
Después de la aparición de las clásicas obras de René Quatrefages y Geofrey Parcker, la bibliografía sobre los tercios españoles se incrementó de manera considerable. Sin embargo, de entre toda la historiografía posterior, la obra más completa y actual sobre la temática es sin duda la de Julio Albi de la Cuesta, De Pavía a Rocroi. Los Tercios españoles (2017). Huelga decir que ha sido un acierto su reedición por Desperta Ferro Ediciones.
A mi juicio se trata de un nuevo ejemplo de cómo se puede luchar contra la Leyenda Negra no con Leyenda Rosa, como muchos pretenden, sino simplemente con Historia. Como escribe en el prólogo el Prof. Enrique Martínez Ruiz, no hace falta incurrir en el relato apologético cuando hablamos de los tercios, pues sus actuaciones hablan por sí solas. Efectivamente cualquier exaltación extemporánea sobra por innecesaria, teniendo en cuenta que derrotaron a todos los ejércitos europeos a lo largo de los siglos XVI y XVII. No solo vencieron a la pesada caballería francesa sino también a los casi legendarios piqueros suizos que hasta ese momento tenían fama de invencibles. Estos últimos pueden considerarse el antecedente de los tercios españoles, pues se organizaban en pequeñas unidades de unos 200 hombres, que luchaban muy compactos, siendo su principal arma la pica. Bien es cierto que probablemente los tercios no tomaron como modelo a la infantería suiza, sino que surgieron a partir de la guerra de reconquista en la frontera con el islam, donde se necesitaban unidades reducidas y con gran agilidad de movimiento. Ya en esa larga lucha de reconquista el número de hombres de a pie era mucho mayor que el de jinetes.
Los tercios se configuraron como pequeñas y ágiles unidades de infantería, de no más de 500 efectivos, dotados con picas y arcabuces. Estas armas, especialmente las de fuego, terminaron acabando con el predominio de la caballería, pese al uso de las armaduras. Dado el tiempo que se tardaba en cargar el arcabuz, y para evitar la indefensión, se organizaban varias hileras de arcabuceros, de forma que siempre había una fila disparando. Bien es cierto que llegado el caso, si se acababa la pólvora, empuñaban la espada y luchaban cuerpo a cuerpo, mientras se espetaban unos a otros que la espada era la pólvora de los españoles.
Ya tuvieron grandes éxitos en tiempos del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, en batallas como las de Garellano y Ceriñola, en 1503, en la llamada segunda guerra de Nápoles. El Gran Capitán organizó a sus hombres en escuadrones de doce compañías compuestas cada una de ellas por 500 hombres, sentando las bases de lo que después serán los tercios. Sus éxitos fueron rotundos, pues la infantería española derrotó con pocas bajas en sus filas a ejércitos enemigos muy superiores en número.
Y posteriormente en las célebres contiendas de Bicoca (1522) y Pavía (1525) las infantería española volvió a arrasar. La primera de ellas, ocurrida el 27 de abril de 1522 enfrentó al ejército español con los piqueros suizos, considerados hasta ese momento como la mejor infantería de Europa. Sin embargo, la abrumadora victoria española sorprendió a toda Europa, pues los suizos nunca llegaron a recuperarse totalmente de tan humillante jornada. Tanto fue así que la palabra bicoca pasó al castellano como algo que se consigue u obtiene con poco esfuerzo o con poco dinero. En cuanto a la batalla de Pavía, el ejército de Carlos V derrotó a la vieja caballería medieval francesa, cayendo prisionero incluso el monarca Francisco I. Esta ofensiva supuso el encumbramiento definitivo de la infantería española. Mientras las huestes hispanas derrocaban imperios allende los mares, en Europa caían ejércitos completos, lo mismo franceses que suizos.

En los siglos XVI y XVII la infantería española marcó la diferencia, dándole al imperio Habsburgo la supremacía, igual que en entre finales del siglo XVIII y principios del XIX el ejército francés supuso una nueva revolución en la forma de hacer la guerra. Sin embargo, no adoptaron oficialmente el nombre de tercios hasta las ordenanzas de 1536 que se considera el punto de partida de la nueva infantería española. Se deduce de estas ordenanzas que el nombre se le dio, porque las tropas se dividieron en tres tercios de 300 hombres, uno en Nápoles y Sicilia, otro en la Lombardía y el último en Málaga.
Pero esta superioridad no se basaba solo en su estructura y en su armamento -especialmente el arcabuz- sino también en el sentido de la obediencia, que era para ellos una cuestión de honor. Obviamente, una deserción era castigada con la pena de muerte, aplaudida incluso por toda la tropa que veían inconcebible e inasumible una defección así que ponía en peligro a todo el grupo. Asimismo, exhibían una confianza absoluta en la victoria; si era necesario, todos estaban dispuestos a sacrificarse en la batalla si al final se ganaba la guerra, pues como escribe Julio Albi, nunca volvieron las espaldas. Fue esta confianza en su superioridad, ante cualquier enemigo y en cualquier circunstancia, lo que le otorgó la aureola casi mítica de invencibles. Y el palmarés de victorias es suficiente para refrendar todo esto.
Los tercios fueron siempre fuerzas móviles que se desplazaban de un sitio para otro, dependiendo de las necesidades. Eran como una especie de Unidad Militar de Emergencia (U.M.E.) de la Edad Moderna. Obviamente, las molestias y los altercados que causaban por las localidades que iban pasando eran muchas, y a ello le dedica el autor todo un capítulo.
En el siglo XVII el imperio Habsburgo entró en decadencia y con él, cómo no, sus armadas y sus tercios. La batalla de Rocroi (1643) fue un verdadero varapalo para su prestigio, pero no fue el final de los tercios que siguieron combatiendo, en muchas ocasiones con éxito, a lo largo de todo el siglo XVII. Como afirma el autor, esta decadencia llegó no por una pérdida de eficacia sino porque se veían obligados a enfrentarse reiteradamente a demasiados enemigos. Como afirma Julio Albi llegaron a ser tantos que llegó a ser imposible batirlos a todos. La situación se tornó insostenible porque no había recursos ni población suficiente para reclutar nuevos soldados mientras que los enemigos se multiplicaban.
Para finalizar huelga decir que me he limitado a destacar algunos aspectos centrales del libro, pero el lector interesado encontrará en estas páginas todos los pormenores de las estrategias, los combates y la estructura de un cuerpo militar de élite de los XVI y XVII como fueron los tercios españoles.
Esteban Mira Caballos
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