El dominico, nacido en Sevilla en 1484 -por cierto, el mismo año que Hernán Cortés- se convirtió en el gran defensor de los naturales, ejerciendo un extraordinario influjo en la historia social de la humanidad. En parte gracias a su tesón, el Imperio hispánico ha sido el único de la historia que se planteó su actuación en plena vorágine expansiva (Hernández, 2015: 42). En su deseo de sensibilizar al emperador escribió su opúsculo más famoso y también polémico, la Brevísima Historia de la Destrucción de las Indias. Huelga decir que es una obra insignificante en su extensa producción intelectual, que ha desfigurado su proyección histórica.
Ya en 1579 se editó en Amberes la Brevísima aunque, modificando malintencionadamente el título: Tiranía y crueldades de los españoles perpetrados en las Indias Occidentales… Aunque sutil, el cambio de intitulación es clave porque Las Casas no sólo señaló a los españoles de la destrucción sino a todos los participantes en la empresa, incluidos los alemanes, los portugueses o los italianos. El dominico, adelantándose a su tiempo, defendió que algunas civilizaciones indígenas eran equiparables a las altas civilizaciones antiguas (Egipto, Grecia, Roma) y, por tanto, los bárbaros no eran ellos sino los conquistadores al destruir esas civilizaciones (André-Vincent, 1975: 72).
Obviamente, acusar al dominico de ser el responsable de la Leyenda Negra es profundamente injusto y falso sobre todo porque jamás pensó en proyectar una mala imagen de los hispanos frente al resto de potencias europeas. El editor y grabador holandés Teodoro de Bry imprimió, en 1597, esta nueva edición de la Brevísima con una selección de diecisiete xilografías sensacionalistas, donde se plasmaba la crueldad extrema de la Conquista. De Bry era un protestante, nacido en Lieja en 1528, que sentía un odio acendrado hacia la España Imperial y fue uno de los que más influyó en la consolidación de esta manipulación histórica. En 1570 fue acusado de protestante y expulsado de Flandes, perdiendo todas sus propiedades, de ahí venía su justificado odio al catolicismo y a su máximo valedor el imperio de los Habsburgo (Bueno, 2016: 233). La fuerza de sus duras imágenes, que añadía un morbo extra y daba razones a los enemigos del Imperio, ha transmitido una imagen exacerbada de la crueldad de las huestes que llega hasta el mismo siglo XXI. Para ello no dudó en pervertir los ideales del dominico, cuyo objetivo no podía ser más caritativo: la defensa de los indios. En cambio, el holandés no actuó movido por ningún afán pío sino con el interés de desprestigiar al Imperio de los Hamburgo.
La Brevísima fue usada por las potencias enemigas de España para crear, o al menos reforzar argumentalmente, la Leyenda Negra como dijera Rómulo Carbia. Y es cierto que este opúsculo manchó para siempre la expansión hispánica con el estigma de la crueldad y la intolerancia, apuntalando una Leyenda Negra que llega a nuestros días. Pero es importante destacar que la intención del dominico fue en todo momento sensibilizar al Emperador para conseguir leyes protectoras como de hecho consiguió; es decir, su fin era totalmente honesto, pues nunca pensó que sus argumentos pudieran usarse torticeramente por los enemigos de España. Es más, sabemos que nunca quiso publicar su Brevísima historia de la destrucción de las Indias, la cual fue impresa sin su consentimiento (Muñoz Machado, 2019: 171). Asimismo, huelga decir que el dominico exageró las atrocidades para llamar la atención del Emperador, pero jamás negó la legitimidad de la ocupación hispana de América (Villacañas, 2019: 173).
El caso es que las críticas a su labor fueron constantes durante su vida y se han continuado hasta nuestros días. Ya en 1543 escribieron un memorial las autoridades de Guatemala, tildándolo de envidioso, apasionado, inquieto, insoportable y vanaglorioso. Lo que sorprende no son las críticas, sino que sobreviviera a tantos ataques de ira que generó entre los encomenderos y adelantados. En la Edad Contemporánea las críticas han arreciado, atribuyéndole una paranoia -Ramón Menéndez Pidal-, o simplemente adjetivándolo de bobo -Rafael García Serrano-, de usurpador de la voz indígena -Tzvetan Todorov- o de ser el abanderado del imperialismo eclesiástico -Daniel Castro- (Hernández, 2015: 13). Pero, insisto, todo es muy injusto para un acucioso fraile que tanto luchó por la defensa de los más desfavorecidos. Y, que nadie lo olvide, tan español era este gran humanista defensor y protector de los naturales como los no menos afamados Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Hernando de Soto.
El influjo de la obra lascasiana en las Leyes de Indias es innegable. El emperador quedó profundamente impactado por su dialéctica y por las gravísimas acusaciones que vertió sobre conquistadores, adelantados y encomenderos. Tras su audiencia con el soberano, en abril de 1542, se promulgaron las Leyes Nuevas, concretamente el 20 de noviembre de ese mismo año. Estas tienen una fuerte impronta lascasiana y abolieron definitivamente la esclavitud indígena. Estas Leyes de Indias, tan influidas por el dominico, forma parte de la grandeza y de la singularidad de la expansión hispánica.
