia para solicitar un puesto gubernativo en el Nuevo Mundo (p. 80). Igualmente, afirma que Ovando era comendador de la orden de Santiago y que fue nombrado gobernador de La Española (p. 81). Nuevamente hierra el autor de la crónica apócrifa por partida doble: uno porque era comendador de Lares -y después Mayor- pero no de la orden de Santiago sino de la de Alcántara. Y dos porque menciona que fue nombrado gobernador de La Española el 15 de enero de 1502 (p. 81) cuando en realidad el nombramiento fue el 3 de septiembre de 1501 y no como gobernador de La Española sino como de las Indias (Puede verse el documento original en AGI, Indiferente General 418, L. 1, fols. 24r-25r.). También cita el nombre de tres de las embarcaciones de la flota ovandina, las naos la Marta y Santa Lucía y la carabela Santa Juana (p. 81). Y no deja de ser curioso porque conocemos los nombres de 23 de las 32 naves y ninguno coincide con esos tres (Mira, 2014: 50-53).
Según la crónica apócrifa, la entrada en la ciudad del Ozama, se produjo el 10 de abril de 1502 cuando se sabe a ciencia cierta que el arribó ocurrió el domingo 15 de ese mismo mes y año (Mira, 2000: 57). Cita, asimismo, personajes que no aparecen en ningún otro documento o crónica de la época como los alféreces de la montada (sic) Sebastián Trujillo y Juan Gil Calderón.
Para finalizar solo nos resta añadir que resulta obvio que los tres documentos son apócrifos. Y nos parece importante señalarlos para evitar que algunos de los datos que ofrece puedan pasar a los libros de historia, perjudicando el conocimiento de ese apasionante periodo histórico.
BIBLIOGRAFÍA
COLÓN, Cristóbal: Los cuatro viajes. Testamento (ed. de Consuelo Varela). Madrid, Alianza Editorial, 1986.
GONZÁLEZ OCHOA, José María: Quién es quién en la América del descubrimiento. Madrid, Acento, 2003.
GOULD, Alicia B.: Nueva lista documentada de los tripulantes de Colón en 1492. Madrid, Orión Editorial, 1985.
LAS CASAS, Bartolomé de: Historia de las Indias, T. I. México, Fondo de Cultura Económica, 1951.
MIRA CABALLOS, Esteban: Nicolás de Ovando y los orígenes del sistema colonial español, 1502-1509. Santo Domingo, Patronato de la Ciudad Colonial, 2000.
MIRA CABALLOS, Esteban: La gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando, 1501-1502. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2014.
TEJERA, Emiliano: Palabras indígenas de la isla de Santo Domingo. Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1951.
VARELA MARCOS, Jesús y Mª Montserrat LEÓN GUERRERO: Itinerario de Cristóbal Colón (1451-1506). Valladolid, Diputación de Valladolid, 2003.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
Gerardo Quesada Mayorga dice
¡Qué manera más competente y aplastante de dejar al descubierto un fraude!
Armando Marti dice
Esteban:
¿En que momento se creó esta falsificación? ¿Estuvo en el Archivo de Indias? ¿La han publicado?
Armando Martí
Esteban dice
No lo sé, es uno de esos documentos falsos que circulan por fundaciones y bibliotecas públicas y privadas de Estados Unidos. Ellos compraban todo lo que aparecía en el mercado, documentos, obras de arte… Y también les colaron muchas piezas falsas, incluidos documentos como éste.
Esteban Mira Caballos dice
No lo sé, es uno de esos documentos falsos que circulan por fundaciones y bibliotecas públicas y privadas de Estados Unidos. Ellos compraban todo lo que aparecía en el mercado, documentos, obras de arte… Y también les colaron muchas piezas falsas, incluidos documentos como éste.