1.-INTRODUCCIÓN
El jurista Lucas Vázquez de Ayllón fue uno de esos hombres de empresa que proliferaron en el área antillana en las primeras décadas de la colonización. Un hombre incansable que compaginaba sus tareas jurídicas con una frenética actividad económica como encomendero, agricultor, ganadero, empresario, comerciante de esclavos, explorador y adelantado. Un destacadísimo protagonista de los primeros años de la colonización que ha sido relegado por la historiografía a un velado segundo plano. Y ello por la existencia de otros actores que tuvieron la suerte y/o la sagacidad de conquistar un imperio, como Hernán Cortés o Francisco Pizarro, o un carisma de primera magnitud como Hernando de Soto, Pedrarias Dávila, Vasco Núñez de Balboa o Alvar Núñez Cabeza de Vaca. De ahí que haya numerosas alusiones a su persona en crónicas y libros referentes a las primeras décadas de la colonización, pero muy pocos estudios monográficos. De hecho, seguimos a la espera de algún biógrafo que haga una obra completa sobre tan interesante personaje.
Pero lo cierto es que, sin estos emprendedores, como Lucas Vázquez de Ayllón, Alonso de Zuazo, Miguel y Esteban de Pasamonte o Martín Fernández de Enciso difícilmente se puede explicar la política, la sociedad y la economía de las Indias en las primeras décadas de la colonización.
2.-SUS ORÍGENES
Históricamente, debido a un error original del historiador Antonio del Solar y Taboada, se le asignó Badajoz como lugar de nacimiento, un desliz que perpetuó una parte de la historiografía posterior, hasta el punto de tener en la actualidad una calle en la ciudad del Guadiana. Sin embargo, conocemos detalladamente sus orígenes toledanos por pertenecer a una familia linajuda que ha dejado un abundante rastro documental. Asimismo, el expediente para su ingreso en la Orden de Santiago, conservado en el Archivo Histórico Nacional, despeja cualquier duda al respecto. Así, pues, tenemos la certeza de su nacimiento en la ciudad del Tajo, entre otras cosas porque así lo declararon los tres testigos presentados por el propio licenciado Ayllón en la probanza para su ingreso en la orden santiaguista, realizada en Valladolid, entre el 25 y el 28 de agosto de 1523. Y por más abundamiento, también cronistas, como Gonzalo Fernández de Oviedo o el padre Las Casas, sostuvieron su naturaleza toledana, caracterizándolo este último como un hombre muy entendido y muy grave.
Concretamente era hijo del regidor toledano Juan de Ayllón y de Inés de Villalobos, como declararon dos de los tres testigos presentados en la citada probanza santiaguista. Y por supuesto, dice Gonzalo Fernández de Oviedo, quien conocía personalmente a la familia, que ostentaban la condición de hijosdalgo. Efectivamente, dos de los tres testigos presentados en la citada información declararon que su abuelo paterno, Pero Álvarez de Toledo, fue alcalde de los mozárabes de aquella ciudad, un rango que solo podían ostentar los hidalgos. Al parecer, se le recordaba como Juan de Ayllón el Bueno por la excelente gestión que realizó, siendo regidor de la ciudad castellana. Asimismo, su tío Pedro Álvarez de Ayllón, hermano de su progenitor, hizo carrera militar, combatiendo en Nápoles junto al Gran Capitán donde, tras protagonizar un lance bélico en 1503, fue armado caballero de la Orden de Santiago. Es cierto que Alonso de Zuazo, en una misiva dirigida al señor de Chiebres en 1518, aludió a un supuesto rumor que corría por la isla referente al origen converso de la familia del bachiller. Sin embargo, no hay que perder de vista que Zuazo era su enemigo confeso por lo que probablemente su comentario respondía más bien a un intento de difamación de su rival. Es más, el hecho de que obtuviese el hábito de Santiago nos está indicando que, incluso en el caso de tener la sangre manchada, poseía el poder suficiente como para que ese aspecto quedase totalmente soslayado.
Más difícil es saber la fecha exacta de su nacimiento pues no consta su partida de bautismo, aunque la historiografía lo suele situar en torno a 1470. Sin embargo, solo uno de los tres testigos presentados en la probanza santiaguista, Francisco Gaytán, vecino de Toledo, declaró la edad concreta del licenciado, sosteniendo que tenía 45 años poco más o menos. Si nos atenemos al testimonio de este testigo habría que retrasar su nacimiento hasta 1478, aunque es bien conocida la imprecisión con la que se estimaba la edad en aquel tiempo. En cualquier caso, parece plausible que fijemos su fecha de nacimiento en un arco comprendido entre 1475 y 1480. En cambio, sí que tenemos la certeza de que estudió leyes, adquiriendo el grado de bachiller, probablemente en la prestigiosa Universidad de Salamanca, fundada en el año 1243 por San Fernando.
Con respecto a la fecha exacta en la que pasó a América los autores la han situado en un arco comprendido entre 1504 y 1506. Sin embargo, sabemos que el 22 de febrero de 1505 se le dio pasaje franco a él y a dos criados, más un caballo y sus enseres personales, aunque desconocemos la fecha exacta en que se embarcó, así como el nombre del navío. Su llegada a la isla se debió al deseo del gobernador Nicolás de Ovando, Comendador Mayor de la Orden de Alcántara, de disponer de otro letrado en la isla que ayudase al licenciado Alonso Maldonado que ejercía la justicia en toda la isla. Fue así como se designó al bachiller Lucas Vázquez de Ayllón como alcalde mayor de la Concepción de la Vega y otras villas de su entorno.
Desde su arribada a la isla gozó del apoyó y de la colaboración del omnipotente Comendador Mayor que no tardó en asignarle una enjundiosa encomienda, concretamente el cacique Ortiz, con 400 personas. En el pleito con Cristóbal de Tapia el gobernador fue acusado de promocionar a sus amigos y a los alcaldes y alguaciles mayores, como el bachiller Lucas Vázquez de Ayllón, gratificándolos con buenas encomiendas, mientras el resto de los vecinos sobrevivían en medio de la pobreza. Así, por ejemplo, Rodrigo de Bastidas respondió en ese mismo litigio que el gobernador entregaba grandes encomiendas a los alcaldes mayores, alguaciles y tenientes, entre ellos a Ayllón, que vivían en la abundancia. Y por varias referencias sabemos que en su juicio de residencia se le volvió a acusar de lo mismo, es decir, de beneficiar a sus allegados, como el toledano, al que permitió lucrarse con su cargo. La confianza del extremeño en el bachiller Ayllón fue tal que lo designó como abogado defensor en la causa que mantuvo con Cristóbal de Tapia, en octubre de 1509. Asimismo, fue el encargado de tomar el juicio de residencia al propio Comendador Mayor, un proceso que desgraciadamente no se ha conservado.
Durante esta etapa ya mostró una amplia actividad empresarial, dedicándose tanto a tareas agropecuarias como mineras. Estableció varios hatos y haciendas con la idea de abastecer de alimentos a los indígenas que mantenía extrayendo oro en los placeres auríferos. Y comerciaba con la metrópolis a través de una sociedad que tenía formalizada con su paisano, el jurado Fernand Vázquez, y con el bilbaíno Ortuño de Vedía, que hacía las veces de maestre.
En 1509 Nicolás de Ovando regresó a la Península Ibérica al tiempo que desembarcaba en la isla como nuevo gobernador, el Almirante Diego Colón. No tardaron en aparecer dos facciones, la colombinista y la oficialista, militando el bachiller Ayllón en este último bando, a la sombra del todopoderoso tesorero de la Caja General y Real de las Indias, Miguel de Pasamonte.
3.-EL JUEZ DE APELACIÓN
El toledano tardó poco en decidir la necesidad de regresar a España a poner en orden asuntos personales y de paso, como indiano experimentado, tratar de conseguir algún cargo o prebenda. Eso sí, una vez que se conoció su decisión de salir de la isla lo primero que hizo el almirante fue arrebatarle su encomienda. El jurista se quejó amargamente y en cuestión de meses, exactamente el 21 de noviembre de 1510, obtuvo una Real cédula por la que se compelió al nuevo gobernador a restituírsela.