Asimismo, se le ha acusado de no haber prestado atención a las tareas evangelizadoras y de convivir muy poco con los naturales, mientras que otros correligionarios vivieron y murieron entre ellos, aprendiendo incluso las lenguas nativas. Es cierto que otros, como el obispo de Guatemala, Francisco Marroquín, optaron por usar menos la confrontación y el púlpito y dedicarse de lleno a las tareas evangelizadoras. Pero tampoco se le puede reprochar al sevillano que optase por estar en la Corte, donde verdaderamente se decidió la suerte de los naturales. Y como afirma el autor, no hubo en ningún caso afán de protagonismo sino conciencia de la necesidad de influir en la corte para mejorar el proceso expansivo y la vida de millones de amerindios (Hernández, 2015: 148). Tampoco podemos olvidar que, desde su llegada a La Española, en la flota de frey Nicolás de Ovando de 1502, hasta su fallecimiento en 1566, estuvo implicado en toda la problemática indiana y en la redención de los más desfavorecidos. Según el autor, pese a sus reclusiones monásticas en San Gregorio y en el convento de Nuestra Señora de Atocha, o a que apenas aguantó en su obispado de Chiapas dos años, de 1545 a 1547, recorrió a lo largo de su vida 123.300 Km, 22.000 de ellos a pie (Hernández, 2015: 155-159). Por eso es importante, como señala el autor, empatizar con el lugar y el momento de acción del religioso para poder entenderlo. Y nadie puede dudar de su ejemplaridad intelectual, de sus valores sociales y de su honestidad.
El dominico justificó la expansión cristiana pero también dotó al imperio hispánico de unas herramientas intelectuales para criticar y enmendar su propio proceso expansivo. Ese fue el gran hito del imperio hispánico, que lo diferencia de otras expansiones imperialistas como las de Francia, Portugal o Inglaterra, y que tiene al padre Las Casas como su gran adalid.
El padre Las Casas fue un adelantando a su tiempo que defendió los derechos de los naturales. Para él, todas las personas nacían libres e iguales y solo se podía predicar el evangelio de manera pacífica. Abogó por el fin de las encomiendas y por restituir a los pueblos aborígenes todo lo arrebatado ilegalmente lo que le granjeó la enemistad de la clase encomendera e, incluso, de una parte del estamento eclesiástico. Para llamar la atención del emperador, exageró datos, dando a la postre argumentos a los creadores de la Leyenda Negra. Su actitud combativa en favor de los más desfavorecidos le valió graves calumnias en vida y también después de muerto.
Actualmente hay una importante corriente historiográfica que le atribuye gruesos calificativos, como embustero, paranoico, traidor, usurpador de la voz indígena o abanderado del imperialismo eclesiástico. Pero, que nadie lo olvide, como dice Manuel Giménez, citando al gran historiador estadounidense Lewis Hanke: Las convicciones de Las Casas vivirán por siglos y acabarán por ser reconocidas como una de las máximas contribuciones de España al mundo… Muy de acuerdo con ellos, hay que añadir que el hecho diferencial de la expansión hispánica, además del mestizaje, fue la existencia de esta corriente humanista, encabezada por el acucioso dominico sevillano (Giménez, 2022: 76).
Me entusiasma pertenecer a esa larga lista de admiradores del dominico: Manuel Giménez Fernández, Marcel Bataillon, Lewis Hanke, Isacio Pérez, Pedro Borges, Bernat Hernández, Paulino Castañeda Delgado,Vidal Abril Castelló y un servidor, entre otros muchos. Mis detractores ignoran que llamarme lascasista no es para mí un insulto sino al contrario, todo un honor. Admiró a conquistadores como Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Hernando de Soto, pero también a religiosos como fray Pedro de Córdoba, fray Antonio Montesino o fray Bartolomé de Las Casas que contribuyeron a singularizar el Imperio Habsburgo.
PARA SABER MÁS:
André-Vicent O.P.: Derecho de los indios y desarrollo en Hispanoamérica. Madrid, Fondo de Cultura Hispánica, 1975.
BORGES, Pedro: Misión y civilización en América. Madrid, Alhambra, 1987.
—– Quién era Bartolomé de Las Casas. Madrid, Rialp, 1990.
Bueno Jiménez, Alfredo: “El Nuevo Mundo en el imaginario gráfico de los europeos: De Bry, Hulsius, Jacob van Meurs y Pieter van der AA”, Revista Sans Soleil. Estudios de la Imagen vol. 6, 2016.
Giménez Fernández, Manuel. Bartolomé de Las Casas, Sevilla, E.E.H.A., 1953.
—–, Bartolomé de Las Casas, precursor de la justicia social, estudio preliminar de Leandro Álvarez Rey. Pamplona, Urgoiti editores, 2022.
Hernández, Bernat. Bartolomé de Las Casas, Barcelona, Taurus, 2015.
Las Casas, Bartolomé de. Historia de las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1951.
Lavallé, Bernard: Bartolomé de Las Casas. Entre l`épée et la croix. Paris, Éditions Payot, 2007. (Hay traducción española en Barcelona, Editorial Ariel, 2009).
Muñoz Machado, Santiago: Civilizar o exterminar a los bárbaros. Barcelona, Crítica, 2019.
Villacañas, José Luis: Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Madrid, Lengua de Trapo, 2019.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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