
Corren tiempos difíciles, para España, para Europa y para el mundo. Tras la II Guerra Mundial, con el fin de una parte de los totalitarismos, algunos creyeron que nos encaminábamos irremediablemente a un mundo más justo, más equitativo y más humano. Pero desgraciadamente nos equivocamos porque la tozudez del ser humano no tiene límites y es capaz de estrellarse reiteradamente en la misma piedra. Del horror de los totalitarismos pasamos al horror del capitalismo que está sembrando el mundo de desolación, hambre y desigualdades sociales, al tiempo que está socavando irremediable el ecosistema. En medio de este panorama, la situación de España, es complicada porque a la crisis del capitalismo de 2008 suma ahora la del covid-19 que va a dejar las finanzas públicas al borde del colapso. Deuda pública, paro, especialmente juvenil son algunas de las peligrosas sombras que planean sobre el presente y sobre el futuro de España.
Pero por si la situación no fuese ya complicada, la comunidad autónoma de Cataluña amenaza con proseguir con su idea de autodeterminación, aprovechando la actual debilidad de España. Parece increíble que el pueblo de Cataluña, que está sufriendo con rigor la crisis y el paro, al igual que otros territorios españoles, se movilice en un porcentaje altísimo en defensa del independentismo. Nada de ataques a la banca, ni a la élite económica, ni tan siquiera a la oligarquía política. Nada de movimiento obrero, proletario o de clases medias frente al poder, frente a la élite dirigente. Nada de eso, como si en Cataluña existiese la igualdad social. Todo se focaliza en la independencia, que se ha convertido en algo así como el edén soñado por decenas de miles de personas. La reivindicación puede ser –y lo es- legítima, pero desde luego no prioritaria, ni por supuesto oportuna.
Y cuando pienso en la situación actual de Cataluña me planteo una pregunta de difícil respuesta: ¿cómo se ha deteriorado tanto la imagen de Cataluña? Recuerdo de pequeño, en los años setenta del siglo pasado, que Cataluña era admirada por toda mi generación: tierra de gente no solo laboriosa y emprendedora sino también solidaria. Casi a diario veías a vecinos, parientes y amigos que decidían hacer maletas, dejar el pueblo para viajar a Cataluña. Esta región representaba para niños como yo, la ilusión de una tierra abierta, de libertad, donde cualquier persona, de cualquier raza y condición, podía prosperar con esfuerzo y tesón. Cataluña era sinónimo de éxito y de eficacia; todo lo fabricado en Cataluña era bueno por definición. Los catalanes eran personas inteligentes, educadas, trabajadoras y solidarias, el espejo en el que nos mirábamos todos los españoles. Un territorio que, con los precarios medios de comunicación de la época, desde un pueblo andaluz lo veíamos como una frontera lejana y a la vez cercana. De vez en cuando la locura se desataba entre mis hermanos cuando recibíamos en casa un paquete de los parientes catalanes, con camisetas, chocolates y abalorios que no estaban a nuestro alcance en nuestro pueblo.
Resulta que desde la Edad Media los catalanes rompieron fronteras para navegar por todo el Mediterráneo, incluso por el norte de África. La esencia del catalán siempre fue durante siglos su capacidad para salir de su tierra y comerciar por el mundo.
Y ahora, no me explico, cómo ni porqué, algunos catalanes se empeñan en levantar nuevas barreras donde no las ha habido nunca, dando una imagen cavernícola que presentan como muy catalana pero que en realidad les es totalmente ajena. ¿Quién o quiénes se han encargado de arruinar la merecida fama de Cataluña? Supongo que no habrá un único responsable, pero hace décadas que se está fraguando todo, lo mismo por los políticos catalanes que por las miras cortoplacistas de los gobiernos y de los partidos españoles que pactaban con ellos sin el menor remordimiento. Los políticos deberían dedicarse a gobernar en pro del pueblo y no a costa de él.

En las últimas elecciones, el partido más votado ha sido el PSC que es constitucionalista, como en los anteriores comicios ganó Ciudadanos. Sin embargo, para ellos esto no significa nada porque han aumentado los votos del independentismo, sumando seis escaños más. Por ello, amenazan con seguir adelante con el desafío. Alegan el derecho a decidir de la ciudadanía que ellos lo quieren aplicar aquí y ahora, siguiendo sus reglas. Bueno, y por esa misma regla de tres del derecho a decidir cualquier cosa ¿y por qué no darles el derecho a los ciudadanos de Barcelona a permanecer dentro de España? ¿Y por qué no pueden decidir los manresanos o los badaloneses ser sendas ciudades estado, como Cartagena durante el cantonalismo de la I República? Desgraciadamente creo que estamos a punto de abrir la caja de pandora. ¡Quien siembra vientos recogerá tempestades! Si la situación no da un vuelco radical, llegarán las tempestades, y de una magnitud todavía impredecible.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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