En 1510 estaba ya en la Corte, solucionando varios negocios oficiales, aunque tampoco desaprovechó la ocasión de tratar otros asuntos personales y familiares. Entre estos últimos, sabemos que asistió al matrimonio de su hijo, celebrado en la localidad sevillana de Carmona, que previamente había concertado el hermano del jurista.
Por aquellas fechas mantenía una actividad frenética que ha quedado reflejada en diversas escrituras que pasaron ante notario. De hecho, varios meses antes de ser nombrado juez de apelación, sus dos socios, con poder suyo, compraron a un vecino de Ribadeo, la nao Santiago, con todo su aparejo, por un precio de 300 ducados. Un mes después, exactamente el 22 de mayo de ese mismo año, Ortuño de Vedía dio fianzas a la Casa de la Contratación del viaje que se disponía a hacer rumbo a Puerto Plata, Sevilla, 22 de mayo de 1511. Nuevamente, el 28 de mayo de 1511 el bachiller Ayllón expidió un poder a su paisano Fernand Vázquez para que cobrase todo lo que llegase a Sevilla consignado a su nombre. Como casi todos los empresarios de aquel tiempo también tenía deudas, pues su propio socio, apoderado, paisano y amigo Fernand Vázquez, le reclamaba 217.500 maravedís que le debía de una obligación que firmaron tiempo atrás en la capital hispalense.
Por una Real provisión, dada en Burgos, el 5 de octubre de 1511, se creó la primera audiencia del Nuevo Mundo, siendo designado juez de apelación de La Española, junto a los licenciados Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo. Se ha cuestionado si este primer nombramiento de tres jueces de apelación constituía la primera audiencia o si fue un organismo previo a su aparición como tribunal de justicia en 1526. Un debate que no es nuevo pues ya en el siglo XVI Juan de Castellanos escribió que, aunque aparentemente eran solo jueces de apelación en realidadformaban una manera de real audiencia. Resulta obvio, como ha afirmado Américo Moreta, que las funciones de estos jueces de apelación y su funcionamiento como tribunal evidencian que se trataba de una audiencia, de la primera del continente americano. Además, basta con leer el documento fundacional para observar que se alude a los tres juristas como jueces de la Audiencia y juzgado de las Indias. Los motivos de la creación de este primer tribunal indiano están bien claros: primero, tratar de neutralizar el poder concentrado por el grupo colombino, encabezado por el almirante Diego Colón. Y otro, frenar los muchos delitos que se producían en las Indias, como cohechos, prevaricaciones, crímenes, amancebamientos, haciendo cumplir de paso las órdenes reales.
El licenciado Ayllón dilató su estancia en la península Ibérica por lo que, el 31 de diciembre de 1511, la Corona dispuso que se le libraran 50.000 maravedís de ayuda de costa por las gestiones que realizaba en la Corte, más otros tantos por el tercio adelantado de su salario como juez de apelación.
Tras pasar casi dos años en España, el 27 de febrero de 1512, se le concedió licencia para regresar a la isla Española, junto a un grupo de nueve criados, amigos y familiares, siete de ellos castellanos y dos vascos. Entre ese séquito figuraba su sobrino Hernán Ramírez de Vargas, hijo de Juan Ramírez de Vargas, jurado de Toledo, y de Teresa de la Serna. Los gastos que hizo en Sevilla fueron de una gran magnitud, dejando incluso algún pago pendiente. Por suerte para él pudo embarcar diez toneladas de mercancías porque la Corona decidió pagarle el flete a los tres jueces de apelación, como ayuda de costa, al precio de 2.800 maravedís la tonelada. Viajó a bordo de la nao de Miguel de Eraso que, sin embargo, no levo anclas hasta finales de marzo de 1512, enfilando en dirección al puerto de Santo Domingo.
Una vez que arribó a la ciudad del Ozama, se hospedó provisionalmente en la morada del acaudalado escribano Francisco de Tostado, hasta que se construyó su propia casa. Ésta la edificó en un solar que le había cedido la Corona, donde había vivido el factor Luis de Lizarazu, que era lindero con otro solar concedido a Gil González Dávila, contino de Su Majestad. El salario era de 150.000 maravedís al año, cobrados en tres tercios, cifra que se duplicó unos años más tarde. Además, el cargo llevaba como remuneración anexa 200 indios de encomienda que le fueron asignados en el repartimiento general de 1514. Como puede observarse, los oficiales reales y los oidores percibían un buen estipendio, quizás en un intento de frenar o minimizar la corrupción.
Curiosamente desde su retorno a la isla como juez de apelación dejó de intitularse bachiller para hacerlo como licenciado, un grado que desde luego nunca obtuvo. De hecho, el padre Las Casas, tan irónico como siempre, sostuvo que era bachiller y después que regresó de Castilla se tornó licenciado y por oidor de la audiencia. Sin embargo, en este caso no se trató de una argucia del toledano, sino que, con frecuencia, cuando la Corona nombraba un cargo oficial le asignaba siempre el grado académico acorde a dicho rango. Es más, al propio padre Las Casas, cuando en 1516 se le despachó con el oficio de procurador de los indios, se le asignó el título de bachiller pese a que, como es bien sabido, nunca lo obtuvo oficialmente.
Desconocemos el nombre de su primera mujer, con la que estuvo desposado antes de marchar a las Indias y con la que procreó al menos a un hijo, llamado igual que él, Lucas Vázquez de Ayllón. Pero su primera mujer debió fallecer prematuramente por lo que se pudo casar en segundas nupcias con Ana Becerra, hija del licenciado Francisco Becerra, un acaudalado minero, regidor del cabildo de Santiago y socio suyo en las armadas de rescate. No sabemos la fecha exacta de su matrimonio, pero sí que en 1527 los cinco hijos habidos con ella eran menores de 12 años, es decir, todos nacidos con posterioridad a 1515. Sin embargo, sus esponsales no impidieron que mantuviese un comportamiento sexual escandaloso, manteniendo relaciones extramatrimoniales con otras féminas, lo mismo solteras que casadas, como la esposa del maestre Nicolás Pérez, la de García de Roales o la de Fernán Báez, con las que tuvo al menos a una hija ilegítima. Con su segunda esposa, Ana Becerra, procreó a cinco vástagos, como veremos más adelante.
Como ya hemos afirmado, desde un primer momento se alineó en el bando oficialista, encabezado por el todopoderoso tesorero Miguel de Pasamonte, enfrentándose a la facción encabezada por el almirante Diego Colón. Su partido salió airoso de dicho enfrentamiento pues, como escribió Antonio de Herrera, la parcialidad del tesorero real consiguió restar toda su autoridad al segundo almirante. Sabemos que durante su desempeño como juez de apelación cometió todo tipo de corruptelas y cohechos, aprovechándose de su cargo para enriquecerse. Citaremos solo un caso significativo, el de Antón Cansino, que regresó de Cubagua con un contingente de esclavos indígenas y dos talegas de perlas. Y, dado que los oidores no le daban autorización para vender dichos cautivos, se entrevistó con el licenciado Ayllón quien le pidió que acudiera a su casa con las citadas talegas. El toledano, en compañía de su esposa, Ana Becerra, eligió las perlas más vistosas y más gruesas a cambio simplemente de autorizar la venta de los aherrojados, algo que firmaron los jueces de apelación varios días después.
Pese a su condición de funcionario, desde un primer momento compaginó su tarea en el tribunal con una amplia y diversificada actividad económica. Para empezar, se convirtió, desde el repartimiento general de 1514, en uno de los grandes encomenderos de la isla recibiendo un total de 240 indios en el término de Santiago. En estos años adquirió numerosas propiedades, entre ellas la hacienda de Santa Ana, en Santo Domingo, y otra en la ribera del río Haina. Se dedicó a la explotación minera, adquiriendo varios hatos para poder abastecer a los taínos destinados en los placeres auríferos. De hecho, en las cuentas de la Caja Real de Santo Domingo se observan numerosas partidas de oro que personalmente fundió hasta poco antes de su marcha a Norteamérica en 1526. Asimismo, se asoció con el acaudalado baquiano Francisco de Caballos, construyendo en 1518 un ingenio en Puerto Plata que llegó a ser de los más productivos de la isla. Y es que el citado Caballos era el mayor empresario de Puerto Plata, además de encomendero y regidor, el cual realizó varios viajes a Sevilla, formalizando algunas compañías comerciales. También por esas fechas proyectó la construcción de otro ingenio en Azua para lo cual se le concedieron tierras y ejidos, aunque finalmente nunca entró en funcionamiento.
