
1.-INTRODUCCIÓN
Estudiamos en esta ponencia una compañía formalizada en Sevilla, el 18 de febrero de 1534, en la que se asociaron tres comerciantes sevillanos y un sanitario para establecer en la gobernación de Nueva Castilla, una botica y una casa de cirugía. Justo un mes después, embarcaban las mercancías en el galeón Sancti Spíritus de que era maestre el conocido marino sevillano Cosme Rodríguez Farfán.
El establecimiento de boticas en el Nuevo Mundo fue una constante desde finales del siglo XV. Ya en una armada de cuatro carabelas, capitaneada por Juan de Aguado en 1495, se embarcaron suficientes medicinas como para montar una farmacia y es posible que también llegaran sustancias medicamentosas en el Tercer Viaje de Colón y en la escuadra de Francisco de Bobadilla, aunque no disponemos de datos. En la flota colonizadora de Nicolás de Ovando de 1502, está documentado el embarque de todo lo necesario para montar una enfermería conventual, tanto instrumental médico como plantas medicinales. Entre los enseres figuraban jeringas de cobre, cazos, instrumentos para extraer muelas y lancetas para operar, mientras que entre las plantas portaban ruibarbo, agárico, azafrán, gerapliga o cañafístula, sustancias tradicionalmente usadas en la farmacopea desde la antigüedad. De hecho, la mayoría aparecían citadas en el Corpus Hipocrático del siglo V a. de C. o en las enseñanzas de Plinio el Viejo, Galeno de Pérgamo y Dioscórides. Con posterioridad, llegaron numerosos herbolarios y plantas en otras expediciones, como la de Diego Colón. En 1537, el boticario Diego Vidal tenía una botica abierta en la ciudad de Santo Domingo, siento surtido de las sustancias medicamentosas desde Sevilla.
En Nueva España también había compañías formadas por facultativos que recibían medicamentos desde la ciudad del Guadalquivir y los distribuían entre los diversos establecimientos del virreinato. También comenzaron a llegar boticarios a Tierra Firme y al Perú desde la consolidación de la primera conquista, como Pedro de la Fuente, el cirujano objeto de este trabajo, y Hernando Enríquez, que marchó a Panamá en 1535 y terminó afincándose en la ciudad de Cuzco, falleciendo en torno a 1543. En la ciudad de Nombre de Dios debía haber un hospital de pobres, al menos desde la década de los treinta del siglo XVI.
Sin embargo, de lo que no había precedente alguno era del establecimiento de un sanatorio privado, es decir, de una casa de cirugía. No olvidemos que la mayoría de los hospitales que existían en la España de la época y en sus colonias eran caritativos, financiados por alguna obra pía, por la iglesia o por los concejos. Es más, como recuerdo de la Edad Media, todavía en los siglos XVI y XVII casi todos contemplaban la enfermedad desde un punto de vista religioso, bien como un castigo divino por un comportamiento poco piadoso o bien como una prueba para purgar a los elegidos. Por ello, no es de extrañar que incluso en la España renacentista la mayoría fuesen meros hospicios, es decir, asilos donde se recluía a los enfermos sin recursos para evitar que falleciesen en la calle. Los más pudientes, obviamente, no acudían a estos morideros, sino que recibían asistencia sanitaria en su propia morada. Así por ejemplo, en Sevilla, a mediados del siglo XVI, había una lista de 78 hospitales, la mayoría de ellos concebidos como meros albergues de transeúntes y los que realmente curaban lo hacían, salvo excepciones muy contadas, con muy pocos medios. Es más, muchos concejos se veían obligados a asalariar a un médico, cirujano o sangrador para que atendiese las necesidades esenciales de la población, ante la imposibilidad de que estos se mantuviesen de lo que los pacientes les ofrecían. El caso que ahora estudiamos me parece singular por varias razones, a saber:
Primero, por su temprana fecha, exactamente el 18 de febrero de 1534, muy poco después de la llegada a Sevilla del trujillano Hernando Pizarro, cargado con una cantidad tal de metal precioso que necesito catorce carretas tiradas por bueyes para desembarcarlo. Obviamente, no fue el único que regresó rico, pues con él y en los meses inmediatamente posteriores arribaron un buen número de beneficiarios del botín de Cajamarca y de las fundiciones de Jauja y Cuzco. La fama de la riqueza del incario corrió como la pólvora a lo largo y ancho de la metrópoli, impulsando el comercio con Nueva Castilla. Pocos meses después, en abril de 1534, se publicó en Sevilla la Crónica de la conquista del Perú, firmada por Cristóbal de Mena que debió consolidar ese flujo comercial con destino a Sudamérica. Obviamente, una década después, esta gobernación era la más próspera de toda la América Hispana, dirigiéndose allí una buena parte del comercio peninsular. Los empresarios sevillanos apostaron por la posibilidad de hacer lucrativos negocios, prestando servicios a los nuevos ricos de Cajamarca.
