
1.-INTRODUCCIÓN
Los estudios sobre la esclavitud en la Edad Moderna han avanzado mucho desde los clásicos trabajos de Vicenta Cortés Alonso, Antonio Domínguez Ortiz, Alfonso Franco Silva, Manuel Lobo Cabrera, Fernando Cortés y Aurelia Martín Casares entre otros, para dar lugar a un conocimiento más exhaustivo, enfocando la institución desde distintas perspectivas y a muy diferentes escalas geográficas. En este artículo, analizamos con documentación inédita, un importante mercado de esclavos, muy vinculado al de la capital hispalense, como era el de Carmona, y que hasta la fecha permanecía prácticamente inexplorado,
La esclavitud no es un fenómeno exclusivamente español ni tan siquiera europeo, pues también la encontramos entre pueblos tan distantes entre sí como los hindúes, los incas o los mexicas. El propio término esclavo procede de eslavo, por la cantidad de personas de este origen que se vendieron en Europa durante la Baja Edad Media. Sin embargo, desde mediados del siglo XV, a raíz de la expansión portuguesa por el Atlántico la institución volvió a adquirir una renovada vitalidad, especialmente en la zona Meridional de España, en Portugal y en los territorios ultramarinos. Y ello favorecido por una creciente demanda y por las posibilidades de abastecimiento, especialmente desde las costas del África Subsahariana.
Uno de los pilares de la sociedad estamental era la desigualdad, es decir, las personas nacían dentro del grupo privilegiado o del plebeyo. La servidumbre se aceptaba desde la antigüedad sin objeciones, siguiendo la tradición aristotélica que defendían que había personas nacidas para mandar y otras para servir. Bien es cierto que las Partidas que es la legislación vigente en Castilla hasta los inicios de la Edad Moderna, se afirmaba que la libertad era inherente a la naturaleza humana. Por ello, no era lícito hacer esclavos entre los cristianos, aunque sí frente a los infieles, ubicando a la institución fuera de los límites de la cristiandad. Teóricamente, en sus orígenes, la institución representó un avance social pues se condonaba la pena de muerte por el servilismo, y el endeudamiento por un sustento mínimo vital, junto a sus dueños. Pero en la práctica fue una institución odiosa que sometió a injusta servidumbre a decenas de miles de inocentes.
Durante la Edad Moderna hubo algunas voces disidentes en el seno de la Iglesia, como las de fray Bartolomé Frías de Albornoz, y de manera más soslayada en las clases subalternas que en silencio vieron con malos ojos esta institución. Ya Miguel de Cervantes puso en boca de Don Quijote, que le parecía duro caso hacer esclavos a los que Dios por naturaleza hizo libres. Ahora bien, se trataba de una sociedad con esclavos, pero no esclavista, porque el fundamento jurídico del sistema productivo no lo era y por el reducido porcentaje de población aherrojada.
El caso de Carmona no es diferente al del resto de poblaciones de la España Meridional. La institución existió sin solución continuidad desde la Baja Edad Media. En las dos parroquias que tienen registros bautismales desde el siglo XV, la de Santiago –que comienzan en 1483- y la de San Bartolomé –desde 1490- aparecen entre los cristianados numerosos esclavos. Y si no los encontramos en el archivo de protocolos es porque no se han conservado legajos del siglo XV, a diferencia de Sevilla, donde hay registros y ventas de esclavos desde 1453. Sin embargo, su número a finales del siglo XV debía ser considerable pues en 1492 el concejo de la villa se quejó de los altercados que protagonizaban los esclavos que robaban a sus dueños para beber vino y jugar en las tabernas y mesones.
Desde los albores de la Edad Moderna, Carmona se convirtió en un importante mercado de esclavos, muy ligado al de la capital hispalense, que a la sazón era uno de los mayores centros negreros de la Península Ibérica, junto a Lisboa, Valencia y en menor medida Málaga, Cádiz y Granada. De hecho, en el reino de Sevilla el porcentaje de población esclava se acercó al 10 por ciento del total en algunos momentos, siendo de los contingentes de más numerosos de España. Unos guarismos que son prácticamente similares a los que se daban en el sur de Portugal.
En el presente trabajo analizamos un total de 384 escrituras de compraventa en las que se vendieron 403 esclavos. Un centenar de ellas son del siglo XVI, 265 del XVII y 19 del XVIII, siendo la primera del 20 de septiembre de 1514 y la última del 16 de julio de 1721. En el siglo XVIII la institución decayó mucho en España, pero en Carmona prácticamente desapareció a lo largo de la segunda mitad de esa centuria. Una tendencia similar a la de Sevilla, pero muy diferente a la de otras ciudades peninsulares en las que, aunque también decayó, mantuvo un constante goteo de esclavos hasta bien entrado el siglo XIX. De hecho, hemos localizado menos de una veintena de cartas de compraventa en el primer cuarto del siglo XVIII, mientras que su presencia en los libros sacramentales se volvió inusual, tanto en los de bautizo como en los de defunción.
No hemos localizado todos los instrumentos de compraventa conservados en el Archivo de Protocolos de Carmona, cuyo número es posible que ronden el medio millar. Y a su vez ésta cifra es una pequeña parte de las que debió de haber originalmente, dado lo mermado que se encuentra el repositorio, especialmente en lo relativo al siglo XVI. No obstante, el volumen documental con el que hemos trabajado es lo suficientemente amplio como para extraer conclusiones bastante fundamentadas sobre el negocio de seres humanos en esta localidad de la campiña sevillana. Dado que excedería con creces el espacio disponible para un artículo enumerar la referencia topográfica exacta de los casi 400 documentos notariales que hemos manejado en este estudio, me limitaré a señalar los años de los protocolos carmonenses que hemos trabajado: 1514-1516, 1519, 1520, 1525, 1536, 1540, 1549, 1551, 1553, 1557-1561, 1563, 1565, 1566- 1570, 1573-1574, 1577-1582, 1586-1596, 1600-1622, 1624-1626, 1629, 1631, 1633-1640, 1643,1649- 1655, 1660, 1661-1662, 1666-1677, 1680-1682, 1687, 1694, 1696, 1701-1704, 1708, 1710, 1711 y 1721.