En abril de 1517, junto a los tres frailes Jerónimos, llegó a la isla el licenciado Alonso de Zuazo, con el cometido de residenciar a los jueces de apelación. A Lucas Vázquez de Ayllón se le formularon importantes cargos, entre ellos el de maltratar a sus indios de encomienda, capturar esclavos en zonas donde no había Caribes, prevaricación, jugar a los naipes, así como la de llevar una vida personal desordenada, manteniendo relaciones sexuales lo mismo con mujeres casadas que solteras. Concretamente varios testigos le acusaron de explotar a sus 200 indios de encomienda en la extracción de oro de manera que, cada vez que se le morían diez -decían-, completaba el número con los primeros que vacasen. Asimismo, en dicho proceso se relatan extensamente sus relaciones extramatrimoniales, sobre todo la que mantuvo con la esposa del citado García de Roales. Según los testigos, la forzó y la retuvo como manceba pública y cuando el marido de ésta lo demandó se permitió amenazarlo con un cuchillo. Al final, el jurista le ofreció 200 castellanos a cambio de que se desistiese del pleito que le había interpuesto. También se le acusó de tener en su casa un tablero para que todos los que quisiesen jugasen, apostando -dijeron- muchos dineros.
Estando en curso el juicio, en abril de 1518, hubo elecciones en la isla para nombrar a un procurador que representara a los vecinos ante el monarca, resultando electo el licenciado Ayllón. Y ello, una vez más, gracias al apoyo del grupo oficialista, liderado por Miguel de Pasamonte, lo que le llevó a obtener siete votos frente al candidato del almirante que tan solo recibió cinco. Sin embargo, fue recurrido por Alonso de Zuazo quien alegó que no podía salir de la isla mientras se estuviese instruyendo su juicio de residencia. Y surtió efecto, pues poco después se despachó una Real cédula ordenando su permanencia en Santo Domingo. Bien es cierto que consiguió dilatar indefinidamente el juicio gracias a la pericia de su defensa, encarnada en el licenciado Cristóbal Lebrón. Ganó así un tiempo de oro pues Alonso de Zuazo no tardó en caer en desgracia por el retorno al poder del obispo Rodríguez de Fonseca. Y tanto se dilató en el tiempo que el toledano nunca conoció el fallo del mismo. Es más, todavía en 1526 y en 1527, ya fallecido el licenciado Ayllón, Marcelo de Villalobos, vecino de Santo Domingo, otorgaba poderes para que en la Corte lo defendiesen de las acusaciones vertidas contra él en su juicio de residencia. Por todo ello, la Corona mantuvo intacta su confianza en el toledano hasta el punto que lo volvió a enviar a la isla como oidor.
4.-SU FALLIDA MEDIACIÓN EN NUEVA ESPAÑA
Las autoridades de Santo Domingo, concretamente el juez de residencia Rodrigo de Figueroa, los oidores de la audiencia y los oficiales reales, supieron por distintos cauces que el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, se disponía a enviar una escuadra a Nueva España para apresar a Hernán Cortés. El propio Alonso de Zuazo, que había pasado a Cuba para tomar al de Cuéllar su juicio de residencia, escribió a la audiencia, detallando las intenciones de éste. Las autoridades dominicanas, sabedoras de los ricos presentes que el metelinense había mandado al monarca, pensaron, con razón, que esa expedición no era pertinente porque podía hacer tambalear la estabilidad de la zona. Sus temores eran tres: primero, que una nueva armada de esa envergadura terminase por despoblar la isla de Cuba. Segundo que se generase una guerra civil fratricida entre los propios hispanos. Y tercero, que los naturales aprovechasen la coyuntura para alzarse y recuperar su tierra. Por tanto, el principal motivo por el que se le envió estaba claro: evitar el rompimiento entre españoles y tratar de mantenerlos en paz y concordia. La audiencia tenía sobrados motivos sobrados para estar alarmada y, además, dicho sea de paso, tenía competencias judiciales lo mismo sobre Cuba que sobre lo descubierto en Nueva España.
Comisionaron a Lucas Vázquez de Ayllón porque les pareció a todos una persona de mucha habilidad y celoso del servicio de Vuestra Majestad. Junto a él viajaron el alguacil mayor Luis de Sotelo y al secretario de la audiencia Pedro de Ledesma. La comitiva llegó a la isla de Cuba, entregando de inmediato un memorial a Diego Velázquez en el que se le pedía que suspendiera la expedición. Sin embargo, cuando el licenciado Ayllón se percató de lo avanzada que estaba y a sabiendas de que no había marcha atrás, rectificó, reclamando que despachara solo dos o tres navíos con alimentos y una persona cuerda con poderes suyos. La idea era que pacíficamente se presentasen al metelinense las provisiones oficiales que esperaban acatase, retornando de esta forma a la legalidad.
El fracaso en las gestiones fue total no pudiendo evitar que Pánfilo de Narváez zarpase con una fabulosa escuadra y con la orden velada de apresar o matar al conquistador extremeño. Y aunque el astuto oidor se atribuyó el mérito de haber convencido al viejo gobernador de Cuba de que no viajase personalmente a Nueva España no era exactamente cierto. Y no lo era porque antes incluso de decidirse la elección de Vázquez de Ayllón como mediador ya se sabía que el cuellarano no pretendía ir personalmente ya que había entregado el mando a su paisano Pánfilo de Narváez.
En última instancia el oidor suplicó que lo dejasen viajar en la misma para, llegado el caso, tratar de mediar en un posible acuerdo entre ambas partes. Pero huelga decir que su enrole no fue una decisión propia, sino que ya en sus instrucciones se le había encomendado ir a Nueva España, en caso de que la armada hubiese ya zarpado. Lo cierto es que a Narváez no le gustaba mucho la idea de llevarlo a bordo, pero disimuló su malestar para no parecer que se oponía a un oidor y criado de Su Majestad.
Sin embargo, el oidor toledano no tardó en percatarse de su fracaso y de que el enfrentamiento era inevitable. Nada más llegar pudo ver como el enviado de Diego Velázquez pregonó las hostilidades contra Hernán Cortés, prometiendo una recompensa al que lo prendiese o matase. El toledano insistió una y otra vez en que la decisión era contraria a la disposición de la audiencia, además de un grave error. La presencia y las intenciones de Ayllón llegaron a oídos del metelinense quien le remitió una misiva y varios tejuelos de oro que, sin embargo, nunca llegó a recibir porque para entonces ya había sido reembarcado. Efectivamente, Pánfilo de Narváez, no pudiendo soportar más sus exigencias y su connivencia con Hernán Cortés, conminó al sobrino del gobernador, también llamado Diego Velázquez, a que le pusiese grillos junto al secretario de la audiencia y al alguacil, y lo reembarcase hacia Cuba para que a su vez desde allí fuese despachado a Castilla para ser juzgado. Pero las cosas no sucedieron exactamente así porque, durante la travesía de regreso a Cuba, el jurista se las apañó para convencer a los capitanes de que lo llevasen a Santo Domingo. Les dijo que el rey no solo no les pagaría el servicio, sino que los mandaría ahorcar por prender a un funcionario de su audiencia. Una vez de vuelta en la Ciudad Primada escribió, conjuntamente con los otros oficiales reales, una extensa misiva al monarca en la que se quejó del trato recibido y del daño que Diego Velázquez podía provocar en los nuevos territorios. Además, consiguió que la audiencia de Santo Domingo condenara a los responsables por desobediencia, vendiéndose el barco en subasta pública e ingresando la tesorería de la isla 915 pesos de oro por todo lo gastado el oidor en su viaje.