Segundo, por tratarse de la primera clínica privada documentada del Perú y quizás de todo el continente americano. Como ya hemos dicho, sabíamos de la existencia de médicos, cirujanos, barberos y boticarios en Santo Domingo desde la segunda expedición colombina, pero se trataba de profesionales que trabajaban a nivel particular y que no contaban con el apoyo de socios capitalistas como para crear una infraestructura hospitalaria. Los hospitales que existían desde la primera década del siglo XVI, como el de San Nicolás de Bari, fundado por Nicolás de Ovando, eran como casi todos los de su época, recintos caritativos más que verdaderos centros de salud. Por tanto, queda claro que la gran diferencia entre Pedro de la Fuente y otros médicos que se habían paseado por el continente americano, es que aquél no lo hacía a título individual sino formando parte de una compañía sanitaria. La inversión en mercancías se cifró en 437.000 maravedís, una cantidad suficiente para dotar a la botica y a la clínica quirúrgica de unos medios y de unas infraestructuras que ningún otro hospital americano poseía en aquel tiempo. Una iniciativa que surgió seguramente a la sombra del metal precioso arrebatado a los Incas.
Y tercero, porque la documentación nos ofrece una relación detallada de todo lo que embarcaron, incluyendo plantas e instrumental quirúrgico para dotar tanto a la botica como a la clínica. Se enumera absolutamente todo: los esclavos, las acémilas, la ropa, los alimentos, los recipientes para los alimentos y las medicinas, así como el material de despacho para el facultativo –papel, tinta, libros, etc.-. Y todo ello con anterioridad a la gran revolución que la herborística americana provocó en Europa, sobre todo tras la publicación en 1552 del libro del médico de origen indígena Martín de la Cruz, sobre las hierbas medicinales de los amerindios.
2.-LA COMPAÑÍA
El consorcio estuvo participado por cuatro socios, a saber: dos accionistas capitalistas, un mercader y un sanitario. Tres de los socios eran sevillanos, a saber: Pedro de San Martín, mercader, Francisco de Burgos, corredor de lonja, y Alonso Fernández, batihoja, los tres curiosamente avecindados en el barrio de Santa María. Alonso Fernández y Francisco de Burgos invirtieron 500 ducados cada uno, mientras que Pedro de San Martín sólo 50.000 maravedís, pero, a cambio, debía acompañar al Perú a Pedro de la Fuente. Este último no puso más que su persona y oficio de cirujano y boticario. La inversión era considerable, cinco veces más de lo que podía costar una botica, pero, obviamente, no sólo había que pagar el instrumental y los componentes químicos sino también su flete en los navíos y la posterior adquisición o construcción del edificio. El reparto de dividendos estaba muy bien especificado: una vez abonados todos los gastos e impuestos, el facultativo se llevaría un tercio de los beneficios de la botica y la mitad de lo que ganase practicando la cirugía. Los tres socios restantes se repartirían el resto de las ganancias en función a la inversión de cada uno. Por supuesto, se comprometían a no gastar nada en el Perú y a mandar los beneficios íntegros a Sevilla para proceder a su reparto. Todo ello con una duración de tres años, prorrogables, una vez que se rindieran las cuentas del primer trienio.