2.-VENDEDORES Y COMPRADORES
La compraventa era un acuerdo entre particulares que acudían al notario a formalizar legalmente la transacción. Los motivos por los que se podía vender a una persona eran muy variados. Muchos eran profesionales y especulaban comprándolos a buen precio en Lisboa o Sevilla y llevándolos a estos mercados secundarios, donde se podían obtener amplias plusvalías. Así por ejemplo tres mercaderes malagueños trasladaron a la villa, entre 1617 y 1618, un total de 63 esclavos berberiscos. En otros casos, eran simplemente personas que pasaban por algún apuro económico, o herederos que no querían o no podían mantener al herrado. El otorgante solía ser una persona física, a veces en compañía de su esposa o por mediación de un representante, siendo los casos de otorgantes colectivos poco comunes. Sin embargo, en otras, sobre todo cuando se trataba de un legado testamentario, los albaceas subastaban, con autorización de los alcaldes ordinarios, al encadenado y luego firmaban la escritura de compraventa con el mejor postor. También encontramos a apoderados que los transferían con un poder del propietario; en otras ocasiones, nos consta el poder, pero no la escritura de venta por lo que no tenemos la certeza de que esa persona en cuestión se hubiese vendido finalmente en la localidad. Otras veces en la misma transacción se incluyen a una o más personas junto a otros enseres y/o animales. Asimismo, encontramos numerosos trueques, es decir, cambios de esclavos entre propietarios que obviamente no hemos contabilizado en nuestro estudio.

Casi la mitad de los vendedores eran originarios de la propia localidad de Carmona, lo cual es habitual en todos los mercados locales. El resto procedían de distintos lugares de Andalucía, especialmente de Málaga y Sevilla, así como del vecino Reino de Portugal. No tiene nada de particular esta procedencia de los mercaderes foráneos pues la capital hispalense, Lisboa y Málaga eran los principales núcleos esclavistas de la Península Ibérica. Llaman la atención los 25 vendedores portugueses que no solo trajeron a la localidad esclavos subsaharianos sino algunos berberiscos. No hay que olvidar que estos lusos, directamente o mediante intermediarios, eran los principales abastecedores del comercio sevillano de esclavos. También, destacan esos seis vendedores de Zafra, una villa señorial que disponía de un notable mercado de esclavos originarios de Portugal, que reenviaban al reino de Sevilla.
La mayoría de los otorgantes eran hombres, aunque en algunas ocasiones se personaban en compañía de sus respectivas esposas. Los casos de mujeres solas son escasos, la mayoría viudas, algunas de ellas acuciadas por problemas de liquidez, aunque también encontramos solteras e incluso algunas monjas que los habían heredado de sus respectivos progenitores. Excepcionalmente, hallamos el caso de una mujer de color, María de Castilla, que vendió en 1557 a su esclava María, del mismo color que su propietaria, por 165 reales. En total, encontramos entre las otorgantes a 28 mujeres, lo que supone un 7,29 por ciento del total. Así, pues, las féminas tuvieron una participación inferior al 10 por ciento en las ventas, algo lógico teniendo en cuenta la discriminación social y económica que sufrían en aquella época.
Entre los vendedores dominan los religiosos, los mercaderes de esclavos y la oligarquía local, representada en el concejo. Es posible que muchos de los forasteros sean mercaderes de esclavos, pero no siempre se especifica en la escritura y por eso no los hemos contabilizado como tales. Sin embargo, también hay personas del Tercer Estado que participan en el negocio, entre ellos un buen número de mercaderes, artesanos y mesoneros algo que está bien documentado en otras zonas de España. Si la oligarquía dominó el mercado de compraventa se debió exclusivamente a su mayor capacidad económica no a un supuesto rechazo de la institución por parte de la clase subalterna. A fin de cuentas, el esclavo era por un lado una forma de inversión, que se podía monetizar fácilmente con la venta, y por el otro otorgaba prestigio social al poseedor, al ser en cierta medida un bien de lujo.
Cuando se formalizaba una transacción se solía establecer un plazo durante el cual el comprador podía devolver la mercancía, si no le satisfacía el producto. Las leyes del Reino establecían un plazo máximo de cuatro años para deshacerla o para compensar la diferencia en el precio si se había producido algún ardid. Sin embargo, este vencimiento general era concretado en cada instrumento, alargándolo o acortándolo. Si el esclavo en cuestión padecía alguna lesión o enfermedad era obligado establecer ese período para deshacer la transacción. Además, cuando se declaraba una lesión o una patología, independientemente de la cancelación de la transacción, el precio de venta se rebajaba considerablemente. Así ocurrió con el esclavo Ibrahim, un berberisco negro, que tenía unos bultos muy sospechosos en el lado izquierdo del cuello, lo que provocó que se transfiriera a precio de saldo, es decir por 758 reales. Asimismo, cuando el 13 de julio de 1676, Juan Vela, vecino de Vélez-Málaga, vendió a su esclava Bernarda afirmó que se había caído de su cabalgadura lesionándose un cuadril. Por ello, se acordó en la escritura un plazo de dos meses a partir de la fecha de la misma para que el comprador pudiese anular la operación si de ello le resultare peligro de la vida, lesión, manquedad u otra cusa o accidente por donde no pueda servir. El 30 de abril de 1618 se transfirió a la berberisca Maymona, de 17 años, pese a que estaba enferma con calenturas, con la condición de que si la fiebre se acrecentaba se pudiese deshacer el negocio. Y efectivamente así ocurrió pues, por desgracia, en la misma escritura, el notario anotó, el 4 de junio de 1618, que se deshizo el trato porque el mal fue en aumento. En esos casos la invalidez del instrumento notarial era automática, devolviendo al comprador el importe.