Como dijo Francisco Cervantes de Salazar este ultraje sufrido por el toledano fue de gran provecho para el metelinense ya que los informes de la audiencia de Santo Domingo, dañaron la imagen y los negocios del cuellarano. De paso Ayllón se convirtió en un firme apoyo de los intereses cortesianos, remitiendo poco antes del cerco de Tenochtitlan, concretamente en marzo de 1521, un navío con casi 200 hombres de guerra y 80 caballos y yeguas que fueron recibidos con gran regocijo en Veracruz.
5.-EL ENCOMENDERO Y EL MERCADER DE ESCLAVOS
Conocemos bien la visión que tuvo de los taínos y de la encomienda ya que fue uno de los testigos que participaron en el Interrogatorio de los jerónimos de abril de 1517. Como ya hemos afirmado, el licenciado Ayllón se posicionó en el grupo oficialista, junto a otros declarantes como Antón de Villasante, Juan Mosquera, el Licenciado Antonio Serrano, Miguel de Pasamonte, Andrés de Montamarta y Juan de Ampiés. Todos ellos sostuvieron que los naturales eran incapaces de vivir en libertad por lo que debían permanecer encomendados. Según declaró el toledano, los taínos antillanos eran inclinados a vivir ociosamente y sin trabajar y, por supuesto, no tenían capacidad para vivir independientes. Con ese argumento se posicionó a favor de mantener la encomienda a perpetuidad, pues, si se les diese libertad, huirían a los montes y a otras partes do(nde) no pudiesen ser habidos, y se matarían. Y abundó más en ello, manteniendo el discurso oficial de la élite encomendera: que eran personas sin virtudes y que si no se les compelían vivirían ociosos y tornarían a sus vicios y bestialidades por lo que concluía que era mejor tenerlos como siervos que como bestias libres.
Por supuesto, tanto Ayllón como el resto de su facción defendieron un status quo de una situación que les era claramente favorable, de ahí su unanimidad a la hora de apoyar el sistema de la encomienda. De hecho, poco antes de realizarse el citado interrogatorio, concretamente el 22 de febrero de 1517, había logrado que el Cardenal Cisneros ordenase a los tres jerónimos gobernadores que no le arrebatasen su encomienda. Y es que la alargada sombra del clan pasamontista llegaba hasta la misma Península Ibérica.
Pero además de encomendero, terrateniente empresario del azúcar y jurista, se implicó ampliamente en un negocio mucho más sórdido, es decir, en las llamadas armadas de rescate. En realidad, lo de armadas de rescate era un eufemismo ya destapado en el siglo XVI por el padre Las Casas cuando dijo que llamaban rescatar a robar y saquear a los naturales. Francamente no eran otra cosa que la reproducción mimética de las cabalgadas medievales que se habían llevado a cabo de forma sistemática en territorios de infieles, tanto los situados en el reino nazarí como los que se encontraban en la costa occidental africana. Unas expediciones que asolaron las islas Bahamas y las Antillas Menores, en una de las actuaciones más trágicas y cuestionables de las primeras décadas de la colonización.
Las jornadas de rescate a las islas Lucayas –actuales Bahamas- las controlaron, desde el primer momento, los miembros de la élite dominicana que a la sazón fueron los principales armadores y maestres. Ya, en 1509, hubo al menos dos expediciones, una, capitaneada por Pedro de Salazar y organizada por Francisco de Garay y Cristóbal Guillén, y otra, ordenada por el gobernador Diego Colón y liderada por García de Paredes. A partir de 1512, los tres jueces de apelación, junto al tesorero Miguel de Pasamonte y a otros personajes destacados de la isla, como Juan Fernández de las Varas y Rodrigo de Alburquerque, controlaron y dirigieron estas empresas de saqueo. Precisamente, los testigos presentados en la pesquisa secreta del juicio de residencia de los jueces de apelación declararon que estos sólo daban licencias para capturar lucayos a sus amigos y allegados, con quienes repartían los beneficios. Incluso, uno de los deponentes manifestó que dos vecinos, llamados Francisco de San Miguel y Alonso Maldonado, quisieron obtener una licencia para hacer una jornada de rescate y no se les autorizó pero que si hubiesen contado con la participación de los oidores les consintieran ir a donde quisieran.
Ya en 1512 Ayllón pactó con otros mercaderes la posibilidad de capturar indígenas en el área de los Caribes, trayendo además perlas de la isla de Cubagua, lo cual se le antojaba un negocio redondo. El centro de esta actividad se situó en la villa de Puerto Plata, mucho mejor ubicada que Santo Domingo, lo mismo para acceder a las Bahamas y a la costa de Norteamérica que a la propia península Ibérica. Sus primeros socios fueron los hermanos Juan y Francisco Becerra, con los cuales trajo desde 1514 muchos cautivos a La Española mientras que otros fueron destinados a las pesquerías de perlas de la citada isla de Cubagua.
Ni los tres gobernadores jerónimos ni su inmediato sucesor, Rodrigo de Figueroa, tuvieron la voluntad suficiente o la capacidad de acción para frenar estas empresas esclavistas. Por ello, estas jornadas continuaron en los años sucesivos, tomando parte activa los tres oidores, el licenciado Cristóbal Lebrón y hasta la virreina María de Toledo. Los oidores de la audiencia no solo armaban con todas las garantías, sino que estorbaban a otros vecinos que pretendían hacerlas, convirtiéndose ellos en socios necesarios. Estas prerrogativas se ampliaron a otras islas del entorno, como San Juan de Puerto Rico y Cuba. Así, en 1522 se permitió a los vecinos de San Juan tomar por esclavos a los que se resistiesen, y por naborías por dos vidas a aquellos que decidiesen venir voluntariamente. Unos años después la patente se extendió a los vecinos de la isla de Cuba que en reiteradas ocasiones solicitaron esas mismas ventajas.
Dicho esto, puede considerarse al toledano como el principal armador de este sórdido negocio. De hecho, en su juicio de residencia fueron muchos los quejosos que declararon que se reservó los derechos sobre esas expediciones que provocaron la muerte y la desolación de unas islas que no estaban habitadas por indios Caribes sino por pacíficos lucayos y, por tanto, no se podían hacer esclavos. No en vano, en el juicio de residencia de los oidores quedó probada la implicación de estos en las armadas muy a pesar de que hacía varios años que los funcionarios reales tenían prohibido participar en este tipo de negocios.
6.-LA CAPITULACIÓN
Regresó a España por segunda vez, zarpando probablemente en octubre o noviembre de 1521. De paso que solucionaba asuntos relacionados con la isla tenía una agenda muy completa en cuanto a asuntos privados: primero, denunciar en la corte los agravios recibidos por parte de Diego Velázquez y sobre todo de Pánfilo de Narváez lo cual fue de gran ayuda para Hernán Cortés, cuyo buen nombre estaba en entredicho por esos años. Segundo, realizar gestiones económicas privadas, otorgando poderes y formalizando numerosas transacciones, en su nombre y en el de Francisco de Caballos, con un poder suyo. De hecho, el 16 de agosto de 1522 se encontraba en Sevilla cuando compró, en su propio nombre suyo y en el de su socio, 30 esclavos de entre 18 a 28 años, el tercio de ellos mujeres, con destino a su ingenio y plantación de Puerto Plata. Y tercero, obtener una capitulación para hacer una incursión en las costas septentrionales de Norteamérica.
Nada más llegar se encaminó en busca de la Corte, pasando por el santuario de Guadalupe donde coincidió nada más y nada menos que con Gonzalo Fernández de Oviedo a quien le contó los pormenores de la empresa que pretendía llevar a cabo. Desde allí se dirigió a Vitoria donde se encontraba el emperador en ese momento. Según Pedro Mártir de Anglería solicitó su capitulación con insistencia hasta que le fue concedida. Y es que durante sus largos años como empresario de las armadas de rescate había tenido noticias de dichas costas norteamericanas a donde habían aportado numerosos barcos. Con la ayuda de Francisco de Chicora, que debía tener bastante imaginación, describió la tierra que pretendía poblar como un lugar muy rico, desatando la admiración y la ambición de cuantos le escuchaban. Además, se presentó con un fémur de cinco palmos que él atribuía a un gigante, pues estaba muy arraigada entre los primeros exploradores la creencia de su existencia tierra adentro.
