
IZARD, Miquel: Agresores, resistentes y cimarrones. Barcelona, Asociación Cultural el Raval, 2020, 178 págs. ISBN: 978-84-122618-1-3
Nueva obra del profesor barcelonés Miquel Izard en la que refunde viejas ideas con nuevos aportes para ofrecernos un interesantísimo trabajo, como siempre, redactado al margen de toda historia oficial y académica. Siguiendo su línea habitual, vuelve a dar la voz a los marginados, a los rebeldes y a los oprimidos, es decir a los eternamente vencidos.
En América, como bien explica el Prof. Izard, el 85 por ciento de las sociedades eran grupos armónicos o autosuficientes frente al 15 por ciento restante que vivían en estados excedentarios. Miles de seres humanos, lo mismo los excedentarios que los autosuficientes fueron barridos del mapa, al representar un estorbo en el proceso de expansión de la “civilización” occidental.
Con la expansión europea por el continente se desencadenó una violencia fatal, tendente a explotar económicamente el territorio con mano de obra indígena y africana en condiciones en ambos casos de servidumbre. Ante la fatal decadencia de la población indígena, por enfermedades y malos tratos, se llevaron desde África entre 15 y 20 millones de africanos. Se estima que por cada esclavo que llegaba vivo a América perecían cinco, en las razias para capturarlos y en los traslados. Así, pues África perdió en varios siglos unos 100 millones de personas. Otra sangría también justificada, como la expansión americana, en base al progreso y a la civilización.
El autor no particulariza ningún imperialismo en concreto y responsabiliza a todos, lo mismo al portugués que al español o al inglés. Y en ese sentido cita a Edward Said quien escribió que todos los imperios se habían sentido especiales y diferentes a los demás por la acción civilizatoria que habían desplegado. Además huelga decir que El Imperio Habsburgo solo ocupó el 20 por lo que fueron las naciones surgidas a partir del siglo XIX las que diezmaron a la mayor parte de las poblaciones autosuficientes que poblaban el continente.

Lo más interesante de esta obra es que se describe las sociedades libertarias que se crearon en las zonas cimarronas, donde se fueron concentrando esclavos huidos, aborígenes y blancos renegados o perseguidos. En esas extensas zonas vacías de Norteamérica, la Pampa austral, los Llanos venezolanos, el valle amazónico del Javarí, Centroamérica o el área antillana se concentraron estas personas creando una sociedad libertaria. Allí, entre las naciones aborígenes, encontraron acogida todo tipo de personas: tránsfugas, desertores y renegados. Arrochelados de muy distinta condición étnica: esclavos negros, mulatos, mestizos, indios y hasta europeos que huían de la represión física o ideológica de la llamada “civilización”. Estos continuaron arribando a lo largo de toda la colonia, huyendo casi siempre de la presión tributaria en los pueblos controlados por las autoridades coloniales. Una vez alcanzada la cimarronera se disolvían en un espacio inmenso y podían sobrevivir de la caza, de manera independiente o uniéndose a otros grupos de forajidos. Algunas rochelas llegaron a tener varios centenares de personas, mientras que otras se limitaban a una familia nuclear o simplemente a una o dos personas.

Estas cimarroneras se desarrollaron lo mismo en la sabana que en la selva, siempre en zonas más o menos inhóspitas donde no llegaba el poder del imperio ni sus autoridades. Lo mismo los llaneros del Orinoco que los gauchos de la Pampa desarrollaron una sociedad independiente y una cultura propia que perduró hasta bien entrada la Edad Contemporánea. Así, por ejemplo, en los Llanos del Orinoco, unos 300.000 Km2 que se extienden por los actuales estados de Venezuela y Colombia, se desarrolló una riquísima cultura de la que desgraciadamente han llegado pocos vestigios hasta nuestros días. Estos llaneros se enfrentaban a las inclemencias de la naturaleza, la misma que unas veces se lo daba todo y otras se lo quitaba. Para los propios llaneros solo existían dos cosas, o al menos dos cosas importantes: el ganado y el cielo. Eran nómadas o seminómadas y viajaban necesariamente muy cortos de equipaje. Además del imprescindible équido, apenas poseían dos pequeñas alforjas, con algunos enseres: sogas, lazos, aguja, cera, un cuerno usado como vaso y poco más. En sus diversiones recitaban historias de llaneros legendarios y entonaban canciones, acompañadas de alguno de los instrumentos que usaban habitualmente: maracas, hechas de calabaza con pepitas en su interior, una especie de guitarra de cuatro cuerdas y el arpa, esta última de madera de cedro con 32 cuerdas. Asimismo, conocían las plantas curativas que el entorno les proporcionaba y que usaban para combatir males comunes como la fiebre, dolores de estómago o las temidas diarreas. Este mundo fue calificado de bárbaro, sencillamente porque sus habitantes no se movían por el afán de lucro como en las sociedades capitalistas. Por ello, todos estos arrochelados han sido considerados simples bandidos, personas irreductibles, refractarios al capitalismo, por lo que fueron combatidos, exterminados y su cultura silenciada.
Bienvenido pues este nuevo del profesor Izard en la que una vez más da la voz a los eternamente derrotados y olvidados, lo mismo a los javarís que a los gauchos o a los llaneros. Un relato que suena muy creíble y que trata de hacer justicia a unas páginas injustamente olvidadas de la historia.
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