Pero a la hora de cancelar el acuerdo también podían esgrimirse motivos mucho más personales, como que la aherrojada en cuestión no era del agrado o del gusto del comprador. Es cierto que a veces el vendedor se podía resistir a la anulación, pero al final lo normal es que tuviese que devolver su importe e incluso, si había habido juicio, las costas del pleito. Así le ocurrió a Francisco Rico, mesonero de Carmona, que adquirió una mujer de color en 1630 y murió poco después de una enfermedad no declarada por el mercader. Pese a la resistencia de éste, finalmente fue condenado al pago del importe, más 150 reales de plata por los gastos jurídicos.
La inmensa mayoría de los compradores en el mercado de Carmona, concretamente cuatro de cada cinco, eran carmonenses. También hay una sensible presencia de compradores sevillanos, malagueños, granadinos y portugueses, los mismos mercaderes de esclavos que vendían pero que ocasionalmente también podían comprar si se presentaba una buena oportunidad.
En relación a los compradores hay una mayoría de personas vinculadas a los estamentos privilegiados. Dado que la burguesía era escasa y el artesanado débil no tiene nada de particular que los adquirientes pertenecieran a la oligarquía local y al estamento eclesiástico. Entre estos privilegiados –élite concejil, religiosos, oficiales reales y militares- suman el 86,18 por ciento, es decir, que prácticamente monopolizan la compra de personas en la localidad. Pero nuevamente se aprecia la presencia de miembros del Tercer Estado, entre los que figuran desde un escultor a un herrero, un hortelano, e incluso, un labrador, así como dos sanitarios. Y aunque sea muy marginalmente ello vuelve a incidir en la idea de que la clase subalterna también estuvo implicada en este negocio. Asimismo, registramos entre los compradores a 38 mujeres lo que significa, un 9,89 por ciento del total. Por tanto, insistimos una vez más, era un fenómeno no exclusivo, pero sí propio de los dos estamentos privilegiados.
3.-LOS ESCLAVOS
Mucho más interesantes son los datos que ofrece la documentación sobre los vendidos. Se confirma algo que ya sabíamos, es decir, que se vendían más mujeres que hombres, en el caso de Carmona concretamente 242 frente a 161, es decir, el 60,04 por ciento. Se trata de cifras similares a las halladas para otras zonas de la Península Ibérica, con muy pocas excepciones.
Casi todos estaban bautizados y poseían nombres cristianos, siendo la mayoría ladinos, es decir, nacidos ya en territorio peninsular, unos en España y otros en Portugal, como se especifica en algunas de las escrituras. Muchos llegaban de Sevilla que a su vez habían entrado desde África por el puerto de Lisboa. Pero tampoco faltaban los berberiscos, originarios del norte de África y que con frecuencia habían entrado en territorio europeo a través de Málaga o Cádiz. Ocasionalmente, hallamos algunos esclavos indios pero, salvo algún caso de principios del siglo XVI que son efectivamente aborígenes del área antillana, los demás se trata en realidad de mulatos o negros que habían llegado procedentes de las Indias Occidentales, casi siempre de Brasil. No hemos encontrado la presencia de esclavos procedentes de Asia, es decir, de las Indias portuguesas, que en Sevilla apenas representaron el 0,69 por cientos de los vendidos en el siglo XVI.
Algunos de ellos permanecían largo tiempo al lado de la persona o de la familia del adquiriente. Sin embargo, en otros casos los compradores lo hacían por pura especulación de ahí que los traspasasen a la primera oportunidad que se les presentaba de rentabilizar su inversión. Así, el mulato Agustín Antonio, de 20 años fue vendido sucesivamente el 4 de noviembre de 1708 y el 21 del mismo mes y año, permaneciendo en poder de su dueño por espacio de 17 días. También el 22 de noviembre de 1702 Antonio Correa adquirió a una esclava mulata llamada María de la Concepción, de 19 años, y la volvió a traspasar 14 días después, en este caso por un precio algo menor.
La documentación tampoco revela muchos detalles sobre las relaciones entre dueños y esclavos. Aunque algunos textos indirectamente sí muestran algunas evidencias de una mala relación que acababa casi siempre con la venta del esclavo. Lo más fácil para el propietario era deshacerse de él aunque fuese a un precio muy inferior al de su valor de mercado. Es lo que ocurrió con Juan, un mulato de 20 años que fue vendido por apenas 495 reales –su precio normal debía situarse en el doble- con la condición de que el comprador lo liberase de la cárcel pública. Asimismo, en 1634 se cedió a Esteban, un mulato de 20 años, por un precio extraordinariamente bajo, 600 reales, ya que estaba en la cárcel pública por fugitivo. Lo mismo ocurrió con el berberisco Diego Francisco José que se transfirió en 1675 por tan solo 800 reales porque estaba en prisión por el mismo motivo que el caso anterior. Y si había secretos que guardar también podía imponer el vendedor la condición de que el esclavo en cuestión estuviese perpetuamente fuera de la localidad. Así lo hizo el mesonero Rodrigo Pardo que aceptó la venta de Ana, una mulata de 28 años, con la limitación de que en ningún tiempo estuviese ni retornase a Carmona. Más excepcionalmente, el esclavo podía conseguir que lo sacasen del poder de su dueño y fuese depositado en alguna persona, a la espera de la resolución del contencioso.