La capitulación se firmó finalmente en Valladolid, el 12 de junio de 1523. Se trata de un contrato muy ambicioso, donde el jurista obtuvo prerrogativas poco comunes, del tipo de las firmadas por Cristóbal Colón, Alonso de Ojeda o Fernando de Magallanes. Y ello, en parte, porque el promotor no era un marino sino un jurista con una amplia experiencia en los temas y en los negocios indianos. Se trata de un acuerdo muy amplio, de descubrimiento, rescate y poblamiento. En cuanto al descubrimiento se le autoriza a explorar las costas en dirección norte y, en caso de encontrar un estrecho, debía explorarlo, abandonando el recorrido costero. También se contemplaba lo de siempre, es decir, el rescate, la posibilidad de capturar esclavos en buena guerra o de comprarlos a sus poseedores, enviándolos a La Española. No se habla expresamente de poblar, más allá de la fundación de ciertas fortalezas para favorecer los rescates. Y ello a pesar que de que la introducción se menciona el informe que había dado el propio interesado en el que se insistía en la idoneidad de la tierra para hacer una fundación permanente. Y ello por la existencia de una tierra fértil, con abundancia de perlas y bajo la jurisdicción de un corpulento cacique. Sin embargo, pese a que no consta expresamente en su capitulación, en la praxis, como veremos más adelante, el toledano aprestó una armada pensada para poblar y colonizar el nuevo territorio.
Como en casi todas las capitulaciones, los gastos correrían por parte del adelantado firmante, beneficiándose la Corona con el diezmo de lo que produjeran dichos territorios. A cambio, le otorgaba numerosas prerrogativas, tanto políticas como económicas. Entre las primeras se le concedían tres títulos, a saber: el de alguacil mayor para él y sus herederos, el de adelantado por dos vidas y el de gobernador, aunque en este caso solo a título vitalicio. A nivel económico se le concedieron quince leguas cuadradas de propiedad privativa, las cuales podía elegir el propio interesado de entre las mejores que hallase. Asimismo, se le concedió la quinceava parte de todas las rentas que se produjeran y el derecho a repartir tierras, aunque no indios, pues la encomienda quedaba prohibida en dichos territorios. Finalmente se incluyen otras concesiones, como la posibilidad de desarrollar la producción sedera, quizás pensando en su proximidad a China, y la captura de pescado para su exportación.
El 26 de junio de 1523 recibió su licencia para regresar a la isla junto a sus criados, una mula y diez toneladas de mercancías. Sin embargo, el viaje se demoró algunos meses, pues entre el 25 y el 28 de agosto de 1523 estuvo en Valladolid presentando los testigos de su probanza para el ingreso en la Orden de Santiago.
Poco después debió embarcar rumbo a Santo Domingo, aunque desconocemos la fecha exacta. Estuvo poco tiempo en la isla Española ya que traía instrucciones para residenciar en Puerto Rico al licenciado Antonio de la Gama, al teniente de gobernador Pedro Moreno y a los escribanos y oficiales reales Andrés de Haro, Baltasar de Castro y Diego de Arce. Una vez en Puerto Rico, encontró que muchas deudas no habían sido cobradas por los oficiales reales, disponiendo, antes de su vuelta a Santo Domingo, que se recaudasen y se depositasen en Pedro de Villarén. Y dado que durante su estancia en la isla falleció el tesorero Andrés de Haro ordenó, asimismo, que sus bienes se dejasen en manos del citado depositario a la espera de que la hacienda pública se resarciera de la deuda. Antes de regresar tuvo tiempo de emitir numerosas sentencias pues, después de su fallecimiento, la Corona ordenó que todas aquellas que no estuviesen recurridas se remitiesen al secretario real de Puerto Rico para su cobro.
7.-POR TIERRAS DE NORTEAMÉRICA
El interés por la costa atlántica de Norteamérica existía desde que Juan Ponce de León arribó a La Florida en 1512. El gran enigma que todos querían resolver era si entre Terranova, que se conocía desde mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón a las Indias, y La Florida había algún estrecho que permitiese navegar hasta la especiería.
Ya en 1520 una sociedad de siete socios de Santo Domingo, en la que se incluía el oidor toledano, despachó un navío al mando de Pedro de Quejo para capturar esclavos en las Bahamas. En diciembre de ese año la citada compañía envió una carabela al mando de Francisco Gordillo y pilotada por Alonso Fernández Sotil para que inspeccionase la línea costera atlántica de Norteamérica. En torno a las Lucayas se encontraron con otra carabela que enviaba Juan Ortiz de Matienzo e hicieron el viaje en conserva. Al parecer, según Francisco López de Gómara, al encontrar las islas desiertas, decidieron proseguir rumbo al norte para no perder la inversión. Las dos carabelas, ascendieron en 1521 por la costa este de norteamericana hasta la bahía de Chesapeake, en el actual estado de Virginia. De esa jornada descubridora se redactó una relación que el licenciado Ayllón remitió al emperador pero que hasta la fecha no ha sido localizada. Sin embargo, por testimonios de algunos cronistas sabemos que una vez fondeados obtuvieron información sobre la tierra y, poco antes de partir, rescataron perlas y pequeños objetos de metal precioso, así como 130 naturales a los que engañaron y embarcaron. Al parecer, superada la sorpresa inicial, invitaron a un grupo de nativos a subir a los navíos e ingenuamente accedieron, levando anclas poco después. Se trata sin duda de una acción reprobable pero que tuvo como consecuencia la traída de naturales que en el futuro serían empleados como intérpretes en futuras jornadas. Muchos de ellos murieron durante la travesía, según López de Gómara, de tristeza y hambre, pues se negaban a comer lo que los españoles le ofrecían. Un precedente nefasto para las expediciones posteriores, tanto la del propio Ayllón como la de Hernando de Soto, que se encontraron a los naturales en pie de guerra, resabiados por engaños como éste. Eso sí, entre los nativos supervivientes se encontró uno que bautizaron con el nombre de Francisco de Chicora que se convertiría en el fugaz intérprete de la futura expedición del jurista toledano. Este indígena era natural de la tribu de los Catawba, y era natural de Chicora, en el actual Estado de Carolina del Norte. Aprendió muy rápido el castellano, transmitiendo maravillas sobre su tierra natal. El oidor se lo llevó con él a España, aprendiendo con bastante celeridad el castellano, como constataron por separado tanto Pedro Mártir de Anglería como Gonzalo Fernández de Oviedo, pues ambos tuvieron la ocasión de entrevistarse personalmente con él. Este último cronista estaba convencido de que el joven chicorano engañó sagazmente a Ayllón. A su juicio, destacó las maravillosas riquezas de su tierra con la premeditada intención de espolear su ambición para que organizase una expedición a su tierra y así poder retornar. Y es posible que el cronista esté en lo cierto a juzgar por la actitud del nativo que, nada más desembarcar en la costa de Norteamérica, se fugó, desapareciendo para siempre.
Como ya afirmamos, fue autorizado a reclutar en España los hombres que necesitase para organizar su empresa. De hecho, en España alistó a varios centenares de hombres, entre ellos un buen contingente de toledanos. Sin embargo, el oidor como hombre experimentado sabía que era importante contar con baquianos, es decir, con personas aclimatadas que además habían participado en las expediciones previas.
En teoría en su capitulación se fijaba la salida en un año, es decir en verano de 1524 y se le daba un plazo de exclusividad de aquellos territorios de tres años a partir de la fecha de partida. Pero la jornada se retrasó porque hubo muchas dificultades para conseguir los alimentos, los barcos y sobre todo la artillería. El propio Consejo de Indias le apremió a que zarpara, cumpliendo con lo capitulado, so pena de cancelarle el contrato y concederle la exclusiva a otro emprendedor.
Desde finales de 1524 tenía un barco preparado en Santo Domingo que debía sumarse a dos carabelas que había enviado a tantear el territorio al mando de Pedro de Quejo y que regresó con algunas piezas de oro y varios esclavos. Por cierto, que esta expedición tampoco obtuvo grandes resultados. Se piensa que Francisco de Chicora los guio intencionadamente hasta territorios muy hostiles lo que aceleró el regreso a La Española de los expedicionarios.