El dos de marzo de ese año de 1534, Pedro de San Martín y Pedro de la Fuente, obtuvieron la pertinente licencia de embarque, expedida por la Casa de la Contratación y que decía así:
«Dase licencia a Pedro de San Martín y a Pedro de Fuente, boticario, para que pueda(n) pasar a Perú, por cuanto llevan mucha cantidad de mercadería, de quinientos mil maravedís».
Como era normal, el cargamento viajaba asegurado por un valor de 700 ducados, es decir, poco más de la mitad del valor de lo embarcado, pagando por el mismo 13.125 maravedís, es decir, justo el 5% de lo asegurado. Además, abonaron 2.100 maravedís en concepto de avería, a razón de 300 maravedís por cada una de las siete toneladas que llevaban. Como es bien sabido, la avería era un impuesto que pretendía reducir el riesgo del transporte marítimo contra peligros no cubiertos por los seguros marítimos ordinarios. No debemos olvidar que la posibilidad de un ataque corsario no se contemplaba en los seguros ordinarios dado el alto riesgo que representaba, de ahí que la avería surgiese como un medio para paliar en alguna medida los efectos de estos eventuales asaltos.
Desconocemos totalmente la puesta en marcha del centro médico, así como los beneficios obtenidos. Ni siquiera sabemos en qué ciudad exactamente pretendían ubicarlo, pues la Ciudad de los Reyes no se fundó hasta el 18 de enero de 1535, casi un año después de la formalización de la sociedad. Sin embargo, al menos desde 1537, cuando todavía estaba en vigor la empresa, aparece el boticario Pedro de la Fuente avecindado en Lima. En cualquier caso, fuese en una ciudad o en otra el negocio prometía, pues en Nueva Castilla vivían varios centenares de nuevos ricos que podían pagarse esta sanidad privada.
3.-EL BOTICARIO Y CIRUJANO PEDRO DE LA FUENTE
Del protagonista de este trabajo apenas disponemos de más información que la que aparece en el propio documento de formalización de la sociedad. Era natural y vecino de la pequeña pero señorial villa de Cogolludo, en la actual provincia de Guadalajara. Huelga decir que no existe hasta la fecha ni un solo indicio que lo vincule con una ascendencia judeoconversa, pese a que las profesiones de boticario y cirujano estaban muy vinculadas a esa minoría étnica.

Desconocemos dónde estudio o se formó y cuándo obtuvo su licencia para ejercer la cirugía. En 1517 vivía en Medina del Campo un cirujano llamado Juan de la Fuente, pero de momento no podemos establecer ninguna vinculación entre éste y el sanitario emigrado al Perú. En Castilla había algunas universidades de prestigio, como las de Salamanca y Valladolid, que formaban a sus facultativos adecuadamente, mucho más allá de la mera instrucción en los conocimientos galénicos e hipocráticos. En la documentación que hemos manejado no se menciona su titulación académica, sin embargo, en 1550 se le cita en Lima como licenciado. Es llamativo que fuese un sanitario titulado, pues a las Indias llegaron sobre todo cirujanos romancistas, es decir, aquellos que habían aprendido la profesión con la práctica, superando después el preceptivo examen para poder ejercer. Y ello, considerando que los latinistas se cotizaban más y raramente cruzaron el charco para ejercer una profesión que podían ejercer más cómodamente en Castilla. No obstante, no tiene nada de particular que conociese o que al menos hubiese oído hablar del famoso médico, Andrés Fernández de Laguna, natural de Segovia pero fallecido en 1560 en Guadalajara. Éste último fue médico de Felipe II y publicó en 1555 la edición castellana del Dioscórides. En cambio, no conoció ni al famoso cirujano sevillano Bartolomé Hidalgo de Agüero, pues había nacido en 1530, ni a Nicolás Monardes que en 1533 se graduó en Alcalá de Henares y en 1547 se doctoró en Sevilla.