Podríamos preguntarnos si los esclavos podían huir ante la tiranía de sus respectivos dueños. Es cierto que a veces era la única opción desesperada que les quedaba, pero apenas si recurrían a ella porque, al estar muchos de ellos marcados a hierro –casi siempre en la frente o en las mejillas-, las posibilidades de éxito eran muy escasas. Así ocurrió con un esclavo blanco de 19 años que huyó de su dueño, residente en Cáceres. Pero dado que llevaba unas letras en el rostro, en ambas mejillas que dicen Aldana de Cáceres su apresamiento era cuestión de tiempo. Aun así, pudo recorrer casi 300 kilómetros, acabando su fuga precisamente en Carmona donde fue detenido y posteriormente devuelto a su legítimo propietario. Caso muy diferente es el de los esclavos mudéjares o moriscos que en su huida tenían más garantía de éxito, usando las redes familiares para acercarse a los puertos andaluces, desde donde escapar al Magreb. Pero si el esclavo persistía en su rebeldía se le solía amenazar con donarlo a las minas reales de Almadén, que tenían fama de ser letales, o como remeros en las galeras reales. Así, por exponer un caso concreto, el 17 de noviembre de 1622 Juan Martín, vecino de Carmona, declaró que su esclavo berberisco Hamete, de 28 años, tuerto de un ojo, estaba preso en la cárcel pública y que por su mal comportamiento lo donaba como remero en las galeras reales sin sueldo, por espacio de seis años a contar desde que embarcase. Debió constituir una forma de presión y de control del comportamiento de estas minorías, aunque sólo en ocasiones puntuales y quizás extremas se llegase a convertir en realidad. En el caso de los remeros de las galeras era un trabajo tan sacrificado que había que recurrir a enganches forzosos de esclavos, vagabundos y delincuentes. Así, desde el siglo XIV se expidieron leyes, primero en el reino de Aragón y luego en Castilla, para que se conmutasen penas de muerte y de cárcel por el servicio en galeras.
De la cárcel pública de Carmona salieron numerosos galeotes a los que se les conmutó forzosamente la pena por el servicio en galeras. Y entre ellos encontramos al menos a un encadenado que fue enviado por su dueño a servir como remero. Así, el 17 de noviembre de 1622 Juan Martín, vecino de Carmona, declaró que su esclavo berberisco Hamete, de 28 años, tuerto de un ojo, estaba preso en la cárcel pública. Dado su mal comportamiento decidió cederlo para que sirviese de remero en la armada real por espacio de seis años, a contar desde la fecha de su embarque. Una decisión trágica, pues la esperanza de vida de un galeote era de unos pocos años, por lo que es poco probable que sobreviviera a ese período de trabajos forzados.
En ocasiones, los dueños les encomendaban trabajos sórdidos, sin que estos tuviesen la posibilidad de negarse. Así, por ejemplo, Roque, esclavo de Rodrigo Bernabé Quintanilla, apaleó a un portugués llamado Pedro López, siendo encarcelado por ello. Finalmente, fue liberado meses después porque su dueño, seguramente el mismo que le había encargado la paliza, se comprometió a abonar 10 ducados para las curas, dietas, medicina y coste del juicio. En Orense era tradición que el puesto de clarín o trompeta lo desempeñase un esclavo, algo frecuente en Galicia, sin embargo, también llevaba asociado el oficio menos edificante de sayón.
A veces, en la compraventa se incluía alguna condición favorable al esclavo. Así por ejemplo, las herederas del clérigo de La Campana Antonio Caro vendieron a la esclava Catalina, de 18 años, que habían heredado de su tío, por 1.100 reales, pero con la condición, dispuesta por el finado, que si la cautiva abonaba dicho importe debía ser inmediatamente liberada. También doña Leonor Barba de Sotomayor traspasó a un matrimonio de esclavos berberiscos, por un precio total de 2.420 reales, con la rémora de que si abonaban la cuantía se les debía otorgar formalmente su escritura de libertad.
La mayoría de las veces las mujeres eran vendidas junto a sus bebes por una cuestión lógica, es decir, porque éste sin la cercanía de su progenitora tenía muy pocas posibilidades de supervivencia. Pero también encontramos excepciones; así, el 15 de noviembre de 1595 se transfirió a la esclava de color María, de 36 años, pero no a su hijo de 8 o 10 meses. Para darle una oportunidad al crío acordaron que lo amamantase la madre hasta los 18 meses y una vez alcanzada esa edad lo devolviese al otorgante.
Algunos padres incluían a sus esclavos en el pago de las dotes de sus hijas, o también en los bienes de la legítima de algunos de sus vástagos. Fue el caso de Juan de Las Casas Gascón que cedió a su hijo, el presbítero Francisco Gascón, como parte de su legítima, a su esclavo de color valorado en 1.000 reales. Asimismo, el 30 de julio de 1581 doña teresa Flores aportó a su matrimonio con Francisco de Vilches Tamariz, bienes dotales valorados en 38.669 reales entre los que se incluían una esclava mulata llamada Juana valorada en 1.100 reales. También podía pasar que se destinara el valor de un esclavo para el establecimiento de una fundación, como dispuso en 1632 doña María de Marchena. Ésta instituyó una capellanía en la iglesia parroquial de San Felipe con una dotación de ocho aranzadas de olivar y el valor de su esclava María, de color negra, que fue vendida por 2.100 reales. Con dicho importe se adquirieron otras dos aranzadas y media de olivar, en la pertenencia de la Víbora, que pasaron a engrosar las rentas de la citada institución.