A las tres naves disponibles se incorporó una cuarta que acababa de llegar a Santo Domingo, procedente de Honduras y que el jurista adquirió por 225 pesos de oro. Igualmente, remitió una carabela a Jamaica que regresó a Puerto Plata con cazabe y unas 400 cargas de maíz. Disponía ya de cinco embarcaciones, cuatro en Santo Domingo y una en Puerto Plata, pero esperaba la llegada de una sexta carabela que debía llegar en la flota a finales de 1525. Dicha embarcación la había adquirido su sobrino Francisco de Vargas siguiendo sus instrucciones, y en ella debía embarcar la artillería que necesitaba. Su amigo y socio Hernán Vázquez, regidor de Toledo, participó financieramente en la empresa, invirtiendo un total de 4.500 ducados.
En total consiguió reunir 3.000 cargas de pan cazabe, una parte procedente de sus haciendas de Puerto Plata e Higüey y el resto de Puerto Rico, la isla de la Mona y Jamaica. Asimismo, 1.000 cargas de maíz, 600 de su hacienda y el resto procedentes, como ya dijimos, de Jamaica. Además, se sacrificaron muchas reses para preparar barriles de carne, tanto vacas, como puercos y ovejas.
El problema es que seguía sin llegar el navío de España con la artillería y las municiones, pues todavía en marzo de 1526 seguía a la espera. De hecho, el 5 de marzo de 1526 volvió a manifestar que tenía preparados cuatro navíos en Santo Domingo y uno más en Puerto Plata, estando a la espera de la llegada de la carabela comprada en Sevilla. Asimismo, había gastado buena parte de su hacienda, unos 4.500 ducados, en preparar los barcos, adquirir 3.000 cargas de pan cazabe, 1.000 fanegas de maíz y otros alimentos, además del mantenimiento de las personas que tenía reclutadas.
El largo parón corría en su propio perjuicio y dado que el navío de Castilla no llegaba decidió zarpar sin esperarlo. Y ello porque estaba siendo presionado por la propia corona que amenazaba con capitular con otro candidato. Además, acababa de saber que se iba a reanudar su juicio de residencia por lo que la jornada le venía como anillo al dedo para librarse una vez más de rendir cuentas ante la justicia.
En total, se reunieron en Puerto Plata un total de seis embarcaciones, una de ellas se llamaba Bretón y otra tenía el sobrenombre de el Grande. Se embarcaron en torno a medio millar de expedicionarios, aunque no existe rol del viaje pues no se hizo un alarde o recuento previo. En esa cifra se incluían familias de labradores, cirujanos, boticarios, soldados, esclavos, artesanos, así como tres capellanes. Estos últimos eran dominicos afincados en La Española, concretamente fray Pedro Estrada, fray Antonio de Cervantes y el célebre fray Antonio Montesino, el autor del famoso sermón del cuarto domingo de adviento del 20 de diciembre de 1511. Asimismo, embarcaron una gran variedad de semillas, enseres litúrgicos, aperos de labranza y animales, entre ellos gusanos de seda, pues pretendían introducción la producción sedera en la zona. Es interesante su interés por este negocio pues se adelantó varios años a la iniciativa de Hernán Cortés de producir seda en tierras de su marquesado del Valle de Oaxaca. Está bien claro que se trataba de una amplia expedición colonizadora.
Desconocemos la fecha exacta en la que levaron anclas, pero en una probanza presentada por su hijo Pedro Vázquez de Ayllón se afirma que falleció dos o tres meses después de desembarcar en Norteamérica. Dado que murió el 18 de octubre, su salida se puede situar en torno a primeros de julio de ese año de 1526. El toledano nunca pudo recibir la respuesta que el emperador le envió el 14 de septiembre de 1626 en la que pedía encarecidamente que cuidase de la conversión en la fe de los naturales:
Así vos encargo mucho que principalmente tengáis especial cuidado de las cosas del servicio de Dios… y de la conversión y buen tratamiento de los indios naturales de esa tierra y que sean tratados como nuestros vasallos libres como Dios los crio… y sobre ello vos encargamos vuestra conciencia y descargamos la nuestra.
Sin embargo, las cosas salieron mal desde un primer momento; nada más tocar en el río que ellos denominaron Jordán, un 9 de agosto de 1526, encalló la capitana debiendo continuar el viaje con las embarcaciones restantes y una barcaza que construyeron en un tiempo récord. Además, el intérprete que llevaban a bordo, Francisco de Chicora, huyó a la primera ocasión que se le presentó. Asimismo, a lo largo de toda la jornada padecieron un racionamiento extremo por falta de alimentos y un intenso frío porque coincidió con un período cíclico conocido como corta glaciación.
Pese a las carestías, el frío, el desconocimiento del terreno y el problema de la incomunicación, decidió seguir adelante navegando hasta los 32º latitud norte, fundando la efímera ciudad de San Miguel de Gualdape. Se trata de la primera fundación europea en Estados Unidos, aunque tuviese una vida muy efímera, de apenas seis semanas. Sin embargo, no se ha conseguido localizar este asentamiento arqueológicamente, de forma que hay dudas sobre si se fundó en Carolina del Sur, como defendió Demetrio Ramos, siguiendo un mapa de Diego Ribero, en Carolina Norte o incluso en el actual Estado de Virginia, a la entrada de la bahía de Chesapeake. Lo cierto es que la ubicación no fue la más adecuada pues se trataba de tierras pantanosas y muy expuestas a los ataques de los naturales que los hostigaron sin descanso. El propio Ayllón falleció el 18 de octubre de 1526, curiosamente el día de su onomástica. No sabemos la causa exacta de su óbito, aunque según Gonzalo Fernández de Oviedo fue de muerte natural, teniendo tiempo de arrepentirse de haber organizado esa expedición. Tras su desaparición se desencadenó un enfrentamiento armado entre sus hombres que lucharon por el mando, costándole la vida a varios de ellos. Entre el hambre, el frío y los enfrentamientos personales decidieron retornar; el licenciado fue amortajado y embarcado en un patache, sin embargo, en una fuerte tormenta hubo que arrojarlo al mar, donde reposan sus restos. Apenas regresaron con vida 150 supervivientes, de un total de 600 expedicionarios, aportando unos navíos a la isla Española y otros a la de San Juan.
Curiosamente, su proyecto descubridor en Norteamérica fue proseguido solo un año después por su enemigo Pánfilo de Narváez que, en 1526, obtuvo por capitulación el título de adelantado de la Florida. Tras muchas dificultades para enrolar efectivos, alcanzó las costas de Norteamérica en 1528. Sin embargo, fueron recibidos hostilmente por los naturales lo que les obligó a reembarcarse, pereciendo trágicamente en una tormenta. Dos rivales unidos por la misma tragedia.
8.-VALORACIÓN FINAL
El final del licenciado Ayllón fue trágico como el de la mayoría de los adelantados pues, como escribió Gonzalo Fernández de Oviedo, era mal augurio tal título porque casi todos acababan de manera lastimosa. Este cronista, que lo conoció personalmente, le reprochó su exceso de ambición, pues no se conformó con ser una persona rica y afamada de La Española, buscando la muerte para sí y para otros. Pero el toledano se ajusta perfectamente al prototipo de hombre de empresa del siglo XVI, siempre deseoso de emprender nuevos negocios y de abrir rutas ignotas, al tiempo que engrosaba su fortuna y su honra. Por tanto, está claro, como afirma Carmen Benito-Vessels, que lo animaba un idealismo aventurero que compartía con otros pioneros de su tiempo y que lo empujaba a seguir siempre adelante.
Como otros emprendedores y negociantes de su época, encontró no solo una muerte prematura sino también la ruina, que afectó a su familia, especialmente a su esposa y a sus hijos. Prácticamente invirtió todo su capital en una expedición que, como tantas otras, acabó en un absoluto fracaso. Álvaro Caballero declaró en 1560 que, antes de la jornada de La Florida, tenía al licenciado Lucas Vázquez de Ayllón como uno de los más ricos y prósperos hombres de la tierra. Se ha estimado lo invertido por el toledano en la jornada en unos 20.000 pesos de oro por lo que, tras el desastre, su familia quedó fuertemente empeñada.