Probablemente, el de Cogolludo se encontraba en Sevilla al menos desde 1533, entrando en contacto con posibles empresarios, cargadores y socios capitalistas para poner en práctica su proyecto. Quedarse en Sevilla era impensable, pues había pocos hospitales que se dedicasen realmente a la sanación y las plazas estaban ocupadas por prestigiosos facultativos locales. Es posible que tuviese en mente embarcar rumbo a las Indias, pero sin haber tomado una decisión en cuanto al destino exacto. En cualquier caso la llegada de Hernando Pizarro a principios de 1534, cargado con el mayor botín jamás visto, le pudo decantar por esta opción. De hecho, parece ser que a principios de 1534 estuvo a punto de viajar a Santo Domingo, aunque finalmente desistió. Tampoco parece que dispusiese de contactos en Tierra Firme y el Perú, pese a que en ambos territorios residían personas de su mismo apellido.
De su estancia en la recién creada gobernación de Nueva Castilla, disponemos de muy poca información. El 26 de enero de 1537, cuando aún debía estar en vigor la compañía, compareció como testigo en un juicio celebrado en la ciudad de Lima. Tres años después, concretamente el 22 de enero de 1540, se le concedió un repartimiento compartido con Juan Crespo en la provincia de Condesuyo. Concretamente dispuso de los indios de Chuquibamba, reducidos en el pueblo de Ocaña que, todavía en 1573, sumaban un total de 585 tributarios que rentaban al año 2.160 pesos de oro.
Todo parece indicar que Pedro de la Fuente mantuvo su botica durante varios lustros pero no parece que continuase con la clínica de cirugía. De hecho, el 4 septiembre de 1550 cuando el arcediano de la catedral de Lima se encontraba enfermo, su esclava Margarita de Almagro, acudió presurosa a la botica del licenciado Pedro de la Fuente a recoger las medicinas que le había prescrito el doctor Juan de la Cueva. Al menos en este caso, el de Cogolludo actuó de boticario pero no de médico. Desgraciadamente, en 1550 perdemos su rastro sin que sepamos más de sus actividades comerciales o si sus descendientes continuaron con el negocio.
4.-INSTRUMENTAL MÉDICO
El inventario detallado de las siete toneladas de mercancías embarcadas por la compañía tiene un gran interés para nosotros. Incluye ropa, vajilla, jabón, alimentos, cuatro esclavos, acémilas, hierbas para fabricar medicamentos e instrumental para la botica y para la casa de cirugía.
Los alimentos que llevaban eran muy variados: aceite, vino, vinagre, cereales, legumbres –garbanzos y lentejas-, membrillo, aceitunas, miel, pasas, embutidos, pescado –seguramente sardinas arencadas-, etc. Unos destinados a la alimentación de los trabajadores y de los pacientes de la casa, mientras que otros -como la miel, el aceite, el vino, el azúcar, el tocino, etc.- iban reservados para elaborar diversos remedios terapéuticos, como ungüentos y jarabes. En concreto, el azúcar se usaba en jarabes y pastillas para suavizar el mal sabor de algunas sustancias.
De especial interés nos resulta el instrumental médico, así como las hierbas para fabricar medicamentos. Empezaremos por el instrumental que nos permite hacernos una idea de la actividad profesional que Pedro de la Fuente pensaba desarrollar en la botica y el hospital. Se observan numerosos enseres propios de las boticas, como botes, cañones y vasijas donde se guardaban los ungüentos y los polvos medicinales. Asimismo, encontramos útiles habituales en las boticas, como almireces, prensa, cazos, embudos, tamices y pesos, donde calibrar las mezclas. En definitiva, todo el material sanitario que una botica de la época requería para estar plenamente operativa.