La documentación se muestra muy detallada en cuanto las características del sujeto de la transacción. Algunas no aportan mucho porque se reiteran sistemáticamente en todas las cartas: que estaba sano, que no padecía gota coral -epilepsia-, ni enfermedad de bubas, ni mal del corazón, que no huía y que no se orinaba en la cama, ni era ladrón, ni borracho, ni estaba endemoniado, ni comía tierra. Obviamente ocultar alguna de estas tachas o mentir implicaba la cancelación automática de la transacción y además podía conllevar multas y penas de cárcel para el vendedor. Se solía añadir que no estaba hipotecado ni coartado, es decir, que no había pagado parte de su precio para obtener su libertad. En relación a las esclavas también se incluía su estado civil, subrayando especialmente su condición de soltera. Y ¿Por qué se aludía a ello? Pues porque si estaba casada se cotizaban a menor precio, primero porque complicaba su uso sexual por parte del dueño y, segundo, porque el matrimonio canónico otorgaba ciertos derechos a la pareja que entraban en contradicción con los intereses del propietario. Por ese motivo los amos se oponían hasta donde podían a los esponsales de ahí que la inmensa mayoría permaneciesen solteros. Tanto es así que en Carmona solo he podido localizar una carta notarial en la que se vendía conjuntamente un matrimonio de esclavos, el formado por los berberiscos Juan, de 28 años, y María Jesús de 24.
Ahora bien, otros rasgos sí que eran definitorios de la persona vendida. Con cierta frecuencia se señala su origen, si era berberisco o turco y en alguna ocasión hasta indio y prácticamente en todos los documentos se especifica, con múltiples matices, la tonalidad de su piel. A todos los que se mencionan como pardos, albazanos, bazos, bazos loro, membrillos cochos, amembrillados, loros o trigueños los clasificamos como mulatos. En cambio, cuando se describen como tintos, atezados, más que amembrillados o prietos entendemos que se trata de negros. Sin embargo, a efectos estadísticos hemos descartado numerosos casos en los que dice que era oscuro, algo más blanco que mulato, mulato tirando a blanco o casi blanco, porque tenemos dudas sobre su clasificación como negro, mulato o blanco. No ignoramos las dificultades que presentan estas clasificaciones porque estas categorías alusivas al color de la piel pueden tener significados muy distintos a los actuales y además evolucionaron a lo largo del tiempo. Así, un mulato no tiene necesariamente que corresponder a un mestizo, sino simplemente alude a una tonalidad de la piel
La mayoría de los vendidos eran negros, siendo también muy significativo el número de mulatos y más reducido el de blancos. Llama la atención la presencia de nada menos que un 37,91 por ciento de mulatos lo que en parte podría revelar la importancia progresiva del mestizaje, algo puesto de relieve en otros mercados andaluces. Los esclavos blancos eran en su mayoría berberiscos del norte de África, aunque ocasionalmente también los había turcos y árabes. Tanto en Málaga como en Cádiz existía una larga tradición de marineros y mercaderes que se dedicaban a recorrer las costas magrebíes en un negocio mucho más rentable que la pesca: la captura de seres humanos. De hecho, desde finales del siglo XVI, los esclavos suponían entre el 10 y el 15 % de la población malacitana, y el 93,3 por ciento eran de origen norteafricano. Y aunque comparativamente en Carmona su número era reducido, su porcentaje es bastante mayor que en otras zonas de España, como Extremadura, donde apenas alcanzaban el 3 por ciento.
Asimismo, se trataba de potenciar el valor del esclavo, de ahí que se destaquen cuestiones físicas como la altura o la proporción corporal. Así se mencionan características físicas, como alto, bajo, mediano, delgado, robusto, buen cuerpo, pelo negro, barbirrubio, crespo o castaño. Con frecuencia se alude a otros rasgos singulares que lo individualizaban claramente. Y ello no tanto por motivos discriminatorios sino con la idea de otorgar la mayor seguridad al acto jurídico. Se trataba de que el comprador pudiese verificar con su escritura que había adquirido ese esclavo en concreto. Con frecuencia se añaden detalles como: tuerto, párpados de los ojos hinchados, picosa u hoyosa la cara de viruelas, mellado de los dientes, con una cicatriz en la mano derecha en la coyuntura del dedo, etc. Así, por ejemplo, de la esclava mulata Francisca Ramírez, de 21 años, se especificaba que tenía una señal en la sien izquierda, fruto de una coz de una bestia. De igual forma, de María, una mujer de color de 23 años, se decía que tenía era mediana de cuerpo y que tenía la boca grande, los labios un poco vueltos y un diente comido de hormiguilla. Ocasionalmente, se enumera la ropa con la que se vende a la persona en cuestión, aunque en el resto de casos presuponemos que no los venderían desnudos. En el caso de la esclava María Rodríguez, una mulata de 30 años, el otorgante señaló que la traspasaba con su ropa de vestir, compuesta por dos camisas, dos corpiños de lienzo, un jubón de color, unas naguas verdes y una saya raída de color.
Y finalmente se acostumbran a señalar los herrajes o marcas de esclavitud que esas personas tenían en lugares siempre visibles. Solo en un centenar de casos se alude exactamente a ellos, lo mismo para describir las marcas concretas que para advertir que no lo estaba. En Carmona, al menos a principios del siglo XVIII, la renta de la alcabala del 4,5 por ciento del herraje de esclavos se sacaba a puja anualmente. En 1704 se remató en el maestro herrador Joseph González por una suma anual de 1.680 reales que abonó al contado al recaudador mayor de rentas de Carmona Diego de Ávila. En los dos años siguientes abonó la dicha renta Manuel López Santos, vecino de Carmona, en la calle de la Fuente, collación de San Pedro, pagando en 1705 unos 1.760 reales y en 1706 justo 1.820, a los que debió añadir 303 reales más por el suplemento del 2 por ciento que se situó para financiar el alojamiento de las tropas.
