La lectura del libro «Los galeones de las especias. España y las Molucas» (Madrid, 2020) de Leopoldo Stampa me ha inspirado estas líneas. El Dr. Stampa es un jurista y diplomático vallisoletano, que estuvo destinado como embajador en Indonesia de ahí su interés por la temática. Se nota en sus páginas que no tiene una formación de historiador, pero lo suple con creces por su experiencia, su conocimiento de la zona y su erudición.
El libro es una obra densa, pese a las pocas notas a pie de página que tiene, en la que se analiza íntegramente toda la aventura descubridora y comercial con las islas de la especiería, es decir, con las Molucas, en la actual Indonesia durante los siglos XVI y XVII. Trata sobre el comercio, pero también sobre los cientos de personas que se dejaron sus vidas en un viaje a las antípodas, sirviendo a la Corona. También se analizan los barcos -los galeones y las naos- así como las infraestructuras para llevar a cabo esas arriesgadísimas misiones abriendo nuevas rutas y ampliando horizontes.
Cristóbal Colón no esperaba llegar a un Nuevo Mundo sino, como dice el autor, a otro mucho más viejo, Asia, para establecer un fructífero y prometedor comercio con las especias. Para entender este interés hay que decir que las especias, especialmente el clavo, alcanzaban en occidente unos precios astronómicos, más incluso que el oro. Se usaba para sazonar comidas o bebidas -como el vino o el te-, pero también como conservante, e incluso, eran muy preciados por la farmacopea y la cosmética.
El descubrimiento del océano Pacífico americano por Vasco Núñez en 1513 fue un hito que se vería culminado con la primera vuelta al mundo, completada por Juan Sebastián Elcano en 1522. Se había circunnavegado la tierra, pero expediciones posteriores demostraron que aquella tierra estaba demasiado lejos de Europa para los medios de la época por lo que todas acabaron de manera dramática. La ruta con Asia parecía imposible y ruinosa hasta el hallazgo de Andrés de Urdaneta quien, en 1565, encontró el tornaviaje, es decir, la ruta de vuelta a América desde Asia. Era el único camino verdaderamente factible para España. Que desde Filipinas se comerciase con las Molucas -islas de Tidore y Ternate- y desde allí, se retornase a Nueva España para embarcar las preciadas mercancías asiáticas en la Flota de Nueva España, rumbo a Europa.
La ruta fue recorrida de manera ininterrumpida entre 1565 y 1815 en que el último de los galeones, curiosamente denominado Magallanes, la recorrió por última vez. Aunque se llamaba el Galeón de Manila o Nao de la China en realidad lo solían integrar al menos dos galeones, tanto en el viaje de ida como en el de retorno. Normalmente el viaje de ida aprovechaba los monzones de invierno, llegando en julio y zarpando de vuelta ese mismo mes, valiéndose del monzón de verano. El viaje Acapulco-Manila y viceversa era extremadamente duro, aunque factible, situándose al límite de la resistencia humana y tecnológica. La distancia era mucho mayor que la que existía entre Sevilla y El Caribe, superior a las 8.200 millas náuticas. En cubrir la ruta hasta Manila se tardaban entre 100 y 140 días, pero el retorno, a pesar del descubrimiento del tornaviaje, duraba entre cuatro y seis meses. Incluso cuando las cosas iban todo lo bien que cabría esperar las tripulaciones regresaban a Nueva España diezmadas y los supervivientes en su mayoría famélicos y enfermos. Como dice el autor, se enfrentaban a verdaderos desiertos de agua salada, donde pasaban carestías alimenticias, enfermedades como el escorbuto, tempestades y en ocasiones ataques corsarios. Sobrevivir a una sola de esas travesías era ya una machada y muchos de ellos la recorrieron en varias ocasiones.
De todo ello surgió el casi legendario Galeón de Manila que se despachó de forma casi ininterrumpida durante varios siglos, recorriendo la ruta Acapulco-Manila-Acapulco y restableciendo por mar la antigua ruta de la seda. Se llamaba así porque usualmente el navío encargado de cubrir la ruta era un galeón de más de quinientas toneladas, aunque en algunas ocasiones fueron dos. Aunque se tratase de un solo buque, esta ruta generó un intenso comercio entre México y Filipinas, donde se intercambiaba plata mexicana, cochinilla, cacao, vino y aceite por artículos orientales procedentes de China, Japón, Indochina y Persia. Artículos suntuarios como prendas de seda y algodón, té, especias -pimienta, nuez moscada, canela, azafrán, etc.-, marfiles, lacas, muebles, peines lacados, maderas nobles, tapices persas y porcelanas. Muchos de estos productos orientales se pusieron de moda entre las élites del todo el imperio hispánico, siendo enseres habituales lo mismo en las casas de las familias acomodadas españolas que en las novohispanas. Bien es cierto que a largo plazo este flujo no solo fue económico sino también cultural, religioso y militar.
En un primer momento el comercio fue libre, sin embargo, desde 1593 se reguló dicho intercambio, que se haría exclusivamente en el famoso Galeón de Manila. Todo ello por el deseo de la Corona de controlar el tráfico, limitar el fraude, evitar la salida hacia el continente asiático de la plata mexicana y aumentar la recaudación para las maltrechas arcas de la Corona. Sin embargo, en la práctica, fue imposible poner coto a este riquísimo comercio de Asia con Nueva España y con Europa por lo que el volumen del tráfico fue muy superior al que reflejan las cifras oficiales.
Como afirma el autor, la presencia española en las islas de la Especiería fue dura y breve, pero dejaron importantes vestigios, lo mismo restos de fortalezas que un idioma criollo y una honda herencia religiosa. Este libro trata de poner en valor esta hazaña que no forma parte solo del pasado sino también del presente.
Reseña del libro: Stampa Piñeiro, Leopoldo: Los galeones de las especias. España y las Molucas. Madrid, Edaf, 2020, 430 págs.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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