El instrumental para practicar intervenciones quirúrgicas también está bien representado, a saber: navajas, puñales, lancetas, atenta, pinzas, gatillo, jeringas y punzones. Se trata del material común usado por los cirujanos de la época, con el que realizarían varios tipos de intervenciones quirúrgicas como sangrías, una terapia muy usada hasta tiempos sorprendentemente recientes. También practicaban pequeñas intervenciones quirúrgicas, así como extracciones de piezas dentarias, como lo demuestra la presencia de un gatillo, es decir, de unas tenazas de hierro que usualmente se usaban para tal fin. Por tanto, parece claro que la clínica estaba especializada en cirugía y estomatología, a juzgar por el instrumental que embarcaron. También se observa una gran cantidad de material de oficina, de gran utilidad para la actividad administrativa de la farmacia y de la clínica. De hecho, llevaban varias escribanías, así como tinta, papel y libros en blanco donde reflejar la contabilidad y los registros de medicinas. Entre los impresos, destacan dos libros de medicina, cuya autoría no se especifica, así como las Ordenanzas Reales. También, llevaban consigo un documento de gran importancia: un traslado de la propia escritura de la compañía, formalizada en Sevilla el 18 de febrero de 1534.
5.-FARMACOPEA
De todo el inventario de bienes que la compañía envío a Nueva Castilla en 1534, destaca el extenso listado de plantas y sustancias destinadas a confeccionar las medicinas de la botica. Todas ellas eran las que comúnmente se utilizaban en la farmacopea desde la antigüedad. Muchas aparecían en el Corpus Hipocrático, del siglo V a. C., como la adormidera, mientras que otras estaban presentes en las enseñanzas de Plinio el Viejo, Galeno de Pérgamo y Dioscórides. De hecho, la mayoría de las sustancias vegetales, animales y minerales aparecen recogidas entre las más de 700 que describió el médico griego Pedacio Dioscórides Anazarbeo, del siglo I d. C., cuya obra fue publicada por primera vez en castellano en 1555. Además, son las mismas que se habían usado tradicionalmente en el Nuevo Mundo desde la llegada de las primeras boticas. No hay que sorprenderse de ello pues en el siglo XVI se seguía usando la farmacopea tradicional que no era otra que la grecolatina.

Como ya hemos dicho, es muy probable que se trate de la primera botica del Perú, e incluso de Sudamérica, pero no del Nuevo Mundo, pues desde 1495 se habían enviado numerosas remesas de plantas y medicinas. Incluso a nivel particular se habían establecido boticarios que habían llevado consigo sus propias plantas, bien a nivel particular o formando compañía con otros socios capitalistas. Así, en 1506, el boticario sevillano Juan Bernal formalizó dos compañías, una con Gonzalo Fernández, a quien entregó 25.000 maravedís en “mercaderías, drogas y medicinas para que estableciera una tienda de botiquería” (sic) en Santo Domingo y repartiesen beneficios a partes iguales. Y otra con Juan de Jerez por la que le entregó 1.000 reales en medicinas, conservas y otras mercancías, con la obligación de establecer también una tienda en Santo Domingo, llevándose el empresario sevillano dos terceras partes de los beneficios. Probablemente se trate de las dos primeras boticas del Nuevo Mundo.
Nuevamente, en la flota del Almirante Diego Colón de 1509 se embarcó un enorme listado de plantas y sobre todo de preparados medicinales entre los que figuraban jaropes, ungüentos, emplastos, píldoras, polvos, etc.. Asimismo, en la armada de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro de 1513-1514, se cargó un conjunto de productos de farmacopea más o menos similar a ésta de Pedro de la Fuente, estando considerada como la primera botica de Tierra Firme.