En total encontramos 56 esclavos con un hierro, 26 con dos y seis casos con tres, por lo que podemos concluir que más de la mitad tan solo tenían una marca en alguna parte visible de su cuerpo, pues la razón de ser era evitar fugas e identificar a su propietario. Los hierros eran más pequeños que los usados para marcar a las reses, pero el procedimiento era similar. Adoptaban formas diferentes para identificarlos mejor, como varias rayas, una estrella, una flor de lis, un clavo, una S, o letras diversas y/o palabras. Un caso quizás excepcional es el del mulato Gaspar, de 18 años, que tenía en la cara, marcada a fuego, la palabra Ubrique, localidad de donde era vecino su propietario.
El 10 por ciento de los casos en los que se alude a la marca se dice que no estaban herrados. La mayoría de estos, exactamente siete, eran menores de 10 años pues con frecuencia se herraban con más edad para evitar que el cuño desapareciese o se difuminase y hubiese que volver a marcarlos. Eso no significa que no encontremos a algunos niños con cinco o seis años, con uno y hasta dos hierros.
4.-LOS PRECIOS
El precio se expresaba en muy diversas monedas, como maravedís, ducados, escudos y reales de vellón. Para facilitar su comprensión y su estudio los hemos unificado todos a esta última moneda. La mayoría de los pagos se hicieron al contado en el momento de la firma de la escritura, recayendo siempre el impuesto de la alcabala sobre el comprador. Por ese motivo se señala la cantidad a percibir por el vendedor y se añade siempre horros de alcabalas, es decir libres de dicho impuesto porque lo asumía el comprador.
Los pagos por adelantado eran extremadamente raros, como fue el caso de Doña Catalina de Ávalos que en 1594 pagó por el mulato Diego justo 528 reales como anticipo y los 462 restantes el día de la firma de la escritura. Mucho más frecuente era el pago a plazos para lo cual los vendedores ofrecían todo tipo de facilidades. Lo mismo permitían el abono en cómodas cuotas que admitían bienes raíces para compensar parte del precio. Así, Lope de Góngora, vecino de Llerena, vendió una esclava negra el 2 de enero de 1541 por 353 reales, permitiendo al comprador abonarlo a finales de ese mes y año. En 1560 Alonso de la Milla transfirió a Catalina, una mujer de color de 25 años valorada en 550 reales, de los que 286 se le pagarían en metálico y la cuantía restante se compensaría con el valor de una esclava también de color, llamada Mencía, de 22 años. Igualmente, el 31 de marzo de 1617 Gerónimo Romi, con poder de Sancho Verdugo Barba, traspasó a su esclava Mariana, de 24 años, por 2.420 reales, 1.100 al contado y el resto a abonar el día de Navidad de ese año. También el mercader de esclavos Antonio Núñez Vaca el 1 de agosto de 1618 vendió a su esclava Aja, berberisca, de 30 años, por 1.000 reales, 550 al contado y los 450 restantes en varios plazos. Eso sí, si el mercader se marchaba de la localidad, los gastos derivados del desplazamiento para su abono debían pactarse en la escritura, corriendo a cargo del adquiriente. Y por poner un último caso, el 3 de julio de 1672 el jurado carmonense Fernando Mallén de Ribera permitió el pago de los 3.800 reales en que se apreció su esclava Juana en tres cómodos vencimientos: uno, a la firma de la escritura, otro, el día de Todos los Santos y el último el 1 de mayo del año siguiente.
En algunas ocasiones se compensaba parte del precio entregando un animal. Así ocurrió el 15 de enero de 1520 cuando se vendió el esclavo de color Antón por 411,76 reales, la mitad en efectivo y la otra mitad a cambio de un potro castaño, calzado de los pies traseros. E incluso se podía dar la circunstancia de compensar su valor con la cancelación de una vieja deuda. Así, en 1528 Cristóbal de la Barrera se quedó con el esclavo de su hermano, el clérigo Francisco de la Barrera, valorado en 294,11 reales, y que no tuvo que abonar porque era el importe de un préstamo que aquel le había concedido años atrás. Lo mismo le ocurrió al escultor Martín de Andújar que el 15 de enero de 1633 adquirió un negro de 18 años por 1.650 reales y el dinero se restó de una antigua deuda que tenía contraída con el otorgante.
Con respecto a los precios hay que empezar dejando clara una cuestión: fluctuaron mucho de un caso a otro, dependiendo de múltiples aspectos: primero, de sus características físicas: edad, sexo, salud, color de su piel, destreza y fortaleza en el caso del hombre o belleza en el caso de la mujer. Segundo, de aspectos como el estado civil, especialmente en el caso de las mujeres, pues cotizaban a un mayor precio las solteras. Y tercero, como ocurre en la actualidad, de la capacidad comercial y/o especulativa del vendedor.
Los resellados, las alteraciones monetarias y la inflación progresiva del vellón provocaron que por lo general el precio fuese al alza a lo largo del tiempo. Desde el siglo XVI su precio aumentó gradualmente hasta finales de la centuria siguiente, descendiendo ligeramente en el siglo XVIII. En este aspecto, una vez más, los datos referentes a esta localidad están acordes con la tendencia observada en otras regiones de España. Sin embargo, quiero insistir que el hecho de que su precio fuese superior no significa necesariamente que resultasen más caros ya que la inflación fue un problema endémico en la España Moderna.
