
En la Edad Media había habido una serie de viajes aislados como el que los hermanos Vivaldi emprendieron en 1291. Estos genoveses zarparon del puerto de su ciudad natal para dirigirse a Ifni, en Senegal, mientras que Marco Polo, por tierra, viajaba hasta la China del Gran Kan. Pocos años después, exactamente en 1312, el catalán Lanceloto Mallocello arribó a las islas Canarias.
Sin embargo, estos viajes no fueron más que iniciativas puntuales, siendo los portugueses los que iniciaron un proceso descubridor sistemático de la costa atlántica de África, con el objetivo premeditado de alcanzar la India por mar. Según Magalhaes Godinho, las causas de esta expansión lusa fueron la necesidad de oro, cereales, esclavos tintes, cuero, lacas, así como el deseo de expandir sus pesquerías.
Desde el siglo XV los portugueses venían expandiendo la frontera del mundo hacia el sur, bordeando la costa atlántica de África con el objetivo de alcanzar la India por mar. Uno de los principales hitos se produjo en 1434 cuando Gil Eanes pasó el cabo Bojador, considerado hasta entonces la verdadera frontera psicológica de Europa. Se decía que era una verdadera caldera en la solo podrían sobrevivir monstruos marinos. En 1445 se alcanzó Cabo Verde, 1450 el cabo de Palmas, 1487‑1488 el cabo de Buena Esperanza y, finalmente, en 1497 el gran marino portugués Vasco de Gama arribó a la India.
Entre 1492 y 1522 los acontecimientos se aceleraron, desencadenando grandes gestas descubridoras que cambiaron definitivamente el mundo. Cristóbal Colón fue un visionario que quería restablecer la ruta comercial con el lejano oriente, pero no por tierra, ni siquiera bordeando África, sino cruzando el largo y desconocido océano Atlántico. Por su parte, el portugués Fernando de Magallanes era un marino experimentado que quería establecer un comercio entre España y las islas de la Especiería (Molucas, actualmente en Indonesia), convenciendo a Carlos I de que caían en su demarcación. El marino luso murió durante la travesía pero regresó un vasco, Juan Sebastian del Cano, que completó en 1522 la primera vuelta al mundo, cuando arribó a Sanlúcar de Barrameda con la nao Victoria. Comenzaba así la globalización del mundo, cuyo proceso ha culminado cinco siglos después.
Desde entonces la transculturación aceleró el ritmo vital de los acontecimientos y terminó por cambiar el mundo en tan solo varias décadas. El trasiego de personas, ideas y mercancías que hizo posible el entramado naval, crearon las bases de un mundo global. Un joven comerciante castellano en 1490 apenas se atrevía a acudir a la feria de Medina del Campo y medio siglo después lo mismo vendía en Santo Domingo que en Amberes, Panamá o las islas Molucas. En breve, el peso de a ocho, que se acuñaba en el Imperio, se convirtió en una moneda de referencia mundial, algo así como el dólar del siglo XVI.
Varias decenas de miles de personas emigraron de Europa y África a las Indias Occidentales y Orientales, unos voluntariamente y otros de manera forzada, como mano de obra esclava. Además, varios miles de indígenas americanos llegaron a territorios europeos a lo largo de la Edad Moderna, creando incluso una oligarquía indígena y mestiza en la Península Ibérica. Hay un caso muy representativo como es el del cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo que realizó varias decenas de viajes entre España y América, como si de un turista del siglo XXI se tratase.
También los libros circulaban por las Indias desde los primeros años de la colonización. Unas décadas después se sintió la necesidad de instalar imprentas en el Nuevo mundo, sobre todo por el deseo de producir in situ catecismos adaptados a las necesidades de la evangelización. En 1561 se instaló en México la primera imprenta del Nuevo Mundo, aunque el Perú, debió esperar aún cuatro décadas para que el piamontés Antonio Ricardo estableciera la suya.

Las obras de arte circularon también por las cuatro partes del mundo. Las colecciones de los nobles europeos no tardaron en atesorar lo mismo idolillos indígenas que cuernos de rinoceronte, huevos de avestruz, colmillos de elefante o pinturas y joyas de muy diversas civilizaciones. Hubo escultores indígenas, en México y en Puebla de los Ángeles por ejemplo, que realizaron imágenes de crucificados y santos para iglesias, conventos y cofradías españolas en el mismo siglo XVI. Así, por ejemplo, en 1571, el sevillano Pedro Martínez de Quevedo encargó al indio Joaquín un retablo con treinta escenas de los misterios de la Pasión así como de varias figuras de santas. Talleres indígenas que poseían entre su clientela a nobles europeos. Los colegios conventuales y las primeras universidades indianas se encargaron de difundir el latín como lengua culta, occidentalizando todo el orbe. También el pensamiento culto, en su tradición aristotélica formó parte del proceso de mundialización ibérica.
Sin duda, en los albores de la Edad Moderna, España y Portugal contribuyeron decisivamente a cambiar el rumbo de la historia. Varios hitos encadenados de una trascendencia enorme, la mayoría positivas y algunas negativas, como ha ocurrido siempre a lo largo de dos millones de años de evolución humana.
PARA SABER MÁS:
BERNAL, Antonio Miguel: España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio. Madrid, Marcial Pons, 2005.
BRASÓ BROGGI, Carles (Ed.): Los orígenes de la globalización: el Galeón de Manila. Shanghái: Biblioteca Miguel de Cervantes, 2013.
GRUZINSKI, Serge: Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización. México, Fondo de Cultura Económica, 2010.
MIRA CABALLOS, Esteban: Las armadas del Imperio. Poder y hegemonía en tiempo de los Austrias. Madrid, La Esfera de los Libros, 2019.
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