Se embarcaron en torno a 150 sustancias medicamentosas diferentes, con las que pensaban fabricar la mayor parte de las medicinas conocidas en aquel tiempo. Bien es cierto que no nos permiten saber cómo las usaban, las mezclas que hacían o su administración en forma de pastillas, ungüentos, aceites, lociones, pomadas o jarabes. Muy probablemente muchas de ellas las usarían directamente y otras las mezclarían para obtener compuestos de mayor acción farmacológica. En cualquier caso, es obvio que se trata de un conjunto bastante homogéneo de plantas, raíces, hojas, semillas, especias, etc., con las que se podían fabricar la mayor parte de los medicamentos que circulaban en la Europa de la época.
De ellas, la mayoría eran de origen vegetal –el 87,94%-, seguidas de las de origen animal -6,38%- y de las de origen mineral -5,67%-. También llevaban preparados ya confeccionados, por valor de 5.800 maravedís. Lástima que no se especifiquen sus compuestos activos y sus propiedades curativas. Asimismo, como ya hemos afirmado, se embarcaron muchísimos alimentos pues, como es bien sabido, igual en aquella época que en la actualidad, la dieta y la alimentación eran dos remedios complementarios y necesarios para la sanación.
Los precios de los alimentos y de los productos médicos se habían encarecido por lo general en el mercado sevillano, aunque había excepciones en los que se había mantenido o incluso descendido. La mayoría de los productos de los que tenemos noticias se habían encarecido dos décadas después. Algunas sustancias, como la cera blanca o la almaciga se habían encarecido mucho mientras que la linaza, el jengibre o el lináloe habían disminuido su precio. Ahora bien, en general sí podemos hablar de un incremento del precio global que en estas dos décadas se cifró en el 18,23 por ciento. Y todo ello, acorde con la revolución de los precios experimentada en España a lo largo de la Edad Moderna y, muy en particular, en el siglo XVI.
6.-CONCLUSIONES
El centro médico establecido posiblemente en Lima a partir de 1535 por Pedro de la Fuente y sus socios pasa por ser el primer establecimiento de este tipo en Perú y probablemente en toda Sudamérica. El análisis de las mercancías embarcadas nos permite hacernos una idea aproximada de los medicamentos que se dispensaron en la botica y de las operaciones que se realizaron en el centro de cirugía. Una verdadera clínica privada en Lima, posible merced a los nuevos ricos que habitaban esta ciudad desde el saqueo de los tesoros de los incas, en Cajamarca, Pachacámac y Cuzco.
¿Por qué se planteó el establecimiento de una clínica privada en Perú? Pues obviamente porque a los socios capitalistas les pareció que se daban las condiciones económicas necesarias para hacer viable el proyecto. En Lima vivía lo más granado de la élite conquistadora, muchos de ellos con estimables fortunas personales y que, por tanto, podían pagarse su propia sanidad. Una posibilidad de negocio que estos empresarios sevillanos no quisieron dejar escapar. En principio, la empresa parecía viable, aunque por desgracia no dispongamos de ningún tipo de información que nos permita conocer su balance contable.
Este artículo pretende ser un aporte al conocimiento de la primera sanidad en el Perú. Sin embargo es sólo un punto de partida, pues existen infinidad de detalles que actualmente desconocemos. Seguimos sabiendo muy poco de Pedro de la Fuente, pero lo peor es que no sabemos nada del funcionamiento de esta empresa desde su establecimiento en 1535. Desconocemos la viabilidad del proyecto empresarial, los beneficios –si los hubo-, y la posible renovación de la compañía en trienios posteriores al contratado en la carta fundacional. Esperamos que futuras investigaciones puedan arrojar alguna luz sobre esta singular empresa sanitaria, tan interesante para el conocimiento de la sanidad en el Nuevo Mundo en general y en el Perú en particular.
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ESTEBAN MIRA CABALLOS
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