DOS VISIONES CONTRAPUESTAS DEL DESCUBRIMIENTO
En 1989 el pintor y escultor ecuatoriano Oswaldo Gayasamín realizó un conjunto de grabados -litografías y calcografías al aguafuerte- para ilustrar una edición facsímil de las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería.
Pero llama la atención las dos interpretaciones contrapuestas y hasta contradictorias que se intentaron conjugar con la edición de este libro. Para entender la mentalidad de Anglería hay que remontarse a sus orígenes en la Italia del siglo XV. Su formación fue la propia de un humanista italiano y se completó hasta 1488, fecha en la que llegó a la Península, lugar que jamás abandonaría. En un primer momento se interesó por la Guerra de Granada, sin embargo, una vez finalizada ésta, no tardó en sentirse atraído por la cuestión del Nuevo Mundo -nombre por cierto, acuñado por él mismo-.
Anglería tuvo conciencia en todo momento de la trascendencia que tendrían para la historia los acontecimientos que le tocó vivir. En el prólogo de sus tres primeras Décadas, publicadas en 1516, destacó la importancia del Descubrimiento para la grandeza del entonces príncipe Carlos. Palabras que no distan mucho de aquellas otras, escritas por Francisco López de Gómara, que señalaba el Descubrimiento como la mayor cosa después de la creación del mundo, salvando la encarnación y muerte del que lo creó.
El cronista italiano describió a los indios como seres idílicos que vivían en la Edad de oro, sin leyes, sin jueces calumniosos, sin libros y contentos en su estado natural, pero a los que había que proteger y sobre todo cristianizar. Anglería presentó, pues, la imagen del buen salvaje, es decir, seres felices y racionales, pero inferiores. Esta visión ha sido siempre una constante en todas aquellas culturas que con un estadio más avanzado entraban en contacto con otras culturas inferiores. Ya los griegos, 1300 años antes, habían dicho que lo griego era el crisol superior de un mundo diverso. Los españoles de entonces, y también Anglería, se planteaban ahora la visión desde la misma óptica que aquellos griegos: Los mejores somos nosotros y lo nuestro, puesto que somos los únicos que nos planteamos tales cuestiones. Esta es, pues, la visión que ofrece el cronista italiano, completamente contrapuesta a la que presentó Guayasamín en los grabados que confeccionó para ilustrar su obra.
En cambio, el artista ecuatoriano fue durante toda su vida, un comprometido defensor de los postulados indianistas, movimiento que, como es bien sabido, tomó cuerpo a raíz de la Declaración de Barbados del 2 de julio de 1977. El indianismo no es otra cosa que un proyecto civilizatorio diferente del occidental, y elaborado por los propios indígenas. Como ha escrito Marie-Chantal Barre, el indianismo supone sobre todo la búsqueda y la identificación del indígena con su pasado histórico. Una parte importante de la obra de Guayasamín está considerada como la plasmación plástica de esos postulado indianistas. Una corriente ideológica que rechaza la superioridad de la cultura occidental, sustituyendo el término conquista por el de invasión.
A la luz de estos ideales debemos contemplar los grabados de Guayasamín. Una parte de su obra se caracteriza por la exaltación del dolor pasivo de los indios americanos. Los conquistadores, cuyas hazañas describiera Anglería, son presentados en los grabados como seres sombríos, agrios y con semblante amenazante. La iglesia, cuya misión sagrada destaca Anglería, es presentada como una institución intransigente, símbolo evidente de la destrucción de la religión indígena y, en última instancia, de su civilización.
Este mundo palpitante, el dramatismo indígena, el rostro amenazante de los conquistadores, la impasividad de la Iglesia y la fiereza del caballo constituyen algunas de las claves para entender la mentalidad del artista. Unas manifestaciones que no son otra cosa que un intento del pueblo indio de nuestros días de escribir una nueva historia, aquella que la civilización occidental les negó durante siglos.
Después de todo lo dicho no podemos más que concluir que el gran artista ecuatoriano no pretendió ilustrar los textos de Anglería sino más bien contrarrestarlos.
Esteban Mira Caballos
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