Su viuda, poco más de un año después, concretamente el 9 de noviembre de 1527, declaró haber tenido noticia cierta del fallecimiento de su esposo, sabiendo asimismo que había dejado por herederos a sus hijos legítimos habidos con ella, todos ellos menores de doce años. Por eso, ese mismo día otorgó un poder a Pedro de Herrera, estante en Santo Domingo, para que cobrase todas las deudas que se le debiesen a su difunto esposo. Sabemos que la hacienda pública compró la artillería de sus barcos, que fue destinada tanto a la fortaleza de Santo Domingo como al apresto de una armada que se despachó contra los franceses, abonando a sus herederos 75.000 maravedís. Pero las deudas que dejó el difunto jurista superaron los 15.000 pesos de oro por lo que su viuda, Ana Becerra, se vio compelida a vender su morada de Santo Domingo e irse a vivir con sus hijos a la villa de Puerto Plata, donde seguía poseyendo medio ingenio. Y para colmo, Gaspar de Espinosa prosiguió el juicio de residencia, contra el licenciado Lebrón y los herederos de Marcelo de Villalobos y de Lucas Vázquez de Ayllón. Por fortuna, Ana Becerra, consiguió que el juicio continuase contra los oidores vivos pero que se perdonasen los cargos contra los que ya eran difuntos.
Como ya afirmamos, el oidor toledano dejó siete hijos legítimos, uno de su primera esposa, y cinco de la segunda, además de al menos un hijo ilegítimo. Como ya afirmamos, su primogénito, habido con su primera esposa, se llamó igual que él, es decir, Lucas Vázquez de Ayllón. Con su segunda mujer tuvo otros cinco hijos legítimos, tres varones y dos mujeres, a saber: Juan de Ayllón, Hernando Becerra, Pedro Álvarez de Ayllón, Constanza de Ribera e Inés de Villalobos.
El citado primogénito, habido con su primera esposa, se avecindó en Santo Domingo, desposándose con Isabel de Pasamonte, hija del tesorero Esteban de Pasamonte. Pese a que su mujer heredó cierta hacienda de su progenitor, debieron afrontar el pago de 7.200 pesos de oro en que fue alcanzado el citado tesorero. En septiembre de 1547 formalizó una probanza en Aranda de Duero en la que pedía encarecidamente una ampliación a seis años del plazo que tenía para devolver a la hacienda real los 4.800 que seguía debiendo por el desfalco de su suegro. Pese al aplazamiento, su situación económica no mejoró mucho pues, como sostuvo en su declaración Gonzalo Fernández de Oviedo, la isla estaba muy pobre debido a los huracanes, a las guerras y a la falta de contratación. Tanto fue así que se vio obligado a vender a Diego Caballero, vecino y regidor de Santo Domingo, la mitad del ingenio de Puerto Plata que había heredado de su progenitor.
Sin embargo, en 1562 decidió jugarse lo poco que tenía en una nueva aventura para descubrir y poblar La Florida, siguiendo los pasos de su difunto padre. Pero teniendo en cuenta que era hijo de su primera esposa y que debió haber nacido antes de 1504, tenía por aquel entonces cerca de los 60 años, una edad bastante avanzada para emprender una empresa de ese tipo. Aunque bien es cierto que su progenitor también emprendió dicha jornada con más de medio siglo de edad. El primogénito del licenciado Ayllón se comprometió a llevar desde La Española a 250 hombres, 100 de ellos casados, con sus respectivas mujeres. Pero ante la imposibilidad de reclutar a tantos matrimonios, consiguió que se le redujese a 60, pero ni aun así fue capaz de despachar la referida expedición. De hecho, murió en 1563, según el Inca Garcilaso, de tristeza y pesar ante su imposibilidad de llevar a efecto tan ambiciosa empresa, debido a su escaso poder económico y a los impedimentos de las autoridades.
En cuanto a Pedro Álvarez de Ayllón, se desposó curiosamente con otra de las hijas del tesorero de la isla, Esteban de Pasamonte, concretamente con Juana de Pasamonte, con quien procreó a tres vástagos. Desempeñó algunos años el cargo de alcalde ordinario y cuando los franceses atacaron Puerto Plata fue enviado como capitán para rechazarlos. Sin embargo, en 1560 manifestó encontrase en un estado de extrema necesidad, reclamando una pensión de la Caja Real mientras vacaba algún cargo público, entre los que sugería el de recaudador de la sisa.
Por su parte, Juan de Ayllón, otro de los hijos del licenciado toledano, vivió a caballo entre España y las Indias. Durante algún tiempo permaneció en Toledo; sin embargo, el 10 de marzo de 1524 Juan de Herver, mercader, vecino de Sevilla, en la collación de Santa María, cobró parte de una cuantía que le debía el citado Juan de Ayllón, del que se decía que era residente en las Indias.
De sus hijas legítimas tenemos noticias de Inés de Villalobos, que se desposó con el capitán Juan de Junco, residiendo toda su vida en la Ciudad Primada de Santo Domingo.
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APÉNDICE I
Licencia de embarque para Lucas Vázquez de Ayllón y su séquito, 27 de febrero de 1512.
Este día se registró el señor licenciado Lucas Vázquez de Ayllón y Hernán Ramírez de Vegas, su sobrino, hijo de Juan Ramírez de Vegas, jurado de la ciudad de Toledo, y de doña Teresa de la Sierra, su mujer; y Antonio de Salas, hijo de Fernando de Solorzano y de Catalina de Barahona, vecinos de Medina de Ruyseco (sic); y Juan de Almonacid, hijo de Alonso de Almonacid y de María de la Puerta, vecinos de Madrid; y Luis de Aguilera, hijo de García de Aguilera y de Teresa Osorio, su mujer, vecinos de Toledo; y Antón Axenxo, hijo de Antón Axenxo y de Catalina Díaz, vecinos de Melgar de Hernanmestar -sic-; y Pedro de Bolinar, hijo de Diego de Bolinar y de María de Cereceda, vecinos de Balmaseda; y Juan de la Puente, hijo de Amadís de la Puente y de María de Bolinar, vecinos de Balmaseda; y Pedro de Medin, hijo de Francisco Moreno, vecino de Medina del Campo; y Nuño de Ávila, los cuales pasan en la nao de Miguel de Haraso (sic).
(AGI, Contratación 5536, L. 1, fol. 126r.)
APÉNDICE II
Carta de Miguel de Pasamonte al emperador, Santo Domingo, 15 de enero de 1520.
Sacra cesárea y católica Real majestad: después que a Vuestra Alteza escribí, haciendo relación de las cosas de estas partes tocantes a su real servicio, lo que ha sucedido es que el adelantado Diego Velázquez me ha escrito que por el mes de agosto pasado aportó a la isla Fernandina una de las carabelas que fueron en el armada que envió a las tierras nuevas que había descubierto, de que envió por capitán a Hernando Cortés. Y que la dicha carabela tomó agua y mantenimientos en la punta de la dicha isla en una estancia de uno que venía en ella que se dice Montejo y metió dentro un hombre español que tenía a cargo la dicha estancia o hacienda y dice que le mostraron gran cantidad de oro. Y después que se echaron y volvieron a tierra dice que se hicieron a la vela y tomaron su derrota por parte del norte la vía de España o de Inglaterra. Y viendo esto el dicho adelantado, pareciéndole que era en mucho deservicio de Vuestra Majestad dice que acordó de enviar a Pánfilo de Narváez a las dichas tierras nuevas donde está Cortés con doce o quince navíos y más de quinientos hombres. Luego que aquí se supo esta nueva, por cartas del adelantado y de otras personas, nos juntamos en la consulta y después de haber platicado mucho sobre ello pareció que convenía mucho al servicio de Su Majestad, por que no se siguiesen algunos daños e inconvenientes entre la gente que está con Cortés y la que se aparejaba para ir con Narváez, que debíamos de enviar luego allá una persona cuerda y que llevase poderes de esta audiencia Real para excusar entre ellos no hubiese alguna rotura. Y para esto fue elegido el licenciado Ayllón que es persona de mucha habilidad y celoso del servicio de Vuestra Majestad, el cual fue despachado con mucha brevedad porque pudiese llegar a la isla Fernandina antes que Narváez partiese con la dicha armada para donde está Cortés.