La edad se especifica en 376 casos, pero casi siempre añadiendo la coletilla final de poco más o menos. Y es que el guarismo era estimativo, pues probablemente ni el propio esclavo, al igual que muchas otras personas de su tiempo, sabían con certeza la fecha exacta de su nacimiento. Teniendo en cuenta ese detalle la edad media de las personas vendidas en la localidad se situó en los 20,97 años. Es ocioso insistir en el hecho de que la mayor parte de las personas vendidas fuesen jóvenes, de entre 15 y 25 años, que era cuando se cotizaban a más precio. Si se trataba de un niño su precio era muy bajo porque había un alto riesgo de que falleciese sin que el comprador hubiese rentabilizado la inversión. Y lo mismo ocurría si tenía más de 40 años pues era fácil que algún achaque mermase su productividad o que se perdiera la inversión por un óbito prematuro. Entre los vendidos, el más joven ni siquiera llegaba al año, es decir, tenía nueve meses –excluyendo a los bebes que se vendieron junto a su madre- y el mayor tenía justo 60 años.
Muy importante en el precio era el sexo, cotizándose bastante más las mujeres que los hombres. Hay algunas cartas en las que se evidencia bien esta diferencia de valor. Así el 20 de septiembre de 1620 se vendió un matrimonio de esclavos berberiscos, Juan de 28 años, y su esposa, llamada Ana de Jesús, de 24 años, valorándose él en 990 reales y ella en 1.430. Esta mayor cotización de las féminas está más que verificada en otras áreas de la Península Ibérica, tanto en estudios locales como generales. Un fenómeno que también es extensible a la esclavitud europea, aunque no a la americana. Ahora bien, ¿A qué se debía este mayor importe? Según Rocío Periáñez, no solo a su mayor demanda en los mercados, sino a su rentabilidad, tanto por sus posibilidades productivas como reproductivas. De hecho, recientemente, se ha puesto de manifiesto la rentabilidad de estas trabajadoras domésticas que a veces realizaban faenas especializadas dentro de la casa –como la costura, el planchado o la cocina- y que en un momento dado podían alquilarse para traer al dueño un salario. También había señores que se encaprichaban con alguna esclava y pujaban por ellas, alcanzando en ocasiones precios tan desmedidos como sus depravados deseos. El fenómeno también está documentado en otros muchos lugares de España, y solo así nos podemos explicar el altísimo precio pagado por la adquisición de algunas de esas esclavas. También es posible que pesasen sus posibilidades reproductivas ya que el estigma de la servidumbre se transmitía a través de la madre. De hecho, algunos trabajos han puesto en evidencia que los dueños estaban interesados en la reproducción de sus esclavas, como lo denotan diversos sínodos diocesanos en los que se recriminaba a los dueños estos oscuros intereses. Bien es cierto que existe un debate entre los que niegan esta supuesta rentabilidad de la mujer como reproductora de nuevos esclavos, pues, dada la alta mortalidad infantil y el largo período de inactividad del niño, probablemente era más ventajoso comprar a un esclavo adulto.
Lo más probable es que se valorase, por un lado, su amplia labor en las tareas domésticas y, por el otro, el uso sexual que algunos de sus dueños hacían de ellas. De hecho, en algunos casos los señores eran los progenitores de muchos de los hijos ilegítimos que las esclavas tenían, aunque muy pocos lo reconociesen. Algo que tampoco nos sorprende en exceso por la permanencia de la esclavitud sexual hasta nuestros días.
En cuanto al color, el precio medio de los mulatos era el más alto, situándose muy cerca el de los esclavos blancos y a bastante más distancia los negros. Pero no parece que las diferencias por el pigmento fuesen muy significativas. De hecho, los cinco esclavos que se vendieron a más precio en Carmona en toda la serie histórica, todos fueron mujeres, y de ellas tres, eran negras, una mulata y la otra probablemente blanca. Lo más relevante en el precio de los varones es que fuesen jóvenes y vigorosos y en el caso de las mujeres que tuviesen un trabajo especializado en la casa y que fuesen solteras y bien parecidas. También se cotizaban más las que llevaban entre sus brazos a algún bebé incluido en el mismo lote. Asimismo, influían otras cuestiones relacionadas con su carácter, valorándose especialmente la sumisión.
En general, los esclavos eran caros, pues el precio medio de venta en todo el período fue de 1.259,78 reales. Por establecer una comparativa, un jornalero cobraba a finales del siglo XVI poco más de un real diario, por lo que el precio del esclavo era equivalente al valor de más de 1.200 jornales. Pero abundando un poco más en la comparativa diremos que el precio medio de los esclavos vendidos en la localidad entre 1617 y 1618 fue de 1.140,31 reales. Pues bien, en esos mismos años una aranzada de olivar en Carmona se valoraba en unos 440 reales. Asimismo, una cama completa, con dos colchones, cuatro sábanas, dos delanteros de cama, una manta y cuatro almohadas se apreció en unos 1.100 reales. Dicho esto, podemos concluir que por el precio medio de un esclavo se podían comprar dos aranzadas y media de olivar o una cama completa con dos colchones, sábanas, cobertores, mantas, almohadas y cabeceros. En definitiva, debemos insistir una vez más que el esclavo suponía una cuantiosa inversión que no estaba al alcance de todos.

CONCLUSIÓN
En líneas generales el mercado de esclavos de Carmona no presenta grandes diferencias con los de otras zonas de España y muy en particular con el de Sevilla. Muchos sevillanos acudían a vender sus esclavos a Carmona y viceversa. A continuación queremos destacar los rasgos más destacados de las compraventas de esclavos en esta localidad de la campiña sevillana, subrayando en su caso los matices diferenciadores:
Primero, la mayor parte de los compradores pertenecían a los dos estamentos privilegiados. Y ello debido a la escasa importancia de la burguesía local, lo mismo de mercaderes que de profesionales liberales, artesanos y medianos propietarios. Los miembros del Tercer Estado tienen muy escasa participación en el negocio esclavista, simplemente porque no poseían el potencial económico suficiente para participar en él.