Y si por caso, cuando llegare a la isla Fernandina, fuese partido, ha de pasar a las dichas tierras nuevas donde está Cortés porque entre él y Narváez no se haga algún desconcierto sino que se conformen en todo lo que conviene que se haga para que Vuestra Alteza sea servida y se pueblen aquellas partes y el nombre de nuestro Señor sea ensalzado porque si, entre ellos hubiese algún rompimiento, lo que a Dios no plega, todo lo que el adelantado ha descubierto y comenzado a poblar se perdería, de que nuestro Señor y Vuestra Majestad serían muy deservidos. Y porque esto ha puesto en mucha turbación tan buena obra como el adelantado tiene comenzada sería justo que si el dicho Cortés ha hecho lo que no debe le mande vuestra Majestad castigar porque sea ejemplo para otros porque, quedando los hierros sin punición, es dar ocasión para que los hombres se atrevan a hacerlos. Y en estas partes conviene que se haga mucho más que en otras por estar tan apartadas como están de los otros reinos y señoríos de vuestra Majestad.
Nuestro Señor la vida y muy alto y real Estado vuestra cesárea Majestad guarde y acreciente de otros muchos grandes reinos. De Santo Domingo de la isla Española, a 15 de enero de 1520. De vuestra sacra cesárea y católica Real Majestad. Humildísimo siervo que sus reales pies y manos besa. Miguel de Pasamonte.
(AGI, Patronato 174, R. 21).
APÉNDICE III
Expediente para el ingreso en la orden de Santiago de Lucas Vázquez de Ayllón, 1523, aceptado.
El licenciado Ayllón. En la villa de Valladolid, veinticinco días del mes de agosto de mil y quinientos y veintitrés años, ante el señor licenciado Alarcón, del Consejo de las órdenes, pareció el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón y presentó por testigo a Francisco Gaytán, vecino de Toledo, del cual fue recibido juramento en forma de derecho y, siendo preguntado por las preguntas del interrogatorio, dijo lo siguiente:
A la primera del dicho interrogatorio dijo que este dicho testigo que conoce al dicho licenciado Lucas Vázquez de Ayllón y que será de edad de cuarenta y cinco años poco más o menos. Y que conoció a Juan Vázquez de Ayllón, su padre, regidor de Toledo, y a Inés de Villalobos, su madre, y que no conoció a su padre de su padre del dicho licenciado, pero que oyó decir que se llamaba, Pero Álvarez de Toledo, y a su madre de su padre, María Álvarez Palomeque, y al padre de su madre no lo conoció y que oyó decir que se llamaba Miguel de Villalobos y que a su mujer del dicho Villalobos no la conoció ni sabe cómo se llamaba y que todos eran y son naturales de Toledo. Y que no es pariente del dicho licenciando, ni de los demás contenidos en la pregunta. A la segunda pregunta dijo que los que este testigo conoció y conoce que tiene aclarados fueros y son habidos y tenidos por hijosdalgo en la ciudad de Toledo, ellos y cada uno de ellos y que los que no conoció oyó decir que es público y notorio en la dicha ciudad de Toledo que eran hijosdalgo y por tales habidos y tenidos. A la tercera pregunta del dicho interrogatorio dijo que ha visto que el dicho licenciado ha tenido buenos caballos pero que no sabe si ahora los tiene. A la cuarta pregunta dijo este testigo que lo conocía mucho y que no sabe que haya sido retado y que esto sabe declaro y firmolo de su nombre. Firma: Francisco Gaytán.
Este dicho día, ante el dicho señor licenciado Alarcón, el dicho licenciado Lucas Vázquez presentó por testigo a Pedro de Salazar, vecino de Alcalá de Henares, del cual fue recibido juramento en forma de derecho y lo que dijo y depuso haciendo las preguntas del dicho interrogatorio es lo siguiente:
A la primera dijo este testigo que conoce al dicho licenciado Lucas Vázquez de Ayllón y que conoció a su padre del dicho licenciado que se llamaba Juan Vázquez de Ayllón y a su madre que se llamaba Inés de Villalobos. Y que no conoció al padre y a la madre del padre del dicho licenciado, ni al padre y a la madre de la madre del dicho licenciado. Y que ha oído decir que el dicho licenciado y su padre y madre eran hijosdalgo y de buena parte pero que este testigo por tales los tiene (tachado no lo sabe) y que este testigo no es pariente del dicho licenciado. A la segunda pregunta dijo este testigo que el dicho licenciado y su padre y madre fueron y son habidos y tenidos por hombres hijosdalgo y que oyó decir que, Pero Álvarez de Toledo, abuelo del dicho licenciado, fue alcalde en Toledo de ciertos mozárabes que no lo puede ser si no (fuese) hombre hijosdalgo. A la tercera pregunta dijo que la no sabe (sic). A la cuarta pregunta dijo que no sabe que el dicho licenciado haya sido retado y que esto sabe del caso y firmolo de su nombre. Firma: Pedro de Salazar.
En la villa de Valladolid, a veintiocho días del mes de julio, año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de mil y quinientos y veintitrés años, se tomó juramento del comendador Alonso Durán, para la información de las calidades del licenciado Ayllón que pide el hábito de Santiago lo cual se hizo por mandado del comendador mayor de Castilla. Juró Alonso Durán, caballero de la orden de Santiago del Espada, y dijo que es de edad de ochenta y un años poco más o menos y que es deudo del licenciado Ayllón en tercer grado.
Fuele preguntado si conoce al dicho licenciado Lucas Vázquez de Ayllón dijo que sí porque conoció a Juan Vázquez de Ayllón, su padre, regidor que fue de la ciudad de Toledo. Y conoció a su abuelo, padre de su padre, que se llamaba Perálvarez de Toledo, y conoció a su madre del dicho licenciado que se llamaba Inés de Villalobos, hija de Miguel de Villalobos que fue hijosdalgo limpio en la ciudad de Toledo y a su mujer, abuela del dicho licenciado, que se llamó Beatriz de la Serna, también hijadalgo, limpia. Y que, asimismo, el dicho Juan Vázquez de Ayllón y el dicho Perálvarez de Toledo, padre y abuelo del dicho licenciado, fueron y son sus hijos habidos y tenidos y reputados por hijosdalgo limpios, notorios y por tales son habidos y tenidos públicamente. Y que (a)demás de conocer a los susodichos y ser esto verdad sabe que el dicho Juan Vázquez de Ayllón, padre del dicho licenciado Ayllón, viene de la casta de los mozárabes de Toledo, de la misma cepa de don Esteban Yllán de donde proceden todos los buenos linajes de Toledo. Y que su abuelo del dicho licenciado, padre de su padre, fue alcalde mucho tiempo de los mozárabes, que ni puede tener este oficio si no hombre hijodalgo. Y que por todo esto tiene y es público que los ascendientes del dicho licenciado fueron personas hijosdalga, según costumbre de España, así de parte de su padre como de su madre. Fuele preguntado si sabe que el dicho Lucas Vázquez de Ayllón tiene caballo, dijo que no lo sabe pero que tiene en su casa escuderos y muchas bestias y que es persona rica que lo puede tener. Fuele preguntado si sabe que el dicho licenciado Ayllón haya sido retado dijo que no lo sabe que si lo hubiese sido o lo fuese que tiene persona y bienes de parte que saldría del dicho reto o desafío con honra. Y que (a)demás de lo susodicho, que el dicho licenciado tiene un hermano que se llama Perálvarez de Ayllón que es caballero de la dicha orden y recibió el hábito de ella, según Dios y orden y que ésta es la verdad para el juramento que hizo y firmolo de su nombre. Declarolo ante mi Juan de Samano. Firma: Alonso Durán.
(AHN, Órdenes Militares, Santiago, exp. 8565).
ESTEBAN MIRA CABALLOS Este artículo está publicado, con notas a pie de página, en la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia N. 202, enero-junio de 2022, pp. 259-302.
Juan José Fernández Delgado dice
Muy agradecido por la información