Segundo, se vendieron fundamentalmente negros y mulatos, procedentes del África Subsahariana, aunque muchos de ellos hubiesen nacido en la propia Península Ibérica. Sin embargo, la presencia de esclavos blancos originarios en su mayor parte del Magreb, es más significativa que en otras áreas de España, aunque, por supuesto, inferior a los porcentajes que se registran en ciudades del sur peninsular, como Málaga o Cádiz.
Tercero, se vendieron muchas más mujeres que hombres, y a un precio bastante superior. En esto coincide con lo observado en otras áreas de la Península Ibérica, como Málaga, Cádiz, Sevilla o Extremadura.
Y cuarto, al igual que ocurrió en la capital hispalense, la institución declinó de manera vertiginosa a lo largo del siglo XVIII. En la primera mitad de esa centuria descendió de manera ostensible mientras que desde mediados de siglo casi desapareció, apareciendo muy esporádicamente en la documentación, lo mismo en la notarial que en la municipal y en la parroquial.
APÉNDICE DOCUMENTAL
APÉNDICE I
Venta de un esclavo indio, Carmona, 5 de mayo de 1549.
“Sepan cuantos esta carta vieren como yo Ginés Garrido, vecino que soy de la villa de Cabeza La Vaca, estante al otorgamiento de esta carta en esta muy noble y muy leal villa de Carmona, otorgo y conozco que vendo a vos Pero García, vecino de la villa de Teba, estante en esta villa que estáis presente, un esclavo indio de edad de veinte años poco más o menos que ha por nombre Jorge, el cual dicho esclavo vos vendo y aseguro por de buena guerra el cual vos vendo por precio y cuantía de ocho mil y trescientos y setenta y cinco maravedís de esta moneda que se ahora los ha de los cuales dichos ocho mil y trescientos y setenta y cinco maravedís me otorgo y tengo de vos el dicho Pero García por contento y pagado y entregado a toda mi voluntad porque los recibí de vos en presencia del escribano público y testigos de yuso escritos en doscientos y treinta y nueve reales de plata y la demasía en dineros menudos a cumplimiento de los dichos maravedís de la cual paga yo el escribano público de yuso escrito doy fe que se hizo en mi presencia y de los testigos de yuso escritos y por esta presente carta yo el dicho Ginés Garrido me desisto y aparto y abandono de la tenencia y posesión del dicho Jorge, esclavo indio…
Que es fecha y otorgada la carta en Carmona en las casas del escribano público de yuso escrito a cinco días del mes de mayo año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y cuarenta y nueve años a todo lo cual fueron testigos presentes Gonzalo Gómez de Castroverde y Pedro de Toledo y Juan de Toledo, escribano de sus Majestades, vecinos de esta dicha villa. Y para mejor firmeza el dicho Ginés Garrido lo firmó de su nombre. Ginés Garrido. Y yo Juan de Toledo, escribano público de Carmona la hice escribir e hice mi signo”.
(A.P.C., Escribanía de Juan de Santiago 1549, s/fol.).
APÉNDICE II
Carta de compraventa de una esclava para el arzobispo de Lima, Carmona, 3 de septiembre de 1580.
“Sepan cuantos esta carta de venta de esclava vieren como yo Juan de Osuna y yo Pablos de Osuna y yo Marcos de Osuna, hijos y herederos de Marcos de Osuna, difunto, y yo Alonso Gutiérrez Carrasco como marido y conjunta persona de María de Osuna, nieta y heredera del dicho Marcos de Osuna, vecinos que todos somos en esta muy noble y muy leal villa de Carmona, otorgamos y conocemos que vendemos a vos el Serenísimo y Reverendísimo señor arzobispo de la Ciudad de los Reyes de las provincias del Perú que es ausente y a Damián de Losa, corredor de lonja, vecino de Sevilla, que está presente en su nombre y para su señoría reverendísima una esclava que tenemos de color negra de edad de veinte años poco más o menos que ha por nombre Mariana, la cual así juramos que es cautiva y sujeta a servidumbre y habida de buena guerra y que no está obligada a ninguna deuda vieja ni nueva la cual nos vendemos por precio de setecientos y treinta y ocho reales de a treinta y cuatro maravedís cada uno que por ella habemos recibido realmente y con efecto de mano del dicho Damián de Losa, sobre que renunciamos la ejecución de la pecunia y leyes de la entrega y prueba de la paga como en ella se contiene y declaramos que el justo valor de la dicha esclava son los dichos setecientos y treinta y ocho reales en los cuales fue rematada en pública almoneda ante el escribano público yuso escrito y no hubo quien más diese por ella y si más vale le hacemos gracia y donación y renunciamos la ley del ordenamiento real…
Que es fecha y otorgada la carta en Carmona en el oficio de mí el escribano yuso escrito en tres días del mes de septiembre de mil y quinientos y ochenta años, siendo testigos Bartolomé García del Cuerpo y Gonzalo de la Vega y Juan Pérez y Juan García y Pedro Díaz, vecinos de esta villa, y el dicho Alonso Gutiérrez lo firmó y por los demás que dijeron que no sabían firmó un testigo a los cuales dichos otorgantes yo el escribano doy fe que conozco…”
(A.P.C., Alonso Sánchez de la Cruz 1580, fols. 459v-460v).
Es un extracto sin notas y sin cuadros del siguiente trabajo:
Esteban Mira Caballos: “La compraventa de esclavos en Carmona durante la Edad Moderna”, Archivo Hispalense n. 315-317, Sevilla, 2021, pp. 